miércoles, 24 de septiembre de 2014

Desagravio al suicidio

por Mario Note Valencia


De acuerdo con la física moderna lo único inamovible es lo completamente muerto; de acuerdo con la antropología es el ser humano que al verse morir existe. Dijo Jaime Sabines que uno muere un poco cada día desde que nace, también aseguró que el acto amoroso es “matarse el uno al otro”. La continuidad de las cosas, su futura abyección a lo acabable, lo finito, se despliega en formas cromáticas asociadas al sentimiento de las ruinas. La flora universal crece repetida en fractales, su arquitectura crecida en genealogías, familias y subfamilias, primeras y últimas. Fractal: la fractura general de nuestro consenso es la extensión sobre la muerte, lo que aparentemente acaba en ecos: nosotros mismos somos las paredes de ese antiguo dolmen donde se refleja el eco hasta que éste escapa.

La muerte es una fuerza creadora, pero la muerte voluntaria es la que crea y destruye esporádicamente. El suicido es la situación acabada, imprevisible en sus ecos, todavía más extraña. La muerte une, desata, corrompe y resuelve. En cualquier caso persiste el encabalgamiento de una pena del Otro que somos Nosotros mismos; aquí atraviesa la aseveración de John Donne: “No preguntes por quién doblan las campanas, las campanas doblan por ti”.

Hubo suicidas (qué manera despectiva de llamarlos) milenarios, a los que su muerte entra en el ámbito del sacrificio. En el pueblo mesoamericano, los dioses dieron su sangre para renovar el mundo, excepto Xólotl, quien infundado por el miedo a la muerte, se escabulló en la tierra de los mortales hasta que alguien más, sobre el agua, le dio muerte. El desprecio por la vida del Otro, dice Roger Bartra, es un acto más del miedo a la muerte propia.

México se tiñe todavía de creencias fútiles dirigidas por la Cultura Oficial, argumentando que desde siempre los mexicanos tendemos a reírnos de la muerte, ya que “si la vida no tiene sentido, la muerte tampoco”. Es esta misma pobre idea que puede opacar a la comprensión de la muerte voluntaria. La muerte voluntaria no entraría entonces en los casos de suicidio común.

Pero sí hay, por qué no decirlo, los suicidios alienados. Recordemos al sociólogo francés Durkheim que realizó quizá el primer estudio sobre el suicidio a inicios del siglo XX. Comprendió que la cultura del supuesto progreso moderno no incluía la vida de todas las personas y, por lo tanto, las alienaba hasta extinguirlas. La angustia de ir al cambio o al ritmo de la cultura oficial desemboca en actos físicos cuantificables. Algo hay en el suicidio y no un supuesto acto de hastío contra el mundo ni mucho menos un sinsentido de la vida. ¿Acaso no Blas Pascal y Albert Eistein sintieron el terrible silencio de la eternidad en el rostro?

En la esfera de las muertes conocidas, hay un sesgo sobre la perspectiva de la muerte dolida, quiero decir, de la supuesta muerte infundada por el hastío de lo vivo. Desde esta perspectiva no se contemplan las otras muertes de la balanza polifacética, la del suicidio que se comprende, la que no se apoya ni se reprime. ¿Cómo entender la muerte de quien abogaba por la vida? Incluso van Gogh entra en este tipo de muerte, no precisamente una muerte por el hastío.

Me adentro a las impresiones de los libros como un paseo en la ciudad, el volumen cartográfico de palabras me dan sentido de esa topografía del suicidio, la de las muertes comunicables, el arranque de sueño para entrar al otro gran sueño que al menos aquí no se conoce. En las obras veo sobre todo personas y miradas, espejos, rubores y soledades. Si hay algo de oquedad en la estructura narrativa o si hay eso que los suicidas alcanzan a llamar el instante de la voluntad y del silencio, la nombro.

La voluntad del silencio, el punto cardinal centrífugo y quintaesencia, el rellano de la palabra, el descansillo perverso de la humanidad, la nostalgia, diría Villaurrutia, de la muerte, melancolía feliz y gozable.

Durante un paseo fortuito, cuando me adentro a los edificios lo primero que noto quizá es el juego de las sombras, el juego inmediato cuando los objetos aparecen y desaparecen con el continuo andar de la luz, las fuentes verticales por donde se deja pasar a las luminarias naturales, y pienso que, como todo, como un producto cultural, alguna creencia actual o abolenga se respira desde el fondo.

El suicidio es el andamio puesto sobre el suelo, la posible caída vertical, la tensión de la flama lúcida, el ensueño de la decoración mortífera. Alguna contradicción provoca echar una mirada sobre la boca del río lanzada al océano, profundo, suave, azul, salino, grávido. Hay quienes coleccionan jardines, sueños, formas, temas y en esta ocasión podemos armar la colección de suicidios, cuyo estímulo radicará en una relectura de lo que aparentemente pasa por el sinsentido de la vida. 

martes, 23 de septiembre de 2014

“Seis grados de separación”: para no ver esta película

por Mario Note Valencia

Paul, Flan y Ouisa
La película Seis grados de separación de 1993, según he podido ver, aún provoca cierta conmoción entre los espectadores cibernautas. Adosado a las opiniones que defienden la película y la promueven como una obra cinematográfica muy reflexiva y conmovedora, agrego mi perspectiva sólo para desmenuzarla.

Tiene el título de “Seis grados de separación” gracias a la teoría que lleva el mismo nombre: estamos, dicen, a escasas seis personas de estar en contacto con cualquier persona al otro lado del mundo. Los seis grados son las relaciones sociales que se desprenden de nosotros mismos cuando conocemos a una persona, y ésta conoce a alguien más... En pocas palabras es el estímulo de decir “¡qué chico es el mundo!” cuando vamos a una taberna secreta de la ciudad donde no esperábamos encontrarnos a nadie.


La película trata de (para que no sea necesario verla, por supuesto) una pareja de casados, Flan Y Ouisa, quienes viven cómodos después de tantos años en un departamento lujoso con vista a Central Park. Una noche, a punto de concretar un millonario negocio sobre una pintura de Cezanne, aparece hasta su alcoba un joven herido de nombre Paul (interpretado por Will Smith). Una sorpresa lleva a otra y resulta que Paul termina por congeniar con la pareja, sobre todo porque su aparición hizo que el negocio resultara.

Al final de cuentas la feliz pareja poco a poco, entre conversaciones con sus amistades, se percatan de que Paul se ha aparecido de la misma manera en distintas familias. Lo extraño es que Paul ostenta ser elegante, creativo y, sobre todo, amigo de los hijos de las parejas ultrajadas con la identidad. Las familias tratan de averiguar si Paul, ahora buscado por la policía, es quien dice ser: el hijo negado de un gran actor de raza negra.

Entremos ahora en el tema.

Flan y Ousisa: vemos a una feliz pareja mercantiles del arte, al acecho de cualquier oportunidad en la que una colección privada tambalee de propietario; en ese momento entran ellos, tal parece, para conseguirla y revenderla. Cada uno, la mujer y el hombre, tienen un supuesto bagaje de la alta cultura que expectoran en sus diálogos cotidianos, entre tanto traje, copas de vino, palacios lujosos, todo pulcro, todo negocio. Esta película nos comunica algo: no importa si estás en Roma o New York, todos los lugares de la “clase alta” o capitalista se parecen. 

 
Así van Flan y Ousa, en su búsqueda, encontrándose unas personas con otras de las mismas esferas sociales económicas, quiero decir: quienes pueden quedarse de pie, en círculo, en medio de una exposición de museo, con la postura de perdedores: la copa de vino a la altura del esófago.

Ellos aman tanto la pintura de Cezanne que la pueden vender al mejor postor. Para eso viajan a Roma, para hacer negocios millonarios. Entre tanto cuentan su historia del incidente con Paul. Ahora recupero una conversación en la visita que hicieron a la Capilla Sixtina durante su remodelación. La pareja habla con un grupo de personas sobre su experiencia:

Flan: –Ver la Capilla Sixtina así… Los colores son asombrosos.
Ouisa: –Fuimos a Roma de negocios, pero gracias a Miguel Ángel…
Flan: –Tengo un comprador para esa pieza…

Y ahí tienen su diálogo sensible y artística, su esfera de amistades que saben de arte gracias a los libros que empiezan con Historia de… En toda la película se cultiva la idea de que la mujer, Ouisa, siempre espera hablar sólo de arte pero su esposo no piensa más que en negocios. Es una idea, por supuesto, que desembocará en una fusilería para afianzar la convicción del final de la película. Otro diálogo:

Ouisa: –Ellos eran buenos chicos (refiriéndose a una pareja de jóvenes tratando de vivir en Manhattan).
Flan: –Sí… Trabajaban para vivir (y aquí hay una risa de quienes los escuchan hablar).

No sorprende que dentro de esa esfera parezca chiste el trabajo físico, ya que los que viven del arte suponen que comprenden todo y de todo, sobre todo de las condiciones que no favorecen a quienes tartan de ir con o en contra del sistema del Estado. Un caso: los artistas. En Seis grados de separación vemos que Flan, un hombre exitoso como les gusta llamarlo, a pesar de hacer dinero con obras que él no hizo, tiene la sensibilidad de contemplar un cuadro de Kandisky o apasionarse con uno de Cezanne (aunque haga dinero con ello, repito).

Y ésta es una manera de neutralizar el problema ético, si queremos llamarlo de algún modo, porque Flan, sabe que Vincent van Gogh no vivió a gusto económicamente, no se encharcó con dinero como él sí lo está haciendo. Aquí entra la magia del cine: “Flan es tan sensible que puede comparar sus zapatos de miles de dólares con los zapatos derruidos que pintó Vincent van Gogh”. Vaya, hasta nos duele en el pecho que sea así de sensible; en el bolsillo aún no nos duele. La ideología del capitalismo, de ver todo como una posible venta, quitarle el autor y vivir de los demás, es puesta en esta película de una manera velada que puede llevar al público no crítico de la risa al llanto, para que diga, quizá, que congenia con esas ideas aunque nunca se viva como lo viven Flan y Ouisa.

Después de todo, hay una escena muy significativa acercándose al final de la película. Resume en muchos sentidos el sentimiento capitalista sobre el arte. La mujer protagonista cuenta que, durante la visita a la Capilla Sixtina y sobre un andamio, pudo tocar el fresco “La creación de Adán” de Miguel Ángel. La escena es cruenta si vemos a una persona capitalista que golpea, como una bofetada, el trabajo de un artista. Eso es lo que vemos con gran alegría de quien lo hace: es la cachetada de la mercancía sobre el arte, que no significa arte si acaso no se puede vender.

 

También a punto de terminar la película, el joven que interpreta Will Smith les dice, a través del teléfono: –“Quiero ser como ustedes, vender el arte, ganar dinero sin tener que estar en una oficina”, pero el señor Flan le responde, neutralizando el problema: –“Ah, no, Paul, tú sólo ves el lado glamoroso de esto, pero hay el otro lado”. Paul insiste: –“Quiero conocer ese lado, puedo hacerlo”. Le responden: – “Debes tener sustento económico, saber Historia del Arte…”.

En esta conversación que puede decidir el futuro de Paul, es Ouisa quien parece más “misericordiosa”. Y con la misericordia del Estado capitalista, ante las súplicas de Paul para que se vaya a vivir con ellos, ella le aconseja que se entregue a la policía y pague la condena por varias acusaciones de fraude y provocación de un suicidio. ¿Parece raro este curioso desenlace en las películas? La moral del Estado aparece y dice en voz de Ouisa: “Entrégate. Eres una persona genial, me hiciste menos aburrida la vida pero entrégate a la policía para poder quererte”.  

Paul acepta entregarse si sólo va acompañado de Ouisa para que lo traten como una persona “digna” dentro de la cárcel. Ya sabemos cómo acaba todo. Flan, a regañadientes, decide acompañar a Ouisa pero llegan tarde, ya los policías se han llevado a Paul. Cuando Ouisa pregunta por Paul en la comisaría nadie sabe darle razones. Sólo tiempo después parece haber escuchado sobre un suicidio en alguna cárcel federal.

El mismo destino de Paul (Will Smith) fue el de Jack (Leonardo DiCaprio) en Titanic: ¿y si en lugar de morir hubiera vivido esta persona que por su espontaneidad no se atiene a las corrientes de la clase alta? ¿Tendrían que dejarse costumbres? ¿El pobre y el rico podrían vivir felices en adaptación? La respuesta implícita de estas películas: mejor sacrificado, mejor no saber qué hacer con esa tensión. La muerte es la respuesta; pero la muerte, curiosamente, del que no tiene casa, del que no tiene qué perder un empleo “fabuloso, estupendo, magnífico” vendiendo grandes obras de arte.


La escena final de Seis grados de separación es todavía más absurda. Ouisa dice un discurso sobre vivir, entonces deja la mesa donde desayuna, sale a la calle, se despide de su esposo y repite el acto de cachetear la pintura de Miguel Ángel, pero ahora las hojas de los árboles. La película se lava las manos y se va, porque ni siquiera se demuestra un radicalismo de Ouisa sobre su vida. Más bien fue algo como: “Me enojo con la vida que llevo, me enojo con todos, pero al rato regreso, ¿eh?”

Así de chistosas son los discursos de las películas. Ésta es una película para los alienados, los adosados en las filas del Estado (tanto los pobres que desean ser como los ricos, como los ricos que suponen cómo son los pobres).

Abur.

Apostilla: la verdadera historia, sobre la que está basada esta película, empieza felizmente con un estafador de vida y nombre reales: David Hampton.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Quiénes son los intelectuales orgánicos?

por Mario Note Valencia

 
De acuerdo con Gramsci todos somos intelectuales, pero no por saber coser una camisa nos dediquemos siempre a ser costureros. En ese sentido ser intelectual de tiempo completo tiene que ver con el servicio a la sociedad de una situación histórica, material, real, concreta y por lo tanto ranurable.

Decía Luis Villoro que un intelectual no es el que niega y está en contra, sino quien desmenuza las ideas, ubicándolas en verdaderas y falsas. La filosofía para él no puede ser concebida sin un acto enteramente crítico frente a la ideología, es decir, frente al conjunto de ideas falsas que dominan y dirigen.

Adolfo Sánchez Vázquez, por cierto, propuso que la filosofía de la praxis debería tener el aspecto de la acción como acto y conciencia. Este tipo de praxis que propone del intelectual no se parece a una praxis en su sentido ideológico, en un sentido mercantil.

El regateo de artesanías mexicanas, por ejemplo, responde al sentido utilitario del mercado en el que se supone que el artesano no debe imprimir su nombre de creador sobre lo que produce. El mercado ideológico desbarata al autor artesano, y congestiona sus justificaciones en pro del arte para museos. ¿Por qué una escultura abstracta hecha de tubos para cañerías (suponiendo que se trata de una exposición “posmoderna experimental”) cuesta más que la cerámica hecha al fuego de un artesano mexicano?

La ideología propone hacer la separación de la producción sublime de la vulgar. De por sí “vulgar” y “sublime” forman parte del diccionario burgués. Así que, en esa falsa lógica, el verdadero artista es quien está apegado a lo sublime y divino, y no a una reproducción invariable de una misma pieza. ¿Cuántas veces dentro de las aulas universitarias se debate sobre lo que es arte y lo que no? ¿Cuántas veces más tenemos que permitir que el profesor imponga una idea burguesa clasista al proponer que un artista es diferente y más elevado que cualquier otra persona del supuesto vulgo?

No puede haber un intelectual formado en las hileras de estas aulas, es sencillamente imposible o, mejor dicho, inadecuado. ¿En qué consiste ser intelectual? El intelectual, ya dijimos, es quien desmenuza y critica la ideología; la ideología es dirigida por el Estado mexicano, lo dominante; el Estado es una hermandad que puede ser reforzada en las mismas instituciones educativas; por lo tanto los profesores (eruditos o no) tendrán un sesgo a reproducir las leyes del Estado (aunque no lo sepan y, aun así, sean eruditos).

Entonces, preguntamos, ¿por qué el presidente de México Enrique Peña Nieto apoya a los intelectuales y los premia cuando se supone que un intelectual es altamente incómodo para el Estado y su ideología? A estos intelectuales adosados al poder hegemónico, de acuerdo con Gramsci, los llamamos “intelectuales orgánicos”.

Cada Institución, cada forma de Estado ideológico, cuenta con su séquito de intelectuales orgánicos que se encargarán de reforzar los intereses de quien representan. Así un erudito puede ser el intelectual orgánico de una Secretaría de Cultura que reparte dinero en becas absurdas para la creación artística (elevada y sublime, así dicen). Los mismos poetas y escritores becados por un fondo federal representarán el grado intelectual orgánico y, por lo tanto, despreciable. Todos estos intelectuales orgánicos le dirán “sí” al Estado, aunque eso implique engordar la pobreza de los demás.

Los intelectuales orgánicos del Estado luchan ardientemente como lo haría un pavo engordando para las fiestas decembrinas. Por lo tanto, estos intelectuales orgánicos son los más borregos públicos que cualquier otra persona en la sociedad.

La gente sabe que algo anda mal en la cultura. Los intelectuales orgánicos, sin embargo, son los responsables que ese desastre se empeore. Deberíamos condenar tanto a los dirigentes estatales como a cualquier poeta, escritor, actor, en fin, artista, que le deba un favor al Estado.

Este tipo de artistas orgánicos siempre son compañía indeseable, porque apenas les diriges una palabra y ya te hablan de “proyectos, becas, oportunidades de crecimiento, secretarios, convocatorias…”, no te permiten beber el café a gusto. No les puedes hablar de la lluvia porque ya te dicen que “qué chido, no hay nada como la lluvia, ¿verdad?”.

Por suerte, hay que decirlo, el intelectual sabe dónde cabe el marro y el cincel para hacer la ranura que desbarate.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El año de nuestro señor Academia (y su centenario)

por Rafael Frank


2014, año en que la Academia muestra su punto de ebullición, de fácil alcance. El hervidero está a la mano de todos, como la mayoría de los placebos. Las constantes muertes de escritores, que hemos visto en el transcurso de este año, parecen cocerse rápido en la cazuela; para consolar las pérdidas los homenajes desde la Academia están dispuestos incluso para los rebeldosos.

En el año fiestero de varios centenarios (Paz, Huerta, Revueltas, Cortázar -y no se olviden de Bioy-), tenemos todavía lugar para el longevo Nicanor Parra que, como dicen los rebelditos (rebeldes y malditos), es la figura de la antipoesía. Será quizá que Parra es tan anti, que decidió estar vivo, sin cocerse, sin que el hervidero académico hiciera de las suyas a sus espaldas.

Porque, sabemos esto: mientras más tiempo hirviendo en el agua, más blandito y menos nutrientes. Es éste el fenómeno de la Academia: dejar vacío el trabajo de los escritores con tanto hervir entre tanto homenaje. La Academia representa un espacio que por su naturaleza misma no puede huir de la solemnidad. Es por tanto absurdo, por ejemplo, que la Academia rinda un homenaje con puros doctores en letras y lingüística (y ningún escritor) a Nicanor Parra; por supuesto, para evitarse el rechazo al poeta no lo invitan a la ceremonia, pues el mantel es verde y a él siempre le gustaron las telas moradas.

En un recinto solemne, donde se leía una investigación sobre José Revueltas, dijo una voz: “el CONACULTA le está haciendo a Revueltas la grosería de no acordarse de él, parece que es, todavía, incómodo para el Estado”. Dos cosas: 1) ya sabemos que el Conaculta está preparando la fanfarria a Revueltas, y 2) no es un elogio que el gran estrado de Bellas Artes despliegue sus fuerzas en pos de tal homenaje, acuérdese usted de Lecumberri. Tanto arreglo floral es tirar por la cañada toda una vida, y todo un trabajo literario.

Igual que Parra y Revueltas, quedan en la misma situación otros exiliados de los grandes cenáculos literarios. Podemos tocar ahora el son de Cortázar y Huerta, que se batieron contra la solemnidad y, tuvieron el infortunio, que a la espalda de su muerte hicieran de su imagen dos figuras que hoy se siguen con fe terrible e inauténtica, dos figuras que la Academia disfruta zarandear a su capricho, reparte los trozos como esas pastillas placebo para que los miembros de la Institución se den a sí mismos la ilusión de ofrecer al mundo un conocimiento trascendental.

El verdadero elogio está fuera de la Academia. No vale aquí decir “los tiempos cambian” para lavarse las manos.

viernes, 12 de septiembre de 2014

12. Patriotismo en redes sociales (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia


En estas fiestas patrias no faltará el curioso cibernauta que, en las redes sociales por ejemplo, haga saber su patriotismo publicando una serie de imágenes alusivas al grito de independencia o a un simple ¡Viva México, campeones! Hay dos elementos, por cierto, que me llaman la atención: las redes sociales y el sentido de dar a conocer el patriotismo.

Decir las “Redes Sociales” es una manera sencilla y desinteresada de englobar a las plataformas informáticas cuya finalidad es comunicar “virtualmente”. Al decir virtualmente atendemos al significado de la palabra “virtual”, es decir, aquello que se parece a la realidad pero que no lo es.  Las Redes Sociales no son mediadoras de la comunicación y no deben por qué sustituir a la comunicación auténtica.

Dar a conocer el patriotismo implica, al menos en México, adoptar el fetiche de la bandera y de los colores verde, blanco y rojo. A esta indumentaria caricaturesca sólo le hace falta una persona que la habite. Las fotos, suponemos, abundarán en las Redes Falsas-Sociales.

Pero también hay otro tipo de atavío que no implica usar ropa: las canciones populares o mexicanas. Supongo que escuchar a Lila Downs y a Pepe Aguilar nos ayuda a soportar la economía que sobrepuja en nuestras familias, así como justifica el trabajo duro en el campo, la violencia ejercida por el Estado (el Estado mismo ofrece conciertos patrios para todo público). Supongo que todo esto se eleva a un grado divino, a los Santos Patronos que no nos abandonan nunca aunque nos vaya mal, muy mal, en el corte de limón.

También supongo que dar el grito en familia une y desdibuja diferencias, que una cerveza comunica y acerca tanto como las Redes Sociales, hace posible ese grado comunicativo de los tímidos, de los reclusos en el imperio de lo visual.

Por último, pronostico que no faltará quién, por supuesto, neutralice el problema. “Hoy no hay que pensar, vamos a dar el grito y ya…”, “Malditos intelectuales, nunca dejan festejar a gusto”, “La música es arte, no puede meterse a análisis cultural”…. Y así muchos ejemplos más, enfermos en indeterminaciones y en la siempre actitud de los diletantes indeseables que no saben contra quién pelean.

Ojalá me equivoque. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

11. Opacar la música (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

 
Cuando el radio modular toca esa canción que tremola el cuerpo que habitamos, tendemos a responder al concierto produciendo sonidos desde los objetos que tenemos al alcance. Un tenedor, por ejemplo, se abalanza suave sobre un plato de cristal para filtrar un sonido / tic / tic / tic / metronómico, marcando la canción o ya sea que con la mano cóncava arqueada emulemos un contrabajo.

En el fenómeno social debemos responder de la misma manera, tratando de enviar breves sonidos, acoplándonos, en silencio, para saber escuchar y hablar. Todos sabemos que preponderar sobre la música sonada, tratando de ir en contra de los ritmos ofrecidos, sólo decae en sinsentidos y momentos afónicos. No podemos dirigir el fenómeno cultural si no se recibe a la cultura como una canción que se toca desde un espacio exterior a nosotros.

Esa composición social tremola nuestros cuerpos cuando nos ponemos a escuchar “como quien oye llover”. Nuestro momento de participación puede o no acoplarse, eso dependerá de lo que queramos ser: público pasivo o público activo, desde el momento en que el silencio se vuelve voluntad. La voluntad del silencio es mucho más sensata que la del hablar; pero el silencio es sólo una praxis de la transformación.

Llega el momento en que la improvisación constante permite pensar al mismo tiempo que la música tocada desde el radio modular sirve para nosotros como al mismo tiempo nosotros, con nuestra música de tenedores y vasos, servimos a la música para que en lo concreto (nuestros objetos de cocina) tenga sentido. No puede haber posición de en dónde queda uno, sino en qué sentido participamos. Una orquesta está distribuida adecuadamente para que cada espacio sea aprovechado de acuerdo al instrumento, a la música que redime los objetos. Un tenedor no vale más que el vaso en el que se produce el sonido, cristalizado.

Dar el grito este 16 de septiembre es quedar afónico por la sutura desmedida de voces que desean escucharse al mismo tiempo y que, por lo mismo, nada llega a ser entendible. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

10. Presidentes católicos (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia


Durante su administración en Tlaxcala, Ignacio Ramírez El Nigromante fue perseguido y expulsado por el pueblo al proponer no festejar a la Virgen por las calles de la ciudad, ya que al considerar que México pasaba por un momento crítico, cualquier movimiento podría distraer, quizá, los intereses de liberación. Es histórico que la Iglesia se hiciera de parte de la población para atacar a los liberales durante la Reforma.

A pesar de apartar la Iglesia de los asuntos del Estado, el Estado mismo seduce a la Iglesia como no hace muchos años. Vicente Fox confesó (presidente mexicano durante 2000-2006): “Yo soy católico, yo quiero a mi iglesia, yo quiero a mi Papa y si me da chance el Papa mañana, que no me han dado chance de acercarme a él, si lo tuviera por supuesto que me pongo de rodillas y le beso (el anillo) otra vez”.

En pocas palabras Vicente Fox, sólo por su aferrado catolicismo, no repara en ningún momento al recalcar que besó el anillo del Papa Juan Pablo II durante su visita a México. Entonces el debate se prolonga en si Chente es bueno, en si Chente lo otro, en si Chente se las da de humilde y sobajado.

Como sea, la historia de México es la que debería enjuiciar el acto y dejar en claro por qué este expresidente está desorbitado al decir que Benito Juárez  le viene guango. ¿Por qué le conviene decir que fue mejor que Juárez, frente a personas que no saben las razones precisas de la historia?

No podemos comparar a presidentes que pertenecieron a un contexto histórico material distinto, pero sí podemos ver cuáles son los proyectos presidenciales por los que se abogaron en cada tiempo y si un interés anula o apoya al otro. Vicente Fox se compara él mismo con Juárez y desacredita el sentido efectual que tiene la Guerra de Reforma sobre nuestro presente. Nada más hay que ver que este expresidente católico se valió de la Constitución, misma que, como ya sabemos, tomó los grandes cimientos con Juárez.

Fox se excusa al asegurar que el tema de los liberales y de Benito Juárez “ya fue superado”, y que del mismo modo la separación de la Iglesia y el Estado es un tema que forma parte del pasado. No sabemos, sin embargo, si realmente esta separación es más metafísica que material, pues hay que ver cómo en la actualidad se ven distribuidas las escuelas. Un momento. Sí sabemos que esta separación es ideal, imaginada. Lo supuesto material y tangible del cumplimiento de las reformas una vez más nos muestra con hechos de humo.

Al hablar como habla, Fox sólo neutraliza las implicaciones de la Historia. Neutralizar, estar en estado neutro frente un problema, por lo general implica legitimar al dominio, dejarse llevar.

martes, 9 de septiembre de 2014

9. Iglesia y presidentes (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia


Hay un hecho que tomo en cuenta cuando veo que un presidente mexicano, que presume de su catolicismo, da el banderazo para festejar el famoso Día de la Constitución cada 5 de febrero. Famoso para muchos porque ese día no se labora, pero inexplicable para otros que desean saber qué efecto tuvo la fecha del pasado sobre la situación del presente.

La base de la Constitución Política actual en México se engendró oficialmente el 5 de febrero de 1857. Más de 150 años se ha tratado de seguir fielmente los derechos que cada mexicano tiene. ¿Pero por qué la necesidad de decretar una serie de normas que regulara el Estado Mexicano? ¿Qué acaso ayer como hoy no se entiende que el ser humano es esencialmente libre de pensamiento? La historia nos responde que sí fue una salida de emergencia, necesaria.

Antes de 1857, a pesar de la consumación de Independencia, el pueblo mexicano estaba atado al terrible poder que la Iglesia ejercía. Por lo tanto, promulgar esa Constitución reafirmaría lo que se había ganado con la Lucha de Independencia y pondría fin a esa manera sucia de actuar de la Iglesia. Apartaría el juzgado divino de los asuntos propiamente civiles y materiales.

Un gran descontento se llevaron los conservadores y los representantes de la Iglesia, sólo porque esta Constitución ponía a todos en su lugar de una vez por todas. La Constitución de 1857 no proponía derrumbar las iglesias y templos de adoración católica, sino desbaratar cualquier tipo de asociación clerical (de la Iglesia, pues) que desconociera los derechos civiles que el pueblo mexicano había conseguido en su reciente lucha contra la corona española. La Iglesia ya no podía andar por ahí enjuiciando a las personas, metiendo su mano en los asuntos que concernía a los civiles.

Al presidente de ese entonces, Ignacio Comonfort, le correspondía jurar por la Constitución, por la libertad del mexicano. Sin embargo, su alma católica no pudo y en lugar de defender al pueblo mexicano se unió a los funestos conservadores quienes, apoyados por la Iglesia, se levantaron contra quien defendiera la Constitución. Ese peso lo recibió Benito Juárez.

A la renuncia y cobardía de Comonfort, Benito Juárez se hizo cargo y aceptó, junto a sus compañeros liberales, la lucha que tomaría tres años. Ésta fue la Guerra de Reforma, un combate sangriento entre liberales y conservadores, donde la Iglesia pretendía hablar por los intereses del pueblo. La defensa de la Constitución derivó en una serie de decretos llamados Leyes de Reforma. En estas leyes se especificaba el lugar que tendría el Estado Mexicano sin la participación “funesta” de la Iglesia.

Con el triunfo de los liberales los bienes de la Iglesia pasaban a ser patrimonio de la Nación, y no tenía por qué haber una mezcolanza de asuntos clericales con los del Estado. Con la victoria, el proyecto nacional de Benito Juárez debilitaría a la Iglesia Católica, como puede leerse en el discurso de Juárez a la Nación: “indispensable proteger en la República con toda su autoridad, la libertad religiosa (7 de julio de 1859). A la Iglesia al fin de cuentas la dejó ser, pero lejos de asuntos estatales como de la educación.

Entonces, ¿qué hace un presidente que simpatiza públicamente con la Iglesia festejando el juramento y defensa de la Constitución contra el dominio clerical? La sangre no hubiera sido necesaria en aquel tiempo si la Iglesia no se hubiera puesto en contra de los derechos humanos. Es más, por cierto, ¿quién empezó la guerra? Vivimos en un México medianamente libre, todavía que vive en carne propia su proyecto de libertad iniciada hace 200 años, pero que hace 150 se levantó contra afortunadamente la Iglesia (tal parece, sin embargo, que este proyecto no se ha consumado).

lunes, 8 de septiembre de 2014

8. Conquista espiritual (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

Pintura de Leonardo Paz
Hernán Cortés entró al reino lacustre de Tenochtitlan, conquistándolo finalmente en 1521. Pero 300 años después el pueblo mestizo mexicano consiguió su emancipación definitiva de la corona española. Más allá de lo que pueda pensarse, fue el  clero (atestado de frailes) quien decidió derrumbar las obras arquitectónicas de los mexicas; Hernán Cortés, por lo contrario, tuvo cierto sentido de conservar lo que había sido Tenochtitlan, esto como muestra arqueológica a pesar de la recién conquista. Fue Hernán Cortés, después de todo, el conquistador filantrópico, cuya propuesta fue mal vista por los reyes de España.

La Iglesia derrumbó todo tipo de templo ceremonial, y con las ruinas aztecas se construyeron las nuevas edificaciones que darían sentido al actual recuerdo colonial de la Ciudad de México. Volúmenes de piedra tallada en elogio a los dioses aztecas sirvieron para los cimientos y pilares de las nuevas casas. El mestizaje arquitectónico no podía ocultar, sin embargo, el pasado.

Los frailes, enviados por la Iglesia, hicieron su conquista espiritual soterrando lo que había sido una ciudad levantada en historia cultural, de manera que derrumbar una piedra o enterrar un ídolo significaba también ocultar un sentido histórico del pueblo conquistado. Además, pues, de la conquista espiritual la Iglesia fue responsable de la amnesia histórica, la cual no iba a ser posible sin el ocultamiento total de Tenochtitlan.

No todo fue glorioso y orgullo para los conquistadores. Mucho tiempo después de ver en llamas los antiguos códices o bajo tierra las pirámides, hubo una nostalgia española sobre el desmoronamiento de la cultura azteca.  Fray Diego de Landa, por ejemplo, se sintió culpable y sabía que había cometido el error de quemar elementos mayas (ídolos y documentos) al evangelizar en la península de Yucatán. Después de caer en la cuenta, empezó su labor de reconstruir la historia.

De acuerdo con justo Sierra se destruyeron 5000 ídolos de diferentes formas y dimensiones, 13 grandes piedras utilizadas como altares, 22 piedras pequeñas labradas, 27 rollos con signos y jeroglíficos, toneladas de libros y 197 vasijas de todos los tamaños”.

La obra Relación de las cosas de Yucatán (1568) realizada por Fray Diego de Landa es un documento que coteja la historia de la cultura maya durante la conquista; se volvió referencia obligada para el estudio de la historia de México. Muy curiosamente, también más allá de lo que podría pensarse, el fraile fue muy estimado entre los habitantes.

Sospecho que quemar un castillo pirotécnico para las fiestas patrias, entre olor a pólvora y reflejo de luces en el cielo, es elogiar la amnesia histórica de los eventos reales iniciada ya en la conquista de México. El Estado mexicano quema y funde a los protagonistas de la lucha de independencia, grita un ¡viva! por ellos, los pone en moldes y los arroja enlatados, listos para su consumo dentro de cualquier salón de clases. ¿Qué están entendiendo los niños por dar el grito cada 16 de septiembre?

Fray Diego de Landa, pintura de Fernando Castro

domingo, 7 de septiembre de 2014

7. Censura política y clerical (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia


Ignacio Ramírez, El Nigromante, fue un liberal mexicano del siglo XIX, lúcido para responder al compromiso que había dejado la lucha de Independencia. Su pensamiento radical auténtico lo condujo a una vida agitada, de escape, provocada por los conservadores, incluso por el mismo pueblo a quien deseaba libre.

Cuando Diego Rivera alrededor de 1946 pintó el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, colocó a El Nigromante con un letrero que decía: “Dios no existe”. Precisamente ésa era la prédica con la que ingresó, muy joven, a la prestigiada Academia de Letrán en 1836. La sociedad contrariada lo nombró despectivamente “el nigromante”, es decir, el que habla con los muertos para predecir el futuro. Ignacio Ramírez convirtió la ofensa en su propio pseudónimo, signo de la lucha liberal contra el poder del clero político.

Aunque su discurso decía No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, a Diego Rivera le pareció conveniente colocar la sencilla fórmula para negar a Dios. Inmediatamente se hizo un revuelo en la Ciudad de México, los mismos estudiantes católicos agredieron el mural y se convocó a marchar para ocultar esa “blasfemia”. Rivera tuvo que cubrir ese fragmento del mural hasta que cambió aquella frase de “Dios no existe” por “Academia de Letrán 1936”. Una vez más, la lucha de Ignacio Ramírez fue censurada.

El mismo Porfirio Díaz, una vez instaurado como presidente del progreso (antes de la Revolución, por supuesto), censuró documentos biográficos de El Nigromante, porque las supuestas revelaciones del liberal podían alterar la “paz nacional”. Porfirio Díaz por razones personales copuló con la iglesia y engendró el hostigamiento a la intelectualidad mexicana durante treinta años. La literatura, naturalmente, no se apegó ni atacó estas normas, por lo que no puede considerarse como movimiento intelectual.

Hoy en día los presidentes continúan con la tradición de la censura con tal de no mover la supuesta puesta de tranquilidad nacional. Poco se habla de Ignacio Ramírez en el panorama de la liberación de México. Sólo equiparablemente, El Nigromante tuvo su contemporáneo alemán llamado Friedrich Nietzsche, del que todos bien o mal saben su lucha contra el pensamiento cristiano, aunque el mexicano todavía estuvo más enfocado a la praxis, fue más allá del ideal metafísico. Pero al final tengamos bien en cuenta de que cada uno por su parte, vivió e hizo con su grado de acción condicionado por el momento material histórico.

Exacto, deberíamos ponernos a pensar qué grado material festejamos al dar el grito cada 16 de septiembre. Ver cuál es el sentido retrógrada de volver, año tras año, a un movimiento histórico tergiversado en su historia y dirigido para su festejo por el Estado. ¿Cuánto cuestan los festejos? ¿No será este festejo justificación de muchos Estados para la repartición del capital entre su cenáculo político? ¿Acaso este grito simbólico no parece igual de ridículo que el de los años anteriores exceptuando al verdadero grito material de 1810?

Dar el grito en México es en realidad un símbolo vacío, falso, que no llena espiritualmente al cuerpo material en el que vivimos, el mismo cuerpo que amanece todos los días sobre las mismas condiciones sociales. Esto a menos que, desde ahora, haya una praxis del no festejo.

 

sábado, 6 de septiembre de 2014

6. Baches (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia


Después de las lluvias aparecen los baches. Al sexto día del apocalipsis los baches terminan por minar nuestro paseo; la ociosidad se complica entre tanto cráter citadino, el camino por la calle se convierte en interés espeleológico, y algunos ya encuentran metales preciosos en lo que otrora fue chapopote puro.

Si la ciudad es representación del alma, el mexicano tiene rupturas, cicatrices y corazón fractal. Qué idea romántica es ésta, que se despacha de un solo tiro la necesidad de hacer un estudio riguroso sobre el ser del mexicano, ya que en realidad el mexicano, en su ser, es más universal que como lo pintan, sobrio y serio, sobre los murales, por ejemplo. El mexicano puede ser tan oscuro como los alemanes o elegante como los ingleses; pero no nos engañemos en estereotipos: los alemanes pueden ser tan perezosos y claros como cualquier otro ser humano en el mundo. Lo mismo se podría decir que el inglés “tiene rupturas, cicatrices y corazón fractal”.

La idea de explicar al mexicano por medio de metáforas baratas (¡esperen un momento!, ¿qué es barato?, ¿acaso la economía ha condicionado el lenguaje?). Recapitulemos: La idea de explicar, pues, al mexicano por medio de metáforas de sencilla construcción atañe más al asunto de mistificarlo que de esclarecerlo. Mientras más oscura sea la definición sobre el mexicano hay menos compromiso social. Ahí, el poeta que se propone hablar sobre la mexicanidad no hará más que echar a perder el proyecto si repara en metáforas sublimes.

Todos alguna vez cometimos el atropello de imaginar que el mexicano ideal es aquél que se parece más, al menos en indumentaria, a Chano y Chon de los Polivoces. Las imágenes que nos ofrecen los escritores más profundos sobre el mexicano, son igual de ridículas que la creación de los Polivoces, excepto que el fin de Chano y Chon era hacer comedia con el estereotipo.

Habrá que tener en cuenta que el estereotipo moldea una imagen general sobre algo, y por lo tanto falsa de lo que representa. El estereotipo crea necesidades en lugar de resolverlas. La cultura auténtica mexicana no cabe en un sombrero cuya leyenda reza: “¡Que viva México!”, no cabe en los zarapes ni en las trompetitas tricolores. Digo que ya no cabe en esas imágenes porque en el momento en que una vestimenta se vuelve útil y práctica para una función en especial, se convierte en mercado y, por lo tanto, fetiche.

Las calles principales de la ciudad estarán, en los próximos días, accidentadas de baches y de puestos ambulantes. La ideología que llueve sobre la imagen del mexicano todavía responde a un mercado pobre, cuyo regateo de la prenda denigra más las manos que detrás laboraron para tejer una única bandera. ¿Por qué entonces estos puestos patrios ambulantes no viven sino sólo en septiembre “mes de la patria”? Por la sinceridad de la gente mexicana que desconoce una identidad supuesta y súperpuesta por el Estado durante los meses en que no hay nada patrio qué festejar.

Estos baches no son por ningún motivo la representación del alma mexicana, sino las extensiones desmoronadas del dominio del Estado. Veamos este hecho de las calles para notar cómo una decisión del gobierno federal determina y condiciona nuestro caminar accidentado, nuestro verdadero andar tangible, incluso determinaría, por ejemplo, que cada quien busque rutas y atajos, maneras de sondear las ranuras.

Cuando no hay baches, hay topes todo el año, ese levantamiento abrupto reductor de velocidad, un discurso expectorante del Estado sobre los caminos. El bache más grande es sin duda el día del grito, un espacio incómodo para la reflexión sobre el mexicano, en donde abundan las lenguas viperinas y que siempre terminan su hablar con el vacío del Que viva… Méx… Los que pretendan hablar del ser del mexicano deberán ofrecer un camino legible, nada de asuntos profundos como los baches.

viernes, 5 de septiembre de 2014

5. Chubascos (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

En lugar de Batalla aquí vemos un partido amistoso entre Francia y México

La lluvia podría ser, en realidad, aguafiestas del mes patrio. La misma lluvia que cae sobre el pedazo de tierra que es México ayudó a que en 1862 el ejército francés disminuyera sus fuerzas antes de su entrada, y así se ganara la gloriosa Batalla de Puebla, festejada cada 5 de mayo. Sin duda hay momentos claves y azarosos sobre los que se pone tanta fe como para echar la montaña sobre Mahoma.

La Batalla de Puebla representa el primer triunfo mexicano sobre la intervención extranjera. Esta batalla, con todo y su lluvia decisiva, sólo aplazó la instauración del Segundo Imperio Mexicano apenas en 1863, dirigido por Maximiliano I. Los realmente “ganones” de todo esto fueron, además de Francia, los siempre indeseables conservadores de México y la Iglesia Católica.

Creo que de manera similar sucede en México cuando una lluvia aguada la fiesta patria. Una lluvia puede provocar que se cancele el grito sobre la plaza pública, apagando los corazones de los mexicanos que de buena voluntad deseaban gritarle no sé a quién. ¿Gritar en contra de la opresión junto al Presidente Municipal, en el balcón, con la campana y bandera en mano? Pero también esta lluvia sólo puede aplazar el festejo, si no unos días hasta el año siguiente; lo aplaza, pues, y después viene el festejo (con todo y su atractivo pirotécnico) tal y como vino el Segundo Imperio Mexicano.

¿Acaso no serán los conservadores y la Iglesia Católica, otra vez, beneficiarios de que se festeje el grito de Independencia? Existe la alianza cuasi-eterna entre el Estado y la Iglesia, por más que digan que no emparentan. La iglesia legitima el mando del Estado, mientras el Estado responde con el permiso del uso de las calles principales para el pago de las mandas.

En recientes años los Presidentes de México han demostrado ser férreos católicos al recibir personalmente al representante de Dios en la Tierra (Papa), y al escalar presurosos el mito del Tepeyac. Entonces un halo luminoso los cubre y protege para saber mandar al pueblo. Por supuesto, de acuerdo con esta lógica, deberíamos creer que El Santo y Blue Demon son sus secretarios.

Hasta hoy reparo en que El Santo y Blue Demon (también conocido como El Manotas) son la fuerza antagónica, el ying y el yang, el arriba y el abajo, el negro y el blanco, el zurdo y el izquierdo. Para estas fiestas patrias y con lluvia, como que se antoja encender el televisor y descubrir cómo un cardenal mexicano, sobre un ring improvisado, se agarra a guamazos con un fiel católico que acaba de asegurar que no encontró a Dios en la cárcel.

Ah pero cómo se pasa la vida. Café, lluvia, tú, yo… No sé, no lo pensé. 

jueves, 4 de septiembre de 2014

4. Monumentos patrios (o cómo sobrevivir al mes patrio)

por Mario Note Valencia

El Pípila de Guanajuato
Observando la topografía culinaria de unos huevos con chorizo sobre el plato, a los que se les agregan rodajas de jitomate, me da la sensación de una escena gloriosa que redime la situación postrera de unos huevos incubados, o bien, cada uno de los alimentos por separado cuyo último fin, respecto a la vida humana, es un plato potencial de huevos con chorizo.

En México hay tres tipos de monumentos que responden a tres formas de representación. Estos monumentos pueden representar: 1) el inicio bélico de un evento, 2) la representación del triunfo, o 3) simples dorsos de carácter solemne, como los que aparecen en las míticas monografías de contorno azul, o los que se utilizan en mausoleos y rotondas.

Los que más llaman la atención durante las fiestas patrias son aquellos monumentos que tratan del inicio de la Independencia. No vemos a un Hidalgo reposando después de levantarse en armas, sino rompiendo las simbólicas cadenas con un rostro de furia. Los monumentos patrios son rostros furiosos, cuya petrificación se parece tanto a la no cocción de los alimentos. Pero al parecer más convence un rostro amargo que uno descansado con la consumación de su victoria.

Cosa curiosa que pasa en México es que, por ejemplo, se ensalzan más las figuras prehispánicas. Desde Yucatán hasta una buena parte de occidente vemos a los reinos mesoamericanos prosperando sobre una glorieta pétrea y citadina. En su postura de soberanos, jamás los escultores son obligados a representar un pueblo que derribó con piedras a Moctezuma inmediatamente después de la caída de Tenochtitlan.

Como podemos ver, la postura de los antiguos mexicas son configuraciones no menos míticas que los rostros impávidos de los independentistas, justo en posiciones de lucha. Todavía creo que la historia oficial sobre los niños héroes (del Castillo de Chapultepec) es más falsa que la posible ingesta del chicle de Talpa.

Los monumentos públicos alusivos a la lucha de Independencia representan sólo el inicio bélico del evento. En su estado de furia y rebelión, la permanencia de estas imágenes pueden llegar a parecer tan cotidianas y cíclicas que lo más natural sea, cada año, dar el grito para permanecer siempre en el estado de furia e inconformidad. Pero ¿cuál fue el destino de esta lucha? ¿Alguna vez pudo descansar Miguel Hidalgo?

Las imágenes de cualquier tipo provocan y estimulan la imaginación, y esta imaginación se conecta con alguna creencia. Me parece curioso que en Guanajuato el monumento que sobresalga en la ciudad sea el personaje del Pípila, quien nunca deja su brazo descansar del fuego. Ese monumento para la eternidad citadina deberá de rediseñarse en los próximos años si se desea que los habitantes cumplan, en sus más profundos sueños, por fin la hazaña de que el Pípila encienda la Alhóndiga de Granaditas. De nada sirve llevar el fuego en lo alto, si no hay lugar dónde alumbrar o echarle fuego.

Este Pípila tiene, sin embargo, la pose de parecerse más a Prometeo, el que robó el fuego a los dioses para dárselo a los mortales. Eso es lo que a veces veo en el Pípila de Guanajuato, y de algún modo siento que eso lo salva de todos los demás monumentos patrios. No se muestra a un Pípila asustadizo, encorvado por la piedra sobre su espalda. Pero insisto en que algún día habrá que salir de esos pasos embrionarios de toda lucha: pasar del grito a la acción.

No es lo mismo dar el grito que entrar en la lucha. El arte de los monumentos, bien o mal hechos, tienen la misma provocación en el espectador si su objetivo es representar hechos históricos. Creo que El David de Miguel Ángel no hubiera sido lo mismo si el artista se hubiera propuesto retratar a un David furioso en lugar de su rostro sereno y firme previo a la pelea con Goliat.

Otro detalle es que si se hacen monumentos con posturas serenas  de los independentistas, puede acusarse de inducción a la pereza o mistificación de los hechos. Hace falta, por otro lado, que también le demos vuelta a la página, mostrar en los monumentos a un Hidalgo que reflexiona lo que en realidad nos debe interesar históricamente, es decir, las razones de la lucha.

Aunque no corresponde al mes de septiembre, Benito Juárez también ha sido utilizado por el Estado para otorgar una dirección al “arte popular”, público. Poco importa lo que significaron las leyes de Reforma si podemos tomarnos una fotografía al pie de un monumento en la Alameda. Poco importa en qué consistió la lucha de Independencia si podemos jactarnos de ir o no ir a dar el grito. Poco importa jactarse de tener héroes nacionales a los que conviene más tener en mausoleos que de provocadores contra el gobierno del Estado. Poco importa, pues, saber las razones de los actos si lo que incumbe es el presente e “ir al paso del progreso”.

Si no tiene sentido ver el pasado, para qué darle importancia histórica a un festejo que bien puede ser equiparado a las fiestas de la primavera y a las elecciones de Nuestra Belleza México.