miércoles, 7 de marzo de 2012

Del sobrino y otras contemplaciones cotidianas

No hace mucho tiempo que le tomé
esta fotografía. Su nombre es Carlos, y
Carlitos es para los cuates.

–¡Tío!

Escucho desde la otra bocina, al parecer la voz prometida de mi madre: mi sobrino utilizando por vez primera el teléfono.

–¿Cómo estás? –le pregunto.
–¿Vienes, tú? –me contesta muy jocoso.
–Sí, muchachín, mañana…
–¡Mente, tío! –sigue hablando, como si me tuviera enfrente.
–Sí, llego mañana ¿va?

No recuerdo cuándo fue la última vez que me permitía contemplar las verdades de los días, fragmentos cotidianos que hacían del universo cosa pequeña. Me repuse de aquella emoción pueril, genial, y le confesé a mi madre cuán alegre me ponía haber hablado desde una polifonía de seres. Porque sin duda éramos sólo uno, por un momento, y ahora lo recuerdo, casi perfecto, con alegría.
Ese mismo día salí a andar en bicicleta, tomé varias fotografías de la naturaleza, me vestí del cielo arrebolado y vi cómo se inflamaba la luna. La luna, jamás pude capturarla con mi sencilla cámara fotográfica; pero entendí, que no todo funciona para encapsularse, sino para mantenerse en la memoria, en un dulce espacio que se llena como un contenedor de esperanzas.
            Ahora recuerdo todo como si pasara a cada momento; en este mismo instante mi sobrino estará durmiendo y yo velando aquí su recuerdo. Cuando lo vuelva a ver me digo–, estaré muy a su disposición de niño, comprenderé como otras veces que las figurillas de barro sobre mi escritorio tienen reparo, que las hojas de papel tienden a mojarse y que, sobre todo, las manos de los niños maquinan algo que yo no pretendo descifrar.  
No pretendo, tampoco, agotar el tema, ni siquiera decodificarlo para siempre. No desnudaré el misterio, ni lucharé con la infinita ignorancia del ser humano. Es mejor no saberlo todo, es mejor imaginarme el pequeño cuerpo que contiene el alma de mi sobrino, tomando el teléfono con sus manos marcadas por el lodo con el que construyó un castillo, y que me espera mañana, donde me recibirá con honores.
Todo eso fue y pasó en un día. Todo eso es y será para siempre, mientras yo lo recuerde. Todo ha sido hoy, ahora que entrego la presente redacción. Buena suerte estimado lector efímero; por cierto, ¿qué ha sido lo último que ha contemplado?
Honestamente: Marionote Valencia