martes, 26 de enero de 2016

Cómo bailar y despedirse ‘más que lento’

por Mario Note Valencia


Bailar hace al mundo más llevadero. Mientras más nos alejamos del centro inmóvil cotidiano, con pasos fraguando una trocha invisible para el entendimiento de un pequeño, efímero sentido de la vida, también la soledad crece a nuestro lado como la madreselva en el paramento de nuestra casa interior. Creo que parte de esta soledad son puentes que aparecen en los interludios de cuando uno conoce y desconoce, por voluntad o error de la naturaleza, a los que danzan alrededor nuestro, como ahora, como usted, a quien enfoco sentado en su silla con uso de mi catalejo mágico.  

Si piensa que malgastamos el tiempo cuando cavilamos con las manos vacías, estará de acuerdo con que las horas sin leer ni escribir al menos son justas si se dilucidan cuando existe otra actividad de por medio, cualquiera, cotidiana. Hablo acerca de los rituales neutros (muertos si se quiere), sin tensión, más bien mecánicos que pensados, pero inclinados al trabajo per se, lo que hacemos a diario porque tenemos que hacerlo a menos que dependamos de algo o de alguien o prefiramos morirnos en la podredumbre. Comer, asearse, lavar la ropa, planchar, fregar los trastes, sacudir el polvo incubado en el rabillo de su ojo. Mire, tóquese.

Bailar, no le miento, en un principio puede ser neutro y después revelador; si saliva en lo sacro, debilita, despega y rompe con la monotonía. ¿Qué le parece? No importa si no sabemos, lo que se dice bailar bailar. Las luces bajas o moverse acompañado aflojan la primera resistencia de sentir que en la pista haremos el ridículo, con el ruido fotogénico de una sobreexposición a la luz. Aquí en el baile, como en el amor, no hay manuales, porque aun sabiendo las bases se improvisa, se hace jazz. Tutú, frufrú o el simple swing. Sal, ¿qué diría Dean en On the road? –Dammit, Jack K. Paradise.

Ya que usted, como Dean o Marylou, se ha embriagado de luces cálidas y frías e intermitentes, lanzadas al exterior como soles de una galaxia; de la conversación: óbices, puentes y silencios; de la compañía y el tiempo desmedido; enervado, responda a la persona que, extendiéndole una mano, lo invita a bailar al centro del Globular Cluster (Dance Club). Aunque usted se descubra renuente, recule por simple mecanismo de defensa, no se admite un no como respuesta si le gusta andarse entre el peligro. Pero si necesita un tiempo, vaya al sanitario, libere la vejiga, báñese el rostro, enjuague su boca. Mengüe al menos 30% su aliento a tabaco. ¿Está lo suficientemente consciente como para asir el ritmo de la pista? Prometa que se pondrá de pie, así tan pronto como Baco se lo permita. Recuerde a Ovidio: Cupido moja sus alas en el vino de Dionisos. Baco. ¿Quién? Grecia y Roma. Allá lo esperan.

Baile con sus amistades, pequeños aerolitos encendidos como partículas de gas dentro de un espacio cerrado, seguidos en su atajo de humo rojo por el slow flash de mi catalejo, yo le sigo, no me haga caso, baile como si el mundo dependiera de ello; baile con quien primero le extendió la mano. Si es su amiga, amigo, mejor; si su pareja, no la deje a la suerte. Al fin que, a lo mejor, de un baile no depende el resto de su vida.

Si se inclina por alcohol, pondere la usura en fiestas que suponen la posibilidad infinita de afiliarse a pistas improvisadas. Vea cómo los demás bailarines no se han sentado siquiera un momento en su silla asignada, sin hendiduras, estacionaria, muy rara vez se les ve regresar a libar sus lenguas con alguna bebida. Observe cómo danzan esas partículas acompasadas a la armonía del universo provisional y sonoro. De norte a sur, de este a oeste, como los astros, el éter, los planetas. Usted lo ha notado a intervalos, pero ellos, los delirantes del baile en el instante, no toman registro, felizmente desnortados.

La persona que lo invitó a bailar, ahora no la reconocería, sesgada por las luces cromáticas, porque se mueve y baila como los otros, en unidad peripatética al estilo de los jonios, sin centros ni circunferencias, traslúcida con el retallo de las sedas que se juntan, rosan y separan. Usted hizo la promesa de bailar después del sanitario, no puede escaparse ahora sin entrar al juego. Láncese como dado del cubilete. Como todo, recuerde, siempre ganamos o perdemos, no importa. Se acerca. La fugacidad parece dominar las leyes incógnitas del baile. Un caos, sí, pero colorido, como estrellas sacudidas de su luz. Parecen flamas. Los domina el deseo del instante que los descalza. Sacuda su cuerpo, es la señal para que una ola suave de seres oblongos lo integren a su círculo con fuerzas espirales y magnéticas.

Ya ha dejado atrás, como un Halley cada 76 años, su naufragio social del festejo. Baila. Pasan los minutos, no lo sabe, lo siente, su reloj pulsera dejé de funcionar, su instantero enloquece hasta que se rinde, como la manecilla de las brújulas por los rayos. Pierda el norte. Los astrolabios y los sextantes parecen saber, pese a todo, poco sobre el mar y su oleaje noctívago. Siempre nos quedarán las estrellas. Muévase, déjese llevar, ha dado traspiés, pero se repone. Busque su planeta rector, haga caso a la relatividad en eso de que los cuerpos se mueven por conveniencia. Usted y los otros se alejan y se acercan. Perderá su nombre, se le esconderá el rostro; una burbuja invisible en el ambiente estallará en sonrisas. Siga buscando a quien primero lo invitó a bailar. Y si no encuentra, como le dije, aquí no gain no pain, sólo respuestas, volubles, como todo, como la vida.

Pasa a su lado, la mujer y el hombre, y le han sonreído, les ha gustado verlo bailar. Aquí estás, parece escuchar que le dicen. Ven, ayúdame con esto. Ahora el pasado y el futuro no caben, sólo tiene cabida el presente que lo sustrae del calendario. Seguirá bailando. Quizá usted, por poca experiencia en el caso, sea útil como asidero para otros que, avezados, lo tomen de rehén para canciones en las que no se ve bien andarse solos.

Por buscar a una persona, ha conocido la bondad de los desconocidos, los que no preguntan el nombre, como usted que, allá repantigado en su silla de piel acerada y cojines deslustrados, creía importante sólo conversar per se, anónimos, anularse de todo lo que apele y va en lugar del nombre. Aquí en la pista es otra danza, otro lenguaje. Hay que acariciar varias veces el piso, como con ganas de andar más ligeros; cada paso es una resonancia, iluminación de caminos entrecruzados. Escribe y borra estelas, conoce, imprime un paso y otra pequeña ola se lo desvanece como en los filos arenosos del mar.

Poco a poco, los cuerpos pierden aceleración: silenciada la música dan de bruces con los sonidos del mundo; usted se sacude un poco, y los demás a tumbos caminan diferentes, más ligeros, más diáfanos y transparentes. Por un momento piensa, mientras hilos de sudor le bañan la frente, que el baile es en buena medida un lugar perfecto para las despedidas. Usted, en otro tiempo y en su habitación macilenta de la ciudad, hará el lugar para el baile de una danza ‘más que lento’. (La plus que lente. Debussy. El francés dibujó no sin sorna un valse a propósito de las convenciones estéticas de su época). Sujetará a su amante de la cintura o el cuello, según sea el caso, y danzará en espirales, como aprendió, con pasos de lo más monótonos, cuya profundidad y asombro de misterio sólo puede tener igual con escavar un pozo a la orilla del mar y que, subida la marea, se anegue y suprima, como todo, como la vida de una estrella.

Usted y el otro se habrán despedido. Yo alejo mi catalejo de su soledad, en eso nos parecemos usted y yo. Quedará la noche, no se preocupe. Deje la puerta sin seguro. Nunca se sabe. Quizá la persona a la que le ha extendido la mano para bailar regrese de un interludio en el cuarto de baño y se agregue a nosotros en la unidad de la música. Nos sustraemos del mundo. Que regrese y nos sorprenda. Cómo es la vida. Ah, eres tú. Sonríe. Se ven, se desarman y se alejan, como en la pista, como todo, en el movimiento. Ahí tiene su ritual.

lunes, 18 de enero de 2016

Oasis 1

por Rafael Frank



A finales de la adolescencia, cuando estaba por convertirme en ciudadano legal, lo que ocupaba la mayor parte de nuestro tiempo activo y lugar en el pensamiento era la oportuna vinculación hormonal con las ninfas del bosque, en este caso, dadas las condiciones hidrográficas, hablaríamos más bien de la caza de kelpies y el ensueño con las ninfas. Con una perspicaz mitología a cuestas, el par de hermanos que me acompañaba y yo nos lanzamos a la búsqueda de una tierra prometida. Nómadas. Nuestro objetivo final fue localizar un sitio donde la comida proveyera fuerza y creatividad suficientes para este oficio como rastreadores de ninfas. En nuestro tránsito, cerca de la playa y el malecón había abundantes lugares donde se ofrecían alimentos. Como buenos viajeros (o pelotas de ping-pong) vagamos entre tacos de res y pollo.

Oculto alrededor de una zona gris, en aquella parte del puerto donde antes fue pantano, nos aguardó la bendición del Señor de las Moscas: Belcebú. Para el plano humano, este macabro oasis tiene aspecto de un puesto de carnitas (such a lovely place). Para nosotros, los viajeros, fue reposo y abundancia, los cisnes de Urdar.

Este templo era comandado por dos señoras (oh, mis queridas nornas) que nos aseguraban lo mejor del sacrificio animal a cambio de una quinta parte de nuestra alma. Pudimos salvar nuestro ojo gracias a este encuentro. Vimos cómo removían el cazo y machacaban con un hacha pequeña los trozos del jabalí. Hilvanaban en el plato que nos ofrecían mapas estelares que ingerimos cada visita. En estos manjares se tomaron decisiones importantes (que al tiempo supimos) de los viajes posteriores y sobre nuestro actuar acerca de las ninfas; la manteca del cerdo, sin duda, nos protegió del invierno crudo al que llegaron nuestras ondinas para convertirse en humanas.

Localizar a las criaturas mitológicas es un oficio agradable cuando los alimentos grasosos se incluyen en el contrato.

jueves, 14 de enero de 2016

Te cuidaré más que a mis ojos

por Mario Note Valencia


Interpretar va más allá que entender y explicar, va más allá e incluso puede tener un yerro inherente, entendiendo que cada acto del individuo puede ser un estímulo social o, bien, una mecanización sin sentido de lo mismo. ¿Hasta qué punto lo inconsciente puede ser interpretado? Por ejemplo, si un animalito me pica la nariz justo cuando digo una verdad y alguien más me ve, a lo  lejos, y asegura (porque es un psicólogo avezado en lenguaje no verbal) que estoy mintiendo. Estas errancias pueden incrementarse si no se tiene un contexto lo suficientemente claro para interpretar el fenómeno. Como bien sabemos, un gesto despectivo en un lugar determinado puede no tener significado en otro.

En los últimos días ha rondado el tema de la recaptura del Chapo Guzmán (2016), pero también ha virado hacia otro interés (porque, acaso, el tema necesitaba una pizca de farándula) con respecto a la actriz Kate del Castillo. No me interesa recalcar lo que este hecho hace más factible: si le caes mal al Estado, buscarán tu comunicación escrita digitalmente, esto aunque te deshagas de los registros y del teléfono, según dictan los “términos y condiciones”. Twitter, Facebook, Hotmail, en fin, lo demás que tenga que ver con Google, Windows o Android bien especifican que al usarlos el usuario admite el hecho de que si un gobierno ordena catear los registros de conversación y búsquedas, las compañías de estos servicios pasarán al lado de la justicia legal. Nada de ciencia.

Se dieron a conocer, entonces, las conversaciones que sostuvo el Chapo con Kate. No hablaron de “asesíname a éste”, “¿ya te llegó la mercancía?”, etc… No, para nada. Lo que ya está en boca de algunos periódicos es la manera melosa en que el Chapo escribía y Kate le contestaba. Ah, bárbaros, hasta que el amor se posa en los titulares de la prensa. Esta inclinación morbosa se evitaría si los reporteros y los chismosos no sacaran conclusiones antes de tiempo, es decir: si respetaran y conocieran los límites de la interpretación. Porque, ¿a quién le importa si el Chapo y Kate se deseaban uno al otro? Antes bien, qué bello, qué bello cuando me hablas así, y muerdes cada parte de mí… Fue precisamente Margarita, la diosa de la cumbia, que cantó en el introito: Por qué me miras así / mientras me visto sin ti.

El Chapo Guzmán escribió supuestamente a Kate: “Te cuidaré más que a mis ojos”. El contexto del mensaje es ambiguo, porque mientras unos ven amorío futuro, otros tan solo vemos una simple conversación alegre, casi mágica y ritual, como cuando se tiene ansiedad por conocerse dos seres que se esperan. Antes de cerrar con esa línea, el Chapo escribió, entre otras cosas:

Te cuento que no soy tomador, pero como va a ser tu presencia algo hermoso, ya que tengo muchas ganas de conocerte y llegar a ser muy buenos amigos. Eres lo mejor de este mundo. Seremos muy buenos amigos”.  

Si quitáramos la imagen del Chapo como el autor de lo recién leído, este mensaje puede aplicarse enlatado, palabras más, palabras menos, como una efectiva confesión de interés hacia otra persona. No es una declaración de amor, pero por un lado y otro clava un dejo de pasión lacerante, común entre los amadores que se entregan, cuidando no arrebatarse demasiado sino hasta que llegue el momento del mar y el anego. Aunque, veamos, también puede ser una sinceridad expuesta hacia una amistad. Hay amigos, contados, a quienes nos expresamos así, con incluso un “te necesito cerca”.

El riesgo expuesto es otro aliciente. Dice que es abstemio, pero nada más por Kate empezaría a beber a su lado. ¿Leyó al gran poeta Ovidio? Quién sabe. ¿Los Tucanes de Tijuana leyeron a Platón cuando cantaron “eres mi amor platónico, eres la fruta prohibida”? Lo dudo, pero algo hay de colectivo y universal en eso del amor. Bien que para vivir el amor auténtico no hace falta ser sabio o filósofo, porque, en palabras del poeta arábigo, “en el amor se olvidan manuales”.

Hasta este punto me siento con las manos sucias, pues se trata de una conversación íntima, de dos, ahora públicas. ¿Pero qué hacemos con Sócrates? Sócrates confesó que todo lo que sabía de amor lo supo a través de una misteriosa mujer, aunque tuvo la cautela de no decir nombres; por eso mismo parece una amalgama de contrariedades que justo para investigar nexos con un jefe del cartel, salga entre luces lo que pertenecía al furor íntimo. Muy bien, pero ahora ¿por qué demonios hablo de eso? Hablo para quejarme con el centro de espionaje, de México o de Estados Unidos, a quien corresponda:

Ahora ya no podré usar esa construcción de “Te cuidaré más que a mis ojos” con mis amigas, amigos, sin evitar que ellas o ellos me asociasen con el Chapo. Antes bien, como dijo el latino: hasta los dioses prometían demasiado y no se preocupaban por cumplir. En el instante las promesas valen; frente al calendario son meros recuerdos.

miércoles, 6 de enero de 2016

Ya valió monito (Día de Reyes)

por Mario Note Valencia


¿Al niño Jesús no lo habían encontrado en un pesebre? Ahora en Día de Reyes el relato es distinto, el niño se encuentra embalsamado en plástico níveo, atorado entre la levadura dilatada de un pan. La rosca, le llaman; la rosca, le dicen. Tarará, tarará. Algunas veces, al cortar el pan con el filo de un cuchillo panadero o, si el pan no es reciente, con cuchillo de cocina dentado (aténgase a las boronas), aparece el chiquillo sin pena ni gloria, desnudo, o bien con un letrero ostentando buenos deseos para todos aquellos haraganes que no pidieron nada en Año Nuevo: buena salud, dinero, amor, calorías. Que te salga el niño es, en determinadas situaciones, señal fatídica: te toca poner los tamales el 2 de febrero; no es para nada como si la recién casada lanzara el ramo de bodas y la novia de tu mejor amigo lo cachara en el aire.

Como es común, en las escuelas y empresas públicas los directivos ponen la rosca para que los comensales invitados se la jueguen. Mi madre nos solía decir, a mis hermanos y a mí, cada seis de enero, que si nos daban en la escuela un pedazo de ese pan y nos salía el muñeco, hiciéramos lo posible por esconderlo. Éramos niños y no teníamos dinero. En dos ocasiones me deshice del niño: en una lo arrojé por la ventana del salón de clases y en otra lo eché a mi bolsillo de inmediato. Tanta era la pena del dinero y el compromiso que no me importó que dijera la maestra: “Aquí falta que alguien diga que le salió monito. Recuerden que es de mala suerte negarlo”.

Ya que tanta emoción se le agrega al asunto, Pronósticos o la Lotería Nacional debería dotar de quinielas cada paquete de rosca. Instrucciones: Rellene los cuadritos donde crea que no aparecerá monito y ganará. Debería haber un juego como la macabra Ruleta Rusa pero hecho de niños dioses. Que te salga el niño y que tú, en un principio, no quieras. Suele suceder que el niño aparezca justo a la mitad entre dos fragmentos de pan cortados. Águila o sol, ¿qué le vas?

Sin embargo, hay personas que sí les gustaría saber qué se siente que “te toque” el niño. Podríamos coleccionar las figuritas, revenderlas a los espíritus vagabundos fervientes de fe y superstición. Pero, incluso, en esto, los niños no son coleccionables, acaso los diferencian las babas plásticas que cuelgan de su cuerpo por la mala fabricación de los mismos. Hace mucho tiempo que dejaron de ser de porcelana. Ya se cuenta entre las bocas viperinas que algunos nacen bicéfalos, dignos del museo de Ripley.


Dos es mejor que uno (lo siento, Pitágoras). Si el niño sale con dos cabezas suponemos que nos ofrecerá el doble de salud, dinero y amor. Pero, ¿estaríamos obligados a ofrecer una fiesta con el doble de tamales? Por suerte no la haremos de Reyes ofreciendo oro, incienso o mirra. Finalmente, hoy se monta la rosca y se desmontan los adornos navideños. Hoy termina, señoras y señores, el famoso Guadalupe-Reyes. Adiós posadas y fiestas. Bienvenida la cuesta de enero, la escuela y los pagos de impuestos. Pero nos vemos el dos de febrero. Usted pone los tamales y yo pongo el ambiente.