martes, 2 de junio de 2015

El viaje del sueño, reposo y profundidad

por Mario Note Valencia


El sueño es posibilidad del retorno. Se desenvuelve en lo instantáneo. Estamos frente a un lago que crece en cerros, sutura en arboleda y animales silvestres. La bóveda sobre nosotros se empaña de noche. Las cosas y los nombres aparecen. Son presencias, olvidos del ser. La transparencia en exceso se diversifica en formas irregulares.

En otro momento he dado los primeros atisbos para una Apología del sueño. Nos importa el sueño porque en él, si bien vivido, se desvela la autenticidad. En los sueños se nutre la fruta del deseo. El aroma y el tacto son una sola cosa que cabe en la palma de una mano. Miramos la palma: una ciudad sobrepuja en nuestras líneas oraculares, porque la arquitectura de los sueños se sujeta a las continuidades eternas.

No sabemos de los intersticios formales que nos conducen al sueño. Apenas decimos que estamos recostados, vivimos la algarabía del silencio. Vivir el sueño es viajar. Corremos y amamos en un mismo momento. El mundo es instantáneo.

Un producto cultural como el video para la canción "2 trees" del grupo Foals puede tener atisbos de una poética del sueño. La letra de la canción, además de exhortar el reposo, concuerda con lo visual al proponer el sueño como fuga de lo cotidiano.

Éste es el video, invito a verlo antes de continuar:

En el primer cuadro vemos al protagonista recostarse. Ésta es la primera acción que representa la voluntad de soñar. Un parpadeo hacia lo oscuridad lo pone de frente a su reflejo. Ve a su alcance el agua de una pecera y un pez que, móvil, roza las paredes. Los antiguos místicos sabían de la relación del pez con la libertad, porque no hay inmensidad como el agua que no suponga el estado de delirio.

Vemos al ser reposar sobre un escritorio. Sus puntos cardinales van del fuego de unas veladoras al frescor de la pecera. La flama, como en este caso, es lucidez, iluminación de la razón; la pecera, sin embargo, se sublima al agua de los sueños. El pez nada todavía sobre sus límites. Habrá que resistir al viaje. Las voluntades de la mesura anegarán el mundo onírico.

Por la vigilia se sabe que de los sueños recordamos sólo el 40%, y que el origen de un sueño siempre es incierto. Pero el ser soñador se adentra en su pulso máximo de la deformidad, que su periodo más nutrido está en los últimos momentos de la postura soñadora.  Cuando el sueño no es lúcido (experiencia de saberse dentro del sueño), el ser se sujeta a los sistemas caóticos de lo que se yergue auténtico y taimado. El sueño desarma, doblega líneas, desenvaina voluntad de vivir.

El espejo entonces se desfasa. Las voces del ser resuenan, como encabalgadas, unas sobre otras. Se precipita la conversación instantánea como las gotas: no conoce duraciones, desconoce días y calendarios.

Un mundo de seres invertebrados, azules y púrpuras, iluminan al soñador. El hombrecillo ha descendido más al pozo de los sueños. Si los huesos desvanecidos son síntoma irreductible de la permanencia en el vuelo, el aire se acopla al agua por su manera de ser fluido.

El pez se libera de los límites. El ser ahora sueña tendido y abierto. No por nada concuerda con su disertación visual cuando canta "Forget all the rest, free yourself, free your head".



En el camino último del sueño, se vive un viaje nocturno por la ciudad. Si la ciudad es ensoñada, sufren más sus líneas cuando la noche avanza. Entre respiros y contemplaciones, anuncia su tiraje a la vigilia. Pero las imágenes son igualmente esféricas, sin punto fijo ni líneas temporales. Los acontecimientos históricos apuestan por el viaje cósmico, nostálgico y oracular.

El tiempo del sueño es un reloj hecho con el polvo de las estrellas. El ser se inmola en el fuego de la autenticidad.


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