martes, 15 de marzo de 2016

Te voy a pintar como a una princesa azteca

por Mario Note Valencia



Te voy a pintar, mi’ja, te voy a pintar
como a una princesa azteca
–Cruz Candelaria

En los intentos de dibujar la figura humana, cabe la desafortunada línea que suspende la perfección esperada muy cerca de la caricatura. Pero, en defensa de los ilustradores perfeccionistas, los cuerpos humanos son muchas veces predilecciones caricaturescas. La caricatura sencillamente consiste en la exageración de los rasgos, sobre todo las del rostro, semilla y madre de la ocurrente pareidolia. Esto es válido y acorde a la medida tasada por el mismo ser humano, porque ¿no sería grotesco tener dos ojos en tierra de cíclopes?

Cuentan que Homero debió ser ciego, Sócrates un adefesio, y que Vulcano fraguaba el hierro más resistente privado de sus dos piernas, las que debieron tener el largo de sus cuernos, único premio de la consorte. Un momento, oh Júpiter, antes de que me reduzcas la vida con tu rayo destructor: ¿los dioses no tienen la culpa por contar con la ridiculez en la que rayan? Los griegos, sus primeros hijos, supieron sacar provecho de esos motivos, pasando así de la catártica Tragedia a la ablución de la Comedia. Demos gracias a las circunstancias que cambiaron las terribles máscaras inmóviles por el coturno bajo y volador.

Las mismas circunstancias llevaron a la señora Cecilia, hace unos años, reparar el rostro de un peculiar Ecce Homo, pintura que se creía vieja, pero no tan vieja ni tan importante, pues contaba con la audacia del pintor español ya muerto, llamado Elías García (cuya fama actual se lo debe a Cecilia), quien se basó primeramente en un Ecce de Guido Reni (¡no tan perdido, García!). ¿Fue un acto de justicia? ¿Quién agolpó el suplicio a quién? ¿Guido Reni encarnó la mano de Cecilia para suprimir la soberbia ahora descubierta del pintor español?

Salve, Cecilia
Regresando al meollo, aplacando mi mallete, confío más en el delirio infligido de la mano de Cecilia, pues ¿no debió Cristo ser demasiado feo por haberse rebajado a lo mortal para expiar los pecados de la iniquidad humana? No sabemos qué causa más risa, si la autenticidad con la que actuó doña Cecilia o que al final nos mostrara el rostro sacro intervenido… (No mienta, a usted le encanta ensañarse en lo prohibido). No por nada los musulmanes adhieren a su arte uno de sus más aguerridos preceptos: jamás hacerse imagen de Mahoma para evitar a las Cecilias. Declaro entonces a doña Cecilia libre de culpa; que pase ahora el siguiente acusado.

Señor juez, todo es culpa de la idolatría: forjar ídolos en los cuartos del artesano para que las veladoras, el incienso y las flores no sufran de invisibilidad operante. Una de las imágenes occidentales que no faltan en casa de la abuela es aquella que representa la última cena de Jesús, pero, oh Fortuna, jamás procuran hacer litografías del original, es decir, del hacedor Leonardo da Vinci. En unas versiones aparece un Jesús más femenino o, como en el caso de Dalí, los apóstoles hincados, en sendas direcciones, rezan borrachos y adormecidos.

No es culpa de la mano que dibuja muchas veces, sino de la imaginación activa de quien contempla la obra terminada. Ilustraciones históricas en los Libros de Texto Gratuitos suelen parecer dignos de una historieta, al lado de Memín Pinguín o Condorito, tanto en pintura como en escultura, que, por cierto, en más de una ocasión he visto cómo la heroica Batalla de Puebla se trueca, frente a mis ojos, de “sublime” a la simpleza de un partido de futbol amistoso entre Francia y México.

Oh, Venus, ¡no estamos hechos todavía para el amor sincero a las vanguardias sin faltarles al respeto! ¿Un calzón colgado en el tendedero puede ser considerado, de acuerdo a su historicidad fenoménica, arte moderno y abstracto? Póngale Rayos X al ensamble y cobre más por el pase de entrada al museo. Apuesto a que ninguno de los presentes ha visto esto en sus ámbitos cotidianos. Ah, no sabía que la exposición se llama Cotidiano, demasiado cotidiano. Patrañas… Bueno, amor, como sea, vamos por un café y te cuento.


La suerte quiso que diera con una peculiar edición de El paraíso perdido (John Milton) no desprovista de grabados en su interior para ilustrar célebres pasajes del poema. Algunos deduje que eran de Doré, fantástico, pero otros simplemente me parecieron anónimos. Lo interesante es que para la portada, los editores emularon un grabado interno que de por sí ya era digno: ¿entonces por qué esforzarse en hacerme reír? En el dibujo, con tintes de acuarela, osan poner a la serpiente justo en el exilio de Adán y Eva del Paraíso, cuando, en ese entonces, ya Satanás mugía como dragón en las cavidades del Infierno.

Sin embargo, en el grabado es más que justo: Miguel, el ángel enviado de Dios, blandiendo su espada flamígera, aleja a los pecadores de la puerta del Paraíso. Este Miguel es, como puede verse, varonil y angelical; en la ilustración de portada más bien parece mujer espolvoreada hasta los brazos. En el dibujo puede observarse cómo Eva huye, mirando a la cámara, inclinada, contenta con lo que hizo, y en el grabado sólo es bellamente irresoluta. Adán, por supuesto, no quiere ser fotografiado por el paparazzi, se cubre el rostro como consciente de la falta de su esposa y, sobre todo, de la vergüenza que le causa presentarse como el más virtuoso de los hombres sucumbido por las tentaciones mundanas.

¡Oh, vellocino de oro, líbranos de los dibujantes maltrechos que donde ponen su buena intención ponen también la mala suerte de volvernos ufanos y pendencieros! Supongo que, en manos de este dibujante luminoso y débil colorido, Satanás debió haber parecido gallardo y hermoso. ¡Qué más da! Entonces, sí, por favor, píntame curioso.

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