Conversamos,
en su momento, sobre las posibilidades de contemplar una ciudad en su fuente
directa, la ciudad por la ciudad; de las posibilidades de contemplarse en su
interior; de cómo dejar un fantasma suelto corriendo entre sus vías al momento
de abandonarla. Por años impares sembré en la ciudad que hoy habito, las
semillas del espectro que dejaría transitar las esquinas y glorietas.
Aguardar es
necesario si hablamos de semillas, y como tal fue preciso esperar que la ciudad
y yo estuviésemos listos. Para habitarla. Sembré nuevamente pues creí perdida
mi labor anterior. Sentí propio el polvo y la bruma. La ciudad reclamó por mi
fantasma, exigió que me lo llevara conmigo si pretendía permanecer allí, si
esperaba que se acurrucara entre las líneas de mi mano. Un ritual abrió sus
puertas para fundir el hierro de la urbe con mis huesos, abandonar la carne y
revestirme.
Recuerdo,
cuando fuimos pasajeros en tránsito, abordamos el tren de sur a norte, al
cerrar los vagones la lluvia liberó sus cadenas y comenzó a seguirnos durante
medio trayecto; la velocidad se igualó, caballo de agua. De esa forma fue el
recibimiento, después la cascada pluvial cobijó entera la ciudad y en las gotas
de agua caímos también. Fuimos la piedra que rompe la superficie cristalina del
lago, la lluvia en la piel rompió como lo hace sobre arena.
No todas las
vías son visibles, se refugian igual que la sangre en túneles arteriales.
Circulé la ciudad montado sobre los metales del tren una vez más, allí dentro
busqué a mi fantasma, semilla depositada en el almácigo esperando
transplantarse, lo vi asomarse a las estaciones subterráneas, él afuera. La
mudanza a una nueva zona cambió mis recorridos, no pasé día a día por el tren.
Di por perdido el fantasma. Deposité mi cuerpo entre el café y el vino. Llegó.
A través de mis ojos la fiebre
conformó un laberinto en cuyo centro habitó el minotauro de la ceguera. Pasé
los meses trepando siluetas y colores, resignándome a la claridad de las
distancias cortas. Las luces del orbe vibraron en mis cuencas acuosas. Tuve
ante mis córneas nubladas un mensaje transparente: imita con la vista los
sonidos en el aire.
Me di a la fuga, sin gafas, entre
calles que pude ver antes, calles que había escuchado, busqué para cada hercio
un color. Jugué con mis ojos y el sonido artificial del mundo, todos los días.
Después de crear con el ruido mi propia ciudad dibujada, me vi obligado a
renovar la función de mis extensiones visuales.
Me hice de cristales nuevos,
tristemente vi cómo el haz de luz adelgazaba y fragmentaba. Pero también, con
mi cuerpo magnético toqué los nuevos objetos. El sonido se me fue de los ojos.
Comencé una misión, busqué un tesoro
en una isla.
Alojada en un cubo con columnas
clásicas, ahí dentro reposaba Remedios Varo. En el terreno, el sol fundía una
masa informe: la galería con motivos barrocos separada a una acera de un templo
gótico imprudente; coronando, una batalla contra las suites de los edificios
bancarios. El suelo desprendió su aroma a fósil carbonizado, como una trampa para hacerme retroceder.
Remedios, en el interior, quería
encontrarme, acariciarme el iris con su terciopelo, filigranas de oro y
esmeralda fundidas en un mineral novedoso. Envió a los búhos para arrancarme
los ojos, quedaron mis cuencas como pirámides abandonadas.
Crecieron alas en mi cuerpo y durante
el vuelo la luz abraz(s)ó el túnel vacío de mis pupilas. Remedios alzaba la voz
con sus hechizos; me convirtió en pez, en nube, en polvo. Los espectros nos
guardan en un frasco, allí bailamos.
Lo sucedido en París hace unos días (13/11/2015)
no es casualidad, Francia ya había bombardeado objetivos en Siria el pasado 27
de septiembre. Más todavía: se trata de un efecto colateral de las políticas ofensivas
de los países poderosos cuyo choque de intereses se remontan hasta hace más de
cien años. Recordemos que después de Inglaterra, Francia ocupaba la parte más
rica e importante del continente africano en ese periodo llamado Imperialismo y
que desembocó, precisamente, en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Equipos
armados: Inglaterra, Francia y la Rusia zarista; por otro lado, con Alemania a
la cabeza, el Imperio Austro-Húngaro e Italia. Conflicto: dominar la península
de los Balcanes, el oro negro, el recurso del mercado: petróleo.
Acaso poco han cambiado
los bandos desde entonces, sobre todo desde que hubo un frente que sacudió al
mundo como una chispa de esperanza frente al dominio capitalista: el proyecto
del Socialismo Ruso, cuya flama incendió para siempre más de 300 años de
dinastía y que, desde 1917 repercutió en todos los demás conflictos rojos no
aislados, de manera inminente (Cuba, China, Vietnan, Corea). Reflexionemos: qué
hubiera sido si el socialismo no hubiera existido, ¿viviríamos
industrializados, sí, pero libres con las múltiples colonias que extendieron
las potencias imperialistas?
¿Ha jugado alguna vez el
Monopoly? ¿Sabe qué es un monopolio? ¿Sabe que para ganar en este kind of wargame es necesario desbancar a
los jugadores próximos a usted? No es azar: es dominio, propiedad privada, riquezas,
clases sociales, cobrar hasta por el aire de albañal que respiras. Ése es el
capitalismo: estudia y compite sólo el que tiene dinero.
Estados
Unidos no se queda atrás. Desde que entró de manera estratégica, pero con
ejército mediocre, en la Gran Guerra (la Primera), supo que su posición
geográfica lo blandía de ataques en su territorio. Sus aliados: Francia e Inglaterra.
El motor de la reconstrucción, después de la Alemania vencida en 1918, Tratado
de Versalles (1919), fue Estados Unidos y con esto, por supuesto, el país del
Tío Sam puso condiciones: culturales, políticas y económicas, sobre todo. Lo
que, veamos bien, se le fue de la mano cuando este país capitalista se sumió en
la Gran Depresión económica de 1929. Hasta ese momento, después de las terribles
imposiciones que los países ganadores (excepto Rusia que se apartó del
conflicto en 1917) sobre el pueblo Alemán, daría pie al ascenso de uno de los
líderes más controvertidos de la Historia, un personaje que llevó al límite su
ideología: Adolf Hitler.
Hitler,
como se sabe, se apoderó del momento, por los años del 33 y 34, en que Estados
Unidos dijo: “Hasta aquí llegué, necesito tiempo, no más préstamos, no puedo
ayudar a los países europeos” (esto dijo Roosevelt, quien implementó el New Deal, programa económico lento más
para evitar una revolución popular
que dar freno al capitalismo). Con ello, el Nazismo alemán (Nacional Socialismo
–que de hecho, no tiene nada de socialista: Hitler aborrecía igual a los
judíos, negros, discapacitados, lo mismo que a los comunistas) encontraría compañerismo
acerado con el fascismo de Mussolinni en Italia y el gobierno de Japón, quien,
de hecho, no aceptaba tampoco las condiciones de Estados Unidos.
Corre
el año de 1939. Hitler rompe pactos con la URSS (antigua Rusia socialista de
Stalin) y estalla la Segunda Guerra Mundial. Hechos memorables: Alemania domina
y tiñe a Europa y el Norte de África; Japón el Pacífico, y éste último
demuestra al mundo que, por primera vez, Estados Unidos no es impenetrable
(Pearl Harbor, 1941); Japón (quiero decir, el pueblo japonés) pagará caro esto en
un bastardo 06 y 09 de agosto de 1945, Hiroshima
y Nagasaki.
Antes
de poner el estrado de los vencedores comentaré que sin Stalin (temido y
repudiado en el frente capitalista como Fidel Castro y Salvador Allende)
hubiera costado más a los Aliados (Inglaterra y EUA) contraatacar en la parte
norte de Alemania. Así de claras las cosas: es una bandera socialista la que se
posa en la famosa foto de la toma de Berlín, Alemania, abril del 45. Vencedores:
Inglaterra, E. U. A. y la URSS. Pero he aquí una estrategia que desvela, desde
mi punto de vista, lo que sucedería en una posible Tercera Guerra Mundial.
Pongamos
las piezas sobre la mesa. Inmediatamente después de ganada la Segunda Guerra,
Estados Unidos y la URSS se enemistan casi por naturaleza, es decir, por
consecución de la estrategia: vencer al chico malo y poderoso (Hitler) para
después jugar entre ellos más tranquilos y prósperos. Dividen Berlín (el Muro),
se amenazan durante mucho tiempo con un ataque masivo de bombas nucleares. La
vida no tiene sentido; la lucha de ideas políticas y económicas entre el
capitalismo (EUA) y el socialismo (URSS) involucran al pueblo desarmado; uno y
otro país estaban dispuestos a la autoaniquilación; Bertrand Russell proclama
un manifiesto donde desvela la amenaza a la humanidad si uno y otro país en
pugna desatan el ataque nuclear. A este periodo se le llamó para los que
estudian Historia: Guerra Fría (anote aquí, estimado alumno, que el término se
acuñó para dar sentido a la guerra que no se dio, es decir, se enfrió pero que bien tuvo sus abominables
chispas en Vietnam y Corea).
Estados
Unidos inició las guerras en Vietnam y Corea para evitar sin éxito el socialismo
en expansión. Y esto está claro: si un país adopta el comunismo iniciado en
Rusia (temible Carl Marx, con cuyo nombre tiemblan los burgueses y los
estúpidos) no es posible comerciar con él, es decir, no hay manera de imponer
condiciones culturales, políticas y económicas a los países “subdesarrollados”
(con esta insignia inició el Imperialismo: la “obligación” de llevar a los
pueblos “pobres y desprotegidos” la industria, a cambio de comercio, gangas,
pobreza, radios y cuarteles). De hecho, la Guerra Fría fue también pura
propaganda: tanto un bando como otro mediatizaban a su pueblo para poner mal parados a los otros. Esta técnica,
esta estrategia aparentemente
inofensiva, que por cierto pervive hoy todavía y avasalla a todo México (sí,
señor, México mama de Estados Unidos y después va a ser esto lo que pagaremos
caro todo el pueblo mexicano), la había iniciado ya Estados Unidos durante la
Segunda Guerra: vemos al Pato Donald en un mediometraje en donde exhorta a los
conciudadanos a odiar a Hitler y pagar impuestos para la creación de armas;
vemos a Bugs Bunny humillando a los japoneses; y así, trasladándonos
sincrónicamente, tiene sentido que El Capitán América (vestido de la bandera
rojo-azul, estrellitas) haya tenido génesis durante la Segunda Guerra, incluso
Superman, o después Indiana Jones (que se declara odiador número uno de los
alemanes).
Lo
que pagará México es su inclusión en los Tratados dirigidos por Estados Unidos.
La misma Organización de las Naciones Unidas (ONU, sede en New York, antes Liga de las Naciones y creada por los
vencedores de las Guerras, esto es: de acuerdo a intereses capitalistas) cuyo
fin es promulgar la paz, siempre se ha encontrado en incongruencias: permiten
declarar la guerra cuando es inevitable, permiten que se usen los tiros de gracia para matar al enemigo,
pero (bendito Dios) prohíben el uso de armas tóxicas o creación de bombas
nucleares. ¿En dónde reside más la futilidad de la ONU? Que te permite matar,
invadir, encubrirte, dar una cara falsa de tu país (como hace poco lo hizo Peña
Nieto en un discurso y denunció un posible “populismo” en el país) a todo el
mundo, pero te prohíbe el juego sucio como el terrorismo, la creación y ataque
de armas biológicas. Sí que esta ONU lamenta los ataques del mundo Islámico
radical que realiza sobre los países occidentales (caso de Francia), pero
justifica los ataques infiltrados de Estados Unidos (y sus aliados, como
Francia) en Estados al sur y este del Mediterráneo.
Pasó
lo mismo con el ataque a Charlie Hebbo (¿2013-2014? Qué rápido pasa el tiempo).
Todo el mundo solidarizado con “Je suis the
fucking Charlie”, pero al otro lado de la noticia, Estados Unidos y Francia
pactaban un acuerdo para invadir los Estados islámicos, indiscriminadamente. Nadie
pareció notarlo. El gobierno mexicano no puede hacer más que esperar: sus
padres están resolviéndolo todo, pero en caso de guerra mundial, México le
tendrá que rendir cuentas a su madre del Norte. Esto, por supuesto, ya es un
hecho: Corea del Norte, radical socialista, amenazó en una ocasión a México si éste
se involucraba con Estados Unidos en un futuro conflicto. Estoy seguro que
Estados Unidos buscaría la manera de meter a México en la Guerra, con el uso de
artimañas, para desplegar ataques en el Pacífico. Estrategia: “Hundo el barco
de uno de mis hijos (México) y le digo que fueron los putos socialistas” (EUA dixit).
A
nadie le conviene una Tercera Guerra Mundial. ¿Piensan en el pueblo? No. En
cambio, piensan en economía, lo que consume el pueblo capitalista. En un país imperialista
tú representas un signo de dólar, conejillo de indias. Por otro lado, Corea del
Norte está dispuesto a todo, ir contra Estados Unidos, y a los norcoreanos se
le uniría China, como ya lo ha declarado en ocasiones pasadas. China rompería
lazos económicos con Estados Unidos y éste otro buscaría aliados prontamente
para afrontar el hartazgo que pagará el pueblo, nosotros. Los ataques nucleares
no respetan fronteras. Estrategia: debilitar al pueblo. Si yo fuera Corea del
Norte, y México mete sus narices en el conflicto, atacaría los puertos de la
costa del Pacífico (eso incluye primero a Baja California, y por supuesto, a
Manzanillo). Manzanillo, Colima, constituye uno de los principales motores
económicos de México.
El
panorama de una Tercera Guerra: la Federación Rusa tiene bases en el noroeste
de Europa (esto ya es real). Francia, Inglaterra y Estados Unidos se han
desplazado en Medio Oriente (la que inicia en África). Un escenario posible:
Rusia aprovecharía el conflicto entre Corea del Norte y China versus Estados Unidos y sus secuaces,
para desplazarse hacia el centro. Si Estados Unidos pierde (incluye
hecatombes), luego China y Rusia estarían en problemas. Si, por el contrario,
Estados Unidos gana: lo hará a fuerza de desestabilizaciones políticas e insania
del tejido social. Pero, insisto, a nadie le conviene. Otro punto recalcable:
no hemos mencionado al Estado Islámico, el radical, el que detrás de un
supuesto fanatismo religioso hay una lucha política, un conflicto bélico que se
han buscado a sangre fría Estados Unidos y Francia. Los dirigentes, los
líderes, no sufren, no lloran. Todo lo paga el pueblo preso, su pueblo, sui géneris. Países como Francia declaran la guerra y la invasión a
diestra y siniestra y mandan a los hijos a la ofensiva, abanderados de
ideologías, odio per se,
nacionalismo.
Una
gran estrategia de siempre, como lo ahora perpetrado en París: desmoralizar al
pueblo, tumbarle los ánimos, ponerlos depresivos, a la expectativa como de
quien espera más desesperanza. Esto se traduce en términos lógicos y concretos:
menos actividad en los medios de producción. En guerras mundiales: contaminen
los ríos y las cosechas, y la gente del país enemigo no tendrá otra que hacer
que preocuparse por satisfacer la sed y el hambre. Una persona de inteligencia
promedio podría pensar que todo acaba aprehendiendo al líder enemigo, al
presidente y dirigente de un país: pero no es verdad, no es “rentable”.
Incluso, bien se sabe, que vale más un líder apresado vivo que muerto. (¿Bastan
más razones para no creer en la inmolación de Hitler? Incluso a él no se le
escapó esa verdad). Y vale más, así mueran tras de él cientos de miles hombres
en su nombre, asta y bandera. Hay varias cosas que se nos escapan de la moral
habitual como aquella verdad que dijo Stalin: la muerte de un hombre es
lamentable; la de millones, estadística.
La cultura mediocre y
mediática del Occidente capitalista (la nuestra) obliga al usuario de Twitter,
Facebook, Google, Youtube, a sentir el pésame, conducidos por la escala de
valores según los países imperialistas que nos han dado (bravo por ello) estos
aparatejos digitales y luminosos que otorgan infinitas horas de distracción.
Para Facebook, pues, un ejemplo: Inglaterra, Francia y Estados Unidos cuentan;
a los demás que los chupe el diablo. Lo mismo sucedió con las donaciones
altruistas sobre el huracán que azotó hace unos años el Caribe: incluso
Televisa y TV Azteca, y por todos lados, pidieron víveres a los damnificados…
Un momento, ¿y Cuba? Nadie mencionó a Cuba, como ha sido así, ocultarlos, desde
el embargo en 1962. Embargar un país significa, acorde a EUA, pedirle a los
aliados que no apoyen económicamente al país rebelde, además de dedicarse a
proliferar imágenes cruentas y muchas veces sensacionalistas de esos Estados
que toman partido propio y no se sujetan a las potencias imperialistas (y aquí
los enajenados, diletantes académicos, saben cifras rojas del socialismo, saben
diferenciar a un país absolutista de otro con supuesta libre democracia, y
cobran una buena suma dinero cada quincena si cuentan lo que hizo Hitler, las
maldades de Stalin en números, pero no cuentan que el actual Estado Mexicano,
por ejemplo, se comporta como un país de caudillos, reyes absolutos, y que ha cobrado
más vidas por la libertad de expresión que en sus revoluciones internas).
No por nada me caen en la
punta del glande aquellos que, estudiados, pecan hasta la desfachatez de
ignorancia crítica: aquellos que lloraron con Cinema Paradiso o La vida es
bella, y otras infamias de esa calaña mediatizada. Igual aquellos que se
creyeron lo de Pearl Harbor, la
película, el amor mediante, o no saben por qué Rambo es igual de infame que su saga de películas. No saben que la
Segunda Guerra Mundial terminó como empezó: sin avisar. Hitler invadió Polonia
en el 39; Stalin duerme plácido y en Moscú nadie se entera que el conflicto
bélico ha iniciado. En 1945 EUA pone a prueba su nuevo juguete: la bomba
atómica sobre Hiroshima. No alerta al enemigo, el pueblo lo paga. Pero no hay
películas que nos hablen de cómo EUA se pareció tanto a Hitler en esos fatídicos
momentos. Lo que importa es: “Ganamos la guerra, muchachos” (van a ver que
Francia espera decir lo mismo –en este momento, 15 de noviembre, los franceses
coordinados por EUA acaban de bombardear Siria).
Resumiendo: gracias a la
inteligencia promedio de la mayoría de los salvajes cibernautas, Facebook se
encarga de decirles qué, cómo y cuándo pensar. Llora por esto, dile al mundo
que lo sientes, saca el rosario; pide a gritos la muerte de niños musulmanes; agasájate
de imágenes penosas de los exiliados de Siria; comenta “Qué triste”, dale “Me
gusta”, escribe pronto, no tardes, “Y nosotros los mexicanos de qué nos
quejamos”. Quizá podamos asentir lo que ha dicho Umberto Eco: “Las redes
sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas”.