María Sabina fue una mazateca que desde muy chica se
entregó a las visiones que otorgan los hongos, según ella lo cuenta. Cuánta
sabiduría no puede uno entender cuando ella curaba a los de su pueblo por medio
de sustancias que actualmente son consideradas dañinas; quién sabe, pero María
Sabina estuvo, sin quererlo, en el ojo del huracán de todos cuantos curiosos y
malintencionados querían conocerla y pagarle porque los dejase experimentar el
viaje de los hongos alucinógenos.
Mil respetos. |
Ella
nació un julio de 1922 y murió en noviembre de 1985 en la Sierra Mazateca, al
sur de México, por Oaxaca. Fue mujer, curandera, sabia y sobre todo una
poetisa. En sus ceremonias ella manejaba la situación según la experiencia le
había enseñado, y el contacto con los dioses que le dicen al mismo tiempo que
no cualquiera puede ocupar el lugar que tuvo ella. María
Sabina nunca escribió, pero lo literario lo emanó con el hálito interno que le
hizo hablar y componer. En una oralidad de María Sabina notaremos varias
señales de poesía pura:
I
Soy la mujer que examina
Nuestra mujer infinito, dice
Nuestra mujer remolino, dice
Nuestra mujer de las alturas, dice
Nuestra mujer de luz, dice
Soy mujer espíritu, dice
Soy mujer día, dice
Soy mujer águila dueña, dice
Soy mujer sagrada, dice (…)
Hay ritmo porque las mismas frases lo ostentan: la
bella repetición de imagen y sentido. Hay anáforas; eso sería en retórica, pero
considerando lo indígena, a la repetición (o reiteración) se le llama
paralelismo. El paralelismo cambia según los versos que ya lleva dichos y cómo,
con el sonido, ella sabe que se escuchará bien. En conjunto forma esos trances
alucinógenos en los que ve a los espíritus que curan a través de sus manos. Vemos
también las metáforas, éstas le dan sentido al verso que es forjado por los
demás y al mismo tiempo. María Sabina se deja llevar por la corriente y su
resultado es un poema muy versátil y profundo, porque abarca muchas
características que a veces parecen nimias para el ser.
Honestamente: Marionote Valencia.
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