viernes, 10 de octubre de 2014

Comer como quien ama



por Mario Note Valencia


La Comida, como el Amor, es un acto ritual y erotizado: afirmación de la vida. Hay mucho placer en atraer, dar tratamiento, construir, fundir y consumirse como cuando se prepara una comida. El sentido de la vista se complementa y vitaliza con el tacto invisible del olfato, y estalla con el sabor en la boca. También la vista y el olfato consumen cuando nuestra mano toca una fruta. A veces sentimos que nuestra boca se hace agua como los sueños antes de que nos despertamos por completo. Lo mágico del sabor posible, la estimulación del aroma, nos convierte en amantes inmediatos.

Nadie podrá describir en absoluto cuál es el goce de la comida en su instante revelador: el camino a la consumación. Regresamos a la comida por el placer que nos cultiva un goce del que fuimos, quizá, permitidos experimentar. El goce siempre es distinto y otros goces amplifican acaso en un instante.

Aunque se trate de la misma comida, el ritual para prepararla o llegar a ella es siempre diferente. La comida de nuestro hogar deja de ser cotidiana si, por ejemplo, burdamente mencionamos que “alguien preparó esta salsa picante cuando estaba enojado”.

A la comida nos entregamos como cuando nos abrimos completos a quien ama. Hay que merecernos la comida todos los días. Diría un escritor de África del Norte que el paraíso se construye, se gana y se pierde todos los días. Cada día la comida en sus elementos en potencia, a punto de prepararse, los condimentos cuando están guardados, ansiosos, la despensa incluso recién hecha, son señales de que se nos espera como quien ama.

Si no sabemos y no aprendemos a escuchar lo que cada elemento puesto para la comida tiene qué decirnos como secreto al oído, echaremos a perder su preparación y, por supuesto, no viviremos el placer de consumirla.

Pero, como en el Amor y en la literatura, también hay fracasos. A veces nuestro paladar no está listo para la buena comida o quizá la comida no es la adecuada para el momento de nuestro paladar (los egoístas siempre dicen que el problema está en los alimentos y quien los prepara). Todos los días, sin embargo, persiste la posibilidad de realizar este ritual erotizado.

En “Ensayar la ciudad:Durazno” dejo una migaja errante acerca de cómo el delirio amatorio puede habitar la fruta que consumimos todos los días.

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