martes, 4 de abril de 2017

De bosques y mares

por
José Calderón Mena


Contemplando el apacible atardecer en éste, su nuevo y definitivo hogar, Yelapa, en la costa mexicana de Jalisco, José recordaba su infancia lejana. Primero en Inglaterra, en el castillo del gran amigo y socio de su padre: Lord Weetman Pearson, vizconde de Cowdray, quien amablemente los invitó a pasar una temporada en su casa cuando emigraron a Europa después de la dimisión y exilio de su abuelo, con quien, según lo acordado, se encontrarían meses después en Biarritz, País Vasco francés.

Por recomendación médica, la familia viajó de París al balneario con el fin de tomar unas vacaciones y, por otro lado, estabilizar la salud del anciano que empezaba a deteriorarse. Concluido el periodo de descanso regresaron a París con el abuelo y su esposa, y se establecieron en la nueva residencia del Patriarca, ubicada en el número 26 de la Avenida Foch.

El 26 de la Avenida Foch queda a pocos pasos del Bosque de Bolonia, donde la familia salía a pasear con frecuencia, añorando su amado y lejano Bosque de Chapultepec, hasta que el viejo general ya no pudo caminar más y se conformaba con contemplar el paisaje desde su ventana. Una mañana lo encontraron en esa misma contemplación, pero ya sin brillo en los ojos.

Después de la muerte del abuelo, la familia continuó viviendo en la misma casa, los padres, los hermanos y la viuda del General, llevando una vida normal y frecuentando amistades que compartían con ellos el exilio.

Luego de algunos años, José conoció a Christianne, nieta de un amigo de su abuelo. Luego de casarse, se fueron a vivir a un castillo del Valle del Loire que los padres de su ahora esposa compartían con los abuelos. José se dedicó a cultivar la tierra para de esa manera contribuir con los gastos de la casa.

José había nacido a principios del siglo XX en el Castillo de Chapultepec. Nació con cierta discapacidad en el sistema óseo que le impedía caminar erguido, lo que no le impidió llevar una vida más o menos normal, siempre tratando de adaptarse a los privilegiados entornos en los que le tocó vivir. Sin embargo, nunca se sintió totalmente integrado ni a su familia ni a una casa a la que pudiera llamar suya.

En su regreso a México, a mediados de los años 30, gracias a un decreto del General Lázaro Cárdenas que les concedía la amnistía, la familia se reintegró a su nueva realidad mexicana lo mejor que pudieron. Llegaban a un país muy distinto del que habían dejado; lo sabían suyo, pero lo sentían ajeno, extraño, a pesar de que conservaba gran parte de su patrimonio pasado.

Los padres de José se instalaron en la casa de su hermano Genaro por el rumbo de Chapultepec, y éste y su esposa, en la casa del abuelo de Christianne, en la calle de Héroes, colonia Guerrero.

Así transcurrieron algunos años en los que José intentó varios negocios sin éxito. Murió el abuelo; la abuela hacía tiempo que se había adelantado. Siguieron viviendo con los padres y la hermana de Christianne. Tuvieron dos hijos: Bernardo y Catalina.

José seguía fracasando en cuanto negocio emprendía, así que su esposa aceptó un empleo que le ofrecieron en el Servicio Exterior, y viajó a la embajada mexicana en París. En cuanto al hombre, éste dejó a sus dos hijos adolescentes a cargo de sus abuelos y salió a la calle sin rumbo fijo.

Deambulando con su soledad y su tristeza, buscando sin encontrar, fue a dar al más lejano origen que recordaba: el mar.

Alguien le había hablado de Yelapa, una aldea pequeña situada en la Bahía de Banderas, a donde se llegaba sólo por mar, saliendo de la Playa de los Muertos, en Puerto Vallarta. Viajó hacia allá y quedó asombrado por su descubrimiento: había dado con el paraíso primigenio, la naturaleza viva y desbordada, la playa solitaria, la espesa selva que ascendía hacia la montaña y el río que se despeñaba en cascadas.

No, no era el civilizado Biarritz, ni el domesticado Loire, ésta era la obra recién salida de las manos de Dios. Aquí es donde quería vivir, esto es lo que había buscado toda su vida.

*

–Disculpe, señor, ¿usted es el dueño de la panga?
–A sus órdenes, patrón.
–¿Me podría llevar a Yelapa?
–Sí, cómo no.
–Ando buscando a José Díaz, le traigo un mensaje de su familia, me dijeron que ahí vive. ¿Lo conoce?
–¡Ah, el "ladiao", sí, sí lo conozco, es un viejo loco que dice que’sque es nieto de Porfirio Díaz. Está re’loco, igual que los otros gringos que viven ahí. Pero no lo va a hallar, hace días que lo andan buscando, subió a la montaña y no ha bajado, se ha de haber desbarrancado.