jueves, 20 de diciembre de 2012

Bagatela verbal y profunda de las fiestas decembrinas


por Mario Note Valencia

En esta temporada, es muy común que personas comunes digan frases comunes como: “Que seas muy feliz”, “Pásatela en compañía con tu familia”, “Feliz navidad y próspero año nuevo”, etcétera, etcétera, etcétera… Pero hay una que me intriga bastante y que me costó varias noches sin poder dormir tranquilo. Es aquella frase que va incluida en todas las cartitas de presentación para la cena de navidad, o en la bolsa del gran regalo con adornos de velitas y esferas bien iluminadas: “Que todos tus sueños se hagan realidad”.

¡Qué terrible sería que todos los sueños se hicieran realidad! Ya me imagino las calles plagadas de pesadillas, la habitación tapizada de espantosos presentimientos o el sanitario con problemas de cañería.

Quizá uno exagere la interpretación de esta frase pero, se le busque por donde se le busque, de todas maneras esa sentencia aparentemente noble y bien intencionada carece de sustancia aprehensible. Hasta pronto mi lector efímero.


Éste es un cartel que me pareció adecuado poner 
como regalo visual de esta última redacción del año.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Del radio, los comerciales y la inútil erudición


Los comerciales radiofónicos deben ser, en cuanto al audio, totalmente atractivos. Se puede suponer que su efectividad consiste en invadir a los escuchas con mensajes elocuentes, persuasivos y demás.
                      
Es verdad que la tecnología informática ha impresionado bastante en la mercadotecnia, pero aún se descuidan los aspectos básicos de la comunicación (a pesar de su efectividad sobre las masas consumidoras).  En nuestros días todo puede ser consumido, cotizado, comprado: desde un gusano parásito reductor de grasa, hasta los niños que están por nacer. Entre eso, y muy de época, están los anuncios que exhortan a los indecisos ni-ni a estudiar en escuelas de cuotas mensuales.

En un comercial radiofónico de mi localidad (Tecomán), aparece la voz de una chica que afirma (poco intensa pero orgullosa): «Un ‘año luz’ es la distancia que recorre la luz en un año», luego otra persona impresionada exclama: «¡Órale! ¿Cómo sabes tanto?»… Y allí interviene otra voz sabionda que asegura que la muchachita ha asistido a una Academia de supuesto gran prestigio y, se presupone, que si se ingresa especialmente a ese instituto, podrá impresionar a los vecinos con datos científicos (capturados de revistas).

El hecho, mi alegato, mi crítica, es: la imagen del intelectual es engañosa tanto para quienes resultan asombrados como para quien se esfuerza (inútilmente) en devorar enciclopedias o, de perdis, revistas que reseñan la telenovela de las diez. Decía entre líneas, pero creo que es mejor decirlo para dejar claro: la adquisición y uso del conocimiento se evalúa, respecto a cada uno, en cuán efectivo es para la vida diaria. Los enciclopedistas pueden llegar a ser insoportables si después del estudio no tienen vida social; aquí hablo de la familia, los amigos, los vecinos, etc. No le hayo sentido ser antropólogo sin tener en cuenta que para comprender al ser humano es necesario salir en busca de humanidad, quebrantada o impoluta, en las calles, sobre las aceras, en las tiendas, en la esquina, sobre el autobús, con mucha gente y sin miedo a nada. Saber que un año luz es equidistante a la distancia que recorre (en su velocidad de 300,000 km/s) la luz todo un año terrestre, no me salva de la muerte ni me hace mejor persona. Serviría, acaso, si yo fuera un físico de la cuántica o de la relatividad y estuviera construyendo otras teorías para desmantelar el enmarañado, pero siempre ordenado, universo.

Las ecuaciones matemáticas son enseñadas para comprobarlas, solamente. Después se ha comprobado, gracias por ejemplo a Bertrand Russell o Ernesto Sabato (por ser alcanzables en la popularidad), que los muchachos han estado comprobando teoremas ligeramente errados, y después calificándolos como absolutos, irrefutables. Antes de que lo sepan, ya los muchachitos se preguntan que de qué les sirve aprender eso si de nada les servirá en la vida; ciertamente, quien dice esto, es porque ya se ha visto en un futuro alejado de operaciones numéricas como medio laboral y sustento de vida. No obstante, el futuro germinado en un efebo es sinuoso por más seguro que se sienta.

La otra parte engañosa de las escuelas públicas, al menos, es el hecho de que se les impone cierto conocimiento científico y, por lo tanto, rígido, numérico, visual, memorizante.  Los padres de los chiquillos sueñan con que éstos sean abogados, médicos, contadores, por lo que exigen un estudio utilitarista; si supieran, le llamarían positivismo. Sin embargo, no todo cientificismo es enteramente maquinario (quiero decir automático e irreflexivo, como calculadora), es más, las matemáticas son producto del silogismo creativo, la imaginación y reflexión de hechos; tantos siglos después, se le mira a esta ciencia como inamovible y sin pasado. Decía antes que la ciencia, como lo relativo a la física, requiere cambiar percepciones que comúnmente ya las dábamos por hechas; si hablamos del sistema solar, hablamos de fuerzas inexistentes, de Física antaña y no actualizada, a pesar de todo, en los libros de texto gratuito. Tal parece que todo inicia con la imaginación, la inventativa, para explicar los fenómenos y luego condensarlas en breves ecuaciones para utilizarlas en próximos raciocinios.

La verdadera educación artística es aquélla que no excluye y sólo educa la sensibilidad; no impone qué es bello, sino que procura activar los medios cognitivos de las personas, estimulando sentidos inusitados. Buena suerte lector efímero.
Honestamente: Mario Note Valencia

martes, 1 de mayo de 2012

La agenda de los tiempos


por Marionote Valencia
esta redacción se la dedico 
Paola, hermana mía, 
lectora asidua

El tiempo, ¿qué es el tiempo? No hay por qué fatigarse tratando de definir o encapsular su esencia en exhaustivas definiciones. El tiempo puede ser una entidad invisible que, sin duda, desbarata todo cuerpo que pase a través de los minutos. No hay definición, pero sí hay aspectos por los cuales conviene reflexionar ahora; por ejemplo: pensemos en el valor que uno le concede a los hechos cotidianos y cuánto tiempo se le invierte a cada uno de ellos. En cuanto a las relaciones humanas, comúnmente se dice: “Hazme un lugar en tu agenda” o “¡A ver cuándo concordamos en horarios!”. Sí, la agenda es un instrumento que sin duda tiene qué ver con el tiempo.
La funcionalidad de una agenda, ese artilugio que marca las responsabilidades de tus horas, radica en la limitación del tiempo compartido. Como tienes una vida fugaz, con tu agenda eliges y diriges las oportunidades que tienes para alcanzar la satisfacción; así agendarás para mañana algo que te agrade, y no algo que te destruya. Los insensatos y/o pesimistas programan la agenda de mañana con porvenires vanos, ellos encuentran muy fácil dejarse llevar por la corriente de pasividad que trata de asechar a todos y, por cierto, no discrimina.

Pero antes, concordemos en algo: todo necesita tiempo; el perezoso, por ejemplo, necesita tiempo del cual, busca, no hacerse responsable. Las agendas las hay para todo tipo de labores y actitudes. Por más que se ajusten las cuentas horarias, tal parece que el tiempo no alcanza para hacer todo, y es allí cuando se le cuestiona al haragán: ¿cómo puedes vivir sin hacer nada? Primero, ésa no es vida: vivir a merced de los demás es una manera de desquiciar y desvalorar el tiempo.

También, actualmente las horas de los días parecen no alcanzar para llevar a cabo un sinfín de proyectos personales. Yo sugiero lo siguiente: no agendar nada, así es, porque sólo se agendan las cuestiones superfluas. Agendar un diálogo íntimo sería como enjaular los sentimientos, predisponer plásticamente lo que tiene su propia lógica; los sentimientos no responden coherentes a emociones prefiguradas. Yo creo que los verdaderos objetivos se construyen día a día, y son tan naturales nuestros esfuerzos que no nos parece extraño tener expectativas inherentes a nuestro vivir cotidiano.

El sabio comprende que su mañana es dudoso, por eso vive su presente pero con la templanza de quien sabe esperar; es un salvajismo vivir sólo en el presente, caer en el arrebato como si no entendiéramos que hay aspectos tan humanamente ineludibles. Dice el poeta Jaime Sabines que uno nace para morir a diario, entonces ¿para qué profanar los días con agendas mecanizadas? Sí, lo sé, hay veces que sobre nosotros se plantan asuntos de enorme gravidez, angustiantes, pero hay maneras de solventar esos momentos que uno nunca planea; una manera de resolver estos embrollos es encontrando una forma de purificación: Jaime Sabines lo hizo a través de la poesía cuando tuvo que hablar sobre la muerte de su padre.

La mejor agenda que se pueda tener, creo, es aquélla en la que no es necesario apuntar nada. Deja la agenda para las labores necesarias, para tu escuela o para tu trabajo; cuando estés a punto de programar un encuentro, mejor deja la agenda y sal en busca de otras personas, quizá de las que ya conoces y necesitan, como tú, un simple gesto para saber que siempre “allí estamos”. Muy simple, muy complicado. Nada del otro mundo. Si quieres manifestarle tu amor a otra persona, dedícale tiempo, sea quien sea. Buena suerte mi lector efímero, honestamente.

jueves, 12 de abril de 2012

Del pasado y las ilusiones


En ciertos episodios de la vida cotidiana es conveniente dejar que persista la ilusión y, por consecuente, la fantasía. Hace poco me preguntaron que si era malo vivir en una ilusión y una fantasía; para ello, primero me propuse reflexionar sobre esas dos sensaciones que parecen ser las mismas, señalar de cada una sus cualidades. Tales derivaciones las contemplo para otra ocasión, otra redacción. Por ahora, mi proposición: ciertos momentos de la vida deberían quedarse en la memoria como hermosas perlas del pasado, difíciles de causarte daño.

Los momentos a los que me refiero son meras situaciones de la vida cotidiana que, precisamente, trasgreden la cotidianeidad; en decir, incidentes que advierten tus sensores, te emocionan, activan tus sentimientos, y todo termina en una sonrisa nostálgica: en un “hubiera” después de todo.
            Hay diversos ejemplos que podríamos sacarlos de tu vida o de la mía. Sólo piensa en alguno, recuerda acciones, avistamientos, olores quizá, y pronto sentirás cómo no se te antoja un “hubiera”.  Pero somos civilizados, y preferimos, muy en el fondo, que todo termine así, ya que la ilusión (porque todo desde muy lejos y muy cerca parece irreal) te pide permanecer en su sitio.
Imagínate que pudieras continuar con el curso ilusorio de aquel momento genial: ya sea la visita a algún lugar, el conocer a ciertas personas, el enamoramiento fugaz, sutil y sincero (no se confunda con amorío); ¿ya lo imaginaste? Pues bien, eso que ambicionas es pura fantasía: no ha sucedido, mucho menos sucederá. El tiempo se ha detenido y no es necesario que vuelvas a él para corromperlo; piénsalo así: lo que tienes en la mano es un papel muy delicado, el cual tocas con las manos sucias, si lo usas, con el tiempo lo volverás feo y sucio.
Deja que la ilusión de vez en cuando te renueve energías, evita desnudar las cosas antes de tiempo. De hecho, nunca sabes que algo se convertirá en una ilusión hasta que los sucesos pasan. Generalmente este tipo de momentos no vuelven a repetirse, al menos no en las mismas condiciones. Recuerda siempre que cada segundo te predispone un desarrollo natural y que, como el filósofo, cuida tu presente pues serán tu pasado y tu futuro.
No creas que abogo por que lances el ancla a tu pasado, que te envuelvas en nostalgia para siempre. Nada de eso. Las pertinentes pulsiones del recuerdo llegan a ti de modo natural, ya porque algo te evoca aquello, ya porque tu seguridad busca en la memoria razones para evitar echar raíces en tierras infaustas.
Por último, y no por eso menos importante, este tipo de recuerdos son muy personales, que se sostienen sólo de la experiencia; conforme más pasa el tiempo, se vuelven más íntimos, hasta que se impregnan como tatuaje de hena, es decir, pueden borrarse gradualmente. Cuando puedes hablar de esas ilusiones ya has comprendido ciertos engranes de la vida, entiendes y dejas el “hubiera” para las fantasías. Afirmemos algo: Las cosas se dieron como tuvieron que darse, recuerda: lo bueno es siempre lo que permanece. Saludos y buena suerte mi lector efímero.
Honestamente: Marionote Valencia

miércoles, 7 de marzo de 2012

Del sobrino y otras contemplaciones cotidianas

No hace mucho tiempo que le tomé
esta fotografía. Su nombre es Carlos, y
Carlitos es para los cuates.

–¡Tío!

Escucho desde la otra bocina, al parecer la voz prometida de mi madre: mi sobrino utilizando por vez primera el teléfono.

–¿Cómo estás? –le pregunto.
–¿Vienes, tú? –me contesta muy jocoso.
–Sí, muchachín, mañana…
–¡Mente, tío! –sigue hablando, como si me tuviera enfrente.
–Sí, llego mañana ¿va?

No recuerdo cuándo fue la última vez que me permitía contemplar las verdades de los días, fragmentos cotidianos que hacían del universo cosa pequeña. Me repuse de aquella emoción pueril, genial, y le confesé a mi madre cuán alegre me ponía haber hablado desde una polifonía de seres. Porque sin duda éramos sólo uno, por un momento, y ahora lo recuerdo, casi perfecto, con alegría.
Ese mismo día salí a andar en bicicleta, tomé varias fotografías de la naturaleza, me vestí del cielo arrebolado y vi cómo se inflamaba la luna. La luna, jamás pude capturarla con mi sencilla cámara fotográfica; pero entendí, que no todo funciona para encapsularse, sino para mantenerse en la memoria, en un dulce espacio que se llena como un contenedor de esperanzas.
            Ahora recuerdo todo como si pasara a cada momento; en este mismo instante mi sobrino estará durmiendo y yo velando aquí su recuerdo. Cuando lo vuelva a ver me digo–, estaré muy a su disposición de niño, comprenderé como otras veces que las figurillas de barro sobre mi escritorio tienen reparo, que las hojas de papel tienden a mojarse y que, sobre todo, las manos de los niños maquinan algo que yo no pretendo descifrar.  
No pretendo, tampoco, agotar el tema, ni siquiera decodificarlo para siempre. No desnudaré el misterio, ni lucharé con la infinita ignorancia del ser humano. Es mejor no saberlo todo, es mejor imaginarme el pequeño cuerpo que contiene el alma de mi sobrino, tomando el teléfono con sus manos marcadas por el lodo con el que construyó un castillo, y que me espera mañana, donde me recibirá con honores.
Todo eso fue y pasó en un día. Todo eso es y será para siempre, mientras yo lo recuerde. Todo ha sido hoy, ahora que entrego la presente redacción. Buena suerte estimado lector efímero; por cierto, ¿qué ha sido lo último que ha contemplado?
Honestamente: Marionote Valencia

jueves, 19 de enero de 2012

Los cuícatl (Cantos prehispánicos)


Es indudable –y los españoles no pudieron arrancarlo de la historia mesoamericana– esa devoción que existía entre el hombre y el medio natural que lo rodeaba. La naturaleza, con toda su vasta expansión de vida, era como la madre primera y última de los indígenas; todo se regía alrededor de ella: los dioses tenían una función especial en el medio ambiente, los hombres tenían una relación estrecha con un animal según el día y hora que nacían, en pocas palabras: la naturaleza era metáfora viva, en ella se componía la poesía.
Los recopiladores españoles, ya lo dice Miguel León-Portilla en colaboración con Shorris E., contaminaron la esencia de la literatura náhuatl, interpretaron desde un punto distinto los tlahtolli (la palabra), y entre cada traducción o transcripción siempre hubo algo que se iba quedando; pero se acepta que en tales condiciones, la recopilación de los evangelizadores era la única manera de preservar el recuerdo de toda una cultura ajena al mundo occidental. Los frailes Andrés de Olmos y Bernardino de Sahagún desempeñaron este arduo trabajo de conservar y plasmar desde un inicio los comportamientos de los indígenas, con el fin de mostrarlo al mundo hispano que se encontraba en otro continente.
Entre lo que aún se conserva después de varios siglos de desinterés, está el cuícatl; cuícatl significa canto. Ciertamente los frailes reconocieron que no era lo mismo transcribir los cantos de los nahuas que presenciarlos en un verdadero rito, para así comprender mejor la función de esta actividad cántica (aunque algunos cuícatl también eran acompañados también por el baile, por danzas). Miguel León-Portilla hace una buena observación en cuanto al significado general del cuícatl, pues veo que él lo define, y así es en todos los estudios, como un sustantivo y no un verbo, es decir, no se trata de una práctica solamente, sino de todo lo que arraiga la metáfora cuícatl: 'canto', 'himno', o 'poema'. Y por poema entendemos, si referimos a Octavio Paz por ejemplo, que es aquella creación versada que tiene una mención, imagen y sentido, fundada en un ritmo; cita válida porque León-Portilla reconoce a los cuícatl como esas creaciones poéticas “dotadas de ritmo y medida”. Si se habla de poesía, entonces el cuícatl nos habla de algo entre sus expresiones. Buena suerte lectores efímeros. 

Honestamente: Marionote Valencia.