jueves, 1 de mayo de 2014

Dejarías de ser adulto: de cómo el adulto se aprovecha de la infancia

por Mario Note Valencia

 Adulto y adusto no son sólo dos palabras que se parecen.

Las muchas veces que uno escucha “Te comportas como niño” o “¡Pero qué niñería estás haciendo!”, el apelativo niño se utiliza sin duda, en este campo de acción, despectivamente. Ya es momento de que se aleje de estas funciones groseras el adjetivo niñerías. Aquí no se le pide opinión a los infantes, primero porque son ajenos al contexto. La tensión a resolver es privar a los adultos, quienes ejercen “la ley y el orden”, de que sigan llevándose a los niños entre los pies. Aquí aparece una injusta guillotina que corta la cabeza de los progenitores y la deja caer sobre sus hijos.

Decir que este problema es vano, es desmeritar a los sujetos invocados inadecuadamente: los niños. Este decir que “eres como niño” de manera peyorativa se parece mucho a los poetas que traen a su boca palabras mayores o menores, pero que no le pertenecen. ¿Un niño podría ofender a otro niño si le dijera “Te comportas como adulto”? Antoine de Saint-Exupery inicia El Principito con la nostalgia de la infancia, la melancolía del no poder regresar; sin embargo, por eso mismo, se trata de un libro para adultos. No es el pequeño príncipe quien narra su historia, porque eso implicaría un esfuerzo epistemológico (exclusivo de la infancia) incluso para el escritor Saint-Exupery. Los niños, si leyeran la viva voz de este hombrecito que vino de un especial asteroide donde vive con una flor, un baobab y un volcán, no se preocuparían de estar nostálgicos por la adultez. La precocidad, en cambio, puede ser esa manía infundada por los Otros (adultos) de crecer. Creo que Vicente Fernández vivió desesperado la precocidad, consumiendo la infancia, o según interpreta en su canción “Las botas de charro” (por eso, niños, estas canciones son de adultos para adultos, naturales o precoces).

Comportarse como un adulto, en términos populares, implicaría al final de cuentas soterrar la exposición al mundo, al genuino mundo de lo hipersensible y sensorial, en la que catedrales góticas habitan dentro de las cáscaras de nueces, y si se acerca al oído se puede escuchar un río Sena y a Notre Dame desde las alturas. Este reconocimiento de lo genuino quizá viene de verse en los demás (espacio-temporales) lo que ya no somos: infantes.

No comparto la idea romántica de regresar a la niñez, sobre todo porque sospecho que la nostalgia de la edad infantil en un adulto proviene muchas veces de su cursilería. Reconozco en cambio los actos cuyo eje es la autenticidad y que provienen de los fantasmas de la niñez, por más que se diga que no se ha tenido.

Hay eventos corporales que se aprecian en el adolescente, por ejemplo, que ya de por sí no le pertenecen a las posibilidades de la infancia. El ideal del niño eterno, a primera intuición puede ser inoperante, porque las reflexiones verdaderas sólo vienen de la periferia y no de las deducciones de la niñez en las que ya se está ocupado experimentando al mundo, al mundo en un abanico de esperanzas y desilusiones al instante, de árbol frutal rebosante de deseos. Por otro lado, el corrido popular “Pancho López” es viva alegoría del vivir aprisa, e inquietante imagen del niño que se engulló al mundo desde muy pequeño. El mismo Pancho López (que era chiquito pero matón) es imagen ranurada de la perversión adulta, de ese vicio de desvestir o vestir a los niños “para verse como adultos”.

Los pequeños concursos de belleza para niñas de tres a nueve años de edad (y para su sexualización velada-dirigida por los adultos) son o eran comunes, que por comunes ya no sorprenden tanto, aun si se trata de abolir estos concursos. Pero en la cotidianidad mucho más inmediata hay objetos particulares de la intervención adulta en la experiencia del infante: a) la sonrisa que ocasiona ver a niños actuando como adultos; b) el juego del papá y la mamá (cuántas veces he visto que los niños en este juego se comportan como cada uno de sus padres en la casa, donde incluyen frases violentas e incluso alusivos a la infelicidad); c) una niña con voz de soprano, hipermoralizada, con vestido de noche, interpretando con su voz única una historia de amor.


La niña soprano por su breve edad “conmueve” al público, la adoran. Debajo de esa adoración (por adultos) se encuentran apretados algunos vicios: la fantasía de la nostalgia de la niñez y el ideal de la infancia eterna. La niña en este caso, como en muchos casos más, se convierte sin desearlo un producto de consumo y, como tal, en algún momento será crudamente inservible para los Otros, porque “se permitió crecer y ya no es lo mismo”.

Como estos casos de consumo abundan en el mundo. Siempre habrá una institución (lícita o ilícita, aunque cuando se trata de contaminar la infancia ¿qué es lícito?) encargada de comprar y desechar, de ofrecer a los mejores postores cuyo capital es motor del mundo: las familias. La familia es protectora o expectorante. La familia es tan inmanente como trascendente. La familia puede apoyar o atar, siempre en una madeja atractiva de la que cada Uno en su individualidad la toma o la deja. No todo se aprende en la familia, pero no todo se aprende en la calle. Hablo de la familia más allá de lo biológico, de la hermandad y protección genuina; incluso no hablo de personas exactamente.


Cuidemos hasta cierto punto la infancia que esté a nuestro alrededor. Transformemos actos, por ejemplo, que “Te comportaste como un (a) niño (a)” o “Fuiste muy infantil” sea elogio a la autenticidad.

Apostillas:
A continuación comparto discursos inadecuados en imágenes que se reproducen en varias plataformas de comunicación ordinaria. El problema no está, muchas veces, en lo que expresa sino en la mano que construye esa idea o la boca que la reproduce. Hay que tener intuición incluso en lo más mínimo.

Parece que aquí se propone que el pensamiento es exclusivo,
como la vivencia, los consejos y los sueños. Por más que la compasión
 nos diga que no es cierto: aquí el niño es el apartado, y el adulto un centro.
Parece más una frase "motivadora" para los adultos.

Nos quedamos más con el "hacer mil preguntas". Sin embargo,
hay que notar que "mil" es una cifra desmedida compuesta
de la razón geómetras de los adultos.

Este cartel parece que se hace público entre ambientes burocráticos.
Estos ambientes ya de por sí son indeseables. Es un discurso en el que
no se festeja a los niños, sino que se da tiempo para su fantasía del retorno.

"Que nadie te saque..." se presiente defensiva, de una voz que
se preocupa por los demás que de por sí mismo, por una voz ególatra.
"Magia" guarda el truco de, en el fondo, ser despectivos con los niños.
Otra vez, un cartel que se compartiría en ambientes burocráticos.

Rescato este cartel de todos los anteriores. Su discurso visual es
sencillo, versátil, y supongo que quien lo hizo estaba en
un estado de autenticidad. Aquí el "me tienes que" es risible
pero también es una invitación. Por su autenticidad
no es posible calcular muy bien si lo hizo un anciano,
adulto, joven o niño. Eso no importa. 

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