por Cristina Gaona
30 de abril de
1967. Un fraude electoral, conflictos por el petróleo, masacres en el norte y
hambre fueron los motivos para que, después de un golpe de estado y varias
batallas, Odumegwu Ojukwu anunciara en el parlamento la secesión de la región del
sudeste de Nigeria, proclamando
la República de Biafra como estado independiente. Dos meses y seis días
después, Nigeria dio comienzo a las maniobras bélicas para recuperar el
territorio de Biafra, lo que daría inicio a la Guerra Civil de Nigeria. El 19
de mayo de 1968 los nigerianos lograrían un importante avance sobre el
territorio biafreño, lo que les daría la oportunidad de realizar sobre el nuevo
estado independiente un cerco no solo territorial, sino político y económico,
un cerco que acentuaría la sed, el hambre, las infecciones, las llagas, la pus.
Las fotografías de niños esqueléticos con vientres inflamados comenzaron a
difundirse por todo el mundo. La ayuda humanitaria comenzó a llegar, pero el
afán de neutralidad hizo mella en las posibilidades de intervención
internacional: nadie quería ser responsable de asumir ninguna postura. Y
así, durante tres años, un millón y medio de vidas se perdieron en medio de la
masacre y la inanición provocadas por Nigeria, hasta que Biafra bajó las manos
y se rindió ante la expectación del público internacional. Publico que no
dejaba de condenar la miseria en África sin atreverse a hacer algo por impedir
o menguar el sufrimiento.
Miércoles 9 de
octubre de 2013. El Festival Internacional Cervantino (FIC) es el evento más esperado
del año en Guanajuato. Lo es, ya sea porque se disfrute o porque se sabe de las
incomodidades que trae consigo y que hay que tomar precauciones al respecto.
El FIC da inicio
con una larga fila que comienza en el acceso a la Explanada de la Alhóndiga en
la calle 28 de septiembre, da vuelta por la calle Mendizábal y llega hasta la
avenida Juárez. La cercanía que se puede tener al escenario es proporcional a
la hora en que llegue uno a formarse. Formarse a las 4 de la tarde y mantenerse
tres horas y media en la fila prácticamente garantiza uno de los mejores
lugares gratuitos que se pueden obtener.
Después de esta
larga fila, de gente que logra conseguir un lugar en ella y horas de espera,
comienza el acceso regulado por policías que buscan armas e indican dónde debe
uno sentarse. Después, es sólo esperar más hasta que una voz al micrófono
anuncia la tercera llamada para dar comienzo al primer espectáculo del 41
Festival Internacional Cervantino. Justo cuando los últimos rayos del sol se
vislumbraban en el horizonte, Rubén Rada y sus siete músicos aparecen sobre el
escenario, provocando los aplausos y los gritos del público. Acorde con la
temática del FIC de este año sobre la violencia, la primera canción
interpretada dentro de marco del festival fue “Biafra”, cuya letra llama la atención a la humanidad sobre su
indiferencia a los conflictos sociales, específicamente a la desaparición de
Biafra, país africano que solo existió como tal tres conflictivos años .
Así comienza la
catarsis del hombre moderno, de los Guanajuatenses y los turistas de la ciudad
que buscan en el arte el alivio o el olvido. Porque es innegable que quienes
acuden a los eventos culturales buscan una satisfacción que la vida común y la
rutina no ofrecen, una satisfacción que sólo el arte puede proporcionar. Rubén
Rada hizo latir los corazones de la Alhóndiga con su música, uniéndose así a la
cadena de importación del candombe, ritmo africano que nació en Agola y que se
convirtió, durante muchos años, en el medio de comunicación entre los africanos
que fueron llevados a Montevideo con el fin de ser esclavos. Durante la época
colonial, dichos esclavos encontraron en este ritmo el medio de conexión con su
tierra y con su espíritu. A través del candombe sobrevivió su identidad,
víctima de la represión y avasallamiento del que eran objeto, hasta que su
música, antes ceremonial, se convirtió en parte de la identidad de Uruguay.
Así, los asistentes de la Inauguración del FIC se convirtieron en el último
eslabón de esta cadena que comenzó con la solemnidad de los ritos religiosos
africanos, continúo con un medio de sobrevivencia al dolor, luego con un Patrimonio Cultural Intangible declarado por
la UNESCO y, al final, una actividad recreativa.
Rubén Rada logró
interactuar con el público enseñándoles los coros de sus canciones e
invitándolo a cantar con él. La gente no sólo fue espectadora, sino que se
convirtió en parte del concierto con sus aplausos, silbidos y gritos, que
fueron integrándose a los instrumentos de la banda.
En pleno apogeo
de la fiesta, los juegos pirotécnicos amenizaron la celebración llenando de
colores el cielo y provocando el éxtasis sensorial de los presentes que
luchaban por mantener el equilibrio y observar la pirotecnia sobre las barras
metálicas de las gradas. Y así, con este
esplendoroso final, Rubén Rada se despidió de su apasionado público, de las
personas que lo aceptaron y se aceptaron a través de sus canciones que llevan,
en el fondo, la enseñanza de que el amor está en todas las formas y todas las
situaciones.
Y como llegaron,
las personas se fueron retirando en largas filas por las entradas de la
Alhóndiga a sus respectivos destinos: beber, comer o dormir. Todas ellas sin
imaginar que lo que oyeron, vieron y vivieron fue creado en medio de la
miseria, de la tristeza y la tragedia. Así es el arte: un medio para
sobrevivir, la catarsis del dolor.