jueves, 24 de junio de 2010

De esa miel no beberé


Preludio:
Es oportuno mencionar que es la vez primera que anexo a un escrito ordinario el contraste del mismo. En pocas palabras, son mis ideas arcaicas contra mis reformas actuales.

Un sábado cualquiera, me desperté con una gran melena sobre mi cabeza. Así que era evidente que debía recortar mi cabello. Era yo en ese entonces, un efebo solitario caminando hacia una peluquería.

Llegué al lugar y las dos únicas peluqueras estaban ocupadas: la primera purgaba los pies de una señora mayor, y la segunda cortaba el cabello de un pequeño niño. Sin decir nada, esperaría a la segunda mujer, una gran peluquera, fundadora del pequeño negocio.

Bien, me senté en un sillón cuando noté que mi peluquera platicaba jovialmente con el niño:

            –Quisiera ser una abeja –dijo el infante.

–¿Por qué quieres ser una abeja? –le preguntó la mujer mientras le pasaba las tijeras por debajo de sus pequeñas orejas.

Yo, apenas escuchado esto, me vi en medio de una penosa conversación sin sentido; supuse que sólo eran cosas de niños.  

            –Dime ¿por qué quieres ser una abeja? –inquirió la peluquera.
           
El niño como mirándose tan absorto –que a su edad sería genuino– dijo sin mucho alarde:

            –Porque quiero probar la miel… nunca la he probado.

La peluquera siguió conversando con el niño, y yo sólo conseguí cavilar sobre lo que el pequeño niño había dicho. Es posible que alguien me confiese: “MarioNote te sorprendes tan fácil”. Admito que es verdad, pues no muy fácilmente encuentro a un niño con extraordinaria percepción de vida casi innata.

Aquella vez, ahora que lo pienso, fue como si hubiera sido colocado en esa peluquería para filosofar de lo que escucharía. Y como creo que soy el único ser que recuerda el momento, lo plasmo en esta redacción para que persista en el tiempo; por lo tanto es oportuno que yo recite con mis propios pensamientos la susodicha filosofía de la miel, la cual estoy seguro de que no cambiará de la perspectiva del lector, ya que es válida cualquier semejanza con cualquier otra filosofía…

Ideología de la miel:

“Si queremos probar la miel nunca gozada, deberíamos ser dignos de llegar hasta a ella. Deberíamos ser una abeja, solamente así lograremos reposarnos sobre los pistilos de las flores.”

Muy bien mi Lector Efímero, anteriormente ya expresé mis ideas acerca de lo que pensé inmediatamente después de mi encuentro con aquel diálogo emergido entre la peluquera y el escuincle. Presento a continuación lo que pienso hoy en día acerca del susodicho diálogo de la miel:

¿Quién había sido aquel niño? ¿Un filósofo? Tantas moralejas podemos desdeñar de aquel deseo pueril: el hecho de ser una abeja para probar la miel. Así es como funcionamos los seres racionales. Tenemos que ser algo en específico para poder probar de lo mismo; pero el niño algún día sabrá que todos somos tan volátiles que no podemos dedicarnos a una sola vocación dentro del ámbito cotidiano. Es decir, si soy una abeja para llegar a la miel, me cansaré de probarla todo el tiempo: el infante debería saber por Dios, y no escucharlo de mí, que éste es uno de los malditos defectos del hombre. Por eso mismo tenemos una cultura efímera, que persiste en el tiempo, lo mismo que lo que dura el polvo en el aire y sobre un mismo lugar.

Conclusión:
Por la simple razón de ser un ser humano, el niño está sentenciado a probar la miel y a enfadarse.

Reflexión:
Las abejas en la naturaleza tienen su función, incluso las flores en donde arriban estos insectos tienen una función perpetua. Y no se cansan, tienen un sentido de vida bien definida. Pero el hombre aún no sabe a qué vino al mundo. Mas sabemos de antemano que se vino a consumir y a defecar toda la vida. Dispense usted mi lector que diga esto con objetiva crueldad, y lo exhorto a que no tome esto como pesimismo, en cambio, es una crítica constructiva. Además veo que el hombre ha sido muy reconocido por sus benignas acciones, así que ya es hora de aplaudirle su maligna cualidad (sarcasmo).

Honestamente: MarioNote