miércoles, 26 de febrero de 2014

Ciudades subterráneas

por Montse Jiménez


No hace falta ir al otro lado del mundo para contemplar una. Aunque efímeras, emergen a la superficie todos los días, a cualquier hora y en cualquier lugar. Mientras esperas el autobús, o incluso camino a casa, puedes jugar a descubrirlas. En tu cuarto puede brotar una sin previo aviso; también en la cocina.

En épocas de lluvia su enemigo mortal se esconde, ellas salen por todas partes. No sólo se pueden apreciar más nítidas, sino que posan por un tiempo más prolongado, más hermosas que nunca. Este fenómeno sólo ocurre en esa época. A pesar de esto, sus intentos por ser vistas fracasan, las personas huyen de ellas, no quieren ni voltear a verlas, por alguna razón les tienen mucho miedo, o asco, o las dos cosas.

Los pequeños niños sí voltean a verlas, juegan mucho con ellas, es motivo de alegría y satisfacción poder ver una. A veces eligen la más grande para poder adentrarse mejor y tener por dónde andar, sin embargo no del modo que ellas esperan. Sus pequeños piececitos las aplastan una, otra y otra vez hasta que sus madres, enojadas, los regañan por jugar de ese modo tan brusco (aunque muchas veces continúa la tortura hasta el aburrimiento), entonces la mujer las restriega una, dos, tres veces y derrumbarlas por completo. Es por esto que están en peligro de contemplación.

Cuando tengas el placer de encontrarte con una, trata de identificar a la persona que habita ahí, que te mira curiosa, obsérvala lo mejor que puedas, porque no sabes cuándo decidan sucumbir ante nuestra civilización tan agitada, dejando sólo los restos de lo que alguna vez fue una ciudad subterránea.

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