jueves, 3 de noviembre de 2016

Entre revolucionarios

por José Calderón Mena


En el año de 1961 entré a trabajar en el taller de Víctor Trapote Mateo, un escultor español refugiado de la República.

Víctor había llegado a México en el 42, con su mujer Inés Minué y su hija Irina de cuatro años, en calidad de exiliados, junto con otros combatientes de diferentes facciones. Él era de filiación anarquista, con grado de teniente coronel y miembro del grupo de inteligencia soviético.

Ya se sabe que la guerra civil española fue un sangriento ensayo de lo que habría de ser la Segunda Guerra Mundial.

Luego de algunos años en que organizó su vida en el país, entró en contacto con un grupo de jóvenes cubanos que soñaban con rescatar a su patria de manos de la dictadura de Batista.

Gracias a sus contactos con los demás miembros del exilio, Víctor Trapote consiguió financiamiento económico para la causa. Fue así que a mediados de los 50 pudieron zarpar desde Tuxpan, Veracruz, a bordo del Granma los entonces jóvenes Fidel y Raúl Castro, así como Ernesto Guevara y Ramiro Valdés, entre otros, con el propósito de iniciar la revolución, apoyados de la protección política del Gral. Lázaro Cárdenas.

Yo había llegado al taller de Trapote gracias a la recomendación de una cliente del salón de belleza de mi tía en la colonia Condesa. Esta señora se llamaba Fanny Yanovich, una judía rusa que había venido a México en el 37 como secretaria de León Trotsky (otro revolucionario).

Al triunfo de la revolución cubana, en 1959, Irina Trapote viajó a la isla y se casó con el Teniente Ramiro Valdés, lugarteniente de Fidel y Ministro del Interior, así como Jefe de Inteligencia, a la cual pasó a formar parte el escultor Trapote.

A partir de entonces, y con cierta frecuencia, me mandaban a “Cubana de Aviación” con paquetes de cigarrillos Kent, jamón serrano, cortes de carne, dulces, etc., para Cuqui (Irina) que no tenía por qué pasar por la austeridad y el sacrificio impuesto al pueblo cubano.

Todo esto era parte del trasfondo de un taller muy prestigiado que se dedicaba a enmarcar y a restaurar pintura y escultura y lugar donde desfilaba lo más selecto del arte y la aristocracia de la época.

El taller era fuente de trabajo de unos 15 obreros que por algún tipo de inconformidad empezaron a organizarse para exigir solución a sus demandas laborales.

Cuando el rumor llegó a oídos del jefe de los obreros, éste aconsejó a Trapote llamar a un amigo suyo, Abraham López, miembro destacado de la C.T.M. y amigo personal de Fidel Velázquez, máxima autoridad del Sindicalismo Oficial de México, para poner fin al naciente descontento.

Con la "elocuencia revolucionaria" que caracteriza a este tipo de líderes, los convenció de los beneficios de pertenecer a la organización, y mediante el despido del cabecilla descontento y "alborotador", quedó conjurada la revolución antes de iniciarse.

¿Cómo explicar esto? ¿Cómo encontrar congruencia entre los ideales y los hechos?

¡Gran desilusión!

¿Seguirá siendo cierto aquello de: "Que se haga la voluntad del Señor... en los bueyes de mi compadre"?


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