miércoles, 28 de septiembre de 2016

El calendario de los espíritus libres (año 128)

Descarga el calendario en buena resolución:
Aquí

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Dos años antes de su muerte, Friedrich Nietzsche cerró su obra inmortal El Anticristo con una “Ley en contra del cristianismo”. Dicha ley consta de siete artículos breves, densos y radicales, cuya función estriba en condensar su filosofía acerca de la voluntad de poder y, por otro lado, liberar a Occidente de la enfermedad cristiana (de una forma violenta y sin escrúpulos).

Es natural que el lector no habituado a la filosofía de Nietzsche, encuentre esta ley “aterradora”, desmedida o incluso producto del mismo diablo. Sin embargo, le digo a ese tipo de lector que no se espante ni se santigüe, sino que conozca al filósofo a partir de otras obras, anegadas en un estilo fuerte y aforístico, con una gran sabiduría sobre la naturaleza humana y un esclarecimiento sobre la psicología, la historia, la ética y los problemas morales.

El calendario que proponemos (el cual nos dice que este 30 de septiembre será el nuevo año 128) data del día en el que Friedrich Nietzsche concibió la ley en contra del cristianismo. Él mismo escribió: “promulgada el día de la salvación, día 1 del año 1”. Pues bien, ahora han pasado 127 años desde entonces. ¿Somos, tú y yo, los espíritus libres del futuro? Y si no, puesto que fuimos educados en cunas occidentales, con todos sus vicios y creencias, ¿nos tocará educar al nuevo superhombre?

El calendario ha sido ajustado correctamente. Unos pueden vivir en el 2016 según la cronología cristiana y otros en el 128 de acuerdo a los espíritus libres. Como propuesta agregada, y en armonía con la filosofía de Nietzsche, consideramos el día 29 de septiembre como el Día de la Nada (simbolizando la destrucción de todas las flaquezas que tuvo nuestro espíritu durante el último año) para así pasar al nuevo amanecer del día 30, con las energías auténticas por la vida y la experiencia. 

Honestamente:
La Cultura Efímera

martes, 27 de septiembre de 2016

De estudiante a profesor, ¿para toda la vida?

por Juan Ernesto Corona Maldonado


En este preciso instante, luego de haber cursado cuatro semestres de mi licenciatura y de practicar impartiendo clases a alumnos de secundaria, me encuentro en la necesidad de reflexionar acerca de mi futuro profesional, es decir: ¿realmente quiero dedicarme a la docencia para toda la vida? Responder a la pregunta no es nada fácil, por lo que tendré que analizar varias situaciones a las que me he enfrentado.

La vida de un practicante suele ser difícil, incluso más como la cuentan en las calles de la ciudad. Ellos tiene a un maestro que les ayuda, ¿acaso no pueden solos?, es tan sólo uno de los tantos comentarios que podrán escuchar de los practicantes, pero la realidad es que no se puede ejercer la autoridad tal y como la hace el maestro titular, porque los alumnos, incluso nosotros mismos, los practicantes, tenemos la idea de que sólo hay un maestro para los estudiantes (o en el caso de la secundaria, uno por cada materia). Entonces, en la mente de los alumnos surge la pregunta ¿por qué ahora nos presentan a un muchacho que dice ser “practicante” pero que aún no es un maestro? Es ahí la causa de que el diario de prácticas se convierta en nuestro confidente y, en palabras de Homero, el inicio de nuestra odisea.

Durante el periodo de prácticas son numerosas las adversidades a las que nos debemos enfrentar, como cumplir con los deberes de la facultad y los que demanda la escuela secundaria (como si no fuera suficiente la vida de un estudiante universitario), asimismo los días en que los alumnos simplemente no les apetece trabajar en la clase del practicante o las largas horas de planeación, hasta con material didáctico, para que en menos de 50 minutos te la tumbeny, si eso no es suficiente, te generan un ardor en la garganta ocasionado por los gritos de autoridad (que más bien parecen de clemencia por uno mismo). Al final del día sólo quieres llegar a tu habitación y dormir, pero recuerdas que aún tienes tarea que hacer, así que con gran fuerza de voluntad ni siquiera volteas a ver la cama para no caer en la tentación.

Hoy en día, la situación a la que se enfrentan los maestros es inverosímil, ya que la cantidad de prestaciones se han reducido en número y el tiempo laboral ha aumentado; agreguemos ciertas evaluaciones injustas y no menos importante el desprestigio frente a la sociedad.

A pesar de todo, me es grato decir que estoy feliz con la profesión que he elegido; no me arrepiento desde el momento en que egresé del bachillerato y decidí estudiar esta licenciatura.

Las experiencias que me han brindado las prácticas han sido bastas, tanto la organización como la paciencia. Del mismo modo, la empatía hacia el hecho de que todos aprendemos de maneras y ritmos diferentes, que las necesidades son distintas en todos los alumnos, y que todos y cada uno de ellos requiere nuestra atención y comprensión.

Es por ello que al terminar el día, dejando de lado el cansancio, me queda la satisfacción de que hoy todos los estudiantes estuvieron atentos y participativos; me dicen con euforia que ya entendieron el tema o mencionan que quisieran que yo les siguiera impartiendo clases. Todas estos motivos son las recargas de energía para seguir preparándome y esforzándome, para dar lo mejor de mí y, de esa manera, ellos estén preparados para el futuro.

Por último, sé que el camino es difícil, pero con entusiasmo y motivación seguiré enseñando matemáticas.


sábado, 24 de septiembre de 2016

La endemoniada novela de Salinger (o de cómo casi pierdo la cabeza)

por Mario Note Valencia


Desde hace dos semanas mi concentración ha sido apaleada por lo que voy a relatar ahora. Quiero aclarar que me he resistido a contarlo, a dejarlo escrito en alguna parte, pero mi situación espiritual se ha agraviado hasta el punto que no veo otra opción. Sólo espero que después, cuando finalice, repose mi memoria y concilie el sueño. Ya veremos.

Hace dos libros leí El guardián entre el centeno del escritor estadounidense J. D. Salinger, publicado en 1951. Los tres días que ocupé para leerlo, entre lecturas pausadas y otras ocupaciones, en la noche, entre eso de las doce y dos de la mañana, comencé a tener pensamientos con tintes fatídicos y odiosos; sin embargo, para no manchar mi experiencia de lectura, evité atribuir a la obra el origen de estas cavilaciones.

Pese a mi reserva, aconteció el primer incidente. En la novela hay un pasaje en el que hablan del centeno como una epifanía, pero no sé por qué vino a mi mente el suicidio de Vincent van Gogh. Imaginé las horas angustiantes después de que el pintor se disparó en la cabeza, sólo para fallar y arrastrarse, desangrado, hasta la casa de su hermano Theo, en cuyos brazos moriría más tarde. La última pintura que dejó después de terminar con su vida, fue la famosa Campo de trigo con cuervos, compuesta de colores macizos y profundos que luchan a retazos entre el campo, las aves y el cielo. La melancolía invadió aquellas primeras imágenes que me hacía del centeno. (Para quienes hayan leído el libro de Salinger, esta asociación les parecerá desmesurada y patética, pero les digo a ellos que ya, como a los que no, que aguarden para lo que viene).

Eso no fue todo ni lo más agresivo. En la segunda noche de los tres días de lectura, tuve un sueño muy extraño –bueno, creo que todos los sueños son extraños y, si me preguntan, sueño locuras como si no hubiera vigilia–: caminaba muy despacio, sin hacer ruido, adherido a la pared de un estrecho callejón; era de noche o muy de madrugada; hacía frío; la calle a la que daba el callejón y a la cual me dirigía, taimado, se veía sofocada por una espesa neblina e iluminada únicamente por el débil fulgor de la luna; mientras más me aproximaba, más se aceleraba mi corazón; fui un temblor entero, de pies a cabeza, cuando detrás de lo que parecía un coche estacionado, sobre la acera de enfrente, advertí la silueta de un desconocido; él era mi objetivo, la razón de que en mi mano, envuelta en un pañuelo de franela rojo, cargaba un arma de fuego.

Todos pueden imaginarse en una situación parecida, pero aseguro que es muy distinto cuando el alma y el cuerpo se vuelven un amasijo de pulsiones, imposibles de reparar o detenerlas, aunque se trate de una simulación onírica. No hay duda, todo es más violento cuando las energías del espíritu demandan una sola cosa, así en el amor como en la guerra. Iba a asesinar a un hombre en aquel turbio y cenagoso sueño, un sueño que bien hubiera sido, no el mío sino el de Dostoievski.

Antes de que pudiera terminar la faena, desperté entre sábanas de sudor y escalofríos. Una terrible sensación de desconcierto me mantenía entre la realidad y el sueño, con réplicas de la extrañísima, fantástica y demencial ensoñación. Sólo después del desayuno, de vuelta en mi habitación, mi escritorio y mi café, supuse mi sueño como un jirón de éxtasis, arrancado de Crimen y castigo.

Como tenía muy tibia la pasión del homicidio, traté de recurrir al sentimiento de la culpa. Hecho un ovillo, en mi silla, fumé nervioso un cigarrillo; a través del humo, desfilaron mis emociones torcidas. Me acordé de El extranjero de Camus, de su mortal indiferencia; de la venganza de Hamlet; los celos de Juan Pablo Castel en El Túnel, de Sabato; y también de la ambición de Julien Sorel, un vástago de Stendhal. Pero al final, como todos ellos, me rehusé a declararme culpable e inocente; muy en el fondo no podía calmar los ánimos de una justicia oscura y viciosa. Hoy pienso: ¡qué extraña es la naturaleza del alma! ¡Qué poco sabemos de ella!

Terminé de leer la novela de Salinger. En la tercera noche me dormí asimilando el efecto del libro o lo que fuera que estuviera sucediendo. ¿Se trataba acaso de una coincidencia? No lo sabía. A la mañana siguiente, creyendo que las aguas de mi alma se habían sosegado, gracias a la fuerte escollera que construye la razón y el uso reflexivo de la ética, busqué en libros e internet otras opiniones con respecto a la obra y al autor para ponerlas en diálogo con las mías. Y es aquí, amigo, donde las emociones (el sueño del asesinato y el suicidio de van Gogh) volvieron a mi espíritu con mayor intensidad.

Encontré, por ejemplo, que desde su publicación, en 1951, El guardián entre el centeno había estado relacionado con varios asesinatos. Reales y documentados. Esto no significaba que los asesinos se hubieran inspirado en el libro, porque de eso no va la historia ni mucho menos, pero daba la casualidad que se encontraba un ejemplar muy cerca de los hechos o en el departamento de los criminales. Ya sé lo que estás pensando: si lo vemos con literalidad, lo mismo podría decirse de la Biblia. Sin embargo, tengamos en cuenta que se trata de un libro que en un principio escandalizó a Estados Unidos, no por los asesinatos (que ocurrirían después), sino por su contenido provocativo para una época herida, magullada por la Segunda Guerra Mundial.

La más intrigante de estas especulaciones (book = murder) es sin duda la de un tipo llamado Mark David Chapman, el asesino de John Lennon. De acuerdo con la biografía del homicida, leyó El guardián entre el centeno por recomendación de un amigo. La obra lo cautivó hasta el punto de que deseaba ser como el adolescente, protagonista, Holden Caulfield. (El protagonista no es un asesino; he aquí lo raro de todo). Chapman tenía a la mano cuanto podía encontrar en la novela de Salinger, es decir, por el lugar en el que se desenvuelve Holden Caulfield, Nueva York y sus hoteles con bar; Central Park y los patos que no sabemos adónde van cuando es invierno; las amistades y los phonies; y, por último, un insoportable paso hacia la madurez.

Mark David Chapman adoptó el nombre de Holden Caulfield para escribir, con su puño y letra, “Ésta es mi declaración…” en uno de los forros de otro libro que compró, antes de dirigirse a la casa de su víctima, esa mañana del 8 de diciembre de 1980. Ya en la noche, después de dispararle cuatro veces a John Lennon, Chapman permaneció en el lugar, tratando de leer el libro que había comprado esa mañana: The Catcher in the Rye. O para su publicación en español: El guardián entre el centeno por J. D. Salinger. La policía interrumpió su lectura. Lo detuvieron. Hoy día sigue preso bajo cadena perpetua.

Yo creo que Chapman era un tipo tocadísimo, de por sí. Otros aseguran, como sostenía un ex-agente de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), que Chapman había participado, a sus 19 años, en uno de los campamentos militares y ultra secretos de EUA, dedicado a la experimentación con seres humanos y supuestamente a operaciones de control mental. Según lo relacionado con el ya desaparecido expediente MK-Ultra (uno de los mayores escándalos publicados por el New York Times en 1974), la novela de Salinger tenía la capacidad de alterar la conciencia de los individuos que antes habían sido manipulados o torturados psicológicamente, o lo que sea que les hayan hecho, en aquellos campamentos del demonio.

A todo esto, si bien es cierto que yo no he sido enviado a ningún campamento ultra secreto y que, antes bien, vivo una locura sana, no descarto que todo se trate de una serie de coincidencias entre el libro, el sueño y el recuerdo de un pintor que atiende su propia muerte.

Después de todo, El guardián entre el centeno es una novela que ahora se encuentra lejos de mis prejuicios y paranoias de temporal. Debo admitir que después de enterarme de todas estas locuras alrededor de la obra, más rica lo encontré y de inmediato quise verificar si yo había escrito algo como “Ésta es mi declaración…” en alguno de los forros. Ahora que lo he contado, me siento mucho más tranquilo, aunque a veces me pregunto: adónde irán los patos en invierno. 

sábado, 17 de septiembre de 2016

Olimpiadas, la gloria y el ocaso

por Mario Note Valencia


La televisión de los 90 y principios de nuestro siglo nos permitió vivir una auténtica emoción por los Juegos Olímpicos. Todo mundo ignoraba el rostro y nombre de los jugadores, pero reconocía, en unos cuantos píxeles de la pantalla, la agitada bandera de su país. Afloraba el orgullo y la esperanza. ¿Será posible? ¿Ganaremos?

Cuatro años son suficientes. No sabemos en cuánto tiempo los Juegos Olímpicos dejarán de ser para siempre asombrosos, no porque el público cambia, sino porque los medios de comunicación han cambiado al público.

Retrocedamos 16 años. Sídney 2000, Australia. Con la euforia de la tecnología y los avances en las telecomunicaciones, se cierne un mercado de souvenirs con motivo de los Juegos, que serán hasta el día de hoy el recuerdo de un asombro perdido. Coca-Cola, por ejemplo, emitió una breve colección vasos de cristal conmemorativos; en mi casa teníamos los demasiado frágiles, vasos de Atlanta (1996) y los de Sídney.

Todos aquellos vasos se han perdido con los temblores, el uso y el fregadero. Sólo se ha conservado uno de Millie, la equidna australiana, instruyéndose en artes marciales sobre un fondo mentolado. También se perdió mi favorito: Millie de ciclista en una pista cobalto. Ahora caigo en la cuenta: su nombre significa “milenaria”, pero el nuevo milenio la ha superado. 

Antes del internet y los teléfonos inteligentes, sabíamos que el periódico publicaría las victorias de México tan pronto como consiguieran una presea (de oro, plata o bronce). El titular diría: "Medalla para México", seguido del nombre y la disciplina en la que había ganado el o la deportista. La televisión centraba sus focos y reportajes en la vida de aquel, hasta entonces, deportista desconocido. La biografía resultaba a veces dura e increíble, o inspiraba asombro y compasión.

Ahí venía una medalla, y a duras penas otra, consuelo para la pérdida de muchas otras. El deportista laureado emergía de su anonimato. Subía al pódium, llevándose la medalla a la boca para darle un beso o morderla como asegurándose de que no se trataba de un sueño, una mentira. El camarógrafo dirigía su lente para inmortalizar, por espacio de un minuto, las banderas de los tres primeros lugares. En uno de aquellos lugares relucía un tríptico de verde, blanco y rojo, con el águila devorando una serpiente.

Aquel ritual de la victoria fue el anzuelo para justificar la plusvalía de Coca-Cola (compra mi producto, consigue puntos y canjéalos por regalos). El truco funcionaba con los Mundiales y las Olimpiadas. Cuatro años después de Sídney, es decir Atenas 2004, el diseño de las mascotas decepcionaron un poco pero también se prestaron para la publicidad. En ese año la televisión luchaba con el alcance que poco a poco tenía el internet en la vida de todos los mexicanos. Tras la progresiva disminución de audiencia, la pantalla chica dio el último intento por glorificar a Ana Gabriela Guevara, como lo había hecho con Soraya Jiménez en el 2000.

Pero crecimos y la vida cotidiana también se ajustó a la nueva ola de innovación y tecnología. Para Beijing 2008 ya no impresionaba el uso de teléfonos inteligentes, tanto como que las noticias no eran exclusivas del periódico y la televisión. En medio de la popularidad del internet, resistimos sólo la mitad de la transmisión de los Juegos Olímpicos de Beijing y una que otra noticia importante para México.

Para el 2010 las Redes Sociales se establecieron como el nuevo paradigma sobre cómo nos comunicaríamos. Los adultos se habituaban a las TIC y los niños prestaban más atención a los teléfonos que a la vida de su vecindario. Sobra decir que para Londres 2012 vimos algunas imágenes retransmitidas de la inauguración y acaso la mítica actuación de Michael Phelps. No creo que entre mis lectores exista alguno que se acuerde del medallero; no los culpo: fue un evento olvidable. 

Las recientes Olimpiadas de Río de Janeiro también fueron olvidables. La atención a los Juegos se debió más bien a los escándalos, las noticias morbosas y los temas polémicos. Nadie vio venir el evento. De un día para otro todo estaba listo. Y así finalizaron. Imagino la desolación que pintará sobre el paisaje de los estadios, edificaciones millonarias, que se construyeron únicamente para los Juegos Olímpicos 2016.

A todo esto, si la modernidad pretende que pongamos atención en las Olimpiadas de Tokio 2020, supongo que tomarán en cuenta la fugacidad y sincretismo de la cultura, así como el veloz intercambio de información digital. En internet somos libres, pero esclavos de un libre albedrío que agobia y satisface o encanta y desespera. Las noticias caducan en cuestión de días o de horas.

El mundo digital nos ha permitido desplazar la atención hacia todas partes; en otras palabras, nos ha vuelto más vagos, solitarios y metomentodos. Cuenta la leyenda que, después de todo, internet se reduce a dos etiquetas: los gatos y las tetas.

Las nuevas tecnologías arruinaron el asombro de la audiencia y acabó con la epicidad de los Juegos Olímpicos. Inspiración de la Grecia Clásica, la gloria comenzó en Atenas en el año de 1896 (primeras Olimpiadas modernas) y finalizó con su ocaso (fatídico retorno al origen) en los últimos Juegos de Atenas 2004.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Invernadero de la Vanguardia Diletante

por Rafael Frank

a prune is not a vegetable
cabbage is a vegetable
F. Zappa

Al tercer día en la Ciudad del Arte, los esbirros de Seguridad Pública me mostraron un performance para iniciarme en una vida nueva como agente –bacteriano– cultural. El derrape de sus llantas y escandalosas sirenas habrían causado envidia hasta al mismísimo Pierre Schaeffer. Tan increíble fue su instalación escénica que fui a esconderme al último rincón de las habitaciones. Los mitos eran reales: todos en Colima son artistas de corazón noble.

Mi auténtica bienvenida la obtuve, sin embargo, mientras recorría los parques. Me acerqué a un racimo de gente, entre cocos, un proyector y adoquines instalados, un adulto joven  que vi llegar desde metros atrás, de pronto comenzó a gritar hincado en el suelo, mientras la artritis se apoderaba de sus dedos. Ah, monsieur, l’art coconut. En aquellas fechas no encontré sentido al acto y no quise juzgarlo. Un amigo exiliado y yo nos divertimos imaginando que podríamos imitar el performance de esta manera: un comensal del restaurante se levanta de su mesa y grita “¡calzones!” mientras se arrodilla como implorando a algún dios inmortal. Jung, me tienes hastiado de sincronicidad; durante una especie de concurso arbitrariamente poético fue premiada una mujer que se agitaba bailando reggae sin perder el tiempo en desnudarse y vociferar sinónimos arcaicos.

En alguna ocasión me ofrecieron dinero por publicar poemas en un suplemento de fama universal (porque la burbuja que rodea el arte en Colima es más grande que el Big Bang). El estafador que se hacía pasar por agente literario pretendía venderme para su beneficio, por medio de su recomendación y hacerme creer, de esa forma, que sin su permiso no se entraba al mundillo de las letras en el Estado. No acepté el negocio, no publiqué, porque todavía podía pagarme doce tacos tuxpeños. La noticia de mi actitud renuente corrió como salitre y la vaina de mineral blanco me cayó encima en su intento desesperado de ocultarme. Eventualmente dejaron de llegarme al hospital las invitaciones para ingresar proyectos a becas y subsidios, festivales, entre otros acontecimientos de la vanguardia independiente artística.

Hey, moro, ¿dijiste vanguardia independiente? Lo dije. Dicen que los artistas colimotes llevan grabada, en los barriles de su espina dorsal, la palabra independiente. Así es como van por la vida, es cierto, obras varias que auspició el Estado llevan, como la irónica firma de Satanás, el mote de vanguardia independiente. Se les oía proclamar esa independencia hasta en conferencias públicas y presentaciones de libros, donde el técnico de sonido curiosamente llevaba una camisa polo con el bordado de Secretaría de Cultura. Además, no se diga, aquellos cuya alcurnia podía pagar un viaje a Francia volvían diciendo que el señor Eiffel rompería paradigmas arquitectónicos, o afirmaban que Isadora Duncan montaría coreografía con Gaudí como primer violín de la orquesta. Say no more, say no more, la vanguardia es así.

Como toda civilización enferma de modernidad, la sociedad ejerce cambios. Fue de tal manera que llegaron, o gracias al calor salieron de sus escondites, los diletantes. En dos o tres pasos la burbuja del arte se empañó y no miró más hacia el exterior. Los efectos fueron variados, como que algunos talleres literarios no pasaron de ser una comedia stand up donde los asistentes reían por la nariz. Los tornillos que no supe acomodar cuando reparé el tanque del retrete los amarré con tocino y me permitieron montar una exposición fotográfica sobre el obsoleto Y2K. Imagino el problema que esto representa para el censo: 11 de cada 10 habitantes son poetas, 21 de cada 20 son artistas. Un amigo mío, muy aficionado a la filosofía, imaginaba que al caer un coco, del interior no brotaba agua sino artistas.

Entre aquella agitación, supe de algunos entes satelitales que ejercían el oficio de artista, daban golpes duros y no dependían del Estado, aunque ocasionalmente fueran invitados al evento oficial en turno; por ejemplo, don Corleone acariciando el lomo de los cachorros de la vanguardia independiente. Alguna vez, ya empañada, la burbuja abrió una compuerta, así pude ver un concierto de música experimental de un pianista extranjero que hizo el 4′33″ de Cage; por supuesto, los espectadores no comprendieron ni el diez por ciento del recital. Vaya, incluso los vanguardistas diletantes y atrevidos se espantaron. Aquel tipo de obras y artistas fueron desplazados y no los vi más por aquella ciudad. Del mismo modo, los subsidios estatales para el arte se volvieron ridículos, al grado que entregaron algunos por mera invitación, lejos, muy lejos del concurso que la institución oficial pregona. A todos les borraron la memoria, según parece, pero en una mesa de clericot un escultor confesó sin pena (o bajo la pena de Baco) cómo fue invitado por los gendarmes culturales para cubrir con modelos de arcilla las paredes de las oficinas institucionales recién remodeladas, así cubrían el gasto de la beca y conseguían que no cayera en manos de algún migrante bisnieto de Zappa.

El subsidio o beca (como usted guste) cambió, hace un par de años, su nombre de feca por pecda, trato de adivinar las siglas y quiero poner una queja por falsa publicidad. Los diletantes que eran retoños han crecido y ahora son aprobados y podados por la máquina cultural del Estado. Veo también participantes repetidos en subsidios anteriores, consecutivos, otros que brincan de categoría en categoría. Según mi experiencia, en tal entorno he buscado un sentido a las siglas y mi propuesta final fue llamarle Performance E del Calzón Diletante Artesanal; tengo un amigo más creativo y me sugirió estos nombres: Para Estos Curtidos Diletantes de Ahora, Para Empezar Colima Daba Artistas, Por Esto Colima Da Anchoas. Quedo abierto a sugerencias, y si el lector tiene nombres más adecuados para el pecda, no dude en escribirme al buzón de La Cultura Efímera.

sábado, 10 de septiembre de 2016

El Frente Nacional por la Familia, ¿es broma?

por Mario Note Valencia


El Frente Nacional por la Familia, lejos de homogeneizar a la sociedad mexicana, se ha conseguido ya un sinfín de fieles detractores. Entre los detractores se encuentran las organizaciones que tomaron nota cuando este Frente declaró que su objetivo radica en suprimir los derechos civiles alcanzados por los grupos de LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y personas Transgénero).

Necesitamos estar de un lado o de otro, siempre orillándonos por lo justo y razonable o, al menos, inquirir acerca de qué grupo tiene la razón en determinado conflicto. Esta batalla se la lleva el grupo LGBT. ¿Por qué? Porque los grupos de LGBT no promulgan una doctrina, sino que buscan, como todos, inclusión legal en México; en cambio, el Frente Nacional por la Familia pretende instaurar su propia doctrina, fundada en criterios vagos y fantasiosos.

Vayamos paso por paso. El principal motor del Frente puede resumirse de la siguiente manera: "la familia es base y sostén de la civilización, vamos a defenderla". Bien, pero si ponemos en contexto de lucha y hurgamos en lo que quieren decir, como si buscáramos las tensiones inconscientes, leeríamos: "los matrimonios entre personas del mismo sexo destruirán la sociedad” o, bien, "tenemos miedo a lo nuevo". El motor, entonces, es el miedo.

Después de descubrir el miedo, pasamos a revisar su origen. El origen de su miedo es la impotencia. ¿Impotencia a qué? Entre otras cosas, a no poder participar en la libertad, festiva y violenta al paradigma, que parecen expresar los grupos de LGBT desde hace algunos años. No significa que los en contra se sientan impotentes por pertenecer o no a otra elección sexual, por liberarse, salir del clóset o cosa por el estilo, sino empequeñecidos por los otros, los raros, una aparente minoría, pero activa y organizada.

Sabemos que minorías así existen a lo largo de la República, como aquellos que exigen algún tipo de justicia social. Sólo un día de manifestaciones en el Distrito Federal podría servir para enterarnos de todo cuanto acontece en el país. ¿Cómo llegaron ahí? Por la útil herramienta del acuerdo y la organización. Aunque también es cierto que algunas peticiones son más escuchadas que otras.

Es muy difícil conseguir una libertad condicionada, dispuesta a no pelearse con los derechos universales, y además protegerla del conservadurismo, los prejuicios y las ideologías. Un caso igual de escandaloso en México fue el derecho a la mujer de votar y ser votada (1955). A propósito, veamos cómo las mujeres, integrantes del Frente Nacional por la Familia, seguramente visten jeans, pants o faldas cortas, pero olvidan a la minoría de mujeres que fueron abucheadas, hace muchos años, por aquellos que también pensaban sería el fin de la civilización. Vaya ironía.

Decir que la familia es (o debe ser) así y asá, sólo da pulimento a la grandísima ignorancia sobre Historia de las Culturas. La familia en México nunca ha sido completamente sacra ni libre de imperfecciones. No existe un ideal de familia alcanzado y que falte defender (como propone el Frente), porque la Historia camina siempre hacia delante y no somos más que la conjetura de manifestaciones temporales.

El Frente promueve el respeto a la educación “normal” de los niños. Sin embargo, ¿acaso conocen de cabo a rabo las raíces de su educación social?, ¿acaso saben encontrar las diferencias ideológicas entre su propia sociedad y otra? ¿No será, en fin, el mecanismo de defensa que tienen algunos padres para aliviar su hambrienta neurosis del rol como “protectores únicos y dominantes”? Este tipo de padres quizás viven la tensión todos los días, intentando limitar a sus hijos o dejándolos ser y hacer mientras ellos mismos, los adultos, hacen lo suyo, arrebujados en su hipocresía.

Al defender a la familia, el Frente olvida que no sólo los matrimonios entre personas del mismo sexo atentan con su visión de niño y niña, monito con monita. De una vez advierto que si quieren defenderla a capa y espada, en un futuro marcharán por las siguientes causas:

*NO a los divorcios. Porque ninguna familia debe ser destruida. Si los padres se hacen daño, los niños tienen derecho a vivir bajo el mismo techo diseñado por Dios, aunque se odien entre ellos.

*NO a las madres jóvenes y solteras. La adolescente debe hacerse cargo, quiera o no, del niño, producto de un descuido o bien de una violación.

*NO al adulterio. Aguántese los cuernos, los oprobios y las afrentas.

*NO a las sexoservidoras que corrompen a los señores, padres de familia. La culpa es de ellas que van de puerta en puerta ofreciendo sus servicios.

*NO a las uniones libres ni conyugales que no cumplen con el sacramento.

*Y, por el amor de Dios, NO a los hombres y mujeres inconformes con los paradigmas.

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Oremos

Dios, perdona a estos hombres y mujeres que después de cuarenta años de matrimonio esconden su homosexualidad; a pesar de sus mortales esfuerzos, no los liberes ni les permitas que vivan plenos y felices, lejos del matrimonio. También perdona, Señor, a aquellos que han violado y torturado así a sus hijos como a sus hermanos, así a la madre como a la esposa. Perdona a la esposa que no le cumple a su esposo. Perdona los feminicidios, porque Tú eres grande y misericordioso; también los crímenes de Estado y de una vez perdona a quien haya sustraído al hijo para llevarlo al camposanto. Perdona, Señor, tanto pecado: porque somos el fruto de un vientre arrancado y pesaroso, hijos de una patria, madre y padre al mismo tiempo, matria, patria, pues, transgénero. Perdona los antojos de todo hombre y toda mujer, Señor, y no permitas que las patologías, los fetiches y los caprichos de la carne sean tema de conversación en el sacro lecho de los matrimonios. Haz que se conformen, porque tenemos miedo. Tenemos miedo, Señor, de lo que pueda pasar. Y, finalmente, perdona a todo aquel integrante del Frente Nacional por la Familia que, tan pronto como termine de orar, irá a su casa a consumir pornografía. Amén.

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Según el Frente, los grupos de LGBT atentan contra el ideal de la familia, ideal que es tan cierto como el humo y la neblina. Aseguran que de ninguna manera permitirán que en 2018 llegue a la Presidencia un antifamilia, por no decir defensor de los derechos civiles. Pero si fueran totalmente puros y reacios con su doctrina, no harían uso de muchas herramientas tecnológicas de la vida moderna que estuvieran vinculadas con un genio antifamilia. Porque, claro está, la Ciencia… ¿Qué Ciencia? No han de saber nada de ella, ésa es la verdad. Les recomiendo cursar de nuevo la Educación Básica.

viernes, 2 de septiembre de 2016

El efecto Juan Gabriel, los cultos y la gente

por Mario Note Valencia


Quién entiende a la gente. O dicho de otra manera: no hay quien la aguante. Sin embargo, me agradan las ocurrencias populares. Me dan gracia, me mantienen ocupado entre que hago y no otras tareas cotidianas. Por ejemplo la reciente muerte de Juan Gabriel, ícono de la garnachería mexicana, que ha generado una fiebre de opiniones entre los fanáticos que se acordaron de él justo en su muerte y entre los otros que les daba igual desde el principio. Al enterarme de la noticia vinieron a mí varios recuerdos y quise escribir un texto in memoriam, pero se me fueron las ganas cuando vi la sarta de cursilerías que los usuarios publicaban en redes sociales y portales web de noticias. En fin: me abrieron los ojos y me salvaron del ridículo.

En mi provincia, uno puede andarse por las calles escuchando comentarios fantasiosos, como ése que Juan Gabriel, óigalo bien, fingió su muerte. ¿Cómo cree? Sí, así como le digo. Luego traen a colación otros casos parecidos para fundamentar la hipótesis: dicen que Pedro Infante no murió, lo mismo Michael Jackson y Elvis Presley; que el mismo fin tuvo la luchona Jenny Rivera y que la han visto por ahí bien campante, como si nada.

Dice el señor de la esquina y su esposa cachonda que no es más que un teatrito de Juanga para descansar un rato de la gente y de las cámaras. La gente fríe la noticia como si preparan chicharrón y fritangas en un cazo que también dará manteca pa’ frijoles y tamales. Las conversaciones, elucubradas por el imaginario televisivo, son entretenidas, ideáticas y sirven, como los calmantes, para pasar el rato, sirviéndolos con limón, sal y salsa Valentina, con pausas que van de engullir la botana a chuparse los dedos para limpiarse el picante. Una cerveza, joven, ¿gusta? A veces, le digo, por lo general yo soy el que va detrás de la muchacha.

He comprendido más la mecánica de la realidad escuchando a los carniceros, los destazadores y las personas que preparan las carnitas. El tiempo que trabajé en el Rastro Municipal de Tecomán me enseñó que los comerciantes de res y de cerdo, así como la gente que vive del sacrificio y la destaza, no desperdician ni un gramo de la carne que rebanan. Aquí en el Rastro, el Diablo nunca chupa las cosas cuando caen al suelo, porque entonces no quedaría nada para vender. A todo le encuentran uso, comestible, con excepción del pelo de los cerdos y los becerros que extraen de las reses sacrificadas.

Estoy habituado a escuchar las teorías que se inventa la gente. Soy un espectador en cubierto. Aunque es entretenida la platicada, me alejo de la tertulia y las fritangas cuando ya no le veo razón en eso de darle vueltas y vueltas a la muerte de un mismo hombre. Yo sólo pasaba por aquí, les digo. Y ya paso a retirarme. Una cerveza para el camino, joven, ¿gusta? Camino. Detrás de mí se confunden las risas de mis antiguos comensales con el traqueteo de las motocicletas y los coches. El semáforo. La densa neblina gris que respiro me recuerda al aliento del mofle y el escape.

Pienso en la gente que pasa la tarde reunida en ágoras hechas con sillas de plástico, pequeños bancos y echaderos semidescosidos, con el cazo de carnitas en el centro, emulando al antiguo oráculo, pero con dos mil años de retraso. La tarde cae con ellos; el sol se hincha con pláticas que superan la cercanía de su realidad inmediata. Gente como cualquier otra gente, con virtudes y defectos, pero exquisito y vago sentido del humor. Podríamos invitar al Papa o al Presidente y estarían a la misma altura que el señor de la esquina y su esposa cachonda.

La gente sincera no llora por la muerte de sus ídolos. Pero hay harto de gente payasa y ridícula. Yo no he visto a ningún intelectual y culto, sabedor de la alta cultura (alta mis verijas, espeta don Rigo), salir a la calle para darse golpes de pecho y derramar lágrimas de cocodrilo. No pasan de escribir un texto, nutrido de cursilerías, en las que uno ya no sabe si lo escribieron llorando o embutidos en conservadores y resentimiento. Esta clase de cultos son como una plaga que se reproduce salvajemente en internet. Dan su última palabra y atacan a la gente que yo estimo, nada más porque en su vida han leído un libro entero o porque su realidad no pasa de la televisión por cable, la cerveza espumosa, el futbol de primera y segunda división o la brizna de quincena que les llega.

Pues, mire usted, puedo estar en ambos lados de la cortina. Lo mismo voy al teatro que a la tiendita. Converso más con personas auténticas que con artistas disfrazados. No me cae bien la gente que envidia, desde un librero o detrás de la pantalla, el exceso de placer que la gente encuentra en una reunión amena, entre garnachas, risas y encuerados. Eso sí, no estoy de acuerdo con la música a todo volumen y a todas horas del día.

A la gente no hay culto que la aguante ni la entienda, porque no se trata de eso. Arremeten contra aquellos que cambiaron el voto de la Presidencia por una televisión plana o un vale de despensa. La pregunta es: ¿en dónde están los que quieren educar a la sociedad desinformada? Yo le digo, espere: detrás de un monitor, sudando aire acondicionado, mientras sus educandos se rompen el lomo desde las seis de la mañana. Claro que si yo me estuviera muriendo de hambre, también aceptaría la despensa e igual seguiría votando por el Diablo. Todo en su momento: tampoco nos iremos de la boda de tu prima nada más porque pusieron a Paquita.

¿Y qué pasó con Juan Gabriel? Hay que dejarlo morir en paz. Que si está vivo, mejor para él y su familia. Creo que a nadie le afecta que siga por ahí viviendo tranquilo y viejo, como dicen que vive Elvis Presley. ¿Y qué si Michael Jackson sigue vivo? ¿Lo lincharían hasta matarlo por haber mentido a sus fanáticos? No lo creo.

Es verdad que nadie se acuerda del muerto hasta que está muerto de veras, porque entonces todos lo conocían y apreciaban. Más o menos éste es el fenómeno que ocurre en el ambiente literario. Muere un escritor y todos lo recuerdan, le erigen monumentos, lo incluyen en infames antologías o le agregan a sus libros prólogos y estudios estilo Ediciones Cátedra, que nada más entorpecen la lectura. Es perverso que el medio intelectual mexicano espere la muerte de un despistado para honrarlo como Dios mandaría, si existiera. Acaso existen muchos vivos importantes que no se dan abasto o la verdad es que el orgullo afloja cuando el otro muere. Y todos opinan, porque al fin que el muerto ya no respira ni se defiende.