domingo, 13 de noviembre de 2011

El lenguaje... ¿Cómo has dicho?


Tal parece que lo más sencillo es lo más difícil de discernir a la hora de explicar; un ejemplo de ello es el lenguaje. ¿Qué es el lenguaje? El término es acuñado interdisciplinariamente, aunque de todas las concepciones puede haber una concreción. Tengámoslo aquí como ‘la capacidad que tiene el ser humano para comunicarse’; agreguemos a la noción de que hay distintos tipos de lenguajes: la danza, la pintura, la música, etc. Cada lenguaje tiene un fin muy claro: comunicar.

Buen ejemplo con Magritte
La comunicación es el intercambio de mensajes en donde hay un juego de papeles sobre quién, en determinado momento, es el emisor y quién el receptor. Para que se logre la comunicación, elementalmente necesitamos un medio para trasmitir el mensaje (ya sea la carta, la voz o el baile), así como un código (un alfabeto o los movimientos corporales) para construirlo. La comunicación sólo existe cuando emisor y receptor comparten el mismo código y mismo lenguaje. Si hay malinterpretaciones del mensaje, consideraremos que la comunicación está truncada o que simplemente no existe.
Ya hemos definido de manera sucinta dos conceptos que parecían un enigma. Entonces, ¿qué es la lengua?, y ¿qué demonios es el habla? Nada es la misma cosa, sin embargo sí contienen la misma raigambre: intervienen en el proceso de la comunicación. Aquí tendremos a la lengua como ese código específico de cada civilización para poder cifrar un menaje, es decir, convertir el pensamiento en palabras. Muchas lenguas tienen alfabeto. En cuanto al habla, es sobre todo una acción individual pues se trata del toque personal que uno le da a la lengua: de allí que se diga «El habla de esa persona es adecuada».
Hablar de una lengua en específica, es hablar de toda una cultura. Si uno quiere comprender al ser humano en cuanto a su capacidad de expresión, debemos empezar por sus primeros intentos de comunicación, las más primitivas que fueron génesis de todos los procesos lingüísticos. Se trata, además, de un asunto antropológico ya que las acciones surgen de una necesidad; piénselo: ¿de qué le sirve poder comunicar sus pensamientos? Y en esas respuestas coincidiremos en que es imprescindible la comunicación, y así precisamente sabremos más de las personas. “Habla para que te conozca” diría Sócrates, porque dice mucho de nosotros cómo hablamos y de qué cosas hablamos. Quieres conocer a alguien, habla con ella. Recordemos, no sólo importa saber decir los mensajes, sino también escuchar… Por allí hay una buena reflexión: «Fuimos creados con dos orejas y una boca, para escuchar el doble de lo que se habla».
Hasta este momento ha sido un bosquejo rápido acerca del lenguaje; ahora quiero hacer notar: no sólo el ser humano tiene lenguaje, es decir, la capacidad de comunicarse, sino todos los seres vivos cifran uno también; por ejemplo, determinados animales se comunican por medio del lenguaje auditivo. Sin embargo, es el humano quien puede ir más allá del instinto animal, y hacer del lenguaje una herramienta fundamental de la civilización, hasta convertirla en el arma más poderosa (y no es por exagerar). Y es que todo ha ocurrido por buenos o malos entendidos, como la injusta conquista de América: fue el encuentro de dos culturas lejanas entre sí, desconocidas, con lenguas distintas y sobre todo un lenguaje conformado de cosmovisiones ajenas entre sí. Como dijimos, el lenguaje representa el peso total de una cultura.
Y bien, estamos hechos para pensar, sobrevivir, convivir, etc., aunque también somos unas máquinas monstruosas: dañamos verbalmente, mentimos, corrompemos a las personas con nuestros lenguajes inadecuados… A veces somos tan inhumanos que vale la pena reflexionar sobre cómo utilizamos el lenguaje, porque no vaya a ser que el pez por su propia boca muera.
Honestamente: Marionote Valencia.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Muerte en La Campana, Colima

En Colima tenemos una zona arqueológica llamada La Campana, cuyo contexto histórico se remonta hasta los últimos años de la Era Antigua. Está ubicada entre dos ríos y orientada hacia el volcán. En primera instancia vemos esa dualidad: agua y fuego, luego que sus construcciones abarcan lo mercantil, lo político y principalmente lo religioso. En ese edificio en forma de campana era donde se hacían los rituales y se sacrificaba para honrar al dios del fuego (volcán).
El alzamiento principal del lugar: La Campana
En cuanto a ese ámbito religioso hay dos incipientes importantes: la muerte y el destino del fenecido. El lugar de los muertos, como para muchas de las culturas prehispánicas, era el Mictlan; para emprender el camino a esa morada, al muerto se le hacían las muy conocidas ‘tumbas de tiro’, que referimos su análoga apariencia al de las bóvedas, localizadas hasta diez metros bajo tierra. Actualmente se cree que la profundidad no sólo dependía de la dureza del suelo, sino del estrato social al que pertenecía el fallecido. Los familiares del difunto lo vestían muy bien y le colocaban objetos alrededor que lo identificaran según lo que haya hecho en su vida. Por último, los pobladores sacrificaban un perro y lo ponían también en la tumba, para que éste ayudara al muerto a cruzar el último obstáculo del camino al Mictlan: un río. Sin embargo, no todos tenían como destino el Mictlan, los guerreros que morían en batalla y las mujeres que perecían en el parto, acompañaban al sol en su ruta: alba y cenit; para luego renacer como el mismo astro lo hace.


El análisis que se ha hecho sobre los objetos encontrados en las tumbas, dejan evidencias claras, y otras inconclusas. Por ejemplo, de acuerdo a las deformaciones de cráneos, se cree que los indígenas sabían de cirugía; sin embargo, no se explica por qué algunos restos o figurillas de barro no tienen extremidades, ¿con qué objetivo se habrá hecho eso? O en general, ¿cuál es la explicación concreta de las tumbas? Si la indiferencia no nos gana, lo sabremos, después de mucho, algún día.
Honestamente: Marionote Valencia.

miércoles, 26 de octubre de 2011

La tuba de Herodes


Hoy probé el sabor de la burocracia: una tuba sabor fresa. Yo, que evitaba cualquier relación que tuviera que ver con oficinas, caí al servicio de una secretaria. Acepté el trabajo porque así evitaría otros asuntos meramente institucionales, lo que tampoco me ayudó a salir del vicioso círculo institucional.

Papeles, papeles y más papeles. Carpetas. Ordeno y archivo según sea menester. La secretaria me explica amablemente cómo debo hacer las cosas. Me presta la engrapadora y los clips; saco copias, yo y la copiadora nos entendemos: seguimos un aburrido protocolo. Fotocopio, ordeno, engrapo; fotocopio, ordeno, engrapo; fotocopio, ordeno… ¡Faltan grapas! Y vuelvo al ritmo.

No es culpa de la secretaria que se estrese por todo lo que debe descansar al día o por lo que tiene qué hacer cuando llegue a su casa; la razón es el sistema. En un México en el que se vive a flor de piel la mítica democracia, sus instituciones imponen autoritarismo. Los inversionistas extranjeros ya ponen un Gualmart, un Kentoky o un Blockbuster, con la finta de que generarán empleos. Bien, los generan y los mantienen, pero con una ‘democracia repartida’. Concedo a la ‘democracia repartida’ como aquélla que no se engendra según el pueblo, sino que se gesta bajo las condiciones del singular poderío; por ejemplo, cuando una tienda comercial paga muy a fuerzas el salario mínimo, argumentando que sería peor si no estuvieran esos empleos. Total, si no me pagan no como. Ésa es una de las razones por la cual el mexicano se agacha y guarda silencio; sólo cuando llega a su casa pretende desquitarse con la familia o con la cerveza, gastando lo poco que le pagan.

Será que en verdad somos así, o más bien, estamos tan ofuscados que no llegamos ni siquiera a “ser”. La identidad mexicana es a la vez difusa, un donadie, pero tan arquetípica a la vez: güevón, idealista disfuncional, irresponsable, conformista, pachanguero… Allí le paramos. Nomás no vemos un rasgo bueno en ello. A lo mejor alguno dirá que la mejor cualidad del mexicano es ser nacionalista, cuando ni siquiera el que profiere el aforismo conoce el himno nacional; en cambio, pone toda su fe en un equipo de futbol. México, dicen, es el único país que se paraliza por un partido: las escuelas suspenden labores indefinidamente, y aunada a la inteligente disposición, le sigue la biblioteca municipal; en los trabajos (sea bajo techo o en el campo) siempre hay un radio o una televisión que transmite el furor deportivo, mientras en los bares, el mass-media por excelencia es pretexto para el embotellamiento de clientela. Si gana México, hacemos fritangas; si pierde, le echamos la culpa al técnico del equipo.

Y así como un juego, se mueve esto que llamo burocracia. Acepté la tuba sabor fresa, además del calor, porque nunca la había probado así: ‘tan fresa’. Era dulce, muy dulce, aunque el cacahuate mitigó lo meloso del asunto. Más importa el hecho de estar allí: organizando papeles de otros, mostrándome sumiso y conformista con mi baso de tuba en la mano. La secretaria me ofreció la bebida de su bolsillo, del dinero de sinuosa procedencia, de un único poder que controla todo con el dedo índice y manda y dice, pero nadie dice nada. Allí estuve con mi tuba rosa en la mano, como un burgués. Nimodo, pensé, hay veces que encaja perfecta esa memorable frase popular: La ley de Herodes…
Honestamente: Marionote Valencia.

domingo, 23 de octubre de 2011

Escritora no... Pero nadie olvida a María Sabina


María Sabina fue una mazateca que desde muy chica se entregó a las visiones que otorgan los hongos, según ella lo cuenta. Cuánta sabiduría no puede uno entender cuando ella curaba a los de su pueblo por medio de sustancias que actualmente son consideradas dañinas; quién sabe, pero María Sabina estuvo, sin quererlo, en el ojo del huracán de todos cuantos curiosos y malintencionados querían conocerla y pagarle porque los dejase experimentar el viaje de los hongos alucinógenos.
Mil respetos.
Ella nació un julio de 1922 y murió en noviembre de 1985 en la Sierra Mazateca, al sur de México, por Oaxaca. Fue mujer, curandera, sabia y sobre todo una poetisa. En sus ceremonias ella manejaba la situación según la experiencia le había enseñado, y el contacto con los dioses que le dicen al mismo tiempo que no cualquiera puede ocupar el lugar que tuvo ella. María Sabina nunca escribió, pero lo literario lo emanó con el hálito interno que le hizo hablar y componer. En una oralidad de María Sabina notaremos varias señales de poesía pura:

I
Soy la mujer que examina
Nuestra mujer infinito, dice
Nuestra mujer remolino, dice
Nuestra mujer de las alturas, dice
Nuestra mujer de luz, dice
Soy mujer espíritu, dice
Soy mujer día, dice
Soy mujer águila dueña, dice
Soy mujer sagrada, dice (…)

Hay ritmo porque las mismas frases lo ostentan: la bella repetición de imagen y sentido. Hay anáforas; eso sería en retórica, pero considerando lo indígena, a la repetición (o reiteración) se le llama paralelismo. El paralelismo cambia según los versos que ya lleva dichos y cómo, con el sonido, ella sabe que se escuchará bien. En conjunto forma esos trances alucinógenos en los que ve a los espíritus que curan a través de sus manos. Vemos también las metáforas, éstas le dan sentido al verso que es forjado por los demás y al mismo tiempo. María Sabina se deja llevar por la corriente y su resultado es un poema muy versátil y profundo, porque abarca muchas características que a veces parecen nimias para el ser.
      Honestamente: Marionote Valencia.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Entre culturas te veas


La cultura es todo hecho de cualquier naturaleza, dotado de significado o simbolismo, que tiene que ver con el ser humano porque sólo éste posee la condición única de ver su mortalidad y, por lo tanto, estar en la necesidad de darle a la vida un sentido de existencia anacrónica. 
 Con ‘sentido de existencia anacrónica’ me refiero a que el ser humano siempre ha querido dejar una huella que persista aun después de su muerte. Es esa lucha eterna con el tiempo, que nos desata por dentro y nos tira a la angustia.
La angustia es tan humana como la necesidad de compañía. La angustia nace nada más ni menos que por el descubrimiento de la muerte, de la mortalidad del ser vivo. Los demás animales no saben que en un futuro ellos morirán, por eso sólo viven el presente. Pero nosotros ocupamos en ‘no estar’ en el presente, porque nos detenemos en el pasado o nos preocupamos por el futuro. Este último punto cabe en otra redacción para el blog que con gusto pronto estaré compartiendo.
Regresando al tema angustioso: el ser humano empezó a ser “humano” cuando se percató de la muerte. En ese momento se crea la cultura: desde cómo se organizaron las comunidades hasta cómo reaccionaron frente a los fenómenos naturales. El miedo, la angustia, la melancolía, son apenas unos puntos claves que nos remiten a una comprensión general de las razones que tenía el ser humano para revestir el sentido de la vida; acaso como si dijeran: “Vamos a morir, hay que hacer algo”. Desde entonces representaron el mundo en pinturas rupestres, esculturas en hueso, dólmenes, pirámides, códices, y en estas creaciones proyectaron su política, creencias, sentimientos del mundo, y, en fin, cientos de símbolos.
Un símbolo es un signo (cualquier cosa que significa) que nos remite a interpretaciones varias y ambiguas. El agua bendita, por ejemplo, no es que valga más que la leche o el aceite, sino que para la tradición romana esa agua es única y arrastra toda una tradición: un simbolismo a la vez muy conocido pero no fácil de definir. Así, podemos ver más culturas.
Ante la práctica de observación hacia otras culturas, no hay otra manera que ser arbitrario: tener cultura humana es comprender y respetar las demás. Lo que recomiendan los antropólogos es negarse a la aceptación o comprensión de una cultura que denigre la dignidad humana: como la tortura o la muerte involuntaria.
De modo que, y podemos concluir amenamente: la cultura es la impronta que avanza según la historia del ser humano sobre la Tierra. Hay una diversidad de culturas. Dentro de cada cultura existe una subcultura: la cultura de la lectura, del deporte, de la convivencia familiar, etc. Todo, absolutamente todo es cultura; de allí pasamos a un valor cualitativo de una “cultura efímera”, para comprender cómo es que actúa.
Honestamente: Marionote.

lunes, 29 de agosto de 2011

Humanidad: con descuento

por Mario Note Valencia


–Pinches tacos, por todos lados ponen puestos y nadie les dice nada; pero quieres poner un restaurante y te ponen muchas trabas. O peor: quieres vender cervezas y nomás no te dejan; luego mejor les dices a tus compas «Oye, güey, ven por las cervezas en la madrugada». Van, te compran y te emborrachas junto con ellos.

–¿Quisiste poner un restaurante y no te dejaron? –le pregunté al joven taxista que descansaba su antebrazo en el borde de la puerta y con la otra, la mano izquierda, controlaba a tiempos el volante y cambiaba las velocidades.

–Nel, ahora no tengo dinero. Estoy chingado. Estuve un año sin trabajar –miró por el retrovisor que ningún otro automóvil tenía intención de rebasarlo. Luego me miró y siguió con el mismo tono de enfado y resentimiento–: Te voy a decir al chile, la verdad fui un pendejo. Anduve todo ese año en puras pendejadas con unos supuestos “compas”, ¿y en dónde están ahora? No están conmigo ayudándome, me ven en el taxi y ya ni me hablan. La neta son pendejadas.

–Supongo –repuse–. ¿Hace cuánto tiempo que andas de taxista?

–Como unos siete meses, carnal, pero ya me vale madre.

Después de su respuesta estuvimos en silencio un minuto entero. Minuto que pasé de largo porque mi intuición quería descifrar adónde llevaba su confesión. Es cierto que los taxistas te cuentan de todo o tú les cuentas algo para que luego se lo cuenten a otros pasajeros, pero es muy raro que te tomen por confidente, sin saber siquiera nada de ti, tu nombre, por ejemplo. Algo, lo que sea, una pista.

–Entonces –le dije– este trabajo nada más es para llevártela tranquilo.

–Pues sí –contestó y por un segundo creí que no me seguiría contando–. Yo te voy a decir todo al chile, la neta antes tenía mucho dinero y una troca de lujo. Anduve saliendo con unas popis, bien fresas… Me drogaba, me emborrachaba y así me pelaban las pendejas. Una vez una de ellas le hablaba a su amiga maravillas de mí, «es un buen hombre, deberías casarte con él» y, no mames, carnal, yo estaba atrás de ellas bien pacheco, hasta’trás escuchando sus chingaderas. ¿Puedes creer eso? Es puro pinche interés, no es pedo, te lo digo por experiencia. Al final perdí la camioneta por no pagarla a tiempo… Ahorita me ven las mismas viejas en este taxi y se voltean pa´otro lado.

Quise animarlo, decirle que no todas las… Pero él se adelantó:

–Así son ellas, cálale para que veas. Me las pasaba por abajo, por pendejas. Mira –me dijo alzando su mentón para indicarme hacia qué lado–, ¿ves esa camioneta roja que está allá? Más o menos te cuesta unos 60 o 70 mil pesos, con eso la haces.

Faltaba muy poco para llegar a mi destino. Giró su rostro para que lo viera:

–Mírame, compa, ¿esta cara te parece de drogadicto? ¿Ojeroso?

–N…

–Ya no hago nada de eso –dijo con un tono de resignación y volvió su vista a la calle meneando su cabeza como diciendo “no, no, no”.

–Admiro tu honestidad.

–La cosa es –decía, estacionándose frente a mi casa– que yo digo las cosas al chile. Y reconozco que fui un pendejo y que ahora me lleva la chingada.

–¿Cuánto va a ser?

–Quince varos.

Le di un billete de veinte y mientras bajaba con maleta y mochila en mano, él continuó con su monólogo. No pude entenderlo todo, sólo que aborrecía su vida.

–Qué jalada –le contesté. Al final le deseé buena suerte y echó reversa.

Entré a mi casa. Me recibió mi sobrino más pequeño que me decía «tío-men-ropa-yo-sí-teni-lune». Me presumió su uniforme nuevo que usaría en el jardín de niños. Se notaba muy entusiasmado. A su edad, pensé, yo habría sido más hermético y más adusto.

* * *
Lo siguiente ocurrió un día después.

Nota del sábado 20 de agosto de 2011:
Era sábado y llovía muy ligeramente. Le había prometido a una amiga que la acompañaría al centro comercial. Pasé por ella, pero luego de caminar varias calles hasta la parada de autobuses, volvimos a su casa por una sombrilla. Al salir miré la hora y deseché la idea de abordar un autobús urbano, por lo que detuve el primer taxi que vi en la carretera. Apenas se acercó, pude reconocer al mismo joven conductor del viernes pasado.

Las ventanillas cerradas. El interior aclimatado. La música del estéreo tocando reggae. Nadie como tú de Gondwana (como después me enteraría).  Me sorprendí, porque el joven se veía más relajado, menos ojeroso, más sano y menos tenso. Su rostro me inspiraba el recuerdo de los que, después de tomar la Ayahuasca, aceptan ser tragados por la serpiente. Sin duda era como eso. Una transformación.

Comencé a cavilar en voz baja. Era una coincidencia. Mi compañera no comprendió en ese momento por qué de un momento a otro me sorprendían las pequeñas peripecias de la vida y nosotros, tú y los otros, actores de un mismo escenario, pero en diferente cuadro y escena.

Quería decirle, mientras él manejaba absorto y tranquilo, que lo había conocido ayer, que era yo el de la maleta y la mochila, el de la conversación de los tacos. Mi amiga era la única persona que no sabía de lo ocurrido, y por cierto no se lo había contado por las cosas que el taxista había dicho sobre las mujeres y que seguramente, por respeto, no diría si estuviera una mujer presente. Además consideré que en 24 horas él ya habría mirado decenas de rostros pasajeros y borrado de su memoria mi existencia, hundida en el resbaladizo fango de la vida cotidiana.

Finalmente, cuando nos dejó en nuestro destino, le pregunté cuánto iba a ser. Quince pesos. Mi acompañante bajó del taxi. Yo esperé adentro con un pie afuera en la calle para esperar el cambio de un billete.

–Oye, ayer nos conocimos.

–Así es, carnal… –me respondió alegre y emotivo.

No sé cuánto ni qué nos dijimos, sin entendernos. Ambos olvidamos muy pronto el protocolo en estas despedidas forzadas. ¡Buena suerte! mientras se iba, y no sé qué otras bendiciones cotidianas. Todo iba perfecto. Tomé de la mano a mi amiga, abrí la sombrilla y después de un momento lamenté no haberle preguntado su nombre.

Alguien me dijo una vez que no trabaría amistad conmigo si notaba que yo era cortés pero sin estima. El misterio de esta sentencia dio vueltas en mi cabeza. Después de todo, pudimos haber sido amigos.

miércoles, 20 de julio de 2011

Rapidez o el apuro del tiempo

El ser humano, por naturaleza, busca romper los límites que conoce, siempre ir más allá; antes fue una Torre de Babel, ahora es un cohete espacial con propulsión a chorro. Quiero decir que nuestra naturaleza es la velocidad: mientras más pronto, mejor. Somos impacientes a lo razonable, ¡apúrese por favor, tengo cosas qué hacer! Ya voy, ya voy.  A propósito de la rapidez, me parece que fue Gandhi quien dijo “hay algo más importante en la vida que acelerarla”; soy partidario a este lema, aunque la mayoría de veces me tengo que dejar llevar por el círculo vicioso del tiempo acelerado.


De tantas vicisitudes llego a la noche, agotado. No queda el tiempo para nada, más que para iniciar el sueño antes del otro sueño; solo. En las ciudades más importantes andan las personas de arriba-abajo, todas chocan pero nadie se mira. Bien se dice: “Vive en una ciudad alguna vez, pero múdate antes de que endurezcas”. Esto me recuerda que los afectos emocionales son más efímeros; como diría un profesor: ‘ahora los jóvenes se enamoran más  rápido’. En la película La naranja mecánica hay una escena absurda, o irónica, pero muy peculiar, que denota lo fugaces que son los encuentros cupulares.

Quiero recordar que lo de hoy es la comida rápida, de esa que se procesa rápidamente. El antaño filósofo Heráclito nunca imaginó un río como el actual, tan rápido y estacionario, ni Zenón de Elea consentiría reducir la palabra ‘infinito’ a la pereza mental de ahora, producida por la sobreproducción de tecnología virtual. No lo había pensado bien, pero diario tengo que lidiar con un hijo al que llamo Celular, que tiene la cualidad de acortar distancias emocionales y menesterosas. Camino por la calle con mi celu (acotación de celular), estoy en mi casa con mi celu, pásame tu celu, hablo contigo con mi celu, te ofrecí disculpas con mi celu, ‘akorto i cambio ms palabrs kon mi celu’, no toques mi celu porque me enojo… Íjole, se me jodió el celular, ¡bah!, me compraré otro celu ¿okei?

Después de un tiempo, el individuo acepta lo rápido que pasan los años cuando éstos no han dejado nada bueno.. Verdad es que no sabemos vivir con el presente: queremos manipular el tiempo a nuestro antojo, detener esos momentos bellos  y acelerar los más dolorosos. Ante la amena de que la vida se acaba, cuando se nos presenta la oportunidad nos llenamos las manos y no podemos con todo: ‘sabes bien manejar la computadora, pero te sueltan en un potrero y te pierdes’, recuerdo esto ya que infiero en la nueva dualidad que debe buscar el hombre moderno. En las ciencias ecológicas se llama “sustentabilidad”, y es un equilibrio del desarrollo humano con la preservación del medio ambiente. Así que, la dualidad que ostento es, por ejemplo, la tecnología de la comunicación y la verdadera participación comunicacional; que el circuito del habla no sea tan escueto y todo llegue ser tan escueto que toda nuestra vida quede reducida progresivamente: menos esfuerzo, menos capacidad mental, menos memoria, menos todo.

De no remediar el tornado de rapidez que existe más allá de nuestro tranquilo hogar, tarde o temprano seremos atropellados por la incapacidad emocional. Y pensándolo bien, los orangutanes son todavía más inteligentes: saben –como dice Leox– hacer palomitas.
Honestamente: Marionote.

jueves, 30 de junio de 2011

¡Ahi TVeo!

Mucha gente cree que los valores se aprenden en la televisión; es más, ni lo piensa, simplemente se sientan a ver y ya. Hay programas –se dice– educativos o respetuosos cuando, en horario familiar, ofrecen cualquier tipo de violencia en la pantalla. Parece que el problema es lo que se ve y cuánto tiempo se le dedica.
Hay progreso, nuestra gente va creciendo: frente al comedor de cada hogar hay una televisión a color. La familia se reúne para ver las noticias, luego un programa de concursos y luego las telenovelas (huy, qué buenas están ahora). En promedio son diez horas que el televisor está encendido, plagado de anuncios maravillosos que nos hacen comprar lo que no necesitamos. Y si nos vamos a descubrir la otra cara de todo el asunto televisivo, tenemos lo que a continuación expongo. Hablaré de las dos potencias de transmisión televisiva en México sin cable (yo tengo una antena que no raja); ya saben de cuáles hablo.
·        Noticias: nos informan de lo malo que sucede en todo el mundo, y de cosas menores que a nadie nos importa: como si un alemán afirma que escuchó a su perro decir: “ay mamá”. Cada año, los noticieros trasmiten reportajes siempre de lo mismo: el día de San Valentín, Reyes Magos, los gastos de Navidad, y todo lo demás. Cuando hay una desgracia de la naturaleza, pretenden tener las tomas que sean más terribles para ganar audiencia. Y algo es seguro de todo esto: las grandes empresas (política o el osito 'Chimbo') manipulan los hechos de las noticias. Lector@s: todo es por conveniencia, política, y el ‘disque’ control de la gente. (Tómese el ‘disque’ como sinónimo de ‘según’).
·        Telenovelas: siempre es lo mismo, el malo recibe su merecido, se casan y al final hay un hijo que grita ¡gaviota! Muestran historias fantasiosas, relatos que sólo le pasan a los muy ricos (sólo vean los escenarios en los que graban los capítulos); cuando hay una muchacha muy humilde, a los pocos capítulos ya se acostó (disculpe la expresión) con dos muchachos que angelicalmente le gusta, ¡ah!, es que estaba confundida. Parece que México tomó la manía de reproducir otras telenovelas que ya fueron creadas en Latinoamérica (‘Bety la fea’, por ejemplo, o esa de Gaviota), sólo que fútilmente. En fin, de las novelas no se puede extraer valores: nada de nada; es un entretenimiento que se olvida en la otra telenovela que inicia y termina completamente igual.
Pero bueno (cara de aceptación contra la voluntad), el problema radica en que no quieren que pensemos. No esforzamos nuestra mente para saber lo que sucederá al final de la telenovela: siempre es lo mismo. Al gobierno –sí señor, hablo de política– no le conviene que el pueblo piense, por eso nos enlodan con las mismas historias una y otra vez. Es la misma gata más revolcada que nunca.
Lo más triste es que con eso pretenden educar a los niños de ahora. No hay para dónde hacerse uno. El consumismo es el emblema del comercio negro que la fábrica de los deseos (la televisión) nos hace digerir con la vista. El cerebro pareciera que se manda con el control remoto y nuestra alma conectada con el existir de la transmisión, pues si se va la señal nos enfadamos. Haga usted la prueba.
Es un enigma encontrar la solución a esto, que además sea viable realizar en nuestros días, en una sociedad que trabaja como esclavo para comprarse un teléfono celular que, además de comunicarnos, nos hace invertir más de lo que cuesta. Y nos damos cuenta, y dejamos que pase. Que sea entonces la televisión, otro hijo más en la casa mexicana, o en el mejor de los casos que ésta nos adopte; aunque como dije al inicio: el problema radica en lo que se ve y cuánto tiempo se le dedica.
Honestamente: Marionote.

miércoles, 15 de junio de 2011

Giannini: una filosofía para lo cotidiano


 A continuación hago una síntesis de la filosofía del chileno Humberto Giannini acerca de lo ‘cotidiano’ y el ‘tiempo común’. Expongo lo que mi fatigada memoria recuerda, tratando de ser lo más fiel posible.
 
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Además de lo cotidiano, Giannini concentra una Filosofía del Lenguaje, pero sólo abordaremos lo que nos conviene: el primer punto; y de ahora en adelante trataremos en términos a la vida cotidiana como: lo que pasa cuando no pasa nada. Cuando nos damos cuenta, esta cotidianeidad produce más efectos irritables y decimos que: el tiempo es circular (porque siento que ya viví el presente); los sueños se repiten; o en su caso, la maldita rutina me tiene cansado. A todos nos pasa dado que lo cotidiano es inevitable. Veamos una rutina sencilla:
*Despertar – desayunar – ir al trabajo – recibir órdenes – comer – recibir órdenes – regresar a casa – ver TV – cenar – dormir*…etc.

O en pocas palabras, la rutina es: Casa – Calle – Casa. Es probable que algún lector recuerde su rutina muy fácilmente, pero entonces ¿por qué vivir así? Bueno, dice Giannini, hay dos lugares que rompen la cotidianeidad. Estos dos lugares son el baño y el bar. Abordaré solamente el bar.
Recordemos que vivimos en un gran remolino de información y rapidez; nos olvidamos que las experiencias humanas se encuentran a un paso de nuestra existencia. Quizá nadie se habla porque a los desconocidos no hay que hablarles, pero ¿cuántas veces no he sido un desconocido para otros? Toda la vida. Nadie le tiende la mano a la familia que de lejos se le echa de ver que trabaja en el campo, o el jefe no habla con sus trabajadores. Pero en el bar desaparecen los desconocidos y no hay estratificación social. El punto de encuentro para romper la rutina es éste: el bar, como una plaza, como un escape para salir del remolino.
En el bar existe el ‘tiempo común’. Este tiempo se refiere a la disponibilidad que hay de unos para otros, es decir, yo rompo los prejuicios y convivimos como los humanos que somos, y que necesitan comunicarse. En esos momentos no existen los estratos sociales, el jefe puede estar conviviendo con sus trabajadores; tampoco hay tiempo, porque de un momento a otro ya pasó bastante (como cuando platicamos con alguien y simplemente sin darnos cuenta ya pasaron varias horas). Así rompemos la rutina.
Me preguntarás, ¿necesariamente debe ser el baño o el bar lo que rompan la rutina? Claro que no, podría ser un diálogo en un café o en el receso con tus colegas por ejemplo; lo que más incumbe es la reunión. Pero lo que se dice es lo más importante, pues hay una diferencia entre el ‘parloteo’ y en verdad un ‘acto del habla’.  Parlotear es hablar sin sentido, chismear, con eso pongo una línea divisoria muy clara entre la verdadera acción de hablar.
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Sólo he abordado un poco de lo mucho que podría comentarse acerca de esta filosofía actual. La ‘búsqueda del tiempo común’ lo reflejo en la redacción que antecede este artículo, en donde una lectora efímera pidió que se explicara un poco más de la filosofía de Giannini. Son gratos todos los comentarios de cualquier índole o naturaleza porque nos hace pensar que algo de aquí ha sido leído. La invitación aún queda abierta para quienes deseen reunirse y dialogar, a lo mejor en estas vacaciones, logrando entonces converger los pensamientos a una Cultura Efímera.
Honestamente: Marionote.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Lo cotidiano ya no es bueno

Picasso
Todo vino a convencerme de que yo debía estar allí. Los reporteros de mi salón me juzgaron y dijeron cómo había yo aguantado tanto desgaste: alcohol y tabaco. Un compañero de cuarto gritó desde la azotea del hotel como a las 10:00 pm; él me lo confesó, y apenas lo había conocido 24 horas atrás. En la madrugada lo escuché platicar con otro colega académico en las escaleras, creo, cuarto piso. La verdad es que todos llegamos desconocidos y, así, nos volvimos una comunidad: todos éramos comunes; no hubo reloj sensato que osara ahondar en las fuentes torrenciales de creencias de todos los presentes. Fue el momento de sensibilización; todo iba y venía. Los conocí morosamente… Amistades que fueron más allá de las Letras y todo emanó del cuarto hacia la calle desolada; ¿noche o madrugada? Un amigo trataba de no mirar por la ventana porque la altura le da vértigo. Un día antes él habló del tiempo, que no debía ser contado como a un círculo sus ángulos, sino como a una espiral. Luego se posó la muerte como tema y las ansiedades igual que un postre. Pronto cambiamos a situaciones de la escuela hasta que me pidieron que dijera un poema de los tantos que no he leído ni sé. Cabía la pregunta entonces, ‘¿cómo llegamos a esto?’ Pues el hilo de las conversaciones explotaba hacia todas partes y era imposible volver al inicio. Así les pasa a los que sienten su instinto en la intimidad. Aunque los sobrios físicamente éramos otros, quienes no probamos alcohol ni cigarros, compartimos la misma esperanza acarreada de quien no sabe cómo explicar su vida y “sólo dice por decir” (creo que así lo sentencia Paz en su arco y la lira). Bien pude haberme ido a dormir, y mis amistades respetarían tal decisión; pero no lo quise así… Hasta ahora, todo vino a convencerme de que yo debía estar allí, frente a una persona que me invitó a una conferencia acerca de la filosofía del chileno Humberto Giannini. Me convencí pues, que la tierra (en nuestro caso mexicana) nos habla y deja que nos desfoguemos con pensamientos condenados por los otros, cuando todos actuamos como si hubiéramos nacido con internet por nuestras venas. Sí, la vida era mejor y más riesgosa cuando no tenía celular y ponía a prueba las intuiciones que mi pecho marcaba. Pero no por eso debo dar la espalda a lo inevitable, al progreso desconstruccionista del mundo; debo utilizar muchas cosas para hacerte llegar esta redacción y te desprendas de algún modo de la cotidianeidad. Lo cotidiano, habrá dicho Giannini, es lo que pasa todos los días, esto es, ‘lo que pasa cuando no pasa nada’. Pero en aquel lugar, a cuatro pisos de altura, nos reservamos el derecho de ser cotidianos y pudimos ser, después de todo, una comunidad donde no siempre se habla de lo mismo, donde, como dije, no hay tiempo ni clasificaciones sociales.

Posdata (mayo 2011): Ojalá, si quieres lector, nos ponemos de acuerdo y nos reunimos para charlar y hacer un espacio diferente a lo que siempre se nos muestra. Sólo basta nuestra presencia. Mientras tanto, ya me habla Tecomán, y aquel Armería que Leox me mostró. Buena suerte.

Honestamente: Marionote.

martes, 26 de abril de 2011

Si unas vacaciones un amigo


 Son las vacaciones como un descanso merecido o inmerecido; a nadie le cae mal. Vacaciones de dos santas semanas (en el caso de quien estudia): tiempo para dormir temprano (dos o tres de la mañana) y despertar muy tarde (mediodía); tiempo para aventajarle a las tareas u olvidarse del estudio. ¡En pleno siglo XXI nos dejan tareas escolares para vacaciones!
Vengache pa´ca.
Está bien, como he dicho, no todas las vacaciones son libros ni libretas ni cursos intensivos de maquillaje; también es playa, bikini y sol cancerígeno para nuestra piel; o ya de perdida se trabaja. Pero cuando no tienes ninguna de estas opciones entonces no sé qué haces para vivir. Lo siento, me olvidaba, los que no hacen nada de esto están con sus amigos.

Hace poco yo volví a ver a unos cuantos de mis amigos a pesar de que en mí se sobrevienen las tareas por montón; menudo problema para menudo tiempo “disque” libre: Semana Santa. No sé, no los había mirado desde el inicio del año 2011, y volver a verlos sería como tener en las manos una fotografía muy de antaño que la ves a cada rato y sólo te acuerdas; así persiste la nostalgia. Ah, suspiras y dices: qué buenos días aquéllos.

Los amigos tienen ese talento para hacerte sentir mejor hasta el punto de extrañarlos cuando los ves y olvidarlos cuando no están, aunque siempre están siempre que quieras. Digo esto porque a veces los caminos se bifurcan y unos van pa´llá y otros pa´cá. Sucede, por ejemplo, en los estudios ya de una carrera profesional. Algunos deben salir de la ciudad y seguir su proyecto en otra parte con otro ambiente. Nuestros amigos conocen a más amigos y uno no se enoja porque lo hagan sin nuestro conocimiento, en cambio, te cuentan que su (nuevo) amigo hizo esto y lo otro mientras tú lo escuchas sintiéndote bien por ello, dado que si te cuenta significa sólo una cosa: después de todo seguimos siendo amigos.

Caminos distantes, intereses distintos, vidas despuntadas. Una vez los conoces en alegrías y lágrimas, y cuando los vuelves a ver sigue siendo lo mismo pero con más peso en sus vidas. Quién sabe qué cosa nos pasa que al verlos después de tanto tiempo cabe decirnos: “Estás más flaco (a)”; “Ya engordaste ¿eh?”; “¿Supiste que fulanito ya tiene un chamaco?”; etc.….

La amistad no es un concepto que se deba aprender en la escuela o en redacciones como la que hoy muestro, sino es un sentido de la vida cotidiana. A lo mejor no los llamamos “amigos” pero siempre hay alguien en el mundo que comparte los mismos intereses, que te escucha aunque siempre le cuentes el mismo problema, que dice ser tu pañuelo de lágrimas, que te entiende incluso sin decirle nada, que te apoya aunque sea desde abajo del ring, que se preocupa si se te hincha un ojo o si eres alérgico al chocolate, que está dispuesto a limpiarte después de lanzarte contra tu pastel de cumpleaños… Bueno, que nunca te negaría un taco de sal. ¿Pues cuánto no hace un amigo? Dime tú lector.

No por nada emito estas palabras, seguramente alguien leyendo esto le vendrán pensamientos acordes al tema (al menos por unos segundos). No perdemos nada con enviarles a los amigos señales (inclusive en vacaciones) de nuestra existencia. Si no los vemos porque no podemos, bien, pero eso no significa que tengamos que claudicar a la imperiosa vida que te manda por todas partes cuando, a veces, los amigos no están en todos lados.

Honestamente: Marionote.