por
José
Calderón Mena
Contemplando el apacible atardecer en éste,
su nuevo y definitivo hogar, Yelapa, en la costa mexicana de Jalisco, José
recordaba su infancia lejana. Primero en Inglaterra, en el castillo del gran amigo
y socio de su padre: Lord Weetman Pearson, vizconde de Cowdray, quien
amablemente los invitó a pasar una temporada en su casa cuando emigraron a
Europa después de la dimisión y exilio de su abuelo, con quien, según lo
acordado, se encontrarían meses después en Biarritz, País Vasco francés.
Por recomendación médica, la familia viajó de
París al balneario con el fin de tomar unas vacaciones y, por otro lado, estabilizar
la salud del anciano que empezaba a deteriorarse. Concluido el periodo de descanso
regresaron a París con el abuelo y su esposa, y se establecieron en la nueva
residencia del Patriarca, ubicada en el número 26 de la Avenida Foch.
El 26 de la Avenida Foch queda a pocos pasos
del Bosque de Bolonia, donde la familia salía a pasear con frecuencia, añorando
su amado y lejano Bosque de Chapultepec, hasta que el viejo general ya no pudo
caminar más y se conformaba con contemplar el paisaje desde su ventana. Una
mañana lo encontraron en esa misma contemplación, pero ya sin brillo en los ojos.
Después de la muerte del abuelo, la familia
continuó viviendo en la misma casa, los padres, los hermanos y la viuda del
General, llevando una vida normal y frecuentando amistades que compartían con
ellos el exilio.
Luego de algunos años, José conoció a Christianne,
nieta de un amigo de su abuelo. Luego de casarse, se fueron a vivir a un
castillo del Valle del Loire que los padres de su ahora esposa compartían con
los abuelos. José se dedicó a cultivar la tierra para de esa manera contribuir con
los gastos de la casa.
José había nacido a principios del siglo XX
en el Castillo de Chapultepec. Nació con cierta discapacidad en el sistema óseo
que le impedía caminar erguido, lo que no le impidió llevar una vida más o
menos normal, siempre tratando de adaptarse a los privilegiados entornos en los
que le tocó vivir. Sin embargo, nunca se sintió totalmente integrado ni a su
familia ni a una casa a la que pudiera llamar suya.
En su regreso a México, a mediados de los
años 30, gracias a un decreto del General Lázaro Cárdenas que les concedía la
amnistía, la familia se reintegró a su nueva realidad mexicana lo mejor que
pudieron. Llegaban a un país muy distinto del que habían dejado; lo sabían
suyo, pero lo sentían ajeno, extraño, a pesar de que conservaba gran parte de
su patrimonio pasado.
Los padres de José se instalaron en la casa
de su hermano Genaro por el rumbo de Chapultepec, y éste y su esposa, en la
casa del abuelo de Christianne, en la calle de Héroes, colonia Guerrero.
Así transcurrieron algunos años en los que
José intentó varios negocios sin éxito. Murió el abuelo; la abuela hacía tiempo
que se había adelantado. Siguieron viviendo con los padres y la hermana de
Christianne. Tuvieron dos hijos: Bernardo y Catalina.
José seguía fracasando en cuanto negocio
emprendía, así que su esposa aceptó un empleo que le ofrecieron en el Servicio
Exterior, y viajó a la embajada mexicana en París. En cuanto al hombre, éste
dejó a sus dos hijos adolescentes a cargo de sus abuelos y salió a la calle sin
rumbo fijo.
Deambulando con su soledad y su tristeza,
buscando sin encontrar, fue a dar al más lejano origen que recordaba: el mar.
Alguien le había hablado de Yelapa, una aldea
pequeña situada en la Bahía de Banderas, a donde se llegaba sólo por mar,
saliendo de la Playa de los Muertos, en Puerto Vallarta. Viajó hacia allá y
quedó asombrado por su descubrimiento: había dado con el paraíso primigenio, la
naturaleza viva y desbordada, la playa solitaria, la espesa selva que ascendía
hacia la montaña y el río que se despeñaba en cascadas.
No, no era el civilizado Biarritz, ni el
domesticado Loire, ésta era la obra recién salida de las manos de Dios. Aquí es
donde quería vivir, esto es lo que había buscado toda su vida.
*
–Disculpe, señor, ¿usted es el dueño de la
panga?
–A sus órdenes, patrón.
–¿Me podría llevar a Yelapa?
–Sí, cómo no.
–Ando buscando a José Díaz, le traigo un
mensaje de su familia, me dijeron que ahí vive. ¿Lo conoce?
–¡Ah, el "ladiao", sí, sí lo
conozco, es un viejo loco que dice que’sque es nieto de Porfirio Díaz. Está re’loco,
igual que los otros gringos que viven ahí. Pero no lo va a hallar, hace días
que lo andan buscando, subió a la montaña y no ha bajado, se ha de haber
desbarrancado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario