por
Mario Note Valencia
La construcción de los
lugares tiene mucho que ver con el sentido de la permanencia; a veces, la
necesidad de permanencia desemboca en el acto de nombrar. El sentido evocador
de las grandes y pequeñas cosas tiene la suficiente voluntad de memoria (con su
follaje natural) para traer al presente hechos significativos. A más de uno le
ha pasado que cierra el día con el nombre.
La primera línea de la
novela Dichosos como una piedra de
Avelino Gómez es decisiva: “Decidí ir a Tonaya por motivos más o menos terapéuticos:
por aquellos días el mundo no me
quería y yo tampoco a él”. En este caso, el narrador desplaza los hechos de la
memoria, como en un rompecabezas, como si le importara más llevar a la
superficie las imágenes del pasado que incumben al hecho de ir a Tonaya, un
Festival de Poesía. El motivo de asistencia permea a Tonaya, abre la auténtica
narración de esta historia. En cambio, el narrador no dice “Decidí ir a un
Festival de Poesía en Tonaya…”, y se entiende. ¿Acaso los lugares no son
configurados, en primera instancia, por el recuerdo que tenemos de ellos? Es
Tonaya y las coordenadas sensibles de la historia; es Tonaya y la tensión entre
la experiencia vital y la literatura (no menos vital, por cierto); es Tonaya y
el desdoblamiento de Avelino Gómez para desprender del mundo la permanencia de
los lugares.
En la agradable edición
gráfica, visual, que el consejo editorial de la Universidad Autónoma del Estado
de México realizó para Dichosos como una
piedra, aparece en la contraportada un comentario de Pablo A. Galerna en la
que afirma cómo Avelino, desde su estancia en Argentina, escribió esta novela.
El comentario, sin duda, no nos habla del argumento de la novela, pero sí mucho
de las evidencias textuales que abogan por la correspondencia, otra vez, entre
la literatura y la experiencia vital. ¿Cómo, desde el extranjero, Avelino fue
habitado por la configuración memorial de Jalisco y Colima?
No en mucho tiempo
Avelino Gómez contará con una línea en su biografía que mencione este efecto;
quiero decir, del escritor habitado por los lugares. En la escena de la
literatura nacional persisten los escritores que, sin forzar el acto,
encuentran en los espacios, los auténticos lugares, el sentido de permanencia;
se sabe que hay a quienes les parece que las ciudades metropolitanas no
terminan de construirse, hay a quienes fuera de México reciben el espasmo del
recuerdo y les trabaja la literatura. Hay que mirar hacia ellos, hay que mirar
hacia quienes, sin ser cronistas, abordan los espacios de las ciudades, las provincias,
y con el acto de narrar nos dicen más que los fotógrafos fanáticos o sociólogos
de ciudades invisibles.
La convocatoria que
hace el narrador acerca de Tonaya está desprovista, sin duda, de estos vicios
de nombrar por dolencia espacial o voyerista. En el acto de nombrar encontramos
el sentido auténtico de la evocación, de convocar a los objetos del mundo. Es
la presencia de la literatura, en tanto su correspondencia con la experiencia
vital la que, por cierto, deja der ser afortunadamente cada vez menos
cotidiana. Desde La Cultura Efímera abogo, sobre todo, por la permanencia de
esta literatura.
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