por
Mario
Note Valencia
Los antiguos griegos sugerían no decir
nada para no caer en el error. Otros apuntaron que es más sabio el que no
responde o el que sabe guardar silencio. En todas partes sabemos que frente
momentos dolosos de terceros es mejor no decir, como los griegos, nada. Y tanto
se ha advertido como para que dicha sabiduría popular no llegue a oídos de los
funcionarios públicos: el pasado viernes 17 de febrero, sin aviso previo ni
propaganda, una banda sinfónica de la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) orquestó
música en vivo en un centro comercial (al norte de la ciudad) y después en el
Jardín Principal de Colima.
¿Cómo nos enteramos? Fue una sorpresa. En
redes sociales se transmitió en vivo la hazaña musical de los militares. Miles
de “likes” y “corazones rendidos” llovieron de todas partes de Colima. Unos
llegaron a lamentar no estar ahí presentes; otros pocos, sin embargo, opinaron distinto.
Ya advierto que con lo que diré a continuación iré en contra de la opinión de
miles de personas (en contra de mi propia gente) a las que se les hizo agua la
boca cuando vieron y escucharon esta semblanza (extraña) de militares tocando
instrumentos.
Lo del viernes 17 de febrero ha sido,
culturalmente hablando, un error. Un error que peca de inocencia e ignorancia.
Un error garrafal y, sobre todo, de mal, muy mal gusto. Todo empieza a tener
este sentido si ponemos en contexto la actuación de los militares: Colima tiene
dos de los municipios más violentos del país (Tecomán y Manzanillo) y no hace
más de un mes que, al menos en Tecomán, han llovido retenes de la SEDENA en
todos los puntos de entrada y salida del municipio. Incluso con esta vigilancia
la violencia no ha cesado y, para colmo, el mismo día de la llegada de estos refuerzos
militares hubo secuestros a escasos kilómetros de sus puestos de control.
El error no es para nada de la SEDENA ni
de los infantes que cumplen la labor que se les manda. Y digo que no es de la SEDENA
porque ésta responde a los mandatos del Gobierno Federal, el mando superior que
decide sobre toda la fuerza armada en México. Creo que fue en el año 2009, o
antes, cuando el presidente de entonces, Felipe Calderón, sacó a los militares de
sus cuarteles para patrullar las calles. La culpa de tantas violaciones a los
Derechos Humanos en manos de los militares ha sido responsabilidad del
Presidente de la República: en ningún momento se dijo que los militares se
habían formado para detener ladrones callejeros o calmar manifestaciones,
ellos, claro está, se formaron para defender a la nación en caso de una
intervención extranjera, no para hacer lo que a otra fuerza judicial le
corresponde.
Recuerdo que una de las campañas políticas
de Andrés Manuel López Obrador era empezar a vaciar las calles de la vigilancia
militar, propuesta que favorecía tanto a los ciudadanos como a los mismos
militares que pierden la vida por una lucha que no les pertenece, o por las
barridas y tropezones de la corrupción que los mismos políticos cometen. Eso
propuso López Obrador para tener otra facción popular más de apoyo y ganar las
elecciones presidenciales del año 2012; sin embargo, hubo un secreto a voces
muy poderoso que, aunque fuera el hilo negro, me imagino que ayudó a Enrique
Peña Nieto a ganar la presidencia.
Enrique Peña Nieto representaba el retorno
del PRI y con él, dijeron muchos en secreto, vendría la calma, el reposo de las
armas. Y ese bajar las armas significaba que ser policía o militar ya no sería un
trabajo de riesgo. Pero vamos a ser claros: con el PRI en el poder, la
corrupción iba a fluir sin sangre derramada, es decir que el narcotráfico no se
vería detenida por la vigilancia militar y, en consecuencia, poco a poco (eso
se supuso) la SEDENA se retiraría de las calles, aunque las operaciones militares
en la sierra, claro está, serían una simulación pre-programada para la
propaganda social y política: “decomisaron droga, quemaron plantíos”, pero
detrás de cámaras tanto productores como capos entenderían que era parte del
trato (teatro), como se hizo, especulo, antes de que Felipe Calderón alborotara
el panal.
Desde el 2012 al presente (2017) el
escenario no es ni un poco de lo que se esperaba. Es mucho peor. Les explotó la
palomita en la mano a capos y políticos corruptos. En consecuencia, el negro plan maestro priista se ha ido al
caño y todos los ciudadanos (civiles y uniformados) la estamos pagando caro. La
justicia es, era, fue… Inocentes y culpables, la violencia también es ciega. Y
no veo para cuándo se vaya a acabar.
Entonces, volviendo al tema, cuando vi la
participación de la banda sinfónica de la SEDENA, hace una semana en Colima, no
pude más que pensar: qué clase de perversión es ésta. Supongo que Secretaría de
Cultura, coludida con el Gobierno Federal, quiso dar una “buena impresión” de
la intervención militar en el Estado de Colima. Pero incluso esta acción
desprovista de malas intenciones es contradictoria: ¿qué hacen los militares
tocando instrumentos cuando les hacen falta refuerzos para detener la violencia
en Tecomán y Manzanillo? Bueno, en sentido estricto eso es lo que se lee entre
líneas, y hace falta ser pendejo para no darse cuenta.
Repito: estoy seguro que en dicha
programación cultural no tuvieron que ver los militares y que el responsable de
los músicos sólo respondió a los oficios del Gobierno Federal (como demanda la
Constitución). Sé que dentro de la formación militar en México no todo es “apunta
y dispara”, pues incluso existe una escuela militar gratuita que ofrece licenciaturas
e ingenierías. El problema radica en que plantaron su concierto artístico y
popular en un momento inadecuado, y no porque no sepan tocar (sí saben)
o porque no nos gusten los conciertos, sino porque concuerda con el evidente
fracaso del Gobierno por tratar de detener la violencia.
Buena imagen la de Octavio Paz con
respecto a la poesía: el arco del guerrero y la lira del que canta. Terrible
conjunción cultural: el uniformado… con trombón y metralleta.
* * *
Fotografía de Juan Carlos Cruz. Soldado mexicano cargando los cascos de sus compañeros
caídos en la emboscada de Sinaloa (2016). Yo me pregunto, como en muchos otros
casos: ¿era realmente necesario todo esto?
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