miércoles, 26 de octubre de 2011

La tuba de Herodes


Hoy probé el sabor de la burocracia: una tuba sabor fresa. Yo, que evitaba cualquier relación que tuviera que ver con oficinas, caí al servicio de una secretaria. Acepté el trabajo porque así evitaría otros asuntos meramente institucionales, lo que tampoco me ayudó a salir del vicioso círculo institucional.

Papeles, papeles y más papeles. Carpetas. Ordeno y archivo según sea menester. La secretaria me explica amablemente cómo debo hacer las cosas. Me presta la engrapadora y los clips; saco copias, yo y la copiadora nos entendemos: seguimos un aburrido protocolo. Fotocopio, ordeno, engrapo; fotocopio, ordeno, engrapo; fotocopio, ordeno… ¡Faltan grapas! Y vuelvo al ritmo.

No es culpa de la secretaria que se estrese por todo lo que debe descansar al día o por lo que tiene qué hacer cuando llegue a su casa; la razón es el sistema. En un México en el que se vive a flor de piel la mítica democracia, sus instituciones imponen autoritarismo. Los inversionistas extranjeros ya ponen un Gualmart, un Kentoky o un Blockbuster, con la finta de que generarán empleos. Bien, los generan y los mantienen, pero con una ‘democracia repartida’. Concedo a la ‘democracia repartida’ como aquélla que no se engendra según el pueblo, sino que se gesta bajo las condiciones del singular poderío; por ejemplo, cuando una tienda comercial paga muy a fuerzas el salario mínimo, argumentando que sería peor si no estuvieran esos empleos. Total, si no me pagan no como. Ésa es una de las razones por la cual el mexicano se agacha y guarda silencio; sólo cuando llega a su casa pretende desquitarse con la familia o con la cerveza, gastando lo poco que le pagan.

Será que en verdad somos así, o más bien, estamos tan ofuscados que no llegamos ni siquiera a “ser”. La identidad mexicana es a la vez difusa, un donadie, pero tan arquetípica a la vez: güevón, idealista disfuncional, irresponsable, conformista, pachanguero… Allí le paramos. Nomás no vemos un rasgo bueno en ello. A lo mejor alguno dirá que la mejor cualidad del mexicano es ser nacionalista, cuando ni siquiera el que profiere el aforismo conoce el himno nacional; en cambio, pone toda su fe en un equipo de futbol. México, dicen, es el único país que se paraliza por un partido: las escuelas suspenden labores indefinidamente, y aunada a la inteligente disposición, le sigue la biblioteca municipal; en los trabajos (sea bajo techo o en el campo) siempre hay un radio o una televisión que transmite el furor deportivo, mientras en los bares, el mass-media por excelencia es pretexto para el embotellamiento de clientela. Si gana México, hacemos fritangas; si pierde, le echamos la culpa al técnico del equipo.

Y así como un juego, se mueve esto que llamo burocracia. Acepté la tuba sabor fresa, además del calor, porque nunca la había probado así: ‘tan fresa’. Era dulce, muy dulce, aunque el cacahuate mitigó lo meloso del asunto. Más importa el hecho de estar allí: organizando papeles de otros, mostrándome sumiso y conformista con mi baso de tuba en la mano. La secretaria me ofreció la bebida de su bolsillo, del dinero de sinuosa procedencia, de un único poder que controla todo con el dedo índice y manda y dice, pero nadie dice nada. Allí estuve con mi tuba rosa en la mano, como un burgués. Nimodo, pensé, hay veces que encaja perfecta esa memorable frase popular: La ley de Herodes…
Honestamente: Marionote Valencia.

domingo, 23 de octubre de 2011

Escritora no... Pero nadie olvida a María Sabina


María Sabina fue una mazateca que desde muy chica se entregó a las visiones que otorgan los hongos, según ella lo cuenta. Cuánta sabiduría no puede uno entender cuando ella curaba a los de su pueblo por medio de sustancias que actualmente son consideradas dañinas; quién sabe, pero María Sabina estuvo, sin quererlo, en el ojo del huracán de todos cuantos curiosos y malintencionados querían conocerla y pagarle porque los dejase experimentar el viaje de los hongos alucinógenos.
Mil respetos.
Ella nació un julio de 1922 y murió en noviembre de 1985 en la Sierra Mazateca, al sur de México, por Oaxaca. Fue mujer, curandera, sabia y sobre todo una poetisa. En sus ceremonias ella manejaba la situación según la experiencia le había enseñado, y el contacto con los dioses que le dicen al mismo tiempo que no cualquiera puede ocupar el lugar que tuvo ella. María Sabina nunca escribió, pero lo literario lo emanó con el hálito interno que le hizo hablar y componer. En una oralidad de María Sabina notaremos varias señales de poesía pura:

I
Soy la mujer que examina
Nuestra mujer infinito, dice
Nuestra mujer remolino, dice
Nuestra mujer de las alturas, dice
Nuestra mujer de luz, dice
Soy mujer espíritu, dice
Soy mujer día, dice
Soy mujer águila dueña, dice
Soy mujer sagrada, dice (…)

Hay ritmo porque las mismas frases lo ostentan: la bella repetición de imagen y sentido. Hay anáforas; eso sería en retórica, pero considerando lo indígena, a la repetición (o reiteración) se le llama paralelismo. El paralelismo cambia según los versos que ya lleva dichos y cómo, con el sonido, ella sabe que se escuchará bien. En conjunto forma esos trances alucinógenos en los que ve a los espíritus que curan a través de sus manos. Vemos también las metáforas, éstas le dan sentido al verso que es forjado por los demás y al mismo tiempo. María Sabina se deja llevar por la corriente y su resultado es un poema muy versátil y profundo, porque abarca muchas características que a veces parecen nimias para el ser.
      Honestamente: Marionote Valencia.