miércoles, 29 de octubre de 2014

Colima, ciudad impresionada

por Mario Note Valencia



El deseo sigue y la vida huye
–Rumi

Ésta es la lectura en tres pasos de una ciudad, un ensayarse citadino como si los asombros que ahora mismo relato pertenecieran a otro cuerpo. La ciudad siempre es distinta para quien sabe residir y viajar. La manera de acercarse a ella debe descubrirse todos los días. Cualquier intento vouyeur la pierde al instante y nada ofrece al que mal la habita.

Las imágenes que me provocaron este delirio pertenecen a un trabajo del joven diseñador El Rey Colimán (también conocido por el nombre de Marco Cárdenas). Por azar cotidiano llegué a su trabajo y de inmediato me atrapó su propuesta. Creo que con esta colección llamada “Manet visiting Colima” da un tratamiento adecuado y sincero, sobre todo, de los espacios citadinos. Pocas personas en tales niveles de autenticidad pueden violentar el espacio con la cámara fotográfica y hacer notar que al final vale la pena el riesgo.

Es un gusto saber que El Rey Colimán haya realizado estos ensambles como pasatiempo y que, sin que él lo supiera, formara parte de una sensibilidad de composición ensoñadora. Aquí intento verbalizar los ensueños provocados con la errancia  en el bolígrafo. Concuerdo cuando El Rey Colimán afirma que “son un grupo de experimentos gráficos en los cuales más que un ejercicio de dominio técnico (manejo del programa) se trataba de un trabajo conceptual, unir dos imágenes pertenecientes a dos mundos distintos: pinturas de Manet y paisajes de Colima”.

Ésta es la historia de una ciudad en tres asombros, como una danza.

*
Asombro en el Andador Constitución
o el paso de la primera flexión



La primera impresión es la más importante. A partir del instante lo demás es fuga. En uno de los ensambles vemos a la protagonista de Manet La Nymphe Surprise , y El Rey Colimán nos deja ver que ya había soñado él, como muchos y muchas, encontrarse un amor en el Andador Constitución. Pero por divina sabemos ya de antemano su amor fugitivo. Las líneas de su cuerpo son más móviles que estables, parece que se mueven, no sabemos si ha cruzado la pierna, si balancea su pie, si sorprendida decidió cubrirse con el paño pero deja al contemplador espontáneo la espalda arqueada y su muslo transitorio.

Hay ingenuidad, en el instante somos ingenuos. Una Ninfa decide bañarse con el agua de una fuente urbana, la extravagancia de toda la imagen nos detiene atemporales. La suerte ha querido que deliremos sobre el amor instantáneo. 

Para un hombre o para una mujer, la posibilidad de la Ninfa representa el asombro: el deseo de que en un breve tramo adoquinado aparezca, como ella, el amante deseado. La Ninfa vino desde no sabemos dónde, ¿era Manet su tierra natal? El delirio nos vuelve la lengua en la más líquida de todas, viperina, y por lo tanto en la más mítica y cierta. En ese momento la posibilidad es tan real como el ave con su cuello al cielo, con el agua en su manera de danzar fluida, con el círculo amatorio de la vida revitalizada.

Por si fuera poco, la biografía de Manet  dilata el sueño al saber que la Ninfa existió, encarnada por una de sus modelos. Qué delirio vivió el pintor, intuimos, en esa radicalización de lo humano para volverlo inmortal, para ser el rebelde más auténtico y portador del secreto a voces que todos, absolutamente todos en el amor, sabemos: el cuerpo es luminoso, imperfecto y delirante. El amor es un delirio que se goza.

Es la sorpresa de la Ninfa la que nos descubre, no a la inversa. Cuando nos damos cuenta la Ninfa ha jugado con los paños para voltearse. Nos dice si somos o no como un fauno, maestro en los delirios del deseo, la pequeña monstruosidad de la lascivia, la parte del ser humano que responde al animal, o si somos simples espectadores que con el paso sincero por la ciudad desvela momentos fantásticos.

La ciudad sesea. Ella mueve más con el asombro, es la mano del artista que puso el rostro a favor de los sueños. De ahí el rostro de todo lo demás en una composición sensorial de perspectiva profunda: el rostro de la fuente y de las palmeras, el rostro de los objetos en las tienditas adosadas al paraíso, la desembocadura celestial y la catedral al fondo como perseguida por algo que no vemos pero que de inmediato la hará pasar.

El materialidad del mundo se sumerge al centro, las cosas del universo incluyendo nuestro rostro orbitan hacia lo profundo: el asombro. Estamos solos para que esto suceda. Este ensamble en el Andador alimenta nuestro deseo de que, más allá de descubrir, seamos nosotros los descubiertos.

* *
Puerto al reposo
o el paso de la elevación


Si el agua de la fuente nos dejó deseantes, el puerto de Manzanillo puede ser al mismo tiempo reposo y veneno inesperado, pues la sal es la dosis de la locura. Pero el mar también existe para beberlo con los ojos. Cuando uno atisba más en calma y demora, se transforma el agua, el rumor de los caracoles se convierte en voz cristalina para La Mar, la Ciudad de las Aguas.
                                                        
De algún modo los puertos son durante el día y la noche escenarios distintos. El Rey Colimán ha colocado dos personajes surgidos de Manet sobre un panorama manzanillesco y difuso, el malecón es el rellano y respira y está como un balcón hacia la calle. Puede y no ser Manzanillo. Las mismas palabras de Ramón Xirau que ha dicho sobre los límites de Venecia describen bien o mal el panorama voluminoso que ahora contemplamos. Pero no es nada más que, por suerte, el delirio.

Dejo que la ensoñación, ese estado onírico en el que me sé contemplador actante, enseñe danzar a mi mirada. La primera mirada atrapa a la imagen en su totalidad y del mismo modo, en un instante, sabe sus individualidades.

En la obra original Argenteuil, Manet descansa a sus protagonistas en el agua intensa, las difuminaciones nos hacen creer alegremente en que cualquier momento el azul los bañará por completo. El hombre dirige sus corrientes hacia los de la mujer que observa cándida hacia otro lado. Pero en este ensamble podemos ver algunas afortunadas inversiones: el cielo, espejo del agua, es quien baña a la pareja, en el mismo sentido el hombre dirige sus corrientes de aire hacia los de la mujer.

La poética de El Rey Colimán insiste: el paisaje es importante porque confluye en los cuerpos y crea una simbiosis exquisita. Los cuerpos vitalizan con sus movimientos el ambiente que se cree inamovible para los ojos que no saben bailar. El cielo mismo parece tener corrientes, las corrientes empujan a los cerros, el malecón tremola con la calma del puerto. Hay mensajes del mar que se presienten.

Los puertos estimulan la ilusión de un mar domesticado. Este ensamble visual es una ilusión de que el amor y el fuego pueden domesticarse. Mentira, la Ciudad de las Aguas se va tan pronto como se tiene (o cuando se cree que se le posee).

El amor sufre y goza de su libertad avasallante y terrible. Aunque la luz del día conceda calor y promueva la cercanía, sobre cualquier desliz el amor desembocará auténtico. Por más que el agua se mire tranquila, la profundidad permanece y ahoga. En cualquier caso es un gusto estar en el reposo alegre.

* * *
El paraíso terrestre
o el pas de borrée
  


Parece actual pero lo que vemos es una afortunada unión de varios tiempos. Vemos la comunión de tres personajes extraídos de una pintura de Manet, Le Déjeuner sur l'Herbe (1863), en un primer plano frente a una edificación que data del siglo XVI, la que, por su armonía, se ofrece también protagonista.

Después del agua y del aire, aparece la tierra, la que no fácilmente huye pero de la que no cualquiera participa. Vemos una gota que posa entre dos rastrojos de personas solemnes. La sombra de los árboles los consume y los pierde, mientras que la mujer se libera jocosa.

La congruencia del ensamble es obvia, pero no por eso menos ensoñadora. La composición delira de paraíso atrayente; es un paraíso secreto al aire libre donde lo vivo redime a lo derruido con el tiempo.

Las ruinas no son hasta que es imposible transitar por ellas. Pero aquí hasta los árboles pasan. Se trata del Jardín San Francisco de Almoloyan, donde actualmente la circundan dos de las serpientes más transitadas de Colima. Pero en cuanto al jardín es, como en este ensamble, un triunfo. Los vestigios ya forman parte innegable del jardín, historia de un proyecto que no ha terminado nunca de construirse ni de derrumbarse.

Ésta es la Ciudad Feliz de la Tierra. El delirio es sentirse como ese Jardín con sus desayunadores sobre el pasto. Los árboles habitan mejor y por mucho más tiempo. ¿Acaso una persona sabrá caminar como un árbol? El delirio es recuperar los espacios, saberlos habitar y nombrar.

No hay momentos en el baile de esta Ciudad que no vengan de un ritual en los pasos.

Imágenes afortunadas por:
El Rey Colimán / www.behance.net/marcocardenas  /  el.rey.coliman@hotmail.com

martes, 14 de octubre de 2014

“Las Chicas Superpooderosas” y su defensa del Estado

por Mario Note Valencia



Trataré el curioso y polémico tema (en algunas foros) acerca del capítulo televisivo See me, feel me, gnomey de un programa famoso llamado (hasta hace algo de tiempo) “Las Chicas Superpooderosas”. Contextualizo: este capítulo no se encuentra fácilmente, mucho menos en español. Aunque pude ver una versión completa del capítulo y subtitulado, antes de que lo eliminaran de internet, dejo al final el enlace al capítulo casi completo, aunque puede ser prescindible para nuestra reflexión.

Este capítulo See me, feel me, gnomey  es un rock musical al estilo Broadway pero compacto. Tiene sus altas y bajas, sus tensiones y esperanzas. Entre versos ingeniosos y otros no menos divertidos, podemos comprender la historia: los personajes malvados de la ciudad, es decir, aquellos que hacen siempre el mal y que son los enemigos de las Chicas Superpooderosas, afirman que en una sola noche van a acabar con todo.

Aparecen en el cielo las esperadas Chicas con un tono desafiante, pero los villanos derrotan a las niñas. Las niñas quedan en un cráter cantando, entre otras cosas: “¿Cómo es que este mundo no ha conocido sino el dolor?”. Después tratan de levantarse el ánimo cantando por la paz de la Tierra. En ese momento aparece un hombrecillo vestido de rojo. Éste les concede a las Chicas el deseo de traer la paz a la ciudad a cambio de que ellas le den sus superpoderes.

Tras un debate entre ellas mismas, aceptan el cambio con la idea de que además de traer paz serán por fin “unas niñas normales”, entonces el pequeño hechicero pronuncia un conjuro y aleja a los enemigos de la ciudad. La gente de la ciudad agradece la vuelta de paz pero al preguntarse a quién deben agradecer, es el pequeño hechicero rojo quien toma la consigna de salvador. 

 

Todos entran en la euforia de vivir en amor y paz y de pronto, sin detenerse, pasan al fanatismo. Todos los ciudadanos empiezan a vestirse como el hechicero, a seguir sus ideas de supuesto bienestar social por medio de la simbología de una rosa: vivir la vida en paz.

Aquí nos sorprende notar que a pesar de que se trata de una filosofía en pos de la vida pacífica, las vestimentas y comportamientos mecánicos de las personas se han convertido en una imagen ridícula y de evidente sometimiento a un sistema. Pero ése es apenas una tensión de este capítulo.

Rompe la pasividad el famoso Profesor Utonio, creador y padre de las Chicas. Él arremete contra la realidad social y les pregunta si acaso ellas no pueden ver cuánto mal les hace a las personas seguir la idea del hechicero. Su letra es de las más sugestivas hasta el momento, quizá porque en él recae la perspectiva que dominará en todo este episodio censurado. Preguntas del profesor que van desde ¿es libertad estar alineado?, hasta la idea de cuestionarse si es correcto que las personas fanáticas sacrifiquen sus sueños por un ideal, que sacrifiquen su individualidad por una libertad condicionada.


Aquí empieza a parecernos sospechoso el discurso. El Profesor Utonio asegura que es insensato perder la individualidad sólo por la seguridad de las calles de la ciudad; entonces aparece él con una bandera de los Estados Unidos en el fondo. ¿Nos recuerda a ciertas películas? Pearl Harbor, La vida es bella, Indiana Jones, y muchas más que nos siguen transmitiendo en la televisión, llevan la consigna de tener a Estados Unidos como los héroes legítimos, los “buenos” en la Segunda Guerra Mundial, los que matan por justicia.

Aquí, por supuesto, ya nos parece posible la parodia que la caricatura hace, poniéndoles ese color rojo a las personas, al comunismo; pero, cuidado, no al supuesto comunismo que relacionan con Marx, sino al comunismo de las naciones que estuvieron en conflicto. Al final de cuentas, este capítulo de las Chicas Superpooderosas adopta la perspectiva y justificación de Estados Unidos.

Como por arte de magia las Chicas recuperan sus poderes ya que, según ellas, el hechicero ha incumplido su trato. Así es como logran derrotar ese dominio; entre centellas podemos ver que el hechicero reflexiona acerca de la armonía que debe haber entre los buenos y los malos, que es necesario tener a los villanos en nuestra vida para poder vivir. Entonces los enemigos vuelven a poblar la ciudad y hay un alboroto alegre de su regreso. Todo esto parece lógico, pero ¿será posible?

Si algo hay que saber es el hecho de que, desde una perspectiva burguesa, siempre habrá “pobres y ricos”, “pecadores y santos”, “buenos y malos”, “refinados y vulgares”, y muchas otras dicotomías basura. A la hegemonía (el dominio del Estado) le convienen estas separaciones. No extraña ver que en este capítulo de las Chicas Superpooderosas, se legitime la presencia de la autoridad represiva de Estados Unidos como una manera necesaria de “ofrecer la paz”. Este método lo adopta México, por supuesto.
 
El punto no es si a través de esta caricatura se ridiculiza una parte de la realidad de naciones que se dicen comunistas, sino que se ofrece un discurso a favor del uso del poder material y violento del Estado. Al parecer el Estado es el único que puede dar y quitar sobre cosas que le atañen al individuo. Aunque veamos que en la caricatura critican la muerte de la individualidad, después nos percatamos de que esa misma individualidad pasa a otra jaula: el Estado.

Mucho se especula sobre por qué censuraron o no transmitieron constantemente este episodio en la televisión. En mi opinión creo que aquí no pierde Estados Unidos, sin duda (me atrevo a especular) es un trabajo que fue encargado a los creadores de las caricaturas. Se sabe que para filmar una película, el Estado de EUA pide al director que la bandera nacional aparezca un determinado número de veces. De ahí, pienso, puede pasarse a otro favor.

 
 

No creo que este episodio cambie la mentalidad de las personas. Más bien creo en una pequeña influencia sobre cómo los ciudadanos “confiados” hablarán a partir de su Estado. Pero, es cierto, ¿el desarme amoroso en Pear Harbor puede ser llevado al odio nacional por los del bando contrario? ¿Quién es el contrario, el bueno? ¿Quién tiene su guerra justificada? Entonces, de algún modo, aparece este capítulo supuesto infantil donde se nos enseña a comprender la realidad de por qué, para que haya paz, debe haber guerra.

Nota a los lectores efímeros: Como estos fenómenos forman parte de la cotidianidad, después analizaremos juntos la serie “El príncipe del Rap”. Veremos qué nos dice y no el personaje encarnado por Will Smith.

Enlace al capítulo casi completo: http://vimeo.com/92579840

viernes, 10 de octubre de 2014

Comer como quien ama



por Mario Note Valencia


La Comida, como el Amor, es un acto ritual y erotizado: afirmación de la vida. Hay mucho placer en atraer, dar tratamiento, construir, fundir y consumirse como cuando se prepara una comida. El sentido de la vista se complementa y vitaliza con el tacto invisible del olfato, y estalla con el sabor en la boca. También la vista y el olfato consumen cuando nuestra mano toca una fruta. A veces sentimos que nuestra boca se hace agua como los sueños antes de que nos despertamos por completo. Lo mágico del sabor posible, la estimulación del aroma, nos convierte en amantes inmediatos.

Nadie podrá describir en absoluto cuál es el goce de la comida en su instante revelador: el camino a la consumación. Regresamos a la comida por el placer que nos cultiva un goce del que fuimos, quizá, permitidos experimentar. El goce siempre es distinto y otros goces amplifican acaso en un instante.

Aunque se trate de la misma comida, el ritual para prepararla o llegar a ella es siempre diferente. La comida de nuestro hogar deja de ser cotidiana si, por ejemplo, burdamente mencionamos que “alguien preparó esta salsa picante cuando estaba enojado”.

A la comida nos entregamos como cuando nos abrimos completos a quien ama. Hay que merecernos la comida todos los días. Diría un escritor de África del Norte que el paraíso se construye, se gana y se pierde todos los días. Cada día la comida en sus elementos en potencia, a punto de prepararse, los condimentos cuando están guardados, ansiosos, la despensa incluso recién hecha, son señales de que se nos espera como quien ama.

Si no sabemos y no aprendemos a escuchar lo que cada elemento puesto para la comida tiene qué decirnos como secreto al oído, echaremos a perder su preparación y, por supuesto, no viviremos el placer de consumirla.

Pero, como en el Amor y en la literatura, también hay fracasos. A veces nuestro paladar no está listo para la buena comida o quizá la comida no es la adecuada para el momento de nuestro paladar (los egoístas siempre dicen que el problema está en los alimentos y quien los prepara). Todos los días, sin embargo, persiste la posibilidad de realizar este ritual erotizado.

En “Ensayar la ciudad:Durazno” dejo una migaja errante acerca de cómo el delirio amatorio puede habitar la fruta que consumimos todos los días.

viernes, 3 de octubre de 2014

Los devoradores de libros o lectores diletantes

 por Mario Note Valencia


Existen, como todo, distintos tipos de lectores. Existen los que se vanaglorian de que leen. Todos pueden leer una tesis filosófica pero algunos cuantos pueden abordarla adecuadamente, ni siquiera por un determinado bagaje de información, sino porque se encuentran (y se han preparado para eso) en la situación propicia para que el conocimiento se revele.

Podemos decir que se aborda una obra en el momento en que hay un choque de sentido estético y, sobre todo, adosado a su propia lógica. Aquí nuestra personalidad trabaja y con justa razón puede pronunciar que ha abordado, como navío en altamar, una obra.

“Leer” es un verbo que puede desorientar mucho a nuestros pensadores antecesores, pues “leer” en bocafloja desilusionaría a muchos en la intimidad. Decir “abordé una obra” no significa, por supuesto, que ya se tiene una conclusión de la lectura o que ya ha finalizado.

Lo más curioso de quien se vanagloria con tantas y tantas lecturas bajo la lengua, se deja ver cuando nos enteramos, sin querer, de la torpeza con que este lector se enreda en las cuestiones básicas de fonética. La simple falta de pronunciación de una pregunta o un énfasis escrito, tal y como el mundo cotidiano nos enseña, nos hace sospechar si acaso todo el libro leído (por este lector diletante) ha sido abordado ni siquiera en su 10 por ciento.

Quien (además de jactarse lector profesional) transcribe a la oralidad el complejo lingüístico de las letras con la deficiencia de desconocer, por ejemplo, en qué sílaba recae la entonación de las palabras, se le puede estimar ridículo porque a nuestros ojos este peculiar personaje no aborda las obras, sino que se desvive inútilmente por leer y comprenderlo todo de manera llana.

Tantas lecturas bajo la lengua tiradas a la basura. En cuántas lagunas, espacios oscuros, no ha de estar divagando en honor al sofisma natural este espíritu pretencioso. Tal venganza se revela frente nuestra mirada cotidiana y sin esfuerzo. Uno puede ofrecerle una lectura que tuviera juegos del lenguaje (quizá Cabrera Infante) y éste tratará de abordar la novela en un océano de oscuridades ofrecidas por su no dedicación a la reflexión básica, elemental, sobre la lengua. Así sucede con los lectores diletantes de Julio Cortázar.

A estos personajes hay que ofrecerles libros de breve enseñanza a la ortografía (por cierto, también hay indeseables correctores diletantes) con una que otra asesoría, teniendo la gentileza de no revelarle la torpeza de la que era víctima. Cuando el instruido pueda hacer una tesis completa sobre cuál es la diferencia metafísica y física entre círculo, circulo y circuló, entonces podrá dar la vuelta a su pasado espantoso; quizá podrá reírse incluso de sí mismo, que es mucho mejor y terapéutico.

Pero si no toman el camino de su salvación, a estos pretenciosos no se les ofrezca poesía. Sería ridículo que sabiendo la deficiencia alimentemos la distancia a la redención. Un lector que no es lector, podrá decir que lee poesía. Quien deje ver en su lectura oral y su escritura la automática e inadecuada reflexión sobre el lenguaje que se olvide, mientras tanto y por el bien de todos, de la literatura.

Este lector ciego junto con sus camaradas (otros lectores ciegos) se recomendarán literatura traducida y en reuniones fortuitas concordarán en que su lengua materna no le es posible convertirse –declaración fuerte– en literatura; de ahí que engendren un desprecio por los escritores de su lengua. Sin duda (y por ellos no siento nada) están muy lejos de experimentar las posibilidades del lenguaje.

Catastrófico sería escuchar de ellos algunas lecturas de escritores ingeniosos en el uso de los signos, como en el caso de José Saramago. Por fortuna, ellos sólo existen para el consumo de ediciones pobres en el cuidado de las obras. De ellos es el reino de los profesionistas en literatura.

En toda esta reflexión comparto mi desaprobación a estos lectores diletantes, por si alguien en la calle se los encuentra y no sabe cómo sobrellevar el convivio. No son lectores sinceros, buscan cantidad y no calidad de la lectura tanto del libro como de quien lo lee (aunque nunca lo acepten), incluso en sus manos el libro se vuelve fetiche. Hago hincapié en estos puntos porque son los lectores que complican nuestro camino al conocimiento de más personas que, con un solo libro leído en su vida, han revelado más detalles auténticos. Abur a esos lectores.