lunes, 30 de septiembre de 2013

Principios para una apología del sueño

por Mario Note Valencia
"Sueño y vigilia" de Domingo Alagia
al 30 de septiembre de 1888

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Creo que la arquitectura de los sueños tiene mucho que ver con ese pez en el agua que se llama autenticidad. Y sin embargo ¿quién dirige al pez y quién a la corriente, aunque estacionera, del agua?

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El edificio onírico (y su armonía) es modelado por los movimientos de la autenticidad; su camino, en cambio, dirigido por el diálogo con lo cotidiano.

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Nos acostamos casi siempre con la piel erosionada. Las fisuras perceptibles son estímulos del natural rose con la cotidianidad. Cualquier ranura es respuesta, incitación al diálogo.

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Dejemos que venga la autenticidad, que encuentren confianza en nuestros ojos cerrados (pero más abiertos que nunca). Aun ahí nos trabajan las semblanzas del pudor; entonces el pez se aleja de la superficie.

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El sueño auténtico violenta al poder inquietante de la vigilia: la moral.

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En el sueño como en la oscuridad estamos ante la posibilidad de ser auténticos.

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La oscuridad es condición y forma, objeto y espacio. Los objetos ante la oscuridad son uno sólo: espacio.

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Tu piel es la tela suave del agua. Los sueños apenas construyen, desde la ausencia de la vigilia, los caminos para que pase tu contingencia. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Lo vulgar de la rápido

por Mario Note Valencia


El ser humano, por naturaleza, busca romper los límites que conoce, siempre ir más allá. Antes fue una Torre de Babel, ahora un acelerador de partículas con el cual se pretende emular la Gran Explosión. Quien recuerde la película Annie Hall, entenderá que si el Big-Bang en teoría es cierto, entonces el universo se expande, y si se expande algún día estallará de nuevo. Esa misma angustia expresada por el director de la película, termina por reflejarse en la pequeña ciudad de Manhattan de ese entonces, en una detonación de un explosivo de verdad, digamos, en Central Park; o en México el mismo sentimiento: la angustia de que nos cague una paloma en el Bosque de Chapultepec. Ojalá se tratara sólo de una ajena digestión de alimentos, pues hoy hasta tenemos miedo de que nos explote un pato. De eso se trata nuestro contexto actual histórico-social, de factores como: desconcierto, miedo, insensibilidad, desconfianza y, sobre todo, angustia, que determinan nuestra manera de actuar en el tiempo: con ‘rapidez’.

La preocupación por la caca es quizá un ejemplo muy burdo, pero es la única manera de situar al lector en mi trabajo; si es así, comprenderá el otro ejemplo que lo sustituye: el de los patos que le tiran a las escopetas. Si también lo entiende y se angustia por eso, entonces trato con un lector existencialista en plena época del desfogue corporal (el cuerpo hace lo que el espíritu esconde).  Cuando este inadecuado existencialista (y no por lo del cuerpo) esté a punto de morir por las cuatro paredes de su cuarto, habrá lamentado una cosa más: no haber salido nunca. “Muchachos, ya no hay tiempo para existencialismo”, dijo un filosofastro.

Ahora ya no hay tiempo para aislarse y explorar el aforismo socrático. La falta de introspección, del autoconocimiento, nos hace perder el equilibro; perdemos poco a poco la historicidad rápidamente, al grado de falsear hechos personales.

Las hormigas trabajan todo el tiempo y mueren anónimas infinitamente, ése es su sentido de vida; las orugas deben soportar las tempestades de la tierra para luego verse como una mariposa que en promedio sólo viven menos de lo que merecen, ése es su sentido de vida; al contrario, los artesanos de México deben hacer fieles figuritas de barro en donde se representan ellos mismos en el trabajo, para luego venderlas a un precio mediocre… Ése, crudamente, no sabemos si es el sentido de la vida.

La historia se nos escurre de las manos.

Aceptamos los tratados de libre comercio y, por consecuente, alimentamos la globalización inadecuada. De pronto en una avenida de Manzanillo vemos que ya no hay necesidad de viajar a Estados Unidos para sentirnos en tierra del american way of life: hay establecimientos de comida rápida a discreción y cientos de anuncios en spanglish. Lo que México nos devolvió fueron empleos en esos establecimientos, e inclusive en los super-center precios bajos; lo que no nos dijeron es que iba a ser como el extranjero dijera y que manosearían nuestra esperanza cada vez que quisieran. A esto le llamo ‘democracia repartida’ y no ‘engendrada’ como debería ser.

Quiero decir que nuestra naturaleza es la velocidad. La presión nos impide pensar; por no pensar se han cometido varios errores. Es la falsa tautología del “mientras más pronto, mejor”. Fue Gandhi quien dijo: “hay algo más importante en la vida que acelerarla”. En las ciudades más importantes transitan las personas de arriba para abajo, todas chocan pero nadie se mira. A veces es necesario adoptar el “vive en una ciudad alguna vez, pero múdate antes de que endurezcas”.

Aceptar las frustraciones de otros (desde la perspectiva del peatón) es correr para que los coches pasen sin problemas. Ahí está el detalle. En las taquerías de la capital de Colima: los meseros piensan, o son instruidos así, que el mejor servicio es el que se sirve y se quita rápido; en Tecomán, otro municipio subdesarrollado, los servicios son más lentos: al ritmo del cliente. Pero todo esto se debe a factores determinantes de la cultura.

El milenario filósofo Heráclito nunca imaginó un río como el actual, tan rápido y estacionario, ni Zenón de Elea consentiría reducir la palabra infinito a la pereza mental de nuestros días.

La misma producción cultural de las masas crea esa imposición de rapidez ideológica. Todo indica que la vida es corta y que por eso debemos consumir lo más que podamos.

La hidromedusa Turritopsis nutricola –suponen los científicos– goza de vida eterna: al verse en riesgo de morir, es capaz de revertir su estado de madurez; el ser humano ha querido o necesitado hacer eso, moverse a voluntad en el tiempo. Aunque uno no quiera, pensar en la muerte nos permite concederle más valor a los artificios humanos y, digamos, a la costumbre de lo cotidiano. Si no soportamos la rutina y si no hacemos nada por romperla, podría parecernos tan tedioso vivir en las profundidades de los mares sin una cronología de tiempo mortal, acabable; pero tampoco significa que nos guste que nos cuenten los días.

Ser Dios sería aburrido, eterno, eso decía Borges, si tiene que contar cada grano de arena o de café que se vacía en una taza de agua caliente, al mismo tiempo, infinitamente. Mientras no seamos Dios, de no remediar el tornado de rapidez que existe más allá de nuestro tranquilo hogar, después del monitor, tarde o temprano seremos atropellados por la incapacidad emocional.

San Agustín observó que siempre vivimos en un presente que es el pasado y futuro a la vez; esto nos ayuda comprender a Blas Pascal cuando sentencia sobre la condición del ser humano frente al mundo: de no saber vivir en el presente: de recordar el pasado para negarse el presente o anhelar el futuro para adelantarlo. El hombre sin dios (también llamado Conocimiento general del hombre) del mismo Blas, es la angustia de ese ser ante los dos infinitos: el todo y la nada. No sabemos qué tan rápido se acaba uno e inicia el otro, o si alguna vez han iniciado. No sabemos, incluso, cuándo nos sorprenderá la caca de una paloma para comprender que pudo haber sido peor, quiero decir, pudo haber sido un pato. Honestamente.

viernes, 13 de septiembre de 2013

De cintas para el cóbano

por Mario Note Valencia


Noche. Umbral del otoño. Glorieta, aorta de la ciudad. Cóbano. Herbaje: público silvestre en las aceras.

Uno mismo
Esta noche vi un cóbano con cintas de videotape. Las luminarias de la glorieta hicieron de estas tiras peces larguísimos y delgados que revelaban su presencia como cuando ofrecen, sin saberlo, su costado al sol. No pienso en lo grabado de las cintas; no pienso en quién pudo maquinar la travesura de abandonar a la deriva esta trampa citadina. Sin embargo, al igual que el especial Ulises de Kafka he ilusionado que me hablan las sirenas, me he puesto cera en los oídos, atado fuerte a un mástil del navío para descansar sobre la ilusión de que ellas cantan; no lo hacen, nunca lo hicieron. Así las tiras de peces flaquísimos y largos, mundanos y chaparros de horizonte, propensos al desvío, van a perecer. ¿Acaso no forman parte de una estructura vital más grande?, ¿cómo recibo la imagen del cóbano encintado? A este cóbano se le da desde ahora un valor agregado, naturalmente, sobre otro valor vital que se le adhiere: cintas de videotape.

El mundo
(Voz en off)

sábado, 7 de septiembre de 2013

Nada es eterno en el mundo

por Mario Note Valencia

 

No todo responde a la palabra siempre. La feria, los muertos y el otoño forman parte de un conjunto de conceptos que sólo sabemos de su existencia cuando se les nombra; en ese caso, ya habrán perecido tantas palabras en desuso.

En cuanto a la plasticidad de la palabra siempre: esta prosa, por ejemplo, no se redime de la finitud. En una ocasión Paul Valéry comparó la expresión escrita en prosa con la marcha, y ciertamente no existe hasta la fecha un texto que se haya escapado de la clausura del desfile; otras veces, recordemos, la prosa no concluye porque el desfile se interrumpe a mitad del evento, y sólo entonces permanece la sensación de lo inacabado.

No se trata sino de una pausa necesaria, de un descanso, sin duda, para la marcha que desfila. «Nada es eterno en el mundo» canta la sabiduría popular. Tampoco en esta prosa cabe la palabra siempre.

jueves, 5 de septiembre de 2013

El sueño de los libreros

por Mario Note Valencia


Quien aborda la Literatura no conoce la vida sedentaria. El que lee, sin duda, es un escapista en el tiempo: un verdadero viajero. El espíritu libre, decía un incomprendido filósofo michoacano, viaja solo. ¿La lectura no es acaso un viaje en soledad? Sí, pero una soledad que ranura poco a poco la membrana de la realidad inmediata. El asiduo lector se da cuenta de que la realidad es apenas un escalón para llegar a otro escalón, o por fin al rellano donde los sueños son comprendidos, no desde la vigilia, sino desde su propia armonía. A veces atentamos injustamente al mundo onírico, somos injustos y tendemos a decir que sólo fue un sueño.

La obra literaria es un sueño, y su composición no puede rebajarse a la simplicidad con que medimos el mundo onírico. El sueño es el desglose ingrávido de leyes, la soberbia humana soterrada o liberada hasta en su más pura autenticidad. En el sueño tendemos a ser auténticos, nos abrimos voluntariamente. La obra literaria es un sueño conscientemente construido en el que vale la pena preguntarse si uno es el que se abre o el sueño es el que permanece abierto, en espera siempre del visitante adecuado o del huésped bienvenido. Seamos huéspedes de los libros. Nosotros no conocemos la estadía permanente, sólo el descanso adecuado en algún escalón de esta pendiente literaria (ahora menos breve e imperecedera).

Sin embargo, al igual que la vigilia los sueños son finitos. De ellos sólo quedan memorias fragmentadas pero sustanciales; otras veces, lúcidas. Los libros, al igual que los sueños se alimentan de la cultura, ese toldo bajo y sobre el cual vive la sociedad. El viajero literario sale de su biblioteca y convive con la cultura; afuera encuentra a más viajeros y, de vez en cuando, consigue las instrucciones para llegar a otros acervos literarios, pues en el librero, entre los libros y soportalibros, permanecen los sueños de Otros.

Leer un libro es ausentarse, como cuando se viaja. Leer un libro es resistir a la vigilia, es encontrarla, como en los sueños, menos insípida.