por
Mario Note Valencia
El deseo sigue y la vida huye
–Rumi
Ésta es la lectura en
tres pasos de una ciudad, un ensayarse citadino como si los asombros que ahora
mismo relato pertenecieran a otro cuerpo. La ciudad siempre es distinta para
quien sabe residir y viajar. La manera de acercarse a ella debe descubrirse todos
los días. Cualquier intento vouyeur
la pierde al instante y nada ofrece al que mal la habita.
Las imágenes que me
provocaron este delirio pertenecen a un trabajo del joven diseñador El Rey
Colimán (también conocido por el nombre de Marco Cárdenas). Por azar cotidiano
llegué a su trabajo y de inmediato me atrapó su propuesta. Creo que con esta
colección llamada “Manet visiting Colima” da un tratamiento adecuado y sincero,
sobre todo, de los espacios citadinos. Pocas personas en tales niveles de
autenticidad pueden violentar el espacio con la cámara fotográfica y hacer
notar que al final vale la pena el riesgo.
Es un gusto saber que
El Rey Colimán haya realizado estos ensambles como pasatiempo y que, sin que él
lo supiera, formara parte de una sensibilidad de composición ensoñadora. Aquí intento
verbalizar los ensueños provocados con la errancia en el bolígrafo. Concuerdo cuando El Rey
Colimán afirma que “son un grupo
de experimentos gráficos en los cuales más que un ejercicio de dominio técnico
(manejo del programa) se trataba de un trabajo conceptual, unir dos imágenes
pertenecientes a dos mundos distintos: pinturas de Manet y paisajes de Colima”.
Ésta es la historia de
una ciudad en tres asombros, como una danza.
*
Asombro en el Andador Constitución
o el paso de la primera flexión
La primera impresión es
la más importante. A partir del instante lo demás es fuga. En uno de los
ensambles vemos a la protagonista de Manet La Nymphe Surprise , y El Rey Colimán nos deja ver que
ya había soñado él, como muchos y muchas, encontrarse un amor en el Andador
Constitución. Pero por divina sabemos ya de antemano su amor fugitivo. Las líneas
de su cuerpo son más móviles que estables, parece que se mueven, no sabemos si ha
cruzado la pierna, si balancea su pie, si sorprendida decidió cubrirse con el
paño pero deja al contemplador espontáneo la espalda arqueada y su muslo
transitorio.
Hay ingenuidad, en el
instante somos ingenuos. Una Ninfa decide bañarse con el agua de una fuente urbana,
la extravagancia de toda la imagen nos detiene atemporales. La suerte ha
querido que deliremos sobre el amor instantáneo.
Para un hombre o para
una mujer, la posibilidad de la Ninfa representa el asombro: el deseo de que en
un breve tramo adoquinado aparezca, como ella, el amante deseado. La Ninfa vino
desde no sabemos dónde, ¿era Manet su tierra natal? El delirio nos vuelve la
lengua en la más líquida de todas, viperina, y por lo tanto en la más mítica y
cierta. En ese momento la posibilidad es tan real como el ave con su cuello al
cielo, con el agua en su manera de danzar fluida, con el círculo amatorio de la
vida revitalizada.
Por si fuera poco, la
biografía de Manet dilata el sueño al
saber que la Ninfa existió, encarnada por una de sus modelos. Qué delirio vivió
el pintor, intuimos, en esa radicalización de lo humano para volverlo inmortal,
para ser el rebelde más auténtico y portador del secreto a voces que todos,
absolutamente todos en el amor, sabemos: el cuerpo es luminoso, imperfecto y
delirante. El amor es un delirio que se goza.
Es la sorpresa de la
Ninfa la que nos descubre, no a la inversa. Cuando nos damos cuenta la Ninfa ha
jugado con los paños para voltearse. Nos dice si somos o no como un fauno,
maestro en los delirios del deseo, la pequeña monstruosidad de la lascivia, la
parte del ser humano que responde al animal, o si somos simples espectadores
que con el paso sincero por la ciudad desvela momentos fantásticos.
La ciudad sesea. Ella
mueve más con el asombro, es la mano del artista que puso el rostro a favor de
los sueños. De ahí el rostro de todo lo demás en una composición sensorial de
perspectiva profunda: el rostro de la fuente y de las palmeras, el rostro de
los objetos en las tienditas adosadas al paraíso, la desembocadura celestial y
la catedral al fondo como perseguida por algo que no vemos pero que de
inmediato la hará pasar.
El materialidad del
mundo se sumerge al centro, las cosas del universo incluyendo nuestro rostro
orbitan hacia lo profundo: el asombro. Estamos solos para que esto suceda. Este
ensamble en el Andador alimenta nuestro deseo de que, más allá de descubrir,
seamos nosotros los descubiertos.
* *
Puerto al reposo
o el paso de la elevación
Si el agua de la fuente
nos dejó deseantes, el puerto de Manzanillo puede ser al mismo tiempo reposo y
veneno inesperado, pues la sal es la dosis de la locura. Pero el mar también existe
para beberlo con los ojos. Cuando uno atisba más en calma y demora, se
transforma el agua, el rumor de los caracoles se convierte en voz cristalina para
La Mar, la Ciudad de las Aguas.
De algún modo los
puertos son durante el día y la noche escenarios distintos. El Rey Colimán ha
colocado dos personajes surgidos de Manet sobre un panorama manzanillesco y
difuso, el malecón es el rellano y respira y está como un balcón hacia la calle.
Puede y no ser Manzanillo. Las mismas palabras de Ramón Xirau que ha dicho
sobre los límites de Venecia describen bien o mal el panorama voluminoso que
ahora contemplamos. Pero no es nada más que, por suerte, el delirio.
Dejo que la ensoñación,
ese estado onírico en el que me sé contemplador actante, enseñe danzar a mi
mirada. La primera mirada atrapa a la imagen en su totalidad y del mismo modo,
en un instante, sabe sus individualidades.
En la obra original Argenteuil, Manet descansa a sus protagonistas en el agua
intensa, las difuminaciones nos hacen creer alegremente en que cualquier momento
el azul los bañará por completo. El hombre dirige sus corrientes hacia los de
la mujer que observa cándida hacia otro lado. Pero en este ensamble podemos ver
algunas afortunadas inversiones: el cielo, espejo del agua, es quien baña a la
pareja, en el mismo sentido el hombre dirige sus corrientes de aire hacia los
de la mujer.
La poética de El Rey
Colimán insiste: el paisaje es importante porque confluye en los cuerpos y crea
una simbiosis exquisita. Los cuerpos vitalizan con sus movimientos el ambiente
que se cree inamovible para los ojos que no saben bailar. El cielo mismo parece
tener corrientes, las corrientes empujan a los cerros, el malecón tremola con
la calma del puerto. Hay mensajes del mar que se presienten.
Los puertos estimulan
la ilusión de un mar domesticado. Este ensamble visual es una ilusión de que el
amor y el fuego pueden domesticarse. Mentira, la Ciudad de las Aguas se va tan
pronto como se tiene (o cuando se cree que se le posee).
El amor sufre y goza de
su libertad avasallante y terrible. Aunque la luz del día conceda calor y
promueva la cercanía, sobre cualquier desliz el amor desembocará auténtico. Por
más que el agua se mire tranquila, la profundidad permanece y ahoga. En
cualquier caso es un gusto estar en el reposo alegre.
* * *
El paraíso terrestre
o el pas de borrée
Parece actual pero lo
que vemos es una afortunada unión de varios tiempos. Vemos la comunión de tres
personajes extraídos de una pintura de Manet, Le
Déjeuner sur l'Herbe (1863),
en un primer plano frente a una edificación que data del siglo XVI, la que, por
su armonía, se ofrece también protagonista.
Después del agua y del
aire, aparece la tierra, la que no fácilmente huye pero de la que no cualquiera
participa. Vemos una gota que posa entre dos rastrojos de personas solemnes. La
sombra de los árboles los consume y los pierde, mientras que la mujer se libera
jocosa.
La congruencia del
ensamble es obvia, pero no por eso menos ensoñadora. La composición delira de
paraíso atrayente; es un paraíso secreto al aire libre donde lo vivo redime a
lo derruido con el tiempo.
Las ruinas no son hasta que es imposible transitar
por ellas. Pero aquí hasta los árboles pasan. Se trata del Jardín San Francisco
de Almoloyan, donde actualmente la circundan dos de las serpientes más
transitadas de Colima. Pero en cuanto al jardín es, como en este ensamble, un
triunfo. Los vestigios ya forman parte innegable del jardín, historia de un
proyecto que no ha terminado nunca de construirse ni de derrumbarse.
Ésta es la Ciudad Feliz
de la Tierra. El delirio es sentirse como ese Jardín con sus desayunadores
sobre el pasto. Los árboles habitan mejor y por mucho más tiempo. ¿Acaso una
persona sabrá caminar como un árbol? El delirio es recuperar los espacios,
saberlos habitar y nombrar.
No hay momentos en el
baile de esta Ciudad que no vengan de un ritual en los pasos.
Imágenes afortunadas
por:
El Rey Colimán / www.behance.net/marcocardenas
/
el.rey.coliman@hotmail.com