Un poema vano
atribuido al riguroso, compadrito y arrabalero (en su debido tiempo), fantasma
de Borges, detalla la imagen que vino, no hace mucho, a posarse en la redacción
del equipo de Destellos. La
referencia autoral es apócrifa; sin embargo, para efectos de esta presentación,
no demeritaremos (por ahora) la introducción que, si no nos engañamos, dicta el
siguiente pensamiento: “después de un tiempo, uno comprende la sutil diferencia
entre sujetar una mano y encadenar un alma”.
Sobre el pasado |
Por
si el lector de este Destellos gusta
de prejuicios ceremoniosos (y pletóricos agüeros), se le advertirá que si sueña
con un cementerio en el que un féretro es enterrado, no significa nada más que la
necesidad que tiene usted, apreciable lector, por enterrar el pasado; pero sólo
considere esto si gusta de confiar en la efectividad de las reproducciones
oníricas. Nosotros hace poco soñamos, por ejemplo, que usted nos leía.
El
cambio de estación, como la edad, apenas se siente. Sujetémonos del invierno,
si se quiere, sin encadenar las potencias al pasado: ¿acaso el presente no es
la actualización de los actos? La puerta puede estar media abierta o media
cerrada, pero abierta al fin; se está a unos pasos de cruzar aquel umbral, y sentir
los últimos vientos del invierno, presenciar el gradual desmoronamiento de los
cuerpos y, sobre todo, percibir el aroma a primavera que despide un beso
imaginado o la viva temperatura de una mano, al viento, correspondida.
Después
del invierno, el calor primaveral. En las faldas del volcán se levantarán las
plantas, y los árboles maltrechos, entre los caminos, alzarán por fin sus
brazos de verdor altivo; habrá jardín para los jardineros. El equipo de Destellos se suma a esta serie de
cambios primaverales, para que usted disfrute y evalúe las lecturas que en esta
ocasión aparecen.**
Honestamente: Mario Note Valencia
**Este texto se publicó como la presentación del suplemento de
lengua y literatura "Destellos", en su edición de marzo 2013, Colima.
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