jueves, 26 de junio de 2014

Acerca de por qué, en realidad, lo cotidiano no es bueno

por Mario Note Valencia


 ¿Por qué lo cotidiano ya no es realmente bueno? Esta es una de las preguntas que hace tiempo me hice sin tener que responderla con atropellos, y ni siquiera sin tener criterio al formulármela. Hoy, por ejemplo, sería inadecuado decir “bueno” o “malo”. ¿Por qué, entonces, lo cotidiano ya no es adecuado? Creo que no es que en algún momento deje de ser adecuado sino que implica un estacionamiento de una conciencia cultural, de “responder” a la dinámica social de manera pasiva. Hace tiempo también comentaba, a vecinos de mi edad y de la misma ciudad, que si querían saber qué era “cultura” tendríamos que ver que la cultura de nuestra Ciudad era definida por todos los elementos perceptibles de ella. Así empezamos a aceptar y reinterpretar la realidad. Aunque fuimos sinceros: desde ese grado de aceptación, ya tomábamos conciencia de elementos culturales que, por su introducción violenta a nuestras vidas, deseábamos poder cambiar (como los campos deportivos generadores de ruido y problemas impredecibles entre sujetos). Ahora entendemos que esa cultura era descrita como el escenario de conflictos ideológicos, aunado a la decadencia de los valores de una hegemonía. La cultura experimentada quizá sólo a través de lo cotidiano se revela en su estadio decadente: si lo cotidiano es poner conciencia sobre la cultura (decadente), deberíamos desprendernos. 

miércoles, 25 de junio de 2014

Pistas para redimirse de la presencia de los ‘bocas flojas’

por Charlie Chancro


a toda la humanidad,
excepto a los bocas flojas que conozco y a los que,
si la suerte está de mi lado, no conoceré nunca

Ojalá no tenga nada que ver con ustedes en ninguna de mis extensiones cuánticas, de universos paralelos, que ninguno de esos trazos se tenga que cruzar con la siempre debilidad de ustedes. A ustedes los llamaré (para ahorrarme el nombramiento de cada uno y para dar por abandonada la empresa de rescatarlos del foso de oro en donde se encuentran) bocas flojas. Bocas flojas porque casi todo (aquí con “casi todo” declaro mi última expresión de compasión), casi todo lo que ustedes ponen en su boca se desmorona al primer cuestionamiento.
            Para que mis colegas puedan reconocerlos daré a conocer su indeseable manera de actuar en lo cotidiano:

1.    A su disposición tienen bibliotecas que usan como retretes y espejos. Si uno se acerca apresuran sus manos para ponerlas sobre cualquier libro cuya portada denote cualquier tipo de  curiosidad. En ustedes la curiosidad se llama tedio y parecen más ratas que ratones de bibliotecas.
2.     Como bocas flojas también tienen la indecencia de escupir en el rostro para dar a conocer lo que su enferma vista ve del mundo. Se la pasa, de gente en gente, expectorando sus ideas igual de flojas que sus bocas.
3.       Son ateos certificados; cuando lanzan ladrillos (o puro polvo) esconden la mano. Son bichos en cuyas patas esconden parásitos acarreados de sus aposentos. Las reuniones de estos bichos contagiosos de enfermedades pueden alterar inadecuadamente los espacios.
4.   Son siervos y en ellos se cultiva la personalidad moldeable para pertenecer a los gremios. Se enojan si se les llama lo que son: burócratas.
5.    Entre todo, por cierto, es gente estudiada que no ha podido graduarse nunca de la inmadura escuela secundaria. Les apetece la idea de ser embriones para la eternidad, y como flojos no suponen lo real, lo inmediato.
6.    A ustedes, bocas flojas, olvidan que el regalo con pregonero ni lo pedimos ni lo queremos. Aunque ya visto qué regalo, mejor ni regalo ni nada.
7.    Ojalá nunca los hubiera conocido y puesto en ustedes una posibilidad de caminos unidos. Y si tejí un camino con ustedes, aseguro que ya lo he soterrado. De manera que me costó tiempo aceptar sus vicios dentro de lo humano, y al aceptarlo recuperar el paso veloz que perdí por esperarlos.
8.   Condeno la presencia de todas las bocas flojas que en cualquier institución de ciencias humanas, cualquiera en la que valga la pena introducirse. Condeno a las instituciones y sus directivos que ante todo, ante la evidencia decepcionante de estos bocas, permiten su existencia.
9.  A estos bocas flojas los llaman estudiantes, pero no son más que siervos disciplinados, buenos chicos, a dirigirse como ladre el perro y los espante. Son ovejas del capitalismo, porque a través de los trucos que el capitalismo engendra, apantalla a los bocas y les da lo que desean: fantasía. (De ahí que papá les preste el llavero para que se entretengan). Los Estudios Culturales, si es que lo alcanzan, son para bocas flojas. En cambio, para nosotros, colegas, existe el campo de la teoría crítica de la cultura.

Como  característica periférica, por si acaso éstas no bastan para identificarlos, ustedes el único bien humano que pueden hacer por nosotros es desaparecer de estos ámbitos. Que no por mantener la boca cerrada, su flojedad encontrará un estado mejor para su estancia en la palabra. Ustedes son el síntoma de que en la educación se multiplique la debilidad. Culpables de que en la casa se trabaje de más, horas extras desmedidas, de que se entorpezca el camino a la crítica. Para ustedes no existe un sentido de crítica más que el que pueden adoptar de sus patrones; por otro lado, ustedes desvirtúan todo: la voz del mundo, las de sus personas cercanas, las del amor, la ciudad, la familia, la voz de las ideas execrables, la voz incluso de este discurso.
Adelante, pueden irse ya y desaparecer. Hay más personas auténticas esperando en su estado de pobreza capital, en oportunidades de espacios y fuentes de conocimiento, pero con grandes ideas, con más poesía en su ser que la que se encuentra en las antologías de biblioteca. Ustedes, bueno, no entenderían. Tantas personas a las que he visto cómo se contaminan de sus perversiones sobre el arte. Abur, llorones e irresponsables.

De un filósofo alemán, como si hablara de ustedes:

De los doctos
[…]
«Pero ellos están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente espectadores, y se guardan de sentar­se allí donde el sol abrasa los escalones.
Semejantes a quienes se paran en la calle y miran boquia­biertos a la gente que pasa: así aguardan también ellos y mi­ran boquiabiertos a los pensamientos que otros han pensado.
Si se los toca con las manos, levantan, sin quererlo, polvo a su alrededor, como si fueran sacos de harina; ¿pero quién adi­vinaría que su polvo procede del grano y de la amarilla delicia de los campos de estío?
Cuando se las dan de sabios, sus pequeñas sentencias y ver­dades me hacen tiritar de frío: en su sabiduría hay a menudo un olor como si procediese de la ciénaga: y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a la rana!
(…)
Trabajan igual que molinos y morteros: ¡basta con echarles nuestros cereales! –ellos saben moler bien el grano y conver­tirlo en polvo blanco.
Se miran unos a otros los dedos y no se fían del mejor. Son hábiles en inventar astucias pequeñas, aguardan a aquellos cuya ciencia anda con pies tullidos, aguardan igual que ara­ñas.
Siempre les he visto preparar veneno con cautela; y siem­pre, al hacerlo, se cubrían los dedos con guantes de cristal.
También saben jugar con dados falsos; y los he encontrado jugando con tanto ardor que al hacerlo sudaban.
Somos recíprocamente extraños, y sus virtudes repugnan a mi gusto aún más que sus falsedades y sus dados engañosos.
Y cuando yo habitaba entre ellos habitaba por encima de ellos. Por esto se enojaron conmigo.
No quieren siquiera oír decir que alguien camina por enci­ma de sus cabezas; y por ello colocaron maderas, tierra e in­mundicias entre mí y sus cabezas.
Entre ellos y yo han colocado las faltas y debilidades de to­dos los hombres:  «techo falso» llaman a esto en sus casas.
Mas, a pesar de todo, con mis pensamientos camino por encima de sus cabezas; y aun cuando yo quisiera caminar so­bre mis propios errores, continuaría estando por encima de ellos y de sus cabezas.
Pues los hombres no son iguales: así habla la justicia, ¡y lo que yo quiero, eso a ellos no les ha sido lícito quererlo!» (p. 666). 

lunes, 23 de junio de 2014

Jesús Leticia Mendoza Pérez y la impronta que he seguido

por Mario Note Valencia


 Reproduzco de manera íntegra el comentario que hice al libro Impronta femenina de Jesús Leticia Mendoza Pérez. Puedo contar que Leticia publicaba artículos de manera regular en el suplemento semanal de un periódico universitario, cuyo nombre de la columna era, precisamente, “Impronta femenina”. Me enteré de sus publicaciones por curioso azar o por una especie de misticismo mientras caminaba adosado a un río que atraviesa la ciudad. Después de ese descubrimiento, la seguí leyendo. Tiempo después, luego de compartir impresiones a través de correos electrónicos, Jesús Leticia me comentó que haría un libro con todas sus publicaciones de “Impronta femenina”. Por un motivo y otro, serie de consecuencias, en octubre de 2012 un compromiso estimuló la escritura de varias impresiones acerca de este libro de Jesús Leticia, profesora que dirigió varios de los cursos que tomé de filosofía y literatura. 
23 de junio de 2014

La impronta que he seguido

La suerte que nos ha llevado a estar en este día y bajo el influjo de estas circunstancias, no ha sido más que, podemos decir, la disposición gradual y natural de los hechos. Quiero dejar los pormenores de la obra a la misma autora, a usted, maestra Lety, para que sea de su propia voz y no de otra, que notemos respirar sus artículos que contiene “Impronta femenina”, en verdad una impronta, una huella, una marca, un camino de donde lo primero que se puede deducir es: que a pesar de su ausencia, maestra, su obra seguirá dialogando con los lectores, con nosotros (éste es el triunfo de la literatura, éste es el verdadero juego de la humanidad). Yo me quedo, pues, con sus artículos y con el peculiar recuerdo que tengo de ellos cada vez que me toca notar su libro, ahora, entre mi breve biblioteca personal. Releo, por ejemplo, aquel artículo que habla de su abuela, y cuando usted habla de ella, tiene una voz filantrópica, de amor familiar, hay una mirada que no pretendo escudriñar cuando miro la misma portada que atrapó mi atención, ¿hace más de un año? ¡Cómo pasa el tiempo! La imagen de su abuela que galardona la edición de su libro, que es asimismo un acto de justicia…

(Aquí intervengo en una explicación oral acerca de cómo vine a enterarme de las publicaciones; cómo la leí en vacaciones; la humildad que siempre conservó; así como un mensaje electrónico que le envié)

No recuerdo ya, maestra, qué le dije en aquel mensaje. Creo que es difícil tener en la memoria palabras de diálogos especiales, acaso apenas logramos mantener la sensación, sorpresa o alegría, con que se lee cualquier palabra que vaya dirigido hacia nosotros, de manera personal. Pero si se trata de dialogar con Jesús Leticia-escritora, hablar de sus letras, su escritura, debo agradecer, primero, ciertos aspectos que no quiero que pasen desapercibidos:

(Aquí otra intervención para comentar la humanidad de la autora, su sensibilidad artística, su sinceridad y la correspondencia temperamental que hay entre la autora y su obra)

Más allá del aula de clase, recuerdo algunas impresiones de sus cuentos, sobre todo. En su cuento titulado “El rosal blanco” viví un correlato que me conmovió hasta los huesos porque, así como usted, yo también… Bueno, dejo al público la lectura, no quiero predisponerlos, no queremos arrancarles la primera impresión. Por otro lado, el cuento “Las Panateneas” acaso contiene un elemento que permea su literatura: la fragilidad, el cristal impoluto, y el sorpresivo final: hermoso y complicado desenlace, a mi parecer. En su relato sobre “Esperanza Rivera Trasviña”, la eterna abuela, la mujer inmortalizada hasta que el lenguaje de la palabra exista, coloca una expresión que dejo también al público el descubrimiento de ella, verdadera melodía oracional; quiero decir que, con una frase explica cómo, especialmente, llega el amor a su abuela. Después, en persona, cuando le comenté sobre la mujer que era su abuela, usted me dijo: “Fue una mujer muy bella”; yo asentí, casi automáticamente, sin importarme la transgresión del tiempo. Es esa mirada, esa mirada que, de pronto, me hace recordar lo que un escritor mexicano dijo: en Yucatán el amor vive bajo la tierra, en los cenotes, en el agua subterránea, transparente, lúcida, secreta, pero que resplandece, de pronto, en los ojos de sus habitantes…

Estoy de acuerdo con usted, maestra Lety, cuando dice que la mujer es el ser humano creado con el material más resistente, dispersión de luz policroma, así dice: el diamante. Una vez le dijeron a Van Gogh: para que un hombre pueda ser hombre, es necesario que sobre él una mujer insufle aire.

Hagamos Filosofía del Lenguaje. La palabra es una prisión para el sentido. El sentido anhela ser liberado, encontrado, rescatado, de esa prisión natural que se llama lenguaje. El llanto y la risa, la alegría y su llanto, son implosiones que descargan esa bella frustración del ser humano y que, sin duda, demuestran que más allá de la palabra está un lenguaje universal: la emoción, los sentimientos. Aquí y en China el llanto es llanto; la sonrisa, sonrisa; los besos, besos; el abrazo, abrazo.

Por último, y no por eso menos importante: La mujer es lenguaje universal, pero nadie la sabe repetida; tiene el amor, sí, el amor que reverbera sutilmente en sus ojos, después de que ya ha entrado más de una vez en su pecho florido. La mujer es la mirada auténtica, la mirada que deja impronta. Gracias, y felicidades, maestra Leticia.

Octubre de 2012

lunes, 16 de junio de 2014

Mitos longevos en las voces de un padre

por Mario Note Valencia


a la redención de nuestros padres
(amigos, abuelos, hermanos mayores)

Una de las palabras que encuentro más estimulantes en la escritura es dédalo que significa, entre muchas cosas, laberinto. Pero este término nos recuerda de inmediato a Dédalo, que además de ser padre, fue un gran arquitecto, único diseñador del mítico laberinto en la isla de Creta. ¿Quién no recuerda el mito de Teseo y el Minotauro?, ¿de la ayuda imprescindible de Ariadna?, ¿de la isla protegida por gigantes? Entre los lugares que encierran mitos y los libera a través de los tiempos, Creta es uno de esos continentes de mitos, como el que se refiere a Dédalo e Ícaro.


Como todos recordaremos, el mito nos cuenta que cuando Teseo logra matar al Minotauro, el rey Minos se enoja con Dédalo porque asegura que alguien (es decir, Teseo) había podido burlar el gran laberinto que había construido. Lo que no sabía Minos era que Dédalo fue quien le mostró a Ariadna y a Teseo cómo entrar y salir del intrincado lugar.

El rey Minos decide echar a la isla de Creta a Dédalo y a Ícaro, el hijo de este gran arquitecto. Estando en la isla y planeando escaparse, Dédalo diseña, con plumas de ave y cera de abejas, unas alas para escapar del lugar. Al comprobar que su hijo podía volar, Dédalo le aconseja que no vuele demasiado bajo ni demasiado alto.


Ícaro, sin embargo, en pleno vuelo siente la euforia de su libertad, se siente vanagloriado por tal posibilidad del vuelo que, sin percatarse, se acerca cada vez más al calor del sol. El sol derrite la cera con que se sujetaban las alas; irremediablemente Ícaro cae al mar. Las antiguas lenguas viperinas dijeron alguna vez que con la muerte de Ícaro se fundó el actual Mar de Icaria.


Los mitos y las cosas del mundo:
¿por qué Dédalo e Ícaro?

Según la teoría, los mitos siempre nos cuentan el génesis de los objetos del mundo. En este caso, el de un mar ubicado en Europa. Pero entonces qué hay de la historia. Algo muy importante es que decir mito no es decir fábula o moraleja. Los mitos no enseñan nada más que la historia en algún lugar y tiempo remotos. Lo que sí guardan los mitos son los modelos ancestrales de la humanidad, como es la imagen de la madre, los ancianos, los dioses y en este caso el del padre.

Se dice también de los mitos que éstos, queramos o no y dependiendo del contexto cultural, sobreviven al tiempo y regresan a nosotros de diversas maneras. Por ejemplo, quizá alguno de nosotros, sin darse cuenta, ya haya vivido el mito de Teseo y del Minotauro. Quizá alguien ahora mismo encuentre una semejanza de ese mito con algo que le acaba de suceder en su escuela, el trabajo o en la familia. ¿Quién no ha entrado en terrenos sinuosos de la experiencia cotidiana y salido victorioso?, pero, es cierto, ¿quién no ha sido alguna vez un terrible monstruo que habita en un laberinto?

¿Quién no ha representado el vuelo de Ícaro?




* * *
El día de ayer, 15 de junio de 2014, se festejó el Día del Padre. Las plataformas informáticas de la internet se llenaron de felicitaciones. Entre los diversos carteles que llegaron a mi vista, vi uno en especial que llevaba la representación de diversos trabajos del padre. El desenlace de dicho cartel me tremoló el espíritu de domingo, me transportó al mito de Dédalo, el padre, e Ícaro, el hijo. Me imagino que una sinuosa mano milenaria se coló en las energías creativas del creador del cartel, y lo hizo desencadenar el momento de tensión en donde una vez dejado al hijo volar, está la expectativa del vuelo raso. Por suerte los vuelos nunca son los mismos. Dejo a los lectores efímeros la contemplación de este mito en un producto cultural contemporáneo: