por José Calderón Mena
En
el año de 1961 entré a trabajar en el taller de Víctor Trapote Mateo, un
escultor español refugiado de la República.
Víctor
había llegado a México en el 42, con su mujer Inés Minué y su hija Irina de
cuatro años, en calidad de exiliados, junto con otros combatientes de
diferentes facciones. Él era de filiación anarquista, con grado de teniente
coronel y miembro del grupo de inteligencia soviético.
Ya
se sabe que la guerra civil española fue un sangriento ensayo de lo que habría
de ser la Segunda Guerra Mundial.
Luego
de algunos años en que organizó su vida en el país, entró en contacto con un
grupo de jóvenes cubanos que soñaban con rescatar a su patria de manos de la
dictadura de Batista.
Gracias
a sus contactos con los demás miembros del exilio, Víctor Trapote consiguió
financiamiento económico para la causa. Fue así que a mediados de los 50
pudieron zarpar desde Tuxpan, Veracruz, a bordo del Granma los entonces jóvenes Fidel y Raúl Castro, así como Ernesto
Guevara y Ramiro Valdés, entre otros, con el propósito de iniciar la
revolución, apoyados de la protección política del Gral. Lázaro Cárdenas.
Yo
había llegado al taller de Trapote gracias a la recomendación de una cliente del
salón de belleza de mi tía en la colonia Condesa. Esta señora se llamaba Fanny
Yanovich, una judía rusa que había venido a México en el 37 como secretaria de
León Trotsky (otro revolucionario).
Al
triunfo de la revolución cubana, en 1959, Irina Trapote viajó a la isla y se
casó con el Teniente Ramiro Valdés, lugarteniente de Fidel y Ministro del
Interior, así como Jefe de Inteligencia, a la cual pasó a formar parte el
escultor Trapote.
A
partir de entonces, y con cierta frecuencia, me mandaban a “Cubana de Aviación”
con paquetes de cigarrillos Kent, jamón serrano, cortes de carne, dulces, etc.,
para Cuqui (Irina) que no tenía por qué pasar por la austeridad y el sacrificio
impuesto al pueblo cubano.
Todo
esto era parte del trasfondo de un taller muy prestigiado que se dedicaba a
enmarcar y a restaurar pintura y escultura y lugar donde desfilaba lo más
selecto del arte y la aristocracia de la época.
El
taller era fuente de trabajo de unos 15 obreros que por algún tipo de
inconformidad empezaron a organizarse para exigir solución a sus demandas
laborales.
Cuando
el rumor llegó a oídos del jefe de los obreros, éste aconsejó a Trapote llamar
a un amigo suyo, Abraham López, miembro destacado de la C.T.M. y amigo personal
de Fidel Velázquez, máxima autoridad del Sindicalismo Oficial de México, para
poner fin al naciente descontento.
Con
la "elocuencia revolucionaria" que caracteriza a este tipo de
líderes, los convenció de los beneficios de pertenecer a la organización, y
mediante el despido del cabecilla descontento y "alborotador", quedó
conjurada la revolución antes de iniciarse.
¿Cómo
explicar esto? ¿Cómo encontrar congruencia entre los ideales y los hechos?
¡Gran
desilusión!
¿Seguirá
siendo cierto aquello de: "Que se haga la voluntad del Señor... en los
bueyes de mi compadre"?
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