por
Mario
Note Valencia
Fotografía de Pablo Ibarra |
Estas palabras fueron escritas para un
grupo de estudiantes que egresó hace muy poco tiempo del bachillerato. Situémonos
en la ceremonia. Viernes. Las cinco en punto de una tarde calurosa. Tecomán a
punto de fundirse con el sol. Como sea, aquí dentro del salón de eventos no pega tanto. No se sienta mal si pierde
el glamour, porque debe limpiarse los
hilos de sudor que nacen de su frente. Llegó la hora de dar inicio.
Subimos al presídium, usted viene
conmigo. Observo (observe conmigo) especialmente el rostro de mis egresados.
Por fin tengo el placer de conocer a sus familiares. Me acuerdo de todo en un
instante. Usted sabe. Es inevitable. Un breve flashback, una resonancia que me reduce a un vértigo aguzado,
inexplicable, en mi pecho.
El grupo que despido está (estaba)
conformado por hombres mayores, cuyas edades van de los 35 a los 60 años:
padres de familia, amigos, empleados de una misma fábrica. Asistieron a la
escuela todos los viernes durante dos años y con apenas cinco horas para cada
sesión. Los conocí cuando aún impartía clases, como infiltrado, con la melena
larga. Durante un año y pico tuve el
placer de coincidir en varias de sus asignaturas. Las relaciones entre nosotros
fluyeron. Nos entendimos al instante, recuerdo, apenas en los primeros minutos de
Sociología. Luego me eligieron como su tutor; finalmente como padrino de
generación.
Aprendí de los sinsabores y placeres compartidos.
Me hice de un sinfín de reflexiones que permanecen guardadas en mi espíritu desde
entonces. Con el tiempo espero verbalizarlas y así, con la dosis de una sarta de
provechosas bofetadas, saquemos provecho de la experiencia. Por ahora no
descarto que muera antes sin haberlo intentado una vez siquiera. Gracias por acompañarme
a tomar ese micrófono.
* * *
Es un honor para mí estar presente en
esta importante ceremonia de graduación, porque representa una meta alcanzada,
un sueño realizado, una promesa cumplida. Hoy dejan de ser “nuestros alumnos”
para confirmar así, entre otras cosas, el cambio social que implica ese proceso
de enseñanza-aprendizaje al que llamamos educación.
Pero todos sabemos que no dejamos de
aprender una vez concluido el paso a través de una puerta más de la vida
académica. En la vida cotidiana existen pequeñas cátedras de sabiduría. La vida
misma nos exige un aprendizaje continuo.
Mejor ejemplo no puedo encontrar frente
a este grupo de egresados. Hombres maduros, unos introvertidos y otros más bien
risueños; unos con familia y otros que ya cosechan y cuidan la imagen del
padre, del guía. Es inevitable recordar lo bien que me sentí a su lado,
compartiendo ideas, intercambiando opiniones, en el salón de clases y cuando no
en la tienda de autoservicio, en los pasillos, el patio o en una cocina
económica.
Incontables veces regresé a casa,
después del trabajo, acompañado de una multitud de reflexiones acerca de lo que
cada uno de ustedes me compartía en su momento. Desconozco si fue suficiente
prestar mi oído para comprenderlos, porque a pesar de la bondad de las
reuniones, el tiempo siempre fue inexpansible.
Cómo son las cosas. Todo el pasado es
como si fuera ayer y sin embargo ya pasaron las semanas, los meses, cada uno de
los viernes, por la mañana o por la tarde, lluvias, trombas, ventiscas, días
soleados y nublados, las preocupaciones, las alegrías, el coraje para no
rendirse y comprobar aquello de que el esfuerzo de cada hora invertida valió la
pena.
Ustedes saben mejor que yo cuando digo
“vale más un hoy que diez mañanas”, pues todo esto, este momento, es lo que
hay. Recordemos que un millar de flores no reparan el daño que hace la palabra.
Di Te quiero y, así se trate de los
desconocidos, acercarán su oído, su cuerpo, su espíritu; si en cambio dices Te odio, naturalmente alejarán a las
personas.
No perdamos el tiempo hinchando las
peleas y los diluvios, sino comprendiendo, apresurando pacientemente la
maquinación de cien veces reflexiva la palabra que diremos una sola vez, ¿pues
quién nos asegura que siempre habrá diez mañanas para disculparnos?
Acerca del perdón… “Perdonar es divino”.
Procuremos hacer las paces con nuestro pasado, con la familia, los amigos y,
sobre todo, con uno mismo. No hay nada más importante y con más sentido que conservar
la vida cuando aún nos queda el hambre de satisfacciones; lo material es sólo
un medio para llegar a otros placeres.
Pero hay otra clase de placeres: dar y
recibir un hola, gracias, que tenga un buen día, una felicitación, o el gozo de
hablar con nuestra pareja de las esperanzas, los sueños, en fin, lo que digo
por ustedes es tener a alguien a quien le podamos asir la mano para saber que,
pase lo que pase, no estaremos tan solos como creemos.
A propósito quiero reconocer a las
personas que alentaron a nuestro grupo de estudiantes, a sus familiares por apoyarlos,
por preocuparse por ellos cada vez que salían de casa para ir al trabajo o a la
escuela.
Y sin duda gracias a las circunstancias
que nos hicieron coincidir en el mismo lugar durante una brecha de tiempo, tiempo
que atesoro como se atesoran los momentos que vienen a nosotros cuando nos
sentamos a contemplar una tarde roja, sentir el viento de paseo por la calle o escuchar
la cantidad de lluvia que orquesta sobre nuestro tejado.
Gracias a ustedes por el tiempo
dedicado, por las horas compartidas, por ser un grupo excepcional y dejar
huella en los profesores y profesoras que estuvimos con ustedes. Deseo que
continúen estudiando, así en un salón de clases como en la vida cotidiana.
Buena suerte, ha sido un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario