por
Mario
Note Valencia
La noticia del veredicto no me impresionó
en lo absoluto. Había escuchado el rumor desde hace algunos años y, es cierto,
también sentí una extrañeza al principio. ¿Cómo puede ser aquello de que un músico
se encuentre entre los prospectos a recibir un premio literario? Tanto se había
litigado en las academias, y los cafés y los bares, sin llegar a un acuerdo,
para que un premio archiconocido lo resuelva de la noche a la mañana.
La resolución de la Academia Sueca ha
azuzado la quietud de un sinfín de vanidades heridas. Los lectores sacan las
uñas y vapulean comentarios en defensa o repulsión. Siempre habrá quienes,
entre cultos e imbéciles, digan que estuvo bien o que fue el colmo. Yo les
pregunto a todos: ¿Qué les preocupa? ¿Acaso los ha defraudado el Nobel Prize porque no pueden leer sino a
aquellos autores que la Academia premie y dicte? ¿Dejarán de leer a su Adonis, Roth
o Murakami?
En México tenemos un solo premio Nobel de
Literatura: Octavio Paz, y no es por cierto una figura de las más aceptadas
entre snobs y fantoches. Igual cuando
se lo entregaron a Mario Vargas Llosa hubo muchos que lo señalaron inmerecido.
Total, siempre es la misma cantaleta.
Las deliberaciones del Premio Nobel han
sido criticadas a lo largo de sus más de cien años de existencia. Qué le vamos
a hacer: ellos son los del dinero. Uno muy sonado, por poner un ejemplo, fue el
de la escritora Alfriede Jelinek en 2004. Esto nos da para imaginar las pugnas
que se viven en las reuniones del jurado para proponer y defender a sus
candidatos; por ahí me contaron que cuando propusieron a Juan Rulfo lo
desmeritaron por su escasa producción, o que Jorge Luis Borges echó a perder su
premio por una visita que hizo a Pinochet.
Deberíamos hacer caso a la razón: los
premios Nobel de Literatura son un asunto geopolítico. Bioy y Borges más de una
vez hicieron bromas al respecto, imaginando al jurado disertando sobre qué
países faltaba concederles un premio. ¿Quién gana el premio? ¿Quién debería, según
usted, merecer el premio?
Hay autores Nobel cuyas obran han sido
olvidadas o decisiones igual de ridículas según el parecer del público en
general. Podemos estar de acuerdo en que muchos otros se lo merecían (y aquí
los autores agradecerían nuestro apoyo) pero eso no descarta que se escurran de
esta vida sin recibir el galardón, a pesar de que su obra permanezca durante
mucho tiempo.
Entendiendo que es en parte una suerte
geopolítica y que para merecer el premio es necesario que el autor viva, no se
puede esperar más que aceptar las deliberaciones Nobel Prize como si no nos incumbieran. A Nicanor Parra no le
concedieron el Premio Cervantes, sino hasta el 2012, por su miedo a volar. ¿Qué
tiene que ver una cosa con la otra? Cada Institución convocante tendrá sus
razones, buenas o ridículas.
Los únicos preocupados con la resolución
del Premio Nobel deberían ser las casas de apuestas, que, para el caso, no se
necesita conocer nada de literatura para entrarle a la quiniela. Entonces,
tranquilos, a todos los demás no se nos bajarán los ánimos para seguir
disfrutando de la lectura. Quiero decir que no pasa nada.
Con respecto a Dylan, me dio alegría, sí,
sobre todo por sus letras, pero esto no entra como justificación de su
victoria, pues es igual de vago que los motivos perjurados por la Academia
Sueca. Sin embargo, a nadie afecta, o no debería afectar, que un músico gane. A
menos que, como dije al principio, salgan a flote las vanidades heridas de
todos aquellos escritores románticos preocupados por ganar el premio, viendo
cómo, además de su inseguridad o falta de méritos, se agrega una superflua
preocupación más: ¡los músicos también ganan!
***
En una casa de apuestas de Inglaterra, la
noche del 12 de octubre de 2016. Dos desconocidos:
–¿Por quién apostaste?
–Puse un 50% a Murakami, y 25% a Adonis y otro
25% a Roth, por si las moscas.
–¿Y quiénes son? ¿Los conoces?
–No, para nada, pero me dijeron que este
japonés ahora sí que gana. Así que no puede fallar. Lo di todo.
–Vaya, hombre, esto me pasa por no saber
nada –dice y se acongoja. Luego agrega: –Yo sólo sé de boxeo y equitación.
–¿Pues qué pasó? ¿A quién apostaste?
–A un tal Dylan.
–Es una pena.
–Sí.
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