I
Siempre es importante guardar una copia de los documentos que, de alguna manera u otra, regulan nuestras relaciones sociales. Hablo en este caso de lo laboral: los contratos.
Vamos. |
II
Cuando se tiene la copia de un documento, se comprueba que el original existió; tal prueba es una gran herramienta para cualquier problema inesperado que se presente. El caso de la vida real (aunque suene telenovelesco) que a continuación redactaré, tiene que ver con la triste historia del hombre que firmó su propia renuncia.
Al principio no suena tan grave que un hombre haya firmado su renuncia; lo que en realidad sucede es que este hombre ya es viejo, no sabe leer y poco le faltaba para jubilarse. La empresa, una empacadora de limón, fue quien le puso una trampa, al aprovecharse que no sabía leer, le dijeron que firmara con su pulgar un documento cualquiera. Tiempo después le afirmaron que él había aceptado renunciar.
–Pero ¿qué? –imaginemos que habría dicho esto; después de tantos años de servirle.
Ahora la familia del señor le reclama a sus oídos que por qué no pidió que le leyeran el papel.
–Debes buscarte unos abogados –otros aconsejan.
–No sé si se pueda hacer algo –él contesta.
III
Conozco a este viejo porque en mi niñez fui varias veces al corte de limón, y él era quien nos recogía en su camioneta o en un gran torton de la empresa. Hasta hace pocos años que dejé de desempeñar aquel trabajo y todavía me acuerdo muy bien, qué tan duro es el asunto del campo, esto cuando veo a una familia esperando su transporte que los lleve a la limonera. Tal dirección de trabajos llevó a mi familia conocer a aquel señor, y ahora cada vez que lo saludo, me acuerdo de que detrás de él existe una traición; bueno, hay algunas veces que no me acuerdo: que por el maldito dinero le hicieron firmar su renuncia.
Pero hay algo que rescato de todas estas imágenes injustas: este viejo ya es un sabio, que no por nada, como se dice aquí en Tecomán, tiene los años. Aunque no sepa leer, hay cosas qué aprender de él, cosas que no se aprenden en los libros. Y es injusto, para recalcar, que haya personas que no les importe la vida de los demás, inclusive cuando son a los sabios contra quienes atentan; gente ignorante con títulos mal ganados. Podríamos entrar ahora a un debate sobre quiénes sí merecen nuestro respeto y quiénes son simplemente una bacteria para la sociedad; pero ese asunto, mi lector efímero, ya es otra redacción.
Honestamente: Marionote.