por
Montse Jiménez
No
hace falta ir al otro lado del mundo para contemplar una. Aunque efímeras,
emergen a la superficie todos los días, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Mientras esperas el autobús, o incluso camino a casa, puedes jugar a
descubrirlas. En tu cuarto puede brotar una sin previo aviso; también en la
cocina.
En
épocas de lluvia su enemigo mortal se esconde, ellas salen por todas partes. No
sólo se pueden apreciar más nítidas, sino que posan por un tiempo más
prolongado, más hermosas que nunca. Este fenómeno sólo ocurre en esa época. A
pesar de esto, sus intentos por ser vistas fracasan, las personas huyen de
ellas, no quieren ni voltear a verlas, por alguna razón les tienen mucho miedo,
o asco, o las dos cosas.
Los
pequeños niños sí voltean a verlas, juegan mucho con ellas, es motivo de
alegría y satisfacción poder ver una. A veces eligen la más grande para poder
adentrarse mejor y tener por dónde andar, sin embargo no del modo que ellas
esperan. Sus pequeños piececitos las aplastan una, otra y otra vez hasta que
sus madres, enojadas, los regañan por jugar de ese modo tan brusco (aunque muchas
veces continúa la tortura hasta el aburrimiento), entonces la mujer las
restriega una, dos, tres veces y derrumbarlas por completo. Es por esto que
están en peligro de contemplación.
Cuando
tengas el placer de encontrarte con una, trata de identificar a la persona que
habita ahí, que te mira curiosa, obsérvala lo mejor que puedas, porque no sabes
cuándo decidan sucumbir ante nuestra civilización tan agitada, dejando sólo los
restos de lo que alguna vez fue una ciudad subterránea.
Muy bello y muy exacto. Felicidades :D
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