por
Mario Note Valencia
Te voy a pintar,
mi’ja, te voy a pintar
como a una
princesa azteca
–Cruz Candelaria
En los intentos de dibujar la figura
humana, cabe la desafortunada línea que suspende la perfección esperada muy
cerca de la caricatura. Pero, en defensa de los ilustradores perfeccionistas,
los cuerpos humanos son muchas veces predilecciones caricaturescas. La
caricatura sencillamente consiste en la exageración de los rasgos, sobre todo
las del rostro, semilla y madre de la ocurrente pareidolia. Esto es válido y
acorde a la medida tasada por el mismo ser humano, porque ¿no sería grotesco tener
dos ojos en tierra de cíclopes?
Cuentan que Homero debió ser ciego,
Sócrates un adefesio, y que Vulcano fraguaba el hierro más resistente privado
de sus dos piernas, las que debieron tener el largo de sus cuernos, único
premio de la consorte. Un momento, oh Júpiter, antes de que me reduzcas la vida
con tu rayo destructor: ¿los dioses no tienen la culpa por contar con la
ridiculez en la que rayan? Los griegos, sus primeros hijos, supieron sacar
provecho de esos motivos, pasando así de la catártica Tragedia a la ablución de
la Comedia. Demos gracias a las circunstancias que cambiaron las terribles
máscaras inmóviles por el coturno bajo y volador.
Las mismas circunstancias llevaron a la
señora Cecilia, hace unos años, reparar el rostro de un peculiar Ecce Homo, pintura que se creía vieja,
pero no tan vieja ni tan importante, pues contaba con la audacia del pintor
español ya muerto, llamado Elías García (cuya fama actual se lo debe a Cecilia),
quien se basó primeramente en un Ecce de Guido Reni (¡no tan perdido, García!). ¿Fue un acto de justicia? ¿Quién
agolpó el suplicio a quién? ¿Guido Reni encarnó la mano de Cecilia para
suprimir la soberbia ahora descubierta del pintor español?
Salve, Cecilia |
Regresando al meollo, aplacando mi mallete,
confío más en el delirio infligido de la mano de Cecilia, pues ¿no debió Cristo
ser demasiado feo por haberse rebajado a lo mortal para expiar los pecados de
la iniquidad humana? No sabemos qué causa más risa, si la autenticidad con la
que actuó doña Cecilia o que al final nos mostrara el rostro sacro intervenido…
(No mienta, a usted le encanta ensañarse en lo prohibido). No por nada los
musulmanes adhieren a su arte uno de sus más aguerridos preceptos: jamás
hacerse imagen de Mahoma para evitar a las Cecilias. Declaro entonces a doña
Cecilia libre de culpa; que pase ahora el siguiente acusado.
Señor juez, todo es culpa de la
idolatría: forjar ídolos en los cuartos del artesano para que las veladoras, el
incienso y las flores no sufran de invisibilidad operante. Una de las imágenes
occidentales que no faltan en casa de la abuela es aquella que representa la
última cena de Jesús, pero, oh Fortuna, jamás procuran hacer litografías del
original, es decir, del hacedor Leonardo da Vinci. En unas versiones aparece un
Jesús más femenino o, como en el caso de Dalí, los apóstoles hincados, en
sendas direcciones, rezan borrachos y adormecidos.
No es culpa de la mano que dibuja muchas
veces, sino de la imaginación activa de quien contempla la obra terminada.
Ilustraciones históricas en los Libros de Texto Gratuitos suelen parecer dignos
de una historieta, al lado de Memín Pinguín
o Condorito, tanto en pintura como en
escultura, que, por cierto, en más de una ocasión he visto cómo la heroica Batalla
de Puebla se trueca, frente a mis ojos, de “sublime” a la simpleza de un
partido de futbol amistoso entre Francia y México.
Oh, Venus, ¡no estamos hechos todavía
para el amor sincero a las vanguardias sin faltarles al respeto! ¿Un calzón
colgado en el tendedero puede ser considerado, de acuerdo a su historicidad fenoménica,
arte moderno y abstracto? Póngale Rayos X al ensamble y cobre más por el pase
de entrada al museo. Apuesto a que ninguno de los presentes ha visto esto en
sus ámbitos cotidianos. Ah, no sabía que la exposición se llama Cotidiano, demasiado cotidiano. Patrañas…
Bueno, amor, como sea, vamos por un café y te cuento.
La suerte quiso que diera con una
peculiar edición de El paraíso perdido (John
Milton) no desprovista de grabados en
su interior para ilustrar célebres pasajes del poema. Algunos deduje que eran
de Doré, fantástico, pero otros simplemente me parecieron anónimos. Lo interesante
es que para la portada, los editores emularon un grabado interno que de por sí
ya era digno: ¿entonces por qué esforzarse en hacerme reír? En el dibujo, con
tintes de acuarela, osan poner a la serpiente justo en el exilio de Adán y Eva
del Paraíso, cuando, en ese entonces, ya Satanás mugía como dragón en las
cavidades del Infierno.
Sin embargo, en el grabado es más que
justo: Miguel, el ángel enviado de Dios, blandiendo su espada flamígera, aleja
a los pecadores de la puerta del Paraíso. Este Miguel es, como puede verse,
varonil y angelical; en la ilustración de portada más bien parece mujer
espolvoreada hasta los brazos. En el dibujo puede observarse cómo Eva huye, mirando
a la cámara, inclinada, contenta con lo que hizo, y en el grabado sólo es
bellamente irresoluta. Adán, por supuesto, no quiere ser fotografiado por el
paparazzi, se cubre el rostro como consciente de la falta de su esposa y, sobre
todo, de la vergüenza que le causa presentarse como el más virtuoso de los
hombres sucumbido por las tentaciones mundanas.
¡Oh, vellocino de oro, líbranos de los
dibujantes maltrechos que donde ponen su buena intención ponen también la mala
suerte de volvernos ufanos y pendencieros! Supongo que, en manos de este
dibujante luminoso y débil colorido, Satanás debió haber parecido gallardo y
hermoso. ¡Qué más da! Entonces, sí, por favor, píntame curioso.
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