por
Mario
Note Valencia
Los hijos no tienen cabida en el
calendario, porque incluso el Día Internacional del Hijo, destinado al 1° de
enero, es menguado en importancia por el ya tradicional Recalentado, quiero
decir: Año Nuevo. De la novedad a lo aparente, hablo por los hijos que, por
mayores, no festejan el Día del Niño ni tienen motivos para festejarse el Día
del Padre; tampoco se hable del Día del Amor, del que por cierto no tengo
problemas si soy florero o vendedor de globos decorativos, pero, en realidad, y
poniendo los pies sobre asfalto caliente, si el hijo es sólo un hijo, y no trabaja, no es profesor,
no festeja el día de la secretaria, en dado caso de que sea mujer, o el día del
trabajo, o no recibe honorarios por su cumplimiento laboral, o bien no se le
festeje cada vez que hay reparto de utilidades, entonces el hijo será sólo
"el hijo" circunnavegando en las cavidades de los múltiples festejos
que figuran en el calendario gregoriano.
Todavía con el papa Gregorio XIII se
compuso el calendario oficial incrementando diez días desfasados por aquellos
tiempos del siglo XVI, arreglo que sacó de quicio, o mejor dicho de tiempo, a
sus coetáneos feligreses, pero quienes también, lo mismo que los navegantes de
los mares cuando incrementaron el almanaque de figuras en el cielo para guiarse
con su delirio de estrellas, condujo a que los acontecimientos históricos
ofrecieran una chispa, su ius belli
comercial, para marcar un sinfín de festejos "positivos" que hasta el
día de hoy se congratulan con bien o mal postura hedonista y, al mismo tiempo,
estoicismo del gasto por el gusto (o al revés).
Como sea, cuando no es el día de la
madre, llega el padre, y luego los abuelos, pasando por el día de la internet y
el día del estudiante. El día del hijo, así desnudo de cualquier atributo social,
no se instaura todavía ni las empresas de marketing
encuentran una excusa para guerrear con estereotipos y crear necesidades
inexistentes (por aquello de que la psicología inversa actúa bajo el pretexto
de que lo que no se tiene, más se desea).
No hay lugar para el hijo esencial, como si fuera poco venir
al mundo en donde nadie los ha llamado "con su permiso" (y hablo por
aquellos vagabundos que no tienen festejo más que su viernes social decadente o
su cumpleaños para nada novedoso). Todos los años son lo mismo. Pero eso sí,
quizá los hijos, por lo que son, representan una excusa para salvar el
matrimonio o para terminar esas tres grandes tareas que por mucho en la
colectividad han desplazado a las tres preguntas fundamentales de la filosofía:
plantar un árbol, escribir un libro y engendrar un niño.
Veo con cierta ternura los casos de
embarazos no deseados o, dicho de otra manera, mal planeados y acarreados en
donde nadie los esperaba. Cómo esperar a que el embarazo se perpetre en una
situación incómoda entre jóvenes que dijeron: "Ya que suceda, vemos qué
hacemos, no te preocupes", o más astutos: "Vamos con mis padres a
vivir en mi cuartito". Lo veo con ternura porque la tarea de los tres
fines vitales, sin proponérselo, están casi cumplidas, y es bien visto por la
sociedad "sentar cabeza" (si acaso eso significa enterrar como avestruz
la lucidez intelectiva o cerrar los ojos para achacarse en algo que en realidad
no se deseaba). Ahí cuento a todos mis conocidos que mutilaron sus sueños por
un trabajo "estable" y por la aceptación de la premura paternalista.
Nadie que sea precavido, o simplemente
capaz de atisbar el mundo como se le mira a una máquina industrial que reduce
esfuerzos musculares pero da la posibilidad al patrón de reducir los sueldos,
podría dejar el erotismo por la simple cobertura de la sexualidad instintiva.
Entonces corrijo: los embarazos no deseados deberían ponerse en la categoría de
actos puros y salvajes. Pero no así incrimino a todos, porque las instituciones
de salud deberían dejarse de engañar por los hechos: bien pudo ser que los
múltiples métodos anticonceptivos hayan errado en la ígnea elaboración de su
práctica.
Desconfío de los condones en cuyas cajas
en las que se venden, la empresa dadora de no
dar hijos se vanaglorie porque cada condón ha sido probado
electrónicamente, entonces ¿si ya fueron probados, aunque sea virtualmente, para
qué encomendarse a la tecnología? Entendería, por otro lado, si mi resolución
forma parte de la inherente anfibología de los mensajes. Pero no se engañen,
que no creo para nada en el otro absoluto,
por eterno e improbable, por quitarnos el sueño y dejar a uno y a la otra con
los vientres adoloridos, objeto de filósofos posmodernos, casi bofetada al
intelecto, que reza (porque es puritano) "la abstinencia es el mejor
anticonceptivo", o que en otras palabras diría: "no saques la lengua sobre
lo que no tenga que ver con la boca", porque la otra parte son las
infecciones venéreas, aunque la higiene, ángel que salva de las pestes, diría
que no hay nada que el agua no limpie, que la pasta dental no excluya ni
disemine.
Si no fuera motivo de escrutinio, los
hijos como simples hijos no tendrían por qué rasgarse los sesos al tener que
comprobar que, efectivamente, no hay cabida para ellos en el devenir de los
festejos calendarizados. Tanto trabajo cuesta no ser huérfano a los dos años y también
en el adolecer de la adolescencia, pues ¿quién es el que mora en los
escaparates del mercado buscando un pequeño regalo para el día de la Madre, el día
del Padre y para el día de los enamorados? El hijo, así sin más. Me parece que
el hijo per se necesita un día en el
que recibiendo algún festejo en su nombre cierre el círculo de dar y recibir, a
menos que ya le hayan dado demasiado, como heredarle estudio, pero sin dejar notar
entonces que a los padres, no por llegar su día, se les festejen las fechorías
que hacen el resto del año; entonces, socialismo en praxis: si no hay festejo
para el hijo, no hay festejo para nadie. No incluyamos ya, el hecho de que,
siendo hijo, se tenga que ser hermano, primo, nieto, bastardo. Propongo que, lo
mismo, haya un Día del Reo: alguien debe poner el ejemplo.