viernes, 3 de octubre de 2014

Los devoradores de libros o lectores diletantes

 por Mario Note Valencia


Existen, como todo, distintos tipos de lectores. Existen los que se vanaglorian de que leen. Todos pueden leer una tesis filosófica pero algunos cuantos pueden abordarla adecuadamente, ni siquiera por un determinado bagaje de información, sino porque se encuentran (y se han preparado para eso) en la situación propicia para que el conocimiento se revele.

Podemos decir que se aborda una obra en el momento en que hay un choque de sentido estético y, sobre todo, adosado a su propia lógica. Aquí nuestra personalidad trabaja y con justa razón puede pronunciar que ha abordado, como navío en altamar, una obra.

“Leer” es un verbo que puede desorientar mucho a nuestros pensadores antecesores, pues “leer” en bocafloja desilusionaría a muchos en la intimidad. Decir “abordé una obra” no significa, por supuesto, que ya se tiene una conclusión de la lectura o que ya ha finalizado.

Lo más curioso de quien se vanagloria con tantas y tantas lecturas bajo la lengua, se deja ver cuando nos enteramos, sin querer, de la torpeza con que este lector se enreda en las cuestiones básicas de fonética. La simple falta de pronunciación de una pregunta o un énfasis escrito, tal y como el mundo cotidiano nos enseña, nos hace sospechar si acaso todo el libro leído (por este lector diletante) ha sido abordado ni siquiera en su 10 por ciento.

Quien (además de jactarse lector profesional) transcribe a la oralidad el complejo lingüístico de las letras con la deficiencia de desconocer, por ejemplo, en qué sílaba recae la entonación de las palabras, se le puede estimar ridículo porque a nuestros ojos este peculiar personaje no aborda las obras, sino que se desvive inútilmente por leer y comprenderlo todo de manera llana.

Tantas lecturas bajo la lengua tiradas a la basura. En cuántas lagunas, espacios oscuros, no ha de estar divagando en honor al sofisma natural este espíritu pretencioso. Tal venganza se revela frente nuestra mirada cotidiana y sin esfuerzo. Uno puede ofrecerle una lectura que tuviera juegos del lenguaje (quizá Cabrera Infante) y éste tratará de abordar la novela en un océano de oscuridades ofrecidas por su no dedicación a la reflexión básica, elemental, sobre la lengua. Así sucede con los lectores diletantes de Julio Cortázar.

A estos personajes hay que ofrecerles libros de breve enseñanza a la ortografía (por cierto, también hay indeseables correctores diletantes) con una que otra asesoría, teniendo la gentileza de no revelarle la torpeza de la que era víctima. Cuando el instruido pueda hacer una tesis completa sobre cuál es la diferencia metafísica y física entre círculo, circulo y circuló, entonces podrá dar la vuelta a su pasado espantoso; quizá podrá reírse incluso de sí mismo, que es mucho mejor y terapéutico.

Pero si no toman el camino de su salvación, a estos pretenciosos no se les ofrezca poesía. Sería ridículo que sabiendo la deficiencia alimentemos la distancia a la redención. Un lector que no es lector, podrá decir que lee poesía. Quien deje ver en su lectura oral y su escritura la automática e inadecuada reflexión sobre el lenguaje que se olvide, mientras tanto y por el bien de todos, de la literatura.

Este lector ciego junto con sus camaradas (otros lectores ciegos) se recomendarán literatura traducida y en reuniones fortuitas concordarán en que su lengua materna no le es posible convertirse –declaración fuerte– en literatura; de ahí que engendren un desprecio por los escritores de su lengua. Sin duda (y por ellos no siento nada) están muy lejos de experimentar las posibilidades del lenguaje.

Catastrófico sería escuchar de ellos algunas lecturas de escritores ingeniosos en el uso de los signos, como en el caso de José Saramago. Por fortuna, ellos sólo existen para el consumo de ediciones pobres en el cuidado de las obras. De ellos es el reino de los profesionistas en literatura.

En toda esta reflexión comparto mi desaprobación a estos lectores diletantes, por si alguien en la calle se los encuentra y no sabe cómo sobrellevar el convivio. No son lectores sinceros, buscan cantidad y no calidad de la lectura tanto del libro como de quien lo lee (aunque nunca lo acepten), incluso en sus manos el libro se vuelve fetiche. Hago hincapié en estos puntos porque son los lectores que complican nuestro camino al conocimiento de más personas que, con un solo libro leído en su vida, han revelado más detalles auténticos. Abur a esos lectores.
 

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