por
Mario
Note Valencia
En esta época se supone que todas las
personas cierran ciclos o inventan sus doce idílicos propósitos de año nuevo.
No sé si se sienten como los automóviles, en lugar de preguntar qué tal te ha
ido te preguntan cómo andas de kilometraje. Yo he visto a viejos hombres más
vivos y más jóvenes que los mismos jóvenes. Muchas veces, para envidiar la
vitalidad del otro se utiliza el despectivo mote de chavoruco. Curiosamente son estos hombres viejos a los que me
encuentro en las terminales de aviones, esperando como yo el placer del viaje
por el viaje. ¿Dónde están mis amigos? A unos el trabajo los absorbe; a otros
les ha dado por consumirse en la idea de una sortija (que dejarán de usar en
unos años).
Dictamen: Este año seré un mejor padre,
una mejor esposa, un mejor hijo, una mejor hermana. Un mejor amigo: ¡con que
seas amigo “de verdad” con eso basta! No te exijas demasiado. O en general:
este año seré una mejor persona, me voy a cuidar mucho, me voy a querer mucho
más por todos los años que no me he querido. Llegó, pues, la hora de que todos
y todas utilicen la demagogia del mal gobierno: espero hacerlo todo mal para
que siempre haya deseos de mejora. Un barril sin fondo es la vanidad que
encadena a unos y a otras para fingir que son estas fiestas decembrinas las
únicas posibles para perdonar o para brindar amor.
Apuesto a que la siguiente frase, al
estilo de Kennedy, es miel en oídos de entusiastas e impostores de la vida
pública: “no preguntes qué puede hacer el nuevo año por ti, pregúntate lo que
tú puedes hacer por el año nuevo”. Otras más como “El éxito está en ti”, “Cree
en ti mismo” o “Piensa diferente” redundan en la cisterna de fantasías
inoperables de la vida cotidiana. De esta falsedad no culpo a las sentencias,
sino a las personas que fracasan por no saber diferenciar la indulgencia de la
verdadera voluntad.
Como cucarachas corren a desafiarme en un
debate: yo a mano limpia y ellos detrás de su basurero de palabras. Jamás había
visto a tanta gente congregarse alrededor de una persona carismática y corbata
al cuello (lideraco a leguas) a cuyos
seguidores les demanda “piensen diferente” para que, precisamente, piensen como
piensa él o hagan lo que él haría. Otras veces les recuerda que luchen por su
sueño pero antes de irse depositen aquí su mensualidad del curso “Motivación
para la Superación y el Éxito”.
No sé si es más tonto el que lidera este
tipo de cursos o el que paga por ellos. He visto hacer (cobrar) lo mismo a
católicos y cristianos con sus respectivos padres y pastores. ¿Qué es el éxito?
¿El dinero? ¿Estás bromeando? Cuéntame algo que no sepa y no use palabras como “escalón”,
“nivel”, “paso”, “cima”, “reprogramación”, “inteligencia”, “ley de atracción”, “saltos”
(¿salto cuántico, salto mortal, salto de agua, salto del tigre?).
Bendito verde, dinerico. Si el Papa tiene
corona de oro, vaya si no se parece a quien mandó crucificar a Cristo. ¿Qué es
el éxito? ¿La felicidad? El dinero no compra la felicidad pero, como diría un
amigo fotógrafo, he aprendido a distinguir a dos tipos de ricos: los que son y
el resto, es decir, los apantallados.
Es ineludible, por otro lado, que a nadie le haga mal el dinero, sobre todo a
los que están en situación de calle en este sistema de trabaja, compra,
disfruta y muérete.
Los grupos de “Superación al excito” (punto g, jijijí, sic
latino y sick inglés) han copiado la
fórmula mágica de, por ejemplo, Alcohólicos Anónimos (AA). Los grupos “doble A”
funcionan bajo el precepto de cooperación entre los mismos asistentes: se escuchan
y se abrazan, se dan palmaditas en la espalda, pues el estímulo es el otro que
también se levanta contigo. A diferencia de los lideracos, no cobran por las clases de psicología, no cobran para
que te conviertas en un perro, una perra, de los negocios. En fin que para todo
hay gente y se pinta sola.
Los propósitos (si no nuevos) son
plagiados año con año y por una misma persona. Hay gente atorada en un solo propósito,
irrealizado desde hace ya varios años. No cabe duda que de la uva al hecho hay
mucho _ _ _ _ _ _. (Juguemos al ahorcado). Ah, pero qué rica uva. Uy, qué rico
vino. Mmm, qué rica está la cena de fin de año… Saca la pistola, mi’jo: vamos a
matar al año viejo. ¿Por qué, papá, por qué hay que matarlo? No sé, hijo, esto
hacía tu abuelo.
Y por estas costumbres, hijas del ayuno y
la irracionalidad, yo siento que vuelvo a nacer cada 01 de enero: por mi techo
de tejas que pueden traspasar las malditas balas perdidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario