por Mario
Note Valencia
La Comida, como el
Amor, es un acto ritual y erotizado: afirmación de la vida. Hay mucho placer en
atraer, dar tratamiento, construir, fundir y consumirse como cuando se prepara
una comida. El sentido de la vista se complementa y vitaliza con el tacto invisible
del olfato, y estalla con el sabor en la boca. También la vista y el olfato consumen
cuando nuestra mano toca una fruta. A veces sentimos que nuestra boca se hace
agua como los sueños antes de que nos despertamos por completo. Lo mágico del
sabor posible, la estimulación del aroma, nos convierte en amantes inmediatos.
Nadie podrá describir
en absoluto cuál es el goce de la comida en su instante revelador: el camino a
la consumación. Regresamos a la comida por el placer que nos cultiva un goce
del que fuimos, quizá, permitidos experimentar. El goce siempre es distinto y
otros goces amplifican acaso en un instante.
Aunque se trate de la
misma comida, el ritual para prepararla o llegar a ella es siempre diferente.
La comida de nuestro hogar deja de ser cotidiana si, por ejemplo, burdamente
mencionamos que “alguien preparó esta salsa picante cuando estaba enojado”.
A la comida nos
entregamos como cuando nos abrimos completos a quien ama. Hay que merecernos la
comida todos los días. Diría un escritor de África del Norte que el paraíso se
construye, se gana y se pierde todos los días. Cada día la comida en sus
elementos en potencia, a punto de prepararse, los condimentos cuando están
guardados, ansiosos, la despensa incluso recién hecha, son señales de que se
nos espera como quien ama.
Si no sabemos y no
aprendemos a escuchar lo que cada elemento puesto para la comida tiene qué
decirnos como secreto al oído, echaremos a perder su preparación y, por
supuesto, no viviremos el placer de consumirla.
Pero, como en el Amor y
en la literatura, también hay fracasos. A veces nuestro paladar no está listo
para la buena comida o quizá la comida no es la adecuada para el momento de
nuestro paladar (los egoístas siempre dicen que el problema está en los
alimentos y quien los prepara). Todos los días, sin embargo, persiste la
posibilidad de realizar este ritual erotizado.
En “Ensayar la ciudad:Durazno” dejo una migaja errante acerca de cómo el delirio amatorio puede
habitar la fruta que consumimos todos los días.
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