jueves, 1 de diciembre de 2016

El nacimiento de un artista

por Mario Note Valencia


a Carlos Adampol Galindo

Una tarde en casa de sus padres, Carlos sube a la azotea para mirar el paisaje urbano del Distrito. Mientras ve cambiar los tonos rojos en el cielo, piensa en que esa tarde será una más entre todas aquellas tardes que necesita para pensar y estar solo. Reflexiona. Todo marcha bien. En la empresa donde trabaja percibe un buen sueldo, ha buscado un ascenso económico y es muy probable que se lo den, lo que significaría pasar el resto de su vida sin preocuparse de nada, absolutamente de nada. Sin embargo, aunque otras veces lo ha pensado, como cuando camina de regreso a su casa después de una jornada en la oficina, esta vez su alma no lo soporta y dibuja una herida en el horizonte de sus expectativas. ¿Es esto lo que quiero? No, no quiero –responde agitado tras el fuego de la revelación–, no quiero vivir así los próximos treinta años. Quiero viajar, caminar, a mí me gusta caminar. Seré un caminante.

Carlos ha hablado demasiado alto. Los demonios de la Vida Útil lo han escuchado. Vuelan hasta él que sigue soñando despierto con ser un viajero infatigable. “No te muevas” –le obligan; su alma joven enmudece. Ahora sus pies no le responden. Siente un terror indescriptible, por aquello de dejarlo todo, por abandonarse en una vida de aventuras y, sobre todo, por las consecuencias. Las consecuencias –medita. Sólo un loco puede rechazar las oportunidades útiles de la vida en la ciudad: el crédito para una casa, un coche, un sueldo atractivo (como dicen todos), también el derecho a la jubilación y a morir viejo, tranquilo, rodeado de sus nietos, pero con el cáncer de los sueños irrealizados. Quizás tengan razón los corazones fríos, pero más terror le da vivir la vida de los otros y no la suya. Vuelve la flama, el ímpetu, la flor con semillas de astrolabios y brújulas astrales. Carlos quiere viajar más allá de donde nace el sol. Quiere ver con su mirada interior, que le dice a gritos es ahora, tienes que hacerlo.

Sus pies comienzan a moverse. Los demonios, vencidos, antes de escapar, volando, amenazan con volver para recordarle del error que ha cometido, pero esto a Carlos no le asusta, no les cree en lo absoluto, porque ahora son más fuertes los impulsos de su libertad y de su espíritu. Si quieren encontrarlo –les hubiera dicho yo a los demonios– tendrían que seguir las huellas, moverse (cosa que no están dispuestos a hacer) por donde sus pies han caminado: entre la selva y los bosques, entre otros pueblos y otras voces, en otras dimensiones de la India, en los templos sagrados de China o arrebujado en el interior de un camión que lo transporta, de incógnito, hasta las frías alturas del Tíbet.  

Después de la (al principio azorada) conversación con su alma, Carlos desciende de la azotea con una respuesta esclarecida: mañana renuncio a mi trabajo. Entonces desciende, quiero decir, para ascender un millar de veces más, comenzando por el sur de México hasta Sudamérica, cruzando el océano para llegar a Europa y atestiguar el otro universo de Oriente. Lleva en su mochila de viaje una cámara réflex y en su mirada habita la intuición. Con el tiempo aprenderá el lenguaje de las miradas múltiples.

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Carlos Adampol Galindo (México, 1976) presenta su obra El ojo del alma el próximo 07 de diciembre de 2016 a las 19 horas en la Fundación del Centro Cultural del México Contemporáneo (calle Leandro Valle 20, Centro histórico de la Ciudad de México). Su página: www.elojodepez.com

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