domingo, 30 de septiembre de 2012

Del radio, los comerciales y la inútil erudición


Los comerciales radiofónicos deben ser, en cuanto al audio, totalmente atractivos. Se puede suponer que su efectividad consiste en invadir a los escuchas con mensajes elocuentes, persuasivos y demás.
                      
Es verdad que la tecnología informática ha impresionado bastante en la mercadotecnia, pero aún se descuidan los aspectos básicos de la comunicación (a pesar de su efectividad sobre las masas consumidoras).  En nuestros días todo puede ser consumido, cotizado, comprado: desde un gusano parásito reductor de grasa, hasta los niños que están por nacer. Entre eso, y muy de época, están los anuncios que exhortan a los indecisos ni-ni a estudiar en escuelas de cuotas mensuales.

En un comercial radiofónico de mi localidad (Tecomán), aparece la voz de una chica que afirma (poco intensa pero orgullosa): «Un ‘año luz’ es la distancia que recorre la luz en un año», luego otra persona impresionada exclama: «¡Órale! ¿Cómo sabes tanto?»… Y allí interviene otra voz sabionda que asegura que la muchachita ha asistido a una Academia de supuesto gran prestigio y, se presupone, que si se ingresa especialmente a ese instituto, podrá impresionar a los vecinos con datos científicos (capturados de revistas).

El hecho, mi alegato, mi crítica, es: la imagen del intelectual es engañosa tanto para quienes resultan asombrados como para quien se esfuerza (inútilmente) en devorar enciclopedias o, de perdis, revistas que reseñan la telenovela de las diez. Decía entre líneas, pero creo que es mejor decirlo para dejar claro: la adquisición y uso del conocimiento se evalúa, respecto a cada uno, en cuán efectivo es para la vida diaria. Los enciclopedistas pueden llegar a ser insoportables si después del estudio no tienen vida social; aquí hablo de la familia, los amigos, los vecinos, etc. No le hayo sentido ser antropólogo sin tener en cuenta que para comprender al ser humano es necesario salir en busca de humanidad, quebrantada o impoluta, en las calles, sobre las aceras, en las tiendas, en la esquina, sobre el autobús, con mucha gente y sin miedo a nada. Saber que un año luz es equidistante a la distancia que recorre (en su velocidad de 300,000 km/s) la luz todo un año terrestre, no me salva de la muerte ni me hace mejor persona. Serviría, acaso, si yo fuera un físico de la cuántica o de la relatividad y estuviera construyendo otras teorías para desmantelar el enmarañado, pero siempre ordenado, universo.

Las ecuaciones matemáticas son enseñadas para comprobarlas, solamente. Después se ha comprobado, gracias por ejemplo a Bertrand Russell o Ernesto Sabato (por ser alcanzables en la popularidad), que los muchachos han estado comprobando teoremas ligeramente errados, y después calificándolos como absolutos, irrefutables. Antes de que lo sepan, ya los muchachitos se preguntan que de qué les sirve aprender eso si de nada les servirá en la vida; ciertamente, quien dice esto, es porque ya se ha visto en un futuro alejado de operaciones numéricas como medio laboral y sustento de vida. No obstante, el futuro germinado en un efebo es sinuoso por más seguro que se sienta.

La otra parte engañosa de las escuelas públicas, al menos, es el hecho de que se les impone cierto conocimiento científico y, por lo tanto, rígido, numérico, visual, memorizante.  Los padres de los chiquillos sueñan con que éstos sean abogados, médicos, contadores, por lo que exigen un estudio utilitarista; si supieran, le llamarían positivismo. Sin embargo, no todo cientificismo es enteramente maquinario (quiero decir automático e irreflexivo, como calculadora), es más, las matemáticas son producto del silogismo creativo, la imaginación y reflexión de hechos; tantos siglos después, se le mira a esta ciencia como inamovible y sin pasado. Decía antes que la ciencia, como lo relativo a la física, requiere cambiar percepciones que comúnmente ya las dábamos por hechas; si hablamos del sistema solar, hablamos de fuerzas inexistentes, de Física antaña y no actualizada, a pesar de todo, en los libros de texto gratuito. Tal parece que todo inicia con la imaginación, la inventativa, para explicar los fenómenos y luego condensarlas en breves ecuaciones para utilizarlas en próximos raciocinios.

La verdadera educación artística es aquélla que no excluye y sólo educa la sensibilidad; no impone qué es bello, sino que procura activar los medios cognitivos de las personas, estimulando sentidos inusitados. Buena suerte lector efímero.
Honestamente: Mario Note Valencia