sábado, 14 de diciembre de 2013

La evocación y permanencia en el íncipit de una novela

por Mario Note Valencia


La construcción de los lugares tiene mucho que ver con el sentido de la permanencia; a veces, la necesidad de permanencia desemboca en el acto de nombrar. El sentido evocador de las grandes y pequeñas cosas tiene la suficiente voluntad de memoria (con su follaje natural) para traer al presente hechos significativos. A más de uno le ha pasado que cierra el día con el nombre.

La primera línea de la novela Dichosos como una piedra de Avelino Gómez es decisiva: “Decidí ir a Tonaya por motivos más o menos terapéuticos: por aquellos días el mundo no me quería y yo tampoco a él”. En este caso, el narrador desplaza los hechos de la memoria, como en un rompecabezas, como si le importara más llevar a la superficie las imágenes del pasado que incumben al hecho de ir a Tonaya, un Festival de Poesía. El motivo de asistencia permea a Tonaya, abre la auténtica narración de esta historia. En cambio, el narrador no dice “Decidí ir a un Festival de Poesía en Tonaya…”, y se entiende. ¿Acaso los lugares no son configurados, en primera instancia, por el recuerdo que tenemos de ellos? Es Tonaya y las coordenadas sensibles de la historia; es Tonaya y la tensión entre la experiencia vital y la literatura (no menos vital, por cierto); es Tonaya y el desdoblamiento de Avelino Gómez para desprender del mundo la permanencia de los lugares.

En la agradable edición gráfica, visual, que el consejo editorial de la Universidad Autónoma del Estado de México realizó para Dichosos como una piedra, aparece en la contraportada un comentario de Pablo A. Galerna en la que afirma cómo Avelino, desde su estancia en Argentina, escribió esta novela. El comentario, sin duda, no nos habla del argumento de la novela, pero sí mucho de las evidencias textuales que abogan por la correspondencia, otra vez, entre la literatura y la experiencia vital. ¿Cómo, desde el extranjero, Avelino fue habitado por la configuración memorial de Jalisco y Colima?

No en mucho tiempo Avelino Gómez contará con una línea en su biografía que mencione este efecto; quiero decir, del escritor habitado por los lugares. En la escena de la literatura nacional persisten los escritores que, sin forzar el acto, encuentran en los espacios, los auténticos lugares, el sentido de permanencia; se sabe que hay a quienes les parece que las ciudades metropolitanas no terminan de construirse, hay a quienes fuera de México reciben el espasmo del recuerdo y les trabaja la literatura. Hay que mirar hacia ellos, hay que mirar hacia quienes, sin ser cronistas, abordan los espacios de las ciudades, las provincias, y con el acto de narrar nos dicen más que los fotógrafos fanáticos o sociólogos de ciudades invisibles.

La convocatoria que hace el narrador acerca de Tonaya está desprovista, sin duda, de estos vicios de nombrar por dolencia espacial o voyerista. En el acto de nombrar encontramos el sentido auténtico de la evocación, de convocar a los objetos del mundo. Es la presencia de la literatura, en tanto su correspondencia con la experiencia vital la que, por cierto, deja der ser afortunadamente cada vez menos cotidiana. Desde La Cultura Efímera abogo, sobre todo, por la permanencia de esta literatura.

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