lunes, 4 de octubre de 2010

No hay amigo que de bien no venga


Mi madre descansaba su cuerpo en la mecedora. No había dormido sus horas, no había dormido nada. Todo esto por aquella situación que la llevó, una tarde como la de aquel día, a descansar su cuerpo en la única mecedora de la casa.
            Aun así, se puso de pié y comenzó a cocinar. Me dejó la comida preparada mientras yo hacía mis tareas estudiantiles. Ella salió a la calle y me percaté de que le había hablado a una vecina:
            –¿Qué hace doña...?
            –Aquí resistiendo al calor –respondió la viejita.
            Yo sentí que a mi madre no le hacía falta tener que entablar una conversación con aquella viejita, porque sé que todo lo cuentan y si mi mamá le platicaba la situación por la que pasó y por la que tuvo que descansar en la mecedora, seguramente toda la calle lo sabría (nada grave).
            Pensar en eso me indignó... pero nunca me pasó por la mente hasta ahora, de que mi madre también tenía amigas. Tan desconsiderado fui, como todos llegamos a ser.
            Honestamente: MarioNote