jueves, 12 de abril de 2012

Del pasado y las ilusiones


En ciertos episodios de la vida cotidiana es conveniente dejar que persista la ilusión y, por consecuente, la fantasía. Hace poco me preguntaron que si era malo vivir en una ilusión y una fantasía; para ello, primero me propuse reflexionar sobre esas dos sensaciones que parecen ser las mismas, señalar de cada una sus cualidades. Tales derivaciones las contemplo para otra ocasión, otra redacción. Por ahora, mi proposición: ciertos momentos de la vida deberían quedarse en la memoria como hermosas perlas del pasado, difíciles de causarte daño.

Los momentos a los que me refiero son meras situaciones de la vida cotidiana que, precisamente, trasgreden la cotidianeidad; en decir, incidentes que advierten tus sensores, te emocionan, activan tus sentimientos, y todo termina en una sonrisa nostálgica: en un “hubiera” después de todo.
            Hay diversos ejemplos que podríamos sacarlos de tu vida o de la mía. Sólo piensa en alguno, recuerda acciones, avistamientos, olores quizá, y pronto sentirás cómo no se te antoja un “hubiera”.  Pero somos civilizados, y preferimos, muy en el fondo, que todo termine así, ya que la ilusión (porque todo desde muy lejos y muy cerca parece irreal) te pide permanecer en su sitio.
Imagínate que pudieras continuar con el curso ilusorio de aquel momento genial: ya sea la visita a algún lugar, el conocer a ciertas personas, el enamoramiento fugaz, sutil y sincero (no se confunda con amorío); ¿ya lo imaginaste? Pues bien, eso que ambicionas es pura fantasía: no ha sucedido, mucho menos sucederá. El tiempo se ha detenido y no es necesario que vuelvas a él para corromperlo; piénsalo así: lo que tienes en la mano es un papel muy delicado, el cual tocas con las manos sucias, si lo usas, con el tiempo lo volverás feo y sucio.
Deja que la ilusión de vez en cuando te renueve energías, evita desnudar las cosas antes de tiempo. De hecho, nunca sabes que algo se convertirá en una ilusión hasta que los sucesos pasan. Generalmente este tipo de momentos no vuelven a repetirse, al menos no en las mismas condiciones. Recuerda siempre que cada segundo te predispone un desarrollo natural y que, como el filósofo, cuida tu presente pues serán tu pasado y tu futuro.
No creas que abogo por que lances el ancla a tu pasado, que te envuelvas en nostalgia para siempre. Nada de eso. Las pertinentes pulsiones del recuerdo llegan a ti de modo natural, ya porque algo te evoca aquello, ya porque tu seguridad busca en la memoria razones para evitar echar raíces en tierras infaustas.
Por último, y no por eso menos importante, este tipo de recuerdos son muy personales, que se sostienen sólo de la experiencia; conforme más pasa el tiempo, se vuelven más íntimos, hasta que se impregnan como tatuaje de hena, es decir, pueden borrarse gradualmente. Cuando puedes hablar de esas ilusiones ya has comprendido ciertos engranes de la vida, entiendes y dejas el “hubiera” para las fantasías. Afirmemos algo: Las cosas se dieron como tuvieron que darse, recuerda: lo bueno es siempre lo que permanece. Saludos y buena suerte mi lector efímero.
Honestamente: Marionote Valencia