martes, 16 de junio de 2015

Château avec des cornes

por Rafael Frank


1540 msnm
Some people like cupcakes better.
I for one care less for them!

Huesos de chocolate, decía mi tía cada vez que hablaba al teléfono; siempre quise recordarlo, para salvarme del cáncer. Aunque mi inclinación eran las trufas, los rellenos de rompope, las malteadas y el pastel con flan encima, me hice adicto a los conejos y muffins de chocolate, los regalos más preciados que recibí de mi padre en la infancia y que formaron parte, durante años, del recibimiento en casa cuando mis visitas.

Dos ciudades quisieron también sobrevivirme al cáncer, una me dio pastel de chocolate y otra el conejo. Sí me refugié en un café concurrido, pero no el insinuado; ahí encontré el pastel para salvarse. Entre los huecos de la calle y las paredes, entre todos los poros fui el relleno para sus huesos hasta comer el pastel. Ingería el chocolate, y la migaja de mi recorrido se convertía en migaja absorbida. La segunda ciudad, por la mañana, no me ofreció aquel mismo búnker del café. Así crecí como el cáncer desastroso y no pude tocar el mundo con mis manos, pero el hambre siempre puede llevar a todos a una calma inicial. De una suerte extraña, los conejos de chocolate aparecieron por doquier como el elixir que detiene enfermedades incurables.

De una tercera ciudad me hice el destino anhelado, viajé para habitarla y nada siguió. La casa, el cáncer y el pan no estaban, se habían almacenado mientras anduve fuera y desaparecieron cuando llegué. Entre sus ruinas, levanté una ciudad nueva y la derrumbé al momento; visité cafés nuevos y los dejé, comí pasteles, empanadas, bollos, construía y tiraba una vez más la ciudad entera. Mis huesos quedaron huecos para llenarse de cáncer.

En la calle triste vi, tras un halo, un pequeño muffin de chocolate. Al morderlo, la ciudad se construyó y reconstruyó por sí misma. El pastelillo me dio una casa, una calle, un vecindario propio. Recordé la vez que medí los pechos de una muchacha según el tamaño de los panes; cuando fueron disímiles, ella se marchó y la dejé seguir.

Dejarse habitar por el pan para inundar la ciudad con este cáncer que es uno. El pan es la casa vacía que espera ser devorada, destruirse, para levantar entonces la casa del recibimiento, donde pueden ocuparse los agujeros de la esponja. El pan es la casa vacía.

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