por Rafael Frank
1540 msnm
Some people like cupcakes better.
I for one care less for them!
Huesos de chocolate, decía mi tía cada vez que hablaba
al teléfono; siempre quise recordarlo, para salvarme del
cáncer. Aunque mi inclinación eran las trufas, los
rellenos de rompope, las malteadas y el pastel con flan encima, me hice adicto
a los conejos y muffins de chocolate, los regalos más preciados que recibí de
mi padre en la infancia y que formaron parte, durante años, del recibimiento en
casa cuando mis visitas.
Dos ciudades quisieron
también sobrevivirme al cáncer, una me dio pastel de chocolate y otra el
conejo. Sí me refugié en un café concurrido, pero no el insinuado; ahí encontré
el pastel para salvarse. Entre los huecos de la calle y las paredes, entre
todos los poros fui el relleno para sus huesos hasta comer el pastel. Ingería
el chocolate, y la migaja de mi recorrido se convertía en migaja absorbida. La
segunda ciudad, por la mañana, no me ofreció aquel mismo búnker del café. Así
crecí como el cáncer desastroso y no pude tocar el mundo con mis manos, pero el
hambre siempre puede llevar a todos a una calma inicial. De una suerte extraña,
los conejos de chocolate aparecieron por doquier como el elixir que detiene
enfermedades incurables.
De una tercera ciudad me
hice el destino anhelado, viajé para habitarla y nada siguió. La casa, el
cáncer y el pan no estaban, se habían almacenado mientras anduve fuera y
desaparecieron cuando llegué. Entre sus ruinas, levanté una ciudad nueva y la
derrumbé al momento; visité cafés nuevos y los dejé, comí pasteles, empanadas,
bollos, construía y tiraba una vez más la ciudad entera. Mis huesos quedaron
huecos para llenarse de cáncer.
En la calle triste vi,
tras un halo, un pequeño muffin de chocolate. Al morderlo, la ciudad se
construyó y reconstruyó por sí misma. El pastelillo me dio una casa, una calle,
un vecindario propio. Recordé la vez que medí los pechos de una muchacha según
el tamaño de los panes; cuando fueron disímiles, ella se marchó y la dejé
seguir.
Dejarse habitar por el
pan para inundar la ciudad con este cáncer que es uno. El pan es la casa vacía
que espera ser devorada, destruirse, para levantar entonces la casa del
recibimiento, donde pueden ocuparse los agujeros de la esponja. El pan es la casa
vacía.