lunes, 24 de enero de 2011

Cuando existe una injusta injusticia


I
Siempre es importante guardar una copia de los documentos que, de alguna manera u otra, regulan nuestras relaciones sociales. Hablo en este caso de lo laboral: los contratos.
Vamos.
II
Cuando se tiene la copia de un documento, se comprueba que el original existió; tal prueba es una gran herramienta para cualquier problema inesperado que se presente. El caso de la vida real (aunque suene telenovelesco) que a continuación redactaré, tiene que ver con la triste historia del hombre que firmó su propia renuncia.
            Al principio no suena tan grave que un hombre haya firmado su renuncia; lo que en realidad sucede es que este hombre ya es viejo, no sabe leer y poco le faltaba para jubilarse. La empresa, una empacadora de limón, fue quien le puso una trampa, al aprovecharse que no sabía leer, le dijeron que firmara con su pulgar un documento cualquiera. Tiempo después le afirmaron que él había aceptado renunciar.
            –Pero ¿qué? –imaginemos que habría dicho esto; después de tantos años de servirle.
            Ahora la familia del señor le reclama a sus oídos que por qué no pidió que le leyeran el papel.
            –Debes buscarte unos abogados –otros aconsejan.
            –No sé si se pueda hacer algo –él contesta.

III
Conozco a este viejo porque en mi niñez fui varias veces al corte de limón, y él era quien nos recogía en su camioneta o en un gran torton de la empresa. Hasta hace pocos años que dejé de desempeñar aquel trabajo y todavía me acuerdo muy bien, qué tan duro es el asunto del campo, esto cuando veo a una familia esperando su transporte que los lleve a la limonera. Tal dirección de trabajos llevó a mi familia conocer a aquel señor, y ahora cada vez que lo saludo, me acuerdo de que detrás de él existe una traición; bueno, hay algunas veces que no me acuerdo: que por el maldito dinero le hicieron firmar su renuncia.
             Pero hay algo que rescato de todas estas imágenes injustas: este viejo ya es un sabio, que no por nada, como se dice aquí en Tecomán, tiene los años. Aunque no sepa leer, hay cosas qué aprender de él, cosas que no se aprenden en los libros. Y es injusto, para recalcar, que haya personas que no les importe la vida de los demás, inclusive cuando son a los sabios contra quienes atentan; gente ignorante con títulos mal ganados. Podríamos entrar ahora a un debate sobre quiénes sí merecen nuestro respeto y quiénes son simplemente una bacteria para la sociedad; pero ese asunto, mi lector efímero, ya es otra redacción.
            Honestamente: Marionote.

sábado, 15 de enero de 2011

Hablemos de signo a signo


 Preámbulo: ayer han dado la noticia de que un nuevo signo zodiacal se ha descubierto, pero en realidad me he dado cuenta en otras fuentes de que esto no era algo nuevo.
Ofiuco, el nuevo signo.
            Toda persona actual lucha por identificarse ante los demás. A cierta edad decidimos cómo vestirnos, qué música escuchar y hasta cómo hablar frente a personas específicas; pues al final de cuentas eso nos identificará en la sociedad.
            Hay otra cuestión que identifica a las personas: la fecha de su nacimiento. Tal día determina un signo zodiacal: el cual, cuando supimos, creíamos en las predicciones de un géminis, virgo, leo, libra, etc., sus contradicciones y compatibilidades. Esos pronósticos encajaban muy bien con uno, decían la verdad y nunca erraban. Pero eso sí, aceptábamos las predicciones buenas como “prosperará en el trabajo” o “en el amor le irá muy bien”; y no creíamos en un “debe cuidarse, alguien le prepara un complot” o “el amor se alejará de usted”.
            El caso es que la gente común y corriente –como nosotros–, no están inmiscuidos en lo espiritual, es decir, no tenemos idea de dónde vienen los signos zodiacales (o a lo mejor usted sí lector efímero); pero lo aceptamos como un complemento más de la vida social, que se puede tomar o dejar. Para quienes lo toman, y hasta se han tatuado su signo zodiacal en toda la espalda, hay una tremenda noticia: un signo había pasado desapercibido en las estrellas durante todos estos años, y viene a reclamar su lugar en el calendario. Así es lector o lectora, el nuevo signo lleva por nombre Ofiuco y ha de mover todas las temporadas de los signos. Ahora son trece, nada mal.
            El problema recae en la impresión que se llevarán las personas fieles a su signo del zodiaco, a esos horóscopos mañaneros de la televisión. Y es que por ejemplo, si yo era sagitario, ahora probablemente sea libra o escorpión, porque sagitario quedaría hasta el mes de enero (eso han dicho en las noticias). Y sin más explicación, vienen las preguntas devastadoras: ¿qué ha pasado entonces todos estos años?; ¿hemos vividos en el engaño? Ya los espiritualistas darán una solución, pues no es un asunto leve, tan solo pensemos en todo lo creado hasta entonces… Primero la caricatura Los caballeros del Zodiaco; los calendarios creados bajo señalamiento de los signos; los tatuajes en la espalda; los correos electrónicos con un guion bajo seguido de mi signo zodiacal; además de todas las mañanas en la que me levantaba y encendía el televisor para escuchar mi horóscopo, aunque todas las méndigas predicciones se parecieran. ¿Qué pasará?
            Pero bueno, esto importa poco para La cultura efímera, incluso, sale sobrando; pero aun así conviene redactar esta situación de la actualidad, ya que es clave para entender cómo es una “cultura efímera”, que dura poco, que cambia a cada momento; un día creemos en algo, al otro día ya no. Es nuestra necesidad de creer y crecer con ese pensamiento. Pensamos que no nos basta lo que hay alrededor –eso que podemos tocar–, y por eso buscamos vagas ideas de personas distantes y desconocidas que aparecen en la televisión, en la radio o en cualquier medio de comunicación para prevenirnos del futuro. Pero ¿a qué le tenemos miedo? ¿al futuro?
            La verdad es que me agrada hacer un melodrama con todo esto: si van a cambiar de posición los signos zodiacales, que los cambien; luego trataré de borrarme ese tatuaje de mi espalda. ¿Qué piensa usted? Sus pensamientos son bienvenidos. Buena suerte.
            Honestamente: Marionote.

jueves, 6 de enero de 2011

En la edad de los deseos


 ¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad.

Simone De Beauvoir


Yo creo que los favores no deben de olvidarse, como no debe olvidarse que la vida de niño vale mucho. Pero en aquellos tiempos uno no piensa en eso; todo es más sencillo, o más difícil.


           Llegué de mi trabajo temporal, cuando me advirtieron que una de mis pestañas reposaba en una de mis ojeras. Yo me la iba a quitar con mis dedos empolvados de tierra… ¡Espera! Me dijeron. Pues bien, me quitaron la susodicha pestaña entre los dedos de una persona menor que yo. Después me dijo: “pide un deseo, luego dime dónde crees que está tu pestaña: ¿arriba o abajo?”
            Rememoré ese juego de niños que no cuesta nada, que es sano y a la vez deliciosamente intrigante. El juego consiste que cuando a uno se le cae la pestaña, se tiene la oportunidad de pedir un deseo, y si se es acertado de si la pestaña quedará en la yema de arriba o de abajo, el deseo se cumple.
            Pero después de mucho tiempo, quizá, no me había puesto a pensar en algún deseo, personal y secreto. No perdía, sin embargo, nada con desear algo en un simple juego pueril. Además, a mi edad ¿qué podría yo pedir? Ya no me veo como un niño... Pero puse mi deseo en el pensamiento. Así que llegó la hora de adivinar en qué yema de qué dedo había quedado la pestaña, si arriba o abajo. Afortunadamente le atiné; mi deseo, seguramente, comenzaría a forjarse. Para esto mi lector efímero, yo seguiría con mi vida normal cuando la misma persona me pregunta: “¿vuela o no vuela?”
            Oigan, esperen, eso no es del juego original: ¿qué es eso que después tengas que adivinar si la pestaña sale volando de la yema o no con el aliento de la boca? Veo que los juegos siguen evolucionando, incluso éstos que son baratos y una maravilla. Preocupado por el segundo acertijo, no fue necesario contestarlo. La otra persona me dijo que no había problema, que con el primer acertijo bastaba. Me apacigüé.
            Diga usted lector o lectora efímera, ¿recuerda algún deseo que haya pedido hace mucho tiempo? Y ¿qué pediría ahora? No lo mencione, mejor espere a que una pestaña se le desprenda involuntariamente. Verdad es, que desear no cuesta nada.
            Honestamente: MarioNote.