martes, 18 de noviembre de 2014

Una mirada a Joan Miró


por Itzayana Delgadillo

Murales cerámicos del Sol y la Luna, 1958, Sede de la Unesco en París

Creo que las cosas, cuando son auténticas, crecen dentro de uno mismo, pese a todo. Luego lo que hay que hacer es dejarlas libres, que vuelen, que vuelen.
Joan Miró 

Contadas son las ocasiones en las que un espectador ha logrado entrar, o siquiera imaginar, en la intimidad de los artistas. Se les ve en fotos o en entrevistas, gracias a estos medios se sabe que Joan Miró fue un hombre afable, apasionado e imaginativo, un hombre que siempre tuvo una gran furia interna. Un artista experto en crear con sus pinturas, grabados y esculturas un mundo colorido, un universo que pareciera ser el sueño de un niño.

Joan Miró fue uno de los grandes representantes del surrealismo, un hombre capaz de transformar un lienzo en blanco o una plaza pública en un una maravillosa pieza de arte. Pero no es necesario acceder a una entrevista o a las fotos de Miró para saber acerca de su forma de ser, basta con mirar su trabajo porque, finalmente, la intimidad más profunda de un artista no está en su vida sino en sus obras de arte.

Me pregunto si todos los artistas buscan un fin, ¿será que el escritor quiere que lo lean, el músico que lo escuchen y el pintor que lo vean? No lo sé con certeza. Joan Miró menciona que "no hay un fin previo, lo que hay es la imperiosa necesidad de seguir el impulso que me arrastra"*, hay una fuerza que se apodera de él y se hace presente en sus cuadros, a través de  colores, formas y texturas. Una vez Efraín Huerta dijo "si el poeta no vibra, no es poeta”**, si traslado esta frase a la pintura, podría decir que si el pintor no vibra no es pintor, y Joan Miró estallaba en cada uno de sus cuadros.

La idea de que sus cuadros colgaran en la sala de un banquero acaudalado era desagradable para Miró, quizá porque quería que su trabajo fuera contemplado por todo el mundo o  tal vez en verdad le desagradaban estas personas, no lo sé. Lo que sí me atrevo a afirmar es que las obras de arte están mucho mejor en los espacios públicos, allá donde cualquier persona puede disfrutarlas, desde el niño que se dirige a la escuela hasta el sabio de la ciudad.

Los cuadros de Miró deberían estar en las calles donde todo el mundo pueda ser espectador y testigo del mundo onírico que habita en ellos, donde junto al pintor las personas puedan estallar y subvertir mediante la imaginación el mundo que habitamos.
 
 Femme, 1981 escultura en bronce.
       
*Joan Miró en Fernando de Ita. El arte en persona. 1991
**Efraín Huerta en Mónica Mansour. Efraín Huerta: Absoluto amor. 1984

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