domingo, 23 de noviembre de 2014

La literatura suspende lo cotidiano



por Mario Note Valencia


Hesíodo, en Los trabajos y los días, nos cuenta que Pandora al verse horrorizada por el mal que emergía de su caja la volvió a cerrar inmediatamente; sin embargo, al cerrarla quedó, en el borde, la esperanza sujeta para siempre. A este mito regresamos, a veces sin saberlo, cuando decimos que “la esperanza muere al último”.

La literatura es la esperanza atrapada en el borde de la caja de Pandora: aunque no podamos poseer esta esperanza, sí podemos llegar a ella más de una vez. No es lo mismo esperar a morir sólo una vez, que la oportunidad de renacer todos los días. Por ser fuente de vida, a la literatura también se le llega de manera ritual, danzando para que llueva sobre nosotros y a veces lo hacemos (qué bueno) sin estar consciente de ello.

Suspende lo cotidiano, redime del tiempo común, de esa amalgama de acontecimientos que suceden todos los días mecánicamente. Algunos viven en el ayer, otros anhelan el futuro, somos esos seres que, de acuerdo con Pascal, no sabemos vivir en el presente. La literatura sólo se vive en el instante, por eso nos enseña a vivir y adecuarnos a lo inmediato, adosarnos (cómo decirlo) a la eternidad.

La creación literaria verbal, escrita y visual, deja en el aire aquello que pasa todos los días, porque las expectativas dejan de ser comunes y por fin a la experiencia vital le incumbe cómo nos vamos desenvolviendo en el mundo. En lo práctico, es la literatura (y no uno) la que echa sobre la maquinaria cotidiana alguna herramienta misteriosa y descomunal, a veces fantástica, para que se detenga y descomponga, para que no avance.

En el acto de leer (de lanzar ese riesgo) estamos en el delirio de si se entra o se sale (nunca hay certeza pero sucede algo), como estar en una puerta que medio se abre o medio cierra, exacto, quiero decir, en el ensueño: la vigilia colgando de un hilo, trastornada. La literatura resignifica y aporta un sentido siempre más allá de lo habitualmente conocido. Por ejemplo, después de Hesíodo escribiría Virgilio, en torno a la esperanza, que “Una única salvación queda a los vencidos: el no esperar ninguna” (Eneida).

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