viernes, 22 de enero de 2010

Mami, me tiembla el botiquín.

Ayer 21 de enero se cumplieron siete años del sismo que sacudió a nosotros los colimenses. También, y a raíz de este aniversario, se efectuó ayer un simulacro en las escuelas, mas estoy seguro que no es fácil inventarse un sismo y salir con las manos en la nuca y en fila india sin correr para no crear pánico, ni una salida ineficaz. Pero usted estará de acuerdo que nosotros no reaccionamos así frente al peligro en persona, frente a frente, mucho menos los niños, más sensibles y susceptibles al contagio de nuestro pánico si no sabemos qué hacer. Más tardamos en salir o en colocarnos en un lugar a la intemperie que lo que dura un sismo exiguo pero fuerte.
–Cuando tiemble, sal corriendo y no te esperes por mí –dice la mamá.
Y cuando se suscita un movimiento telúrico, el escuincle sale corriendo del hogar por donde ni siquiera es la salida, sin recordar pues, el simulacro en el que participó junto con sus compañeros en la escuela.
¡Bah! En aquel sismo del 2003 casi nadie estaba preparado con su radio de pilas, su lámpara, su comida enlatada, su agua embotellada, etc., pero quizá sí estábamos preparados con un botiquín de primeros auxilios, o con una simple caja de zapatos con una botellita de alcohol, gazas, agua oxigenada, vendas, en fin, todo aquello que los padres sensatos creen que deben de tener en su hogar. Si todo esto es el hogar, ahora imagínese lo que debe haber en un centro comercial, ¡hasta una ambulancia! Pero no, la realidad es que estamos propensos a no ser atendidos rápidamente en cualquier lugar.
Sobre esto me recuerda que un día en mi ex trabajo llegó mi ex jefe con un extintor; <> pensé. Esta herramienta quedó colocada en un lugar al alcance y vista de todos los clientes. Cuando llegué otro día en mi turno, ya había un botiquín acomodado a la vista de los clientes y de la gente que pasara cerca del negocio. Ver entonces el extintor y el botiquín en mi lugar de trabajo me produjo una seguridad y una sensación de que yo sería como un paramédico en caso de un siniestro (siempre y cuando no me pasara nada), saldría corriendo con el botiquín hasta mis clientes o a quién lo necesitaría. Yo sería un héroe.
Pero el héroe se esfumó una vez que sólo por curiosidad quise ver lo que el botiquín contenía todo el tiempo que había estado allí. Cuál fue mi sorpresa al abrir el mentado botiquín… ¡no había nada! Sí señor, nada de nada. Ahora comprenderá que me sentí engañado por mi propia ingenuidad; pero me reí ante mi candor efímero desde entonces.
¡Viva la gente inocente!
Honestamente: MarioNote

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