jueves, 23 de junio de 2016

Estudiantes que egresan. (Palabras de un padrino).

por Mario Note Valencia

Fotografía de Pablo Ibarra
Estas palabras fueron escritas para un grupo de estudiantes que egresó hace muy poco tiempo del bachillerato. Situémonos en la ceremonia. Viernes. Las cinco en punto de una tarde calurosa. Tecomán a punto de fundirse con el sol. Como sea, aquí dentro del salón de eventos no pega tanto. No se sienta mal si pierde el glamour, porque debe limpiarse los hilos de sudor que nacen de su frente. Llegó la hora de dar inicio.

Subimos al presídium, usted viene conmigo. Observo (observe conmigo) especialmente el rostro de mis egresados. Por fin tengo el placer de conocer a sus familiares. Me acuerdo de todo en un instante. Usted sabe. Es inevitable. Un breve flashback, una resonancia que me reduce a un vértigo aguzado, inexplicable, en mi pecho.

El grupo que despido está (estaba) conformado por hombres mayores, cuyas edades van de los 35 a los 60 años: padres de familia, amigos, empleados de una misma fábrica. Asistieron a la escuela todos los viernes durante dos años y con apenas cinco horas para cada sesión. Los conocí cuando aún impartía clases, como infiltrado, con la melena larga. Durante un año y pico tuve el placer de coincidir en varias de sus asignaturas. Las relaciones entre nosotros fluyeron. Nos entendimos al instante, recuerdo, apenas en los primeros minutos de Sociología. Luego me eligieron como su tutor; finalmente como padrino de generación.

Aprendí de los sinsabores y placeres compartidos. Me hice de un sinfín de reflexiones que permanecen guardadas en mi espíritu desde entonces. Con el tiempo espero verbalizarlas y así, con la dosis de una sarta de provechosas bofetadas, saquemos provecho de la experiencia. Por ahora no descarto que muera antes sin haberlo intentado una vez siquiera. Gracias por acompañarme a tomar ese micrófono.

* * *

Es un honor para mí estar presente en esta importante ceremonia de graduación, porque representa una meta alcanzada, un sueño realizado, una promesa cumplida. Hoy dejan de ser “nuestros alumnos” para confirmar así, entre otras cosas, el cambio social que implica ese proceso de enseñanza-aprendizaje al que llamamos educación.

Pero todos sabemos que no dejamos de aprender una vez concluido el paso a través de una puerta más de la vida académica. En la vida cotidiana existen pequeñas cátedras de sabiduría. La vida misma nos exige un aprendizaje continuo.

Mejor ejemplo no puedo encontrar frente a este grupo de egresados. Hombres maduros, unos introvertidos y otros más bien risueños; unos con familia y otros que ya cosechan y cuidan la imagen del padre, del guía. Es inevitable recordar lo bien que me sentí a su lado, compartiendo ideas, intercambiando opiniones, en el salón de clases y cuando no en la tienda de autoservicio, en los pasillos, el patio o en una cocina económica.

Incontables veces regresé a casa, después del trabajo, acompañado de una multitud de reflexiones acerca de lo que cada uno de ustedes me compartía en su momento. Desconozco si fue suficiente prestar mi oído para comprenderlos, porque a pesar de la bondad de las reuniones, el tiempo siempre fue inexpansible.

Cómo son las cosas. Todo el pasado es como si fuera ayer y sin embargo ya pasaron las semanas, los meses, cada uno de los viernes, por la mañana o por la tarde, lluvias, trombas, ventiscas, días soleados y nublados, las preocupaciones, las alegrías, el coraje para no rendirse y comprobar aquello de que el esfuerzo de cada hora invertida valió la pena.

Ustedes saben mejor que yo cuando digo “vale más un hoy que diez mañanas”, pues todo esto, este momento, es lo que hay. Recordemos que un millar de flores no reparan el daño que hace la palabra. Di Te quiero y, así se trate de los desconocidos, acercarán su oído, su cuerpo, su espíritu; si en cambio dices Te odio, naturalmente alejarán a las personas.

No perdamos el tiempo hinchando las peleas y los diluvios, sino comprendiendo, apresurando pacientemente la maquinación de cien veces reflexiva la palabra que diremos una sola vez, ¿pues quién nos asegura que siempre habrá diez mañanas para disculparnos?

Acerca del perdón… “Perdonar es divino”. Procuremos hacer las paces con nuestro pasado, con la familia, los amigos y, sobre todo, con uno mismo. No hay nada más importante y con más sentido que conservar la vida cuando aún nos queda el hambre de satisfacciones; lo material es sólo un medio para llegar a otros placeres.

Pero hay otra clase de placeres: dar y recibir un hola, gracias, que tenga un buen día, una felicitación, o el gozo de hablar con nuestra pareja de las esperanzas, los sueños, en fin, lo que digo por ustedes es tener a alguien a quien le podamos asir la mano para saber que, pase lo que pase, no estaremos tan solos como creemos.

A propósito quiero reconocer a las personas que alentaron a nuestro grupo de estudiantes, a sus familiares por apoyarlos, por preocuparse por ellos cada vez que salían de casa para ir al trabajo o a la escuela.

Y sin duda gracias a las circunstancias que nos hicieron coincidir en el mismo lugar durante una brecha de tiempo, tiempo que atesoro como se atesoran los momentos que vienen a nosotros cuando nos sentamos a contemplar una tarde roja, sentir el viento de paseo por la calle o escuchar la cantidad de lluvia que orquesta sobre nuestro tejado.

Gracias a ustedes por el tiempo dedicado, por las horas compartidas, por ser un grupo excepcional y dejar huella en los profesores y profesoras que estuvimos con ustedes. Deseo que continúen estudiando, así en un salón de clases como en la vida cotidiana.

Buena suerte, ha sido un placer. 

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