por
Mario Note Valencia
Dice Octavio Paz en El arco y la lira que la primera acción
del ser humano fue buscar la relación natural del nombre con el objeto que
representaba; se trata de una necesidad innata: nombrar la realidad desconocida
y servirse de las palabras para ello. Pero las palabras son más que simples
formas de expresión, pues van cargando, como Atlas, todo un mundo cultural:
convención y funcionalidad proyectada.
Sin embargo, muy curiosamente, hace
notar Paz que el lenguaje se ha llenado de «imágenes
y de formas verbales rítmicas» (p. 34) que nos hace pensar
en su naturaleza poética; el poeta utiliza la palabra para fraguar sus poemas,
poemas que tienen su propia razón de ser. El poema es una entidad
autosuficiente, un círculo en el que las imágenes del poeta se recrean una y
otra vez, por eso la creación poética tiene su lógica, porque es un mundo único
capaz de re-crearse cada vez que sea leído.
El poema se funda, como dice Paz,
bajo tres imperativos ineludibles: ritmo, imagen y sentido. El ritmo es la
cadencia sonora en la que se tensa el lenguaje y se transcribe lo inefable,
pues «es un tartamudeo que lo dice todo sin decir nada, ardiente repetición de
un pobre sonido: ritmo puro» (p. 90). La imagen, por su parte, es la
representación de la frase poética, el significado contenido en recursos
estilísticos (metáforas, prosopopeyas,
antítesis, etc.) que dicen una realidad de la obra sin apegarse a la realidad
externa del lector.
Se dice entonces que en las
imágenes hay ritmo, y en éstas un sentido. El sentido es el significado de la
frase poética, la explicación de la imagen; imagen y sentido no pueden vivir
separados. Según Octavio Paz las imágenes no nos envían fuera del texto, en
cambio, nos llevan a confrontarnos con la realidad del poema.
*
* *
A
todo esto, pienso que los seres humanos buscan cierta simpatía con la poesía,
quizá, porque gracias a ella pueden decir lo indecible. Me acuerdo del
imperativo de Ludwig Wittgenstein cuando dice que el lenguaje es por sí solo
una jaula, un límite; sin embargo, el lenguaje de la poesía es plural y
siempre, como toda buena obra literaria, insiste en la diversidad de
interpretaciones. El poeta tiene el compromiso de verter en sus versos el
lenguaje de la sociedad, ese lenguaje codificado por la cultura. Y mientras esto
sucede, otros más buscan también las palabras, ya filósofos, literatos u
oradores; sólo el poeta sabe que las palabras siempre estuvieron dentro de él, pues
no las escoge, sino que responde a las palabras según ellas manden; también es
como si las palabras buscaran al poeta, y éste, la única salvación que tiene es
convertirse en servidor de ellas.
El
poeta es, creemos, vocero del lenguaje. Las palabras que revela provienen de un
lenguaje vivo, porque simplemente no puede utilizar otras palabras que no existan
dentro de su comunidad; el poeta puede sublimar el hablar ordinario, le da un
tinte personal, sin tener que apuntar o dirigir las palabras a determinados
destinatarios, ya que «la palabra es grito lanzado al vacío: se prescinde del interlocutor»
(Paz, p. 47). Quiero por último hacer reflexión sobre el poder que tienen las
palabras ocultas y que al inmiscuirse en la conciencia se produce la chispa de
poesía; la poesía es la reafirmación del ser humano.
Sobre
la obra citada, legible edición:
Paz, Octavio (2005). El arco y la lira. México: FCE
No hay comentarios:
Publicar un comentario