lunes, 23 de noviembre de 2015

Remedios Varo, la hechicera

por Rafael Frank


A través de mis ojos la fiebre conformó un laberinto en cuyo centro habitó el minotauro de la ceguera. Pasé los meses trepando siluetas y colores, resignándome a la claridad de las distancias cortas. Las luces del orbe vibraron en mis cuencas acuosas. Tuve ante mis córneas nubladas un mensaje transparente: imita con la vista los sonidos en el aire.

Me di a la fuga, sin gafas, entre calles que pude ver antes, calles que había escuchado, busqué para cada hercio un color. Jugué con mis ojos y el sonido artificial del mundo, todos los días. Después de crear con el ruido mi propia ciudad dibujada, me vi obligado a renovar la función de mis extensiones visuales.

Me hice de cristales nuevos, tristemente vi cómo el haz de luz adelgazaba y fragmentaba. Pero también, con mi cuerpo magnético toqué los nuevos objetos. El sonido se me fue de los ojos.

Comencé una misión, busqué un tesoro en una isla.

Alojada en un cubo con columnas clásicas, ahí dentro reposaba Remedios Varo. En el terreno, el sol fundía una masa informe: la galería con motivos barrocos separada a una acera de un templo gótico imprudente; coronando, una batalla contra las suites de los edificios bancarios. El suelo desprendió su aroma a fósil carbonizado, como una trampa  para hacerme retroceder.

Remedios, en el interior, quería encontrarme, acariciarme el iris con su terciopelo, filigranas de oro y esmeralda fundidas en un mineral novedoso. Envió a los búhos para arrancarme los ojos, quedaron mis cuencas como pirámides abandonadas.

Crecieron alas en mi cuerpo y durante el vuelo la luz abraz(s)ó el túnel vacío de mis pupilas. Remedios alzaba la voz con sus hechizos; me convirtió en pez, en nube, en polvo. Los espectros nos guardan en un frasco, allí bailamos.


Mi-Re, Sol, Si/Fa/Re, Si, Mi-Fa, Sol-Fa.

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