martes, 2 de febrero de 2010

Experiencia… (Parte II)

La presente redacción la compongo como continuación de mi primer aporte a este espacio en noviembre del año pasado. Lo que me llevó a escribir esto fue porque desde hace días cierne en mi mente cosas que por más pequeñas que sean, me hacen cavilar. Ahora me doy cuenta, de que la vida no se olvida si la redactas.


Después de mi primer encuentro con la señora, la volví a ver varias veces más como supuse tácitamente. Éramos, cuando yo trabajaba en aquel lugar, compañeros lejanos con la idea oreada de que cuando yo necesitara algo podía recurrir a ella (sólo en lo laboral), y que cuando ella necesitara cambio en monedas vendría hasta mi lugar de trabajo. No supe si podía considerarla una amiga y no una compañera.

A veces necesité de su servicio, otras ocasiones requería saludarla todos los días por la mañana para que supiera con mis acciones que mi interacción con ella era altruista.


Mi coexistencia con la señora sólo coincidía en respirar el mismo aire artificial de aquella tienda enorme, y yo olvidaba con eso, poco a poco la vez primera que me habló.


Algunos días pasé minutos –cuando en realidad no tenía nada que hacer– imaginándome su vida, ¿qué escondía en esos años cicatrizados sobre su rostro? Qué tanto podría esconder ella en esas sonrisas furtivas desde lo lejos. En ese tiempo yo no podía medir y cuantificar mi vida, mucho menos la de ella.


No le costaba más de lo que ya le había costado su existencia, articular sus labios y proveer una sonrisa sencilla y grata.


“Trata a tu familia y a tus amigos como tratas a los clientes, y conseguirás el éxito” dice Abe Wagner en una obra. Le doy la razón. A un cliente se le trata mejor que a un amigo, porque si no, se te va del negocio, y el amigo no se aleja aunque lo trates con poco delicadeza.


Honestamente: MarioNote

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