por Mario
Note Valencia
En un centro comercial
estacionaba mi descanso laboral por detrás del mostrador, en tanto que miraba
pasar a las personas. En ese momento llegó una señora que por su indumentaria
uniformada me percaté de su labor en uno de los establecimientos de al
lado.
–Muchacho, ¿podrías
cambiarme este billete? –dijo dándome el billete con toda confianza. Para eso
abrí una caja de monedas y comencé a contar lo acumulable al valor de su
billete. Me di tiempo para observarla de reojo y preguntarle:
–¿Cómo está?
Quise saber sin ni
siquiera conocer su nombre y sin haber tenido un encuentro antes con ella. Me contestó
de una manera que me haría pensar mucho:
–¿Que cómo estoy de ventas? Pues, más o menos…
Le di las monedas y se fue al decir “Gracias”. Yo,
sin embargo, no le pregunté sobre sus ventas sino sobre su vivencia, su
presente, sobre su actual situación de ánimo. Evidentemente la señora pensó que
yo le cuestionaba sobre sus ventas. Pienso: ¿acaso todos le han preguntado no
de ella, sino de sus ventas? ¿Nadie en esta pequeña localidad le ha preguntado
cómo se siente?, ¿cómo es que vive para sobrevivir de nosotros? ¿Inhumanos?
Y pensar en esto me marca de incredulidad, pero
recordar a la señora responder a mi pregunta me da evidencia de que así de
crueles somos con nuestros semejantes. Me hace creer que efectivamente sí somos
salvajes, que no cabe en nosotros la responsabilidad de conllevar con los demás
una adecuada actividad social, de diálogo y estimulación mutua vital, de
cohabitar.
Toda la diligencia de nosotros orilló a la señora a hablar
de lo que hace y no de lo que es. Vemos vendedores ambulantes, vemos que la
mayoría de veces nosotros somos los clientes y nos olvidamos, o pasamos por
alto, de que ellos son nosotros, son nuestros amigos, nuestra familia, y todavía
así dudamos que, bajo ciertas circunstancias, no conviene de nosotros un ¿Cómo estás?
Algún día nos pondremos en su lugar o en la misma
situación, quizá la gran ola de indiferencia no nos haga caer en cuenta de que
han hecho lo mismo con nosotros. Pero podremos mejorar, eso quiero creer para
siempre.
A veces entablo conversaciones, como tú, de tan sólo
veinte segundos con personas que nunca más volveré a ver, y eso no maltrata ni
engrandece la vida de ninguno, pero sí va creando la voluntad de regalar una
sonrisa sincera. Una sonrisa tan necesaria en este mundo. Honestamente.