sábado, 17 de mayo de 2014

Teoría Queer, un camino para la crítica de la cultura

por Mario Note Valencia


Indicación preliminar
Conocimiento es aflicción
Nietzsche

La verdad, a veces, duele
Zizek

Para este texto utilizo el concepto de “conocimiento” como el grado de reflexión que, por su sinceridad, violenta lo establecido y produce aflicción. La aflicción ya sea por perder las bases sobre las que uno creía inamovibles, o porque se siente nostalgia frente al abismo. En ambos casos, si hubiera este sentimiento de soledad, le pido que resista y llegue al final del viaje.

* * *

La crítica contemporánea a la Cultura ha desembocado en el alumbramiento de sistemas o formas de relación social que invalidan o restringen la libertad del Otro, de las demás personas. Pero este alumbramiento no ha sido indoloro, pues el conocimiento llega a ser agobiante por la más aguda sinceridad esclarecedora sobre los sistemas cómodos (pero inadecuados) en los que vivimos. Entonces, los críticos de la cultura ¿qué vemos y por qué no podemos salir a gritarlo a los cuatro vientos?

Descubrir de qué nos hemos configurado, de qué están habitados nuestros sueños nos deja de inmediato un mal sabor de boca, una base que es movida y tremola. En el panorama reflexivo, el feminismo ha revisado en los áticos y sótanos de las casas patriarcales, en espacios de la casa que por lo general no se les muestra a los invitados. Estudios como los de Lucía Guerra en La mujer fragmentada: historia de un signo (1995) dan por sentado, sobre una revisión adecuada, las coordenadas masculinas que explicaban a su conveniencia las expresiones profundas y lejanas, como la simbolización de los dioses en los astros (el sol para héroes, la luna para pasivos) o la repartición de roles en la sociedad por el sexo (hombre = aventura, mujer = inamovilidad). Una revisión de esto pueden encontrarla en otra publicación “Feminismo, género y cultura” en este mismo blog.

Aunado al feminismo, otras voces se unen al no encajar con la idea falogocéntrica. El fologocentrismo es la política social masculina que se ha reproducido en casi todos los ámbitos culturales de la vida cotidiana. Muchas actos en apariencia “cotidianos” son reproducciones de sexismo, exclusión o sumisión. Hay que aclarar que éste no es un delirio, inventado o artificial, de feministas a lo largo del siglo pasado; quien, a pesar de los datos aportados en este texto, naturalmente lo dude puede comentar este blog y le respondo lo mejor que pueda para quedar de acuerdo en esto.

La Teoría Queer también participa en nuestro criterio cultural,
entonces ¿qué es la Teoría Queer?

A partir de los años 60 y 70, “los movimientos de liberación de gays y lesbianas de los Estados Unidos han definido las líneas de actuación en la lucha contra la discriminación por causas de orientación sexual” (Andrés, 2000, p. 144). Tiempo después, en el ámbito académico aparece la teoría queer (‘marica’ en inglés), con la primigenia idea de resignificar el valor despectivo de queer para darle nombre a la lucha por la emancipación del falogocentrismo. ‘Queer’ también tiene connotación de ‘raro’, y representa un pilar trascendente en los estudios de género.

Decir estudios de género es decir crítica de la cultura y sus fundamentaciones para someter al individuo a roles de género cuya esencia es repartir en dos caminos exclusivos: o eres hombre o eres mujer.  Judith Butler, eje importante en la teoría queer, deconstruye en El género en disputa (2007) conceptos y nociones operantes de la política patriarcal. Uno de sus análisis importantes para este comentario es el que hace acerca del género. Sobre ello argumenta que “el género no es el resultado causal del sexo ni tampoco es tan aparentemente rígido como el sexo” (Butler, 2007, p. 54), así que no por eso debería haber sólo dos géneros.

El sistema binario del género (“o eres masculino o eres femenino”)  ha causado que exista en un primer plano la heterosexualidad como la hegemonía legitimada* por las ciencias; de manera que lo “raro - extraño” sea una excepción y por lo tanto se subyugue, secreta o públicamente, a la fuerza de este sistema patriarcal. Los roles sociales han reproducido (transmitido de voz en voz) la idea de este sistema binario: si no eres “A”, eres “B” (pero ya no puedes pertenecer a los goces que la política social ofrece a “A”).

Judith Butler pone en tela de juicio el hecho de darle nombre a lo “raro”, como decir “homosexual”, pues no deja de corresponder a la visión binaria del género protegida y legitimada por la misma dimensión masculina que restringe en los roles de interacción. La cultura mexicana, por ejemplo, ha reproducido códigos patriarcales; en la actualidad, el tema sobre la homosexualidad, es decir, la excepción de lo heterosexual (‘lo común’), va de la mano con otros diversos nombramientos como bisexualidad o transgénero.

La experiencia común, o al menos el diálogo cotidiano, nos arroja información de que los relatos vitales de la contemporaneidad no se condicionan a los sujetos de la heterosexualidad (en la política patriarcal binaria). De hecho hay síntomas, como lo entiende Slavoj Zizek, exclusiones de la política legitimadora que hay que tomar en cuenta.

A veces hace falta saber cómo nombrar ciertos efectos sobre el mundo, y este comentario puede ser un breve medio para interesar a cualquiera que lo lea, ya sea porque les causa incomodidad o porque encuentran una explicación mejor dirigida.

Notas:
*Hegemonía legitimada o legitimadora: es lo que existe en primacía, que puede regir o imponer, y que además los discursos alrededor de este sistema lo acreditan, es decir, lo hacen legítimo (y ser legítimo no significa precisamente ser lo adecuado y conveniente). Hegemonía legitimada es la que se impone en un primer momento y se muestra como lo que debe ser; al mismo tiempo se legitima a sí misma.

Para conocer más, y como introducción a la crítica sobre lo patriarcal, puedes consultar los siguientes artículos:

-Guerra, Lucía (1995). “Ejes de la territorialidad patriarcal”. En La mujer fragmentada: historia de un signo. México: Cuarto Propio

-Butler, Judith (2007). “Sujetos de sexo/género/deseo”. En El género en disputa. España: Paidós

lunes, 12 de mayo de 2014

Supuestos “defectos” de la personalidad

por Mario Note Valencia


En las descripciones de la personalidad encuentro sospechoso el atributo de que la armonía de la experiencia cotidiana consiste en aceptar las virtudes y, sobre todo, los defectos. Sin embargo, ya de por sí “los defectos” hacen que mi bolígrafo tremole sin decidirse la profundidad con que se inyecta la tinta en el papel, porque sinceramente no se tiene control sobre esa palabra: defecto, no se le invoca todavía con propiedad, con pertenencia.

Antes de avanzar, ¿en qué consiste un defecto? Defecto etimológicamente significa una “desaparición, falta o ausencia”. La raigambre de esta palabra no tiene la connotación viciada como la que tenemos en nuestros días, por ejemplo, de que tener un defecto en la personalidad es visto como una mala cualidad. Tomaremos esta connotación para ver si haciendo crítica se da la pauta de hacer más potable el lenguaje que utilizamos.

Decir “Te amo con tus defectos y virtudes” es decir que me empalago con tus excusas, al mismo tiempo que hago evidente mi pobre discernimiento de lo que hablo. Decir “Te amo con tus defectos” es hacer expreso tu inconsistencia adecuada de perfomance en el mundo. Es amarte con tus desatenciones e ínfima estima sobre ti mismo, es amarte con tus formas descuidadas de ser persona. Tu personalidad reprocha y esconde la mano con la que arroja la piedra.

Una deconstrucción de estas frases amadoras sería principiada por: ¿qué es el amor?, ¿qué significa que me ames?, ¿qué es un defecto y cuáles son los míos?, ¿qué son las virtudes y cuáles…? Este curioso proceder de cuestionarnos las cosas desde sus más íntimas partículas tiene un objetivo epistemológico, es decir, que desemboca en un conocimiento vital. Aunque estoy seguro de que no cualquiera entra al coliseo, así como no cualquiera sabe pelear con sentido.

¿Cuáles son los riesgos? Empezar por cuestionarnos si estamos haciendo inadecuado uso de la palabra “defecto”, puede ponernos en un malestar cultural. Si estamos acostumbrados a decir “Te acepto con tus defectos” o “Estoy consciente de cuáles son mis defectos” deberíamos empezar por  comprender que más allá de una costumbre  se trata de un prejuicio. Entiendo que nuestra vida cotidiana, en la que estamos inmiscuidos, escuchemos que se mida en estos pobres parámetros: virtudes y defectos. Ante esta situación, no permitamos por ningún motivo caer y reproducir este juego que no dignifica a nadie. Si en una institución (religiosa o gubernamental, o un híbrido infausto de ambas) le piden que declare cuáles son sus defectos, por favor mantenga la calma y no corra, no empuje, no grite sus creencias, porque es una trampa.  
Ejemplo de discurso muy común al respecto.
 Qué sencillo sería que después de este diálogo usted diga que nos hemos entendido y al terminar de leer considerara que su mayor defecto es “No saber leer”. Le aconsejo que deconstruya su supuesto defecto y comprenda que muchas veces la incomprensión lectora sucede por distinguidas variables: a) el texto es ininteligible, b) estaba distraído, c) su estado de reflexión no alcanza el estímulo para el diálogo, d) etcétera, etcétera…

Dejemos claro algo: quien deje de juzgar los defectos y las virtudes de sí mismo y de los demás, podrá quitarse de una tarea inútil, descansar de lo que humanamente no le corresponde. No sé si el hecho de descansar de tareas inútiles sea suficiente estímulo para que de una vez se deje de decir que tenemos “defectos” y que así deseamos que nos acepten. ¡Pura bagatela! Para que funcione apliquemos la fórmula de un filósofo michoacano: si eres tan amoroso, en tal grado deberías ser tan odioso; las percepciones tendrían un equilibrio y sólo de esa manera se sería auténtico. Pero, ¿por qué no simplemente estar más allá del bien y del mal?, ¿más allá de las convenciones de los defectos y las virtudes?

¿Cómo empezar a estar más allá?
(¡Incluso a mí me gustaría saber cómo!)

Primero, no hablo de ser un purista de las personalidades, porque seguramente hay mucho que hacer en nuestros propios terrenos. Propongo que mejor se entienda que naturalmente somos sistemas caóticos. Esto significa que por cada paso que doy crecen los efectos alternos, no paralelos, sino multiparalelos. No sabemos hasta qué punto nuestro hecho de avanzar limita o posibilita el movimiento de los Otros. Hay que hacernos responsables de los efectos inmediatos, los que están a nuestro alcance, con la conciencia adecuada de casi todas las procedencias de la fuerza que hace que uno pueda mover el pie y avanzar.

Tampoco abogo para que digamos “Soy un sistema caótico, entiéndeme”, y deslindarnos así de errores, producto de nuestra inadecuada desenvoltura en el mundo. Hay que entender que los sistemas caóticos también llevan una extraña armonía, cuyo trabajo de engranajes, de maquinaria efectual, nos puede parecer muy bello.

En contraparte qué sería la perfección (nada de virtudes). Decir perfecto es apostar por lo absoluto, lo que ya de por sí no tiene cabida en nuestra reflexión (pues creemos, como un filófoso alemán, que nada puede ser absoluto ni determinante). Sin embargo, creo que lo más cercano a la perfección se encuentra en la exclusiva manera de ser de la naturaleza, una especie de rareza que la vuelve atractiva. “Extraño” pues las micro y macro estructuras son infinitas e infinitesimales. A veces lo pequeño reproduce lo grande y lo grande emula lo pequeño. De las perfecciones más extrañas está el cuerpo humano (por consecuente cualquier tipo de estructura viviente).

A continuación comparto una breve recopilación de discursos visuales inadecuados. Si se quiere ver así: dejar de reproducir estos prejuicios; cómo no sospechar que los más grandes vicios de nuestra cultura están enmascarados en los discursos de más sencilla aprehensión.

Hay paradojas que se inventaron para desviar la atención, por conveniencia.
Aquí sólo vemos la sencilla manera de cómo, alterando el orden gramatical,
se consigue una comodidad inadecuada, una manera precaria de "lavarse las manos".

¡Y ojalá nunca la merezcamos! Ojalá se reúnan todos los que sean como estas personas
y jamás se aparezcan en el camino de quienes sí desean transformarse.


Típico, como dicen. Tanto en mujeres como hombres. Ante estas personas aconsejamos
lo que dijo un sabio: "si me das un golpe, te mando al demonio".

Discurso de una personalidad reprimida, o peor aún: infeliz y rencorosa.
Nada que se festeje auténtico.
Una enorme condición para la pareja, un enorme riesgo incluso en la amistad.
¿Y si se falla en el intento?

Entonces no es amor.

Ah caray... Una evolución de estos vicios. 
Consejo de una persona que ha desperdiciado su vida tratando de entender
a los viciosos en estos puntos. De por sí  el "aguantar" aparece muy agónico.
Nada de aguantar estas desatenciones de la personalidad.


Lo más cercano, y por lo tanto rescatable de estos discursos
en carteles, a estar más allá de los defectos y las virtudes.

Agradezco a quienes ofrecieron su opinión acerca de los defectos, así como me ayudaron a presentarles estos carteles comúnmente difundidos en distintas plataformas informáticas.

jueves, 1 de mayo de 2014

Dejarías de ser adulto: de cómo el adulto se aprovecha de la infancia

por Mario Note Valencia

 Adulto y adusto no son sólo dos palabras que se parecen.

Las muchas veces que uno escucha “Te comportas como niño” o “¡Pero qué niñería estás haciendo!”, el apelativo niño se utiliza sin duda, en este campo de acción, despectivamente. Ya es momento de que se aleje de estas funciones groseras el adjetivo niñerías. Aquí no se le pide opinión a los infantes, primero porque son ajenos al contexto. La tensión a resolver es privar a los adultos, quienes ejercen “la ley y el orden”, de que sigan llevándose a los niños entre los pies. Aquí aparece una injusta guillotina que corta la cabeza de los progenitores y la deja caer sobre sus hijos.

Decir que este problema es vano, es desmeritar a los sujetos invocados inadecuadamente: los niños. Este decir que “eres como niño” de manera peyorativa se parece mucho a los poetas que traen a su boca palabras mayores o menores, pero que no le pertenecen. ¿Un niño podría ofender a otro niño si le dijera “Te comportas como adulto”? Antoine de Saint-Exupery inicia El Principito con la nostalgia de la infancia, la melancolía del no poder regresar; sin embargo, por eso mismo, se trata de un libro para adultos. No es el pequeño príncipe quien narra su historia, porque eso implicaría un esfuerzo epistemológico (exclusivo de la infancia) incluso para el escritor Saint-Exupery. Los niños, si leyeran la viva voz de este hombrecito que vino de un especial asteroide donde vive con una flor, un baobab y un volcán, no se preocuparían de estar nostálgicos por la adultez. La precocidad, en cambio, puede ser esa manía infundada por los Otros (adultos) de crecer. Creo que Vicente Fernández vivió desesperado la precocidad, consumiendo la infancia, o según interpreta en su canción “Las botas de charro” (por eso, niños, estas canciones son de adultos para adultos, naturales o precoces).

Comportarse como un adulto, en términos populares, implicaría al final de cuentas soterrar la exposición al mundo, al genuino mundo de lo hipersensible y sensorial, en la que catedrales góticas habitan dentro de las cáscaras de nueces, y si se acerca al oído se puede escuchar un río Sena y a Notre Dame desde las alturas. Este reconocimiento de lo genuino quizá viene de verse en los demás (espacio-temporales) lo que ya no somos: infantes.

No comparto la idea romántica de regresar a la niñez, sobre todo porque sospecho que la nostalgia de la edad infantil en un adulto proviene muchas veces de su cursilería. Reconozco en cambio los actos cuyo eje es la autenticidad y que provienen de los fantasmas de la niñez, por más que se diga que no se ha tenido.

Hay eventos corporales que se aprecian en el adolescente, por ejemplo, que ya de por sí no le pertenecen a las posibilidades de la infancia. El ideal del niño eterno, a primera intuición puede ser inoperante, porque las reflexiones verdaderas sólo vienen de la periferia y no de las deducciones de la niñez en las que ya se está ocupado experimentando al mundo, al mundo en un abanico de esperanzas y desilusiones al instante, de árbol frutal rebosante de deseos. Por otro lado, el corrido popular “Pancho López” es viva alegoría del vivir aprisa, e inquietante imagen del niño que se engulló al mundo desde muy pequeño. El mismo Pancho López (que era chiquito pero matón) es imagen ranurada de la perversión adulta, de ese vicio de desvestir o vestir a los niños “para verse como adultos”.

Los pequeños concursos de belleza para niñas de tres a nueve años de edad (y para su sexualización velada-dirigida por los adultos) son o eran comunes, que por comunes ya no sorprenden tanto, aun si se trata de abolir estos concursos. Pero en la cotidianidad mucho más inmediata hay objetos particulares de la intervención adulta en la experiencia del infante: a) la sonrisa que ocasiona ver a niños actuando como adultos; b) el juego del papá y la mamá (cuántas veces he visto que los niños en este juego se comportan como cada uno de sus padres en la casa, donde incluyen frases violentas e incluso alusivos a la infelicidad); c) una niña con voz de soprano, hipermoralizada, con vestido de noche, interpretando con su voz única una historia de amor.


La niña soprano por su breve edad “conmueve” al público, la adoran. Debajo de esa adoración (por adultos) se encuentran apretados algunos vicios: la fantasía de la nostalgia de la niñez y el ideal de la infancia eterna. La niña en este caso, como en muchos casos más, se convierte sin desearlo un producto de consumo y, como tal, en algún momento será crudamente inservible para los Otros, porque “se permitió crecer y ya no es lo mismo”.

Como estos casos de consumo abundan en el mundo. Siempre habrá una institución (lícita o ilícita, aunque cuando se trata de contaminar la infancia ¿qué es lícito?) encargada de comprar y desechar, de ofrecer a los mejores postores cuyo capital es motor del mundo: las familias. La familia es protectora o expectorante. La familia es tan inmanente como trascendente. La familia puede apoyar o atar, siempre en una madeja atractiva de la que cada Uno en su individualidad la toma o la deja. No todo se aprende en la familia, pero no todo se aprende en la calle. Hablo de la familia más allá de lo biológico, de la hermandad y protección genuina; incluso no hablo de personas exactamente.


Cuidemos hasta cierto punto la infancia que esté a nuestro alrededor. Transformemos actos, por ejemplo, que “Te comportaste como un (a) niño (a)” o “Fuiste muy infantil” sea elogio a la autenticidad.

Apostillas:
A continuación comparto discursos inadecuados en imágenes que se reproducen en varias plataformas de comunicación ordinaria. El problema no está, muchas veces, en lo que expresa sino en la mano que construye esa idea o la boca que la reproduce. Hay que tener intuición incluso en lo más mínimo.

Parece que aquí se propone que el pensamiento es exclusivo,
como la vivencia, los consejos y los sueños. Por más que la compasión
 nos diga que no es cierto: aquí el niño es el apartado, y el adulto un centro.
Parece más una frase "motivadora" para los adultos.

Nos quedamos más con el "hacer mil preguntas". Sin embargo,
hay que notar que "mil" es una cifra desmedida compuesta
de la razón geómetras de los adultos.

Este cartel parece que se hace público entre ambientes burocráticos.
Estos ambientes ya de por sí son indeseables. Es un discurso en el que
no se festeja a los niños, sino que se da tiempo para su fantasía del retorno.

"Que nadie te saque..." se presiente defensiva, de una voz que
se preocupa por los demás que de por sí mismo, por una voz ególatra.
"Magia" guarda el truco de, en el fondo, ser despectivos con los niños.
Otra vez, un cartel que se compartiría en ambientes burocráticos.

Rescato este cartel de todos los anteriores. Su discurso visual es
sencillo, versátil, y supongo que quien lo hizo estaba en
un estado de autenticidad. Aquí el "me tienes que" es risible
pero también es una invitación. Por su autenticidad
no es posible calcular muy bien si lo hizo un anciano,
adulto, joven o niño. Eso no importa.