por
Mario
Note Valencia
a
Carlos Adampol Galindo
Una tarde en casa de sus padres, Carlos sube
a la azotea para mirar el paisaje urbano del Distrito. Mientras ve cambiar los
tonos rojos en el cielo, piensa en que esa tarde será una más entre todas aquellas
tardes que necesita para pensar y estar solo. Reflexiona. Todo marcha bien. En la
empresa donde trabaja percibe un buen sueldo, ha buscado un ascenso económico y
es muy probable que se lo den, lo que significaría pasar el resto de su vida
sin preocuparse de nada, absolutamente de nada. Sin embargo, aunque otras veces
lo ha pensado, como cuando camina de regreso a su casa después de una jornada
en la oficina, esta vez su alma no lo soporta y dibuja una herida en el
horizonte de sus expectativas. ¿Es esto lo que quiero? No, no quiero –responde agitado
tras el fuego de la revelación–, no quiero vivir así los próximos treinta años.
Quiero viajar, caminar, a mí me gusta caminar. Seré un caminante.
Carlos ha hablado demasiado alto. Los
demonios de la Vida Útil lo han escuchado. Vuelan hasta él que sigue soñando despierto
con ser un viajero infatigable. “No te muevas” –le obligan; su alma joven enmudece.
Ahora sus pies no le responden. Siente un terror indescriptible, por aquello de
dejarlo todo, por abandonarse en una vida de aventuras y, sobre todo, por las consecuencias.
Las consecuencias –medita. Sólo un loco puede rechazar las oportunidades útiles
de la vida en la ciudad: el crédito para una casa, un coche, un sueldo
atractivo (como dicen todos), también el derecho a la jubilación y a morir
viejo, tranquilo, rodeado de sus nietos, pero con el cáncer de los sueños irrealizados.
Quizás tengan razón los corazones fríos, pero más terror le da vivir la vida de
los otros y no la suya. Vuelve la flama, el ímpetu, la flor con semillas de
astrolabios y brújulas astrales. Carlos quiere viajar más allá de donde nace el
sol. Quiere ver con su mirada interior, que le dice a gritos es ahora, tienes
que hacerlo.
Sus pies comienzan a moverse. Los
demonios, vencidos, antes de escapar, volando, amenazan con volver para recordarle
del error que ha cometido, pero esto a Carlos no le asusta, no les cree en lo
absoluto, porque ahora son más fuertes los impulsos de su libertad y de su
espíritu. Si quieren encontrarlo –les hubiera dicho yo a los demonios– tendrían
que seguir las huellas, moverse (cosa que no están dispuestos a hacer) por
donde sus pies han caminado: entre la selva y los bosques, entre otros pueblos
y otras voces, en otras dimensiones de la India, en los templos sagrados de
China o arrebujado en el interior de un camión que lo transporta, de incógnito,
hasta las frías alturas del Tíbet.
Después de la (al principio azorada)
conversación con su alma, Carlos desciende de la azotea con una respuesta
esclarecida: mañana renuncio a mi trabajo. Entonces desciende, quiero decir, para
ascender un millar de veces más, comenzando por el sur de México hasta Sudamérica,
cruzando el océano para llegar a Europa y atestiguar el otro universo de Oriente.
Lleva en su mochila de viaje una cámara réflex y en su mirada habita la
intuición. Con el tiempo aprenderá el lenguaje de las miradas múltiples.
* * *
Carlos Adampol Galindo (México, 1976)
presenta su obra El ojo del alma el
próximo 07 de diciembre de 2016 a las 19 horas en la Fundación del Centro
Cultural del México Contemporáneo (calle Leandro Valle 20, Centro histórico de
la Ciudad de México). Su página: www.elojodepez.com
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