martes, 29 de septiembre de 2015

El Día de la Nada (Declaración)

por Mario Note Valencia


"Mirémonos frente a frente:
somos hiperbóreos"
Nietzsche, 1888

En cualquier momento abogar por la voluntad de vivir. Irrumpir, entonces en el mundo como la flor policroma que exige al ambiente las circunstancias adecuadas, que lo condiciona y pide a manos llenas el devenir de lo novedoso, la experiencia vital literaria, en el tropel móvil de los días y sus noches.
            Somos el polvo de generaciones pasadas; el siglo XX funcionó, entre otras cosas, para tropezar más allá de la modernidad incipiente. No hace falta ser un gran mono de barro, que al fin y al cabo es un conjunto de polvo inamovible. Mejor trazar el viento, imponer en el mundo la arquitectura de nuestros ámbitos extraños para que las demás partículas perdidas, desplazadas del núcleo común y corriente, sepan que van por el camino de la subversión auténtica.
            No tenemos muelle, el movimiento de las olas y las condiciones intempestivas del océano son para nosotros otra prueba de nuestra fuerza del espíritu. Nosotros disparamos piedras a lo sagrado, surcamos lo intocable y comprobamos sus esencias falsas, magras y perecederas.
            Somos exigentes; deseamos porque tenemos la fuerza, la libertad del espíritu. Somos adeptos a la destrucción, somos como el Nerón sutil frente al fuego, porque así como desear podemos destruir; nos hacemos responsables también de la vida propia y sus ruinas. Erigimos chozas y catedrales para los eremitas, los apolíneos y los dionisiacos.
            No se nos busque si no entre los oquedales oscuros. Aquí, la única certeza está fundada en el temblor de las ideas, la corrupción de las formas y sus apariencias. La única forma que conviene cuidar es el cuerpo, el único que transporta, corpóreamente, ocupando espacio y tiempo, la voluntad de vivir.
Aquí el calor y el frío, lo claro y lo oscuro, el amor y el desprecio, pertenecen a un mismo lugar: el movimiento.
El movimiento acarrea naturalmente consecuencias que no vemos ni juzgamos a través del cristal que define lo que es bueno y lo que es malo. La moralidad es una apariencia. En dado caso, para nuestros actos, será mejor vivir en lo malvado. Nada que no exista tiene derecho ni el poder de juzgar la voluntad de nuestras pulsiones; la única rectora del acto será la voluntad de vivir.
Esta voluntad desplaza a todas las formas y seres decadentes del mundo moderno. Cualquier ser que exprese su esfuerzo hacia la muerte se le ayudará a morir lo más pronto posible; para las formas del anarquismo, ateísmo, decadencia en sus diversas presentaciones, recibirán el nombre de fanatismo y, por eso mismo, serán puestas en el mismo cajón del cristianismo y sus perjudiciales raíces en Occidente.
Hacerse, antes bien, responsable de vivir y dirigir la filosofía de Friedrich Nietzsche a su etapa posterior: su nueva praxis. La práctica consiste en el cultivo intelectual, la asimilación filosófica y su crítica para la anexión con otros aparatos teóricos, efímeros, adecuados.
Antes de su muerte, Nietzsche promulgó que escribía para los hombres del futuro. ¿Somos nosotros? Él no podía saberlo. Los superhombres no pueden existir si los mismos espíritus  superlativos no lo engendran y, desde entonces, procuran su educación con valores superiores. Resumiendo: nosotros, como él, no seremos superhombres, pero sí podemos condicionar el ambiente para que nazca la nueva flor policroma.
No sabemos si a los hiperbóreos, en la conjugación de hombre y mujer (ambos espíritus libres), nos tocará la tarea de engendrar a los filósofos del futuro, hacerlos presente. Ellos serán mejores que nosotros y serán quienes con su destrucción de lo humano, demasiado humano, superen las formas de la modernidad decadente.
Por ello es necesario continuar la transmutación de todos los valores, comprendiendo que la moral occidental tiene una genealogía fundada en la pobreza y debilidad espirituales.
En el siglo XIX, Nietzsche logró que el cristianismo entrara en crisis; nosotros debemos adecuar los actos para continuar el proyecto, transgrediendo lo cotidiano a partir de la voluntad de vivir.
Hiperbóreos: subamos a la copa de los árboles, soltemos la barquilla en altamar, arrojemos el cielo, ¡que descanse Atlas!, que Sísifo abandone la piedra, porque el único castigo de los grandes dioses olímpicos acaso reside y es digno de Prometeo, el que por no abandonar la soberbia supo contener su voluntad inquebrantable.
Habitamos en los rincones escíticos, lugar donde a casi todos les está prohibido pasar, o mirar sin antes quedar ciegos por el reflector de la lucidez más aguda y penetrante. Allí la tragedia de Esquilo tiene otro poder concatenado: declarar el riesgo de los espíritus superiores por la manutención del fuego.
Mañana, 30 de septiembre, se conmemora el nuevo año 127.


 ¡Celebremos, seguros de una misma victoria,
la fiesta de las fiestas!
¡Zaratustra, el amigo, el huésped de los huéspedes,
acaba de llegar!
Ahora ya ríe el mundo, se han rasgados las cortinas oscuras
y en este mismo instante celebras sus bodas
la luz y las tinieblas.

“Desde las altas cumbres”, Nietzsche

1 comentario:

  1. Me dejas sonrisas, coraje y el alma posibilitada para lo que no deja de pasar.
    Quizá, a veces no me siento cómoda cuando las cosas me suenan como inquisidoras, pero en este discurso vale la pena, además se lo lleva todo la paz de los hiperbóreo. Su flor...

    ResponderEliminar