martes, 18 de febrero de 2014

Recorrido fértil

por Rafael Frank


Sobre la superficie inquieta del café, puede verse el reflejo del luto, el vapor tenue que no se altera cuando el efecto luminoso reposa sobre él. El sonido del jazz inunda desde su resplandor, como luz atravesando un ágil humo morado, entre cada intervalo de nudos y volutas nos comenzamos a rodear de plasma. La melodía colisiona en las paredes, el efecto reparte las notas, caen al suelo, impregnan las suelas de los zapatos que caminan en este concierto, los espectadores reparten el polvo de la música por las aceras y cruceros, allí dejan esporas para los automóviles, la ciudad se tambalea en campanadas, el viento es el encargado de remover el sonido y volatilizarlo.

En la noche el rocío asignará a cada roca una melodía. Durante el frío más oscuro, entra el jazz por las ventanas, se deposita con calma en los pulmones, los ronquidos ahora están en los saxos barítonos, en las exhalaciones el saxo alto se apodera de la primera voz y de los insomnios, la disonancia es neblina matutina.

Por unas horas los pasos del jazz están cubiertos por la capa espesa. La niebla es humedad, el rocío es humedad, el vapor es humedad, una masa de punteos en la visión de quienes permanecieron velando la noche y anhelan los sueños. En el amanecer descansan los restos mojados del jazz, y en otras curvas del mundo, el sol nos entrega su óptica rojiza, dedicados a los primeros tintineos de las recientes pupilas encandiladas. La liturgia árabe entra en el cenit, los últimos vestigios húmedos del jazz se conectan con el vapor que explora las superficies inmutables del café. La música comienza, nueva.

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