martes, 5 de agosto de 2014

Reflexiones en el sueño: Meditación sobre la oscuridad

por Óscar de la Borbolla



Existen innumerables instituciones dedicadas al desarrollo de lo que en general se denomina “la conciencia ecológica”, sin embargo, ninguna ha puesto en la mira la luz; se habla mucho de las especies que están a punto de extinguirse, del calentamiento global, del deterioro de la capa de ozono, de la contaminación del aire, de las islas de espuma de detergente que bogan por el mar, de los desechos radiactivos, de las toneladas de plásticos que minuto a minuto generamos, del ruido en las urbes, de las baterías que irresponsablemente se desechan y se tiran en cualquier parte y hasta de la contaminación visual que enmascara con su fealdad publicitaria las fachadas de los edificios o el paisaje, sin embargo, poco o nada se ha dicho de la luz como un factor que altera el equilibrio natural del día y la noche.

¿Qué pasa con la luz artificial que trastoca la noche? Miguel de Unamuno en su novela Niebla se refería al árbol desvelado por un farol encendido que todo el tiempo le decía: “Tú no eres tú”. Pues pasa que las noches del siglo XXI son menos oscuras que las de antes; y “menos oscuras” es un decir, pues las ciudades, en el día, son manchas gigantescas de cemento y por las noches manchas deslumbrantes de luz: Las Vegas, Nueva York, Tokio, Paris, el DF pueden apreciarse desde la Luna. Entre todos le decimos a la noche tú no eres tú. Y esto, obviamente, tiene sus consecuencias.

En el mundo de los coleópteros, las luciérnagas son las que más han resentido el cambio y, entre ellas, las hembras, pues, al resultar visibles sin necesidad de encenderse, han comenzado a perder su brillo. Y se puede observar que en su ritual de apareamiento la bioluminiscencia ha perdido importancia, ya que, iluminadas por la luz de millones de focos que aclaran la noche, se aparean sin sus destellos autóctonos. Aunque una de las transformaciones más graves que puede llegar a ocurrir y sus consecuencias son hoy impensables, es en los murciélagos. Muchos se volverán videntes y aquel extraordinario mecanismo para esquivar los obstáculos a partir del cual inventamos el sonar dará paso a que sus ojos negros y opacos como de rata comiencen a ver. Parvadas de murciélagos en pleno mediodía atravesarán el cielo y atacarán a tórtolas y golondrinas.

Todavía no se cuantifica ni se hace un inventario completo de los efectos de replegar la noche: no sabemos qué pasa con los periodos de sueño de los animales ni acerca de los efectos de “histeria” que se están ocasionando en las plantas: sólo ha llamado la atención el hecho de que en los campos de girasoles ya no todos se orientan hacia el sol: parecen varas de pasto desflecado mirando con indiferencia hacia cualquier parte, como puede notarse ya.

Es necesario que en la lista de preocupaciones que la conciencia ecológica fomenta esté también un reclamo más: el derecho a la oscuridad, pues ese resplandor provocado por todos no sólo está afectando las reglas del planeta y con ello las posibilidades de supervivencia, sino que incide en asuntos tan sutiles como la sensibilidad poética y, aunque esto sólo preocupe a unos cuantos, ese generalizado desdén no lo vuelve menos importante: ¿cómo inspirarse cuando las avenidas del noctámbulo están bañadas por esa luz grosera y amarilla que despiden las lámparas de vapor de sodio?, ¿cómo encontrar la imagen que revolucionará el lenguaje si la noche blanqueada por la potencia de los reflectores impide que veamos el universo que se abre arriba de nosotros?


2 comentarios:

  1. No vemos el universo que se sobre nuestras cabezas, pero sí el que se abre sobre nuestros pies.

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  2. Aun así me emociona conocer más sobre esto, los murciélagos por ejemplo, me encantaría poderlos ver dando vueltas como a las palomas antes de llegar a su nido. Ojalá siempre pasara un poco de todo. Gracias por compartirnos a Óscar de la Borbolla.

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